El gobierno de lo social

por Juan Pablo Maccia


Cortita y la pié: asistimos a la dislocación de la arquitectura que organizaba la compatibilidad entre gobierno jurídicamente constituido (estado democrático) y gobierno efectivo de lo social (gubernamentalidad).
El primero, tras levantar grandes expectativas, acepta mansamente finalizar ante la autoridad de una cláusula constitucional (no-reelección). El gobierno políticamente constituido es aquel que dramatiza la soberanía representativa, es decir, el manejo de la ley común, del aparato del estado y de la producción retórica que produce “efecto sociedad”. La falta de alternativas, así como de continuidades previsibles empalidece el panorama.
El segundo (el gobierno efectivo de lo social) se desarrolla ininterrumpidamente según canales «alegales«. Tal gubernamentalidad se pone en juego en la regulación fáctica de tres variables esenciales: la circulación monetaria (valores, mercancías), de las imágenes (medios, marcas, acciones colectivas) y de las armas (y las municiones).
Durante el tiempo en que cada una de estas instancias opera como condición de posibilidad de la acción de la otra, hablamos de estabilidad y felicidad. Durante los momentos de crisis extrañamos este círculo virtuoso, y nos referimos a él como época de “normalidad” y de seguridad.
Estos círculos se han descentrado entre sí. La falta de coherencia entre ellos produce inquietud general. Demasiado dinero en negro (fracaso del blanqueo de capitales, y de control público de la renta agraria, sojera, urbana). Demasiada permisividad en la circulación de armas y municiones (autogobierno policial). Imposibilidad de regular efectivamente la circulación de imágenes (imposibilidad de aplicar de hecho y en forma plena la ley de medios). No se trata tanto de una nueva dificultad del estado a la hora de regular, como del hecho de que esta incapacidad se haga evidente. De que se la padezca demasiado.
La fragua que el PJ prepara en el plano político es el correlato inevitable del fracaso kirchnerista por estabilizar un programa económico, político y social de alcance nacional y regional. La carencia absoluta de alternativas amenaza con enloquecerlo todo.
Y no hay peor conducta, ante la inestabilidad de origen político, que enfatizar en la convocatoria fundada exclusivamente en tópicos afectivos e imaginarios. Estos, con ser imprescindibles, precisan ser sostenidos por un  programa que argamase intereses concretos y de peso. O de lo contrario la epidemia del tiempo pasado puede afectarlo todo. Y los que hasta ayer parecían ser novedad aparecer de modo irreversible como sujetos despojados de vigencia.

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