Una excursión a Sociales
Una invitación a discutir «El estudiante»
Por Lobo Suelto!
La película El estudiante registra la importancia de los años ‘80 para comprender nuestro presente. Tal vez ese sea un primer tono de época y un tono generacional. Su presupuesto y aspiración se dejan captar en la apuesta de su director: al mirar de cerca cualquier institución argentina, dice, se accede a comprender la política en su conjunto. Porque, agrega, en nuestro país toda institución es política. No es ni siquiera un eco ricotero lo que suena en esa frase, sino un tufillo que prepara para el cliché de la antipolítica. La institución elegida no es la Universidad de Buenos Aires, corazón de la militancia de Franja Morada durante décadas, sino la Facultad de Ciencias Sociales, uno de los corazones anárquicos (absurdo, utópico, tan mediocre como deslumbrante) de la ciudad. Aún así, Sociales queda convertida en una escenografía que por mostrarse “real” busca convertirse en momento de verdad de la degradación política.
Contemos mínimamente la historia. El protagonista, Roque Espinoza, intenta reencauzar sus proyectos de vida y de estudio luego de haber abandonado su pueblo natal y de haber dejado un par de carreras. Llega a una facultad tumultuosa, casi en ruinas, imposible. En la que el caos militante (desde el inicio se nombran una decena de agrupaciones de la facultad) parece transmitirse a los cimientos del edificio.
A Roque le interesa “lo social”, sin poder especificar demasiado sobre el asunto. Se trata de uno de esos personajes que circulan con ojos grandes, más bien callados, impermeables a la pasión del debate intelectual, entusiasta en el encuentro con sus compañeras, que se hacen fuertes en los lugares comunes y que, sin destreza a primera vista, logra una inteligencia de negociación, tan efectiva como poco locuaz.
La historia de Roque tiene el encanto de lo sencillo. De una historia de iniciación un tanto autista, entre despojada y casual. La vida universitaria de Roque se construye a partir de dos de sus amigas. Cada una de ellas vinculada con algún cuadro de organizaciones políticas fuertes de los años ‘80. La primera es una compañera de estudio, de Avellaneda, con quien va a vivir. Ella misma y su padre pertenecen a alguna de las tradiciones de la izquierda. El otro vínculo decisivo es Paula, un cuadro del aparato universitario de la Franja (en la película La Brecha). Cada una de estos lazos amorosos transporta a Roque a mundos políticos enfrentados. La militancia ética que aspira a construir un territorio común entre la universidad y los barrios y la política pragmática que asume la disputa de poder institucional como momento inicial del juego mayor en torno al estado nacional. Una narración sumamente ajustada trata este arribo maravilloso a la vida de “sociales”. Duerme en lo de su compañera de estudios –lo dicho, en Avellaneda, con su padre politizado, etc- al tiempo que se fascina con Paula, una deslumbrante activista de asamblea, que resulta ser, además, bella y excelente docente de teoría política.
En sus clases se dan las únicas escenas que valen la pena. Paula explica Hobbes, Rousseau y toma cerveza en la mesa de sus alumnos en el bar de la facu. Los pibes escuchan sus argumentos y los vuelcan en acaloradas discusiones sobre la naturaleza humana, el valor de las instituciones políticas y el problema de si transformar la sociedad capitalista es cuestión de voluntad o de pensamiento complejo.
Transformando la escasez de recursos, estas secuencias cinematográficas captan esa mezcla de pobreza y embrujo que circula entre asambleas, pasillos, cervezas y discusiones de aula que constituyen la vida de “sociales”. Sólo que se nota una suerte de desagrado, casi desprecio en la cámara, plasmada en los ojos excitados y mansos de Roque.
Luego, las cosas le suceden de un modo incomprensible. El personaje de Paula de pronto pierde todo interés al tiempo que se le entrega sexualmente y le abre los caminos de la militancia. No hay ni en el amor ni en la política subjetivación de ningún orden. Paula se muestra como un cuadro chato de la Franja/Brecha. Y de su mano Roque participa de las exiguas reuniones de agrupación. Se vienen las elecciones de rector, y el juego de especulaciones y traiciones lo domina todo.
Las reuniones de la militancia a las que asisten resultan bien curiosas. Cuatro o cinco dirigentes que tratan de participar de las roscas ajenas en base a las propias, salteando zancadillas, tratando de hacer coexistir convicciones, ambiciones y operaciones, coordinados por Acevedo –su profesor, un viejo cuadro del gobierno de Alfonsín que aspira a rector, líder del grupo- que participa de las deliberaciones estudiantiles y hasta las organiza en su casaquinta.
¿Será la distorsión de la propia experiencia de estudio, militancia y docencia que hemos desarrollado durante y a partir de los años ‘90 la que nos hace rechazar de plano estas imágenes? La facultad de Sociales en esa época hoy tan denostada se convierte en una fábrica de activistas políticos y culturales, muchos de los cuales han protagonizado de diversas maneras la última década de la Argentina. ¿Cuenta la película esta historia? Ni los personajes, ni la trama, ni la aparente complicidad con el público que acude y llena de modo incesante la sala Leopoldo Lugones con aplausos permite responder de modo definitivo. ¿Por qué contar la historia de la Franja y del aparato burocrático de la UBA a partir, justamente, de Sociales, cuna de procesos mucho más innovadores, ricos y significativos? ¿Por qué se acude al repertorio perimido del radicalismo universitario como si a principio de este siglo no hubiese sido derrotado en la mayoría de las facultades?
En una de esas reuniones se trata de resolver un dilema. El líder estudiantil más avezado de la agrupación acaba de traicionar al grupo y se convirtió en candidato de un frente opositor. El grupo se siente humillado y Roque, en lo que parece ser su primera reunión, se destaca a los ojos de Acevedo plateando que hay que salir al ruedo, charlando con los compañeros de cursos y de pasillo para difundir que el supuesto líder –docente de Teoría Social Latinoamericana, célebre por tener que lidiar en sus clases con un militante trostkista que lo denuncia a cada frase- no es más que un garca. Esta reacción visceral de Roque parece del todo ingenua a sus experimentados compañeros. Pero Acevedo comprende de inmediato que está ante un elemento útil para sus maniobras.
La política que la película presenta es incluso más mediocre que la realmente practicada en los claustros. En las próximas escenas se verá a Roque operando con suma habilidad. Sea para que la militancia de izquierda denuncie al traidor (y acabe golpeándolo de modo inverosímil en medio de una de sus clases) o para organizar un plenario en las afueras de la ciudad. La agrupación logra sortear las elecciones estudiantiles y Roque se convierte en mano de derecha del aspirante a rector. De nuevo es dúctil tanto para armar una “rosca” con el grupo de la izquierda como para ayudar a un compañero que se afanó cuatro lucas de apuntes.
El nuevo Roque pasa a ser un “puntero”. Eso es lo que dice una voz en off que aparece brevemente, cada tanto, con un discurso moralista, muy familiar al discurso habitual de los medios de comunicación. Roque ya “no estudia”. Sólo opera. Trabaja como encuestador en una consultora, a partir de un padrinazgo político. Digamos algo más de esa voz en off: es pedagógica (casi una parodia de la de las películas de Pino Solanas), pero para decir las cosas más obvias en un tono neutro que no es tal. Más bien esa obviedad está cargada de displicencia, de ajenidad, de juicio.
Dos escenas nos muestran el discurrir subjetivo de los personajes. La aparición del padre de Roque en Buenos Aires, en una cena que organizan en la cantina con Paula y a la que se suma Acevedo, en la que el padre de Roque cuenta que militó tres meses en una organización campesina, y que fue peronista tres horas. A lo que sigue un desafío de los jóvenes a los adultos: a que canten la marchita, a ver si se saben la letra. En la otra escena, Paula y Roque compiten, en presencia de Acevedo, en un boliche, sobre quién se cogió a algún famoso.
En todo caso, la historia se va descomponiendo en dinámicas que recuerdan los años dorados de la Franja de los ‘80 y la primaveraque acompañó a las teorías de la “transición democrática”. Pero también un clima claramente post-dosmiliunero, en que los restos de aquella promesa se activan para recorrer otros caminos intelectuales, estéticos y políticos. Esto supone que ese modo militante no es completamente ajeno a la facultad actual (basta escuchar algunos militantes de la UES repetir los argumentos de lo que significa “la gestión”, del mismo modo agresivo y hueco con que Roque los usa). Pero no puede decirse que ese sea el modo mayoritario ni el más convocante.
La mirada del director ya no tiene empatía con el presente. Al punto que la auténtica mediocridad de la vida política, intelectual y militante no llega a ser captada en su real miseria sino como artificiosa transposición de los clichés mediáticos sobre la manipulaciones de personas, la gestión de territorios y un tipo de consignismo casi fingido. La buena actuación, las proezas de cámara y las tomas de la vida real de la facultad sustituyen una empatía con las vidas políticas reales de los que viven horas allí.
Todo esto podría carecer de interés sino fuera porque este anacronismo logra mostrar algo que está fuera de los cánones míticos de la leyenda militante de sociales. El resurgimiento de una militancia hecha desde arriba y para arriba que acompaña la reinstitucionalización del kirchnerismo. El estudiante tiene este mérito irritante de alinear a la militancia de la Franja con la kirchnerista como momentos institucionales, que prácticamente ignoran, desdeñan, en su realismo lo que en Sociales hay y hubo de una promesa de vida intelectual y política apasionada, colectiva. En esa línea ignoran también el espíritu de una experimentación de la palabra que interpela militancias de otro tipo.
La tensión máxima llega cuando Acevedo envía a Roque maniobrar en falso, y lo deja colgado de negociaciones imposibles. Acevedo al final transa con sus enemigos (un tal Viñas) a espaldas de Paula y Roque.
Llega la frustración con la política. El líder puede prescindir de ellos, porque la política se hace por arriba, es cosa de experimentados, de grandes pergaminos, de jugadas abstractas que se nos escapan. Los militantes son un fondo más bien estúpido infantil, del que destacan los operadores que se ligan a algún jefe y a su lado hacen carrera. Luego, en ese curso pueden perder o ganar. Son las reglas del juego.
En una de esas escenas, se ve a Roque cocinando y a Paula que llega y lo saluda. Han vuelto a estudiar, a trabajar. Pero la cosa no acaba allí. Han sido los más fieles, y ahora deciden vengarse dándole a la izquierda (mostrada siempre al borde de una intransigencia boba) una información sobre contratos con laboratorios incluidos en los acuerdos para incluir a medicina y veterinaria.
El final de la película es una conversación entre Acevedo y Roque. La elección de rector se viene suspendiendo por parte de una serie de tomas estudiantiles y Acevedo precisa nuevamente los servicios de Roque para destrabar la situación. Roque dice no estar enojado porque “no sirve de nada”. Acevedo le cuenta entonces la historia de un tipo de 150 años que acaba de ser encontrado en el Amazonas en perfecto estado de salud. En conferencia de prensa dice que su secreto fue nunca contrariar a nadie. Cuando los periodistas le dicen que eso no es posible, el viejo responde, “tiene usted razón”. Luego de eso Roque escucha la oferta (hacer levantar la toma a cambio de un cargo alto en la UBA) a lo que Roque responde un seco “no” en el que se confunde el enojo del que no se enojaba, su amor por Paula, que sí está enojada, un arranque de principismo, y el peso de la opereta para denunciarlo en curso. El final tiene un patetismo inocultable. ¿Qué es lo que se festeja del estudiante?
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El Estudiante y la real-politik
por Juan Pablo Hudson
No encuentro una manera posible de iniciar una lectura de la película El Estudiante que no empiece –paradójicamente- por su final: ese No estentóreo que enuncia Roque, el protagonista principal de esta historia, ante la propuesta de su ex jefe político de reinsertarse, a través de una tarea urgente, en la rosca institucional universitaria; pero si ese No que afirma con tanta contundencia Roque tiene un peso sobresaliente es porque -por lo menos en Rosario y así parece en Buenos Aires- fue acompañado por un inmediato y cerrado aplauso del público que estaba presente en la sala.
Me quedé en la butaca tratando de asimilar esa masiva aprobación de un final que me había resultado tan explícitamente moral como pedagógico. Ya en mi casa, leí en Internet una crítica en un diario nacional en la que se destacaba la creación, por parte del director (Santiago Mitre), de una “ética y estética a las que podría definirse como “realismo idealista””. Tal como suele ocurrir con los autores en ciertas oportunidades, Mitre afirma en una entrevista en el mismo diario algo que la película nunca muestra ni parece interesada en mostrar: “(…) hay mucho prejuicio en torno de la militancia estudiantil, que a muchos les parece que es pura agitación, mientras que hay un nivel de discusión política muy interesante, más que en otros ámbitos; es un plano donde se habla de política en estado puro, el 90 por ciento no está en busca de los cargos, y todavía se puede discutir de política por el placer de hacerlo”.
El testimonio de Mitre nos otorga claves de lectura de ese oxímoron que surge del supuesto “realismo idealista” que encarnaría la película: por un lado, un idealismo romántico del director en la caracterización del nivel de la discusión política universitaria, que, salvo en secuencias muy mínimas, no aparece en la película. Situación, por cierto, que no hubiera sido deseable que se planteara bajo este tinte mítico que, según parece indicar, si no es por cargos, la discusión política es por mero placer. Cualquier malestar que pueda provocar el enfoque de El Estudiante no implica de ninguna manera una defensa ni exaltación del mundo político que transcurre en los recintos universitarios, sea en la facultad de Sociales de la UBA o en una sede de la Universidad Nacional de Rosario, aunque tampoco su esquematismo ni reduccionismo. Por el otro, como relato único que aparece en pantalla, un realismo bien coyuntural que se desprende (más allá de las intenciones del director) de ese No final acompañado de aplausos que cierra la película. Un No que es menos la negación de la política –o la afirmación de la antipolítica- que la admisión de que no habría, en definitiva, otra alternativa posible (a las de las roscas en –y para- las altas esferas del poder, las aceptaciones pasivas de la verticalidad, las pujas institucionales, los consensos y alianzas amargas pero imprescindibles, etc.) si lo que se intenta es la construcción de una política real, concreta, en mayúsculas, que no es más que aquella que se dispone a asumir la gestión y el control de las instituciones estatales. Este enfoque realista asume y se emparienta con cierto sentido común hegemónico (incluidos el de determinados sectores juveniles) que determina y cierra en muchos casos el panorama y las apuestas políticas en la actualidad. Las otras imágenes posibles de la política se resumen, desde la exigua perspectiva de la película, en las bravuconadas troskistas que pueden tener cierto protagonismo estudiantil pero que no van a lograr mayores adhesiones que las obtenidas en los pasillos universitarios, el fin de la militancia para sumergirse en la vida profesional/familiar (opción que parecería asumir hacia el final una Paula decepcionada y enojada), o en un purismo ingenuo, abstracto, asambleísta, que no roza –ni a va a rozar- el poder real.
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Debatir El estudiante
Por Coudet Chacho
El Estudiante no habla de Sociales, ni de sus organizaciones, ni de la UBA. El estudiante habla de la política, o mejor dicho, de una forma de hacer política. Seguramente la empatía que genera, como ustedes bien dicen, los lugares y caras conocidas para los que vamos a la UBA puede ser uno de los motivos por los que “se festeje El Estudiante”. También esnobismo, quizás el famoso boca en boca. Puede ser todo eso, e incluso alguna cosita más. De todos modos, prefiero hacer como si eso no pasara.
La película muestra a la política como algo técnico, como algo completamente desideologizado y vacío. Nadie habla de ideas ni de problemas. Allá se habla de gestión, de cargos, de plata, de poder. Es una política completamente burocratizada, donde lo que se busca es hacer carrera, no importa a qué precio. Sobre esas prácticas ya se dijo mucho, quizás no lo suficiente, pero mucho. Lo que no sé es cuántas veces se relacionó esta forma política con los jóvenes, con la famosa militancia de la juventud. Quizás, sin la intención del director, vaya por ahí la particularidad de El Estudiante.
Hoy a la mañana pude enganchar un ratito a Pablo Hupert en la radio. No llegué escuchar mucho, pero hubo algo que me gustó y me quedó. En un momento Hupert dijo algo así como que el Estado no tiene sólo el monopolio del ejercicio de la violencia legítima (como decía Weber), sino también otro monopolio: el monopolio de hacer polis. Tiene el monopólico poder de construir sociedad, de construir política. El Estado delimita los límites del juego y dice qué es político y qué no, dice qué es militancia y qué no.
Hoy podemos decir que la “juventud” es militante. Un día salió a la calle y hubo algo que renació. No lo digo yo, lo dice 6-7-8. Necesitábamos fuerza, fuerza fresca, y apareció la de los jóvenes. La fuerza de los jóvenes. “La Walsh, el Mate, La Vertiente, En Acto, Prisma, La Juntada, Contrahegemonia” dice en la película esa pedorra voz en off. La juventud de hoy levanta banderas, marcha, canta consignas y hasta está en la legislatura. Renace en ellos el setentismo, esa fuerza que los ’90, Tinelli y el sushi nos habían robado, y que hoy, aparentemente con la muerte de Kirchner, florece de nuevo.
El problema es que el setentismo, como es lógico, ya no es lo que era. La militancia que en los ’90 había quedado fuera del estrechísimo límite del juego político, encontraba entonces sus fuerzas en prácticas políticas de algunas décadas atrás. La recuperación de los setenta implicaba una lucha contra los discursos hegemónicos, contra la fiesta de la desideologización. Una disrupción, un laburo político fino, sutil, que buscaba tocar la fibra que permitiera hacer trastabillar a esa línea invisible que impone el Estado.
Hoy pasa otra cosa. La militancia que lucha contra el fantasma de la dictadura, por los desaparecidos y los DDHH es la que se impone desde todos lados como modelo. Sale en la tele, en los diarios y en los afiches de campaña. Es un setentismo reciclado que respira una historia musicalizada con un volumen aturdidor. Un pasado que no deja escuchar otras historias y, lo que es peor, no deja escuchar lo que está pasando.
De mi experiencia en Sociales tengo a la Franja más como un mito lejano que de repente cayó en la toma del 2010 a ver qué onda, que como algo más concreto de todos los días. En mi vivencia cotidiana la rosca, el aparateo desde arriba, y toda esa política asquerosa está más representada por las agrupaciones kirchneristas que por las de la Franja. De hecho, apenas salí de ver la película me vino a la cabeza un recuerdo del año pasado, de algo que me habían contado después de la toma del ministerio. Al rato de haberse reunido y negociado con las autoridades de la universidad, los estudiantes que habían ido a la reunión nos comentaron con asombro la familiaridad del trato que había entre esas autoridades y los militantes de algunas agrupaciones “anti-toma”. La relación que hice fue simple: juegan a lo mismo. Son esas agrupaciones que, entre frase de Walsh y del Che, saludan con un “compañero” al decano, y después intentan liberar a la patria con un torneo de playstation (estación de poder).
Entonces, ¿qué es lo que se festeja del estudiante? Se festeja, en principio, una película que evidentemente moviliza. Una película que habla de la militancia podrida y estéril que existe en las instituciones y predomina en muchas de las organizaciones políticas. Pero no sólo eso, y acá es donde para mí está lo distinto, El Estudiante habla de la juventud militante que uno tiende a imaginar fresca y genuina. Después de la muerte de Kirchner y el supuesto florecer de los jóvenes, me pregunto, ¿qué se festejará cuando se festeja la militancia de la juventud? ¿De qué se alegran los que festejan la burocratización masiva de los jóvenes? ¿De qué se alegran los que festejan el regreso vacío de un discurso que supo ser disruptivo? Quizás sean éstas las preguntas que animan la fiesta de El Estudiante. O al menos eso prefiero pensar.
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Apuntes sobre El estudiante
por Oriana Seccia
Escribo en condiciones no elegidas por mí (¿acaso alguna vez se las elije?), escribo como se escribe un parcial, apurada. Tal vez, ese espacio de experiencia, esa brecha construida como mínima, es precisamente el pacto de recepción que nos propone la película El estudiante, operando en un espacio ínfimo, indiferenciado respecto a la propia experiencia de los muchos jóvenes que la están yendo a ver; construyendo su fenómeno. Intentaré, en este breve comentario, surcar algunos de los puntos que me interpelaron en la narración, sobre los cuales se detuvo mi mirada.
Por un lado, la película se despliega sobre un verosímil muy fuerte, y la historia, a nivel narrativo, está muy bien armada. Fuera del pacto de verosimilitud, resulta absolutamente interesante pensar cómo se va construyendo la trama, ya que ella parecería navegar al nivel del acontecimiento: todos los puntos narrativos fuertes parecen formarse y articularse entre sí en la conjunción de varios flujos y códigos. Por ejemplo, pensemos rápidamente en cómo Roque resuelve su misión de conseguir un lugar para realizar el encuentro de estudiantes: allí lo que destraba la operación, que parecía saturada por las leyes del mercado, vuelve a abrirlo a partir de la apelación a una pertenencia comunitaria en común: somos del mismo pueblo, nos podemos dar una mano.
Otro lugar interesante donde se detiene, sin detenerse, la película es en cómo muestra al peronismo. Aparece, entre imágenes, sin foco específico sobre él, como una identidad política en sí flotante: como construida en esa flotación, en esa absorción de generaciones que piensan utilizarlo estratégicamente, pero que los excede y acecha, los sobrevive, como un espectro. Aquí, la escena del restaurante, con la comida intergeneracional, es elocuente.
Pero el núcleo tal vez más interesante, es la doble acepción de la política que surca y compone toda la película. La primera, la siniestra, es la que hablaría de la política como rosca. El discurso que parece decir: por fuera y por arriba de los giles del centro de estudiantes, donde realmente circula el poder, donde realmente se definen los términos que después debate la gilada pensando que están haciendo política, es en la rosca. Y allí prolifera el secreto, la traición, la jerarquía, la política maquiavélica, y donde la mirada de águila, desde arriba, podría ser la única que realmente sabe en qué tablero está jugando. La política de las chirolas: si entrás en el juego, te doy, me dás, y siempre va a recibir más que el que da (te ofrezco un cargo en la secretaria de apuntes) que el que recibe (esa pequeña correa de transmisión, ese vínculo con los plebeyos). Es tal vez esta línea la que canta La Cámpora triunfante: trosco no entendés nada, y por eso nosotros siempre tenemos la gallina de los huevos de oro…
Pero también hay otra línea, se muestra otra forma de entender la política, algo que llamaremos “una política de la subjetivación”. En este plano, la política correría como aquello que conforma sujetos, por las sensibilidades que cada uno maneja, por los claro-oscuros de la mirada que hacen a cada uno de los personajes, por aquello que marca la forma en que se relacionan entre sí. ¿Cuál es la política de Roque? ¿Cuál es la subjetivación política que compone su cuerpo? Y entonces, hay que ver cómo ese cuerpo se da, cómo ese cuerpo circula por el espacio con los otros. Ya lo dijimos, Roque aparece así como portador de un saber tradicional, sin olvidar que él no es de Capital (sin refinamiento en el hablar, entregando su cuerpo a lúmpenes trabajos sin una excesiva queja medioclasera); saber que en su trasfondo comunitario le abre puertas; por otra parte, también se juega en él un saber moral, una intuición de que algunas cosas están mal (“el hijo de puta ése nos cagó, cerró con otra agrupación”), pero que uno no puede ir a escupirle en la cara al poder: la escena donde Roque compone la escena con el trosco que está pegando carteles, le deja pasar una información, y el otro la escupe al rato, salta como leche hervida, se caga a piñas… Saber éste que irá oscilando en sus líneas demarcatorias durante la película, hasta la irrupción final de la política, a la cual volveremos. Asimismo, en esta política entendida como forma de composición de sensibilidades subjetivadas encontramos una determinada política del género en Roque; un cuerpo hombre que se entrega tranquilo a la infidelidad que le corresponde (sin mucho problema), pero un cuerpo que también sabe que hay mujeres con las cuales él va a estar “hasta que lo dejen”. Política que se hace cuerpo, política en las subjetividades; la película también muestra esto, y al mostrarlo, también muestra a la política en el plano de los hechos como algo que se compone desde una lógica acontecimental: lo que ocurre, lo que sucede, finalmente tiene que ver con un entramado de flujos de distintos tipos: arreglos económicos (la política de la rosca), pero también conjunción de saberes tradicionales, de género, de comunicaciones, de apertura a otros agentes, por ejemplo, al movimiento estudiantil: éste, desde la óptica de la rosca – que a veces parece dominar la película -, se muestra como un convidado de piedra. Pero también puede irrumpir; aún llegando tarde, también puede decir NO.
Y este NO es la política a la que queríamos volver, este NO que irrumpe al final. Irrumpe al final de la película un NO que no se construye precisamente como un NO tributario de una política de la memoria, como resultado del aprendizaje del héroe – lo que sería una política del bildungsroman– sino como una política intempestiva, que corta el tiempo (y la película): ya no más. ¿Es ésta la política minimalista de nuestra época? Durante toda la película se narró, casi exclusivamente, la política de la rosca. Traspásese esto al plano nacional, y claramente estaremos hablando de la política partidaria, de esa política que llama a la participación en la elección de candidatos que se eligieron tras bambalinas, de candidatos que, para narrarlos con el lenguaje de la película, ya firmaron los convenios con los laboratorios de medicina. En cambio, al final, irrumpe un NO, que rompe con ese universo sensible: se termina la película, pero también se cumple un ya basta… Los (horriblemente llamados) indignados del 15 –M recorren las calles de Madrid gritando “esta mierda no es democracia”.
Por último, ya que ahora estamos hablando de política, de sensibilidades, cabe preguntarse: ¿en qué radica el éxito del estudiante? ¿Acaso es el eco de una juventud kirchnerista triunfante, que cree ver narrada su comprensión de la política, su saberse en el juego, que le canta en la cara al militante-fuerza de choque trosco: “trosco vos no entendés nada”? ¿Es acaso un regodeo medioclasero-narcista que goza con su autorrepresentación: “por fin una película que habla de nosotros?”. Pregunto de nuevo: ¿por qué escribimos sobre El estudiante?
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Quintín sobre El Estudiante
Q: No, vi solo tres películas, pero me gustaría hablar de las argentinas. La primera, El estudiante de Santiago Mitre, es una película importante.
F: ¿Qué quiere decir una película importante? ¿Es buena o es mala?
Q: Ya llegaremos a eso, pero creo que marca definitivamente que el cine argentino independiente ha alcanzado estándares de producción notables. Esta es otra apuesta a la ficción grande producida por la alianza de dos nombres clave: Pablo Trapero y Mariano Llinás, que unieron fuerzas para esta película ambiciosa, de gran despliegue, hecha sin el dinero del Incaa ni de los fondos. Es curioso que, después de todo, Trapero y Llinás sean los grandes emergentes cinematográficos de la Provincia de Buenos Aires. Hasta aquí se habían repartido el territorio. Trapero se encargaba del conurbano y Llinás del resto, pero terminaron reunidos en esta boleta única. El estudiante es el resultado de un proceso que ha terminado creando un sistema incipiente pero de una gran potencialidad: un cine de productor, que incluye un trabajo profesional como el cine argentino no conocía cuando todo empezó a mediados de la década del 90. El estudiante es una película que reúne todos los requisitos de la ficción clásica: una profunda investigación previa, un tema interesante, un guión sólido, personajes atractivos, actuaciones impecables, una narración precisa y una gran consistencia en la propuesta. En algún sentido, se puede comparar con Sleeping Sickness por la ambición y el pasaje de un cine “chico” a un cine más grande. Si algo le falta a la película —y la diferencia de la de Köhler— es una marca autoral fuerte. En principio es demasiado derivativa de la filmografía de sus productores. El estudiante cuenta una historia muy parecida a la de El bonaerense y comparte dispositivos de narración, equipo humano y estilos de actuación con las películas de la factoría Llinás. Mitre estaba ya en la intersección de los dos caminos: fue uno de los guionistas de Leonera y Carancho así como uno de los directores de El amor (primera parte).
F: Lo estás borrando a Mitre como director. Es como si no existiera. Me parece injusto.
Q: No puedo decir demasiado de Mitre como cineasta. Es cierto que su nombre encabeza este proyecto y seguramente es responsable de la mayor parte de sus méritos, que no son pocos. Pero en El estudiante se nota ante todo la voluntad de construir una obra colectiva dentro de un sistema de referencias que pone entre paréntesis la idea de autor. De hecho, la transición del cine independiente está resultando la de un sistema de falsos autores como era el cine argentino hacia 1995, cuando llegaron los independientes, a un cine de equipos. Es cierto que algunos nombres (sin duda Trapero y Llinás figuran entre ellos) le agregan a sus películas el plus de una impronta personal pero lo interesante, en todo caso, es que la máquina empieza a funcionar sin que el nombre del director deba figurar, necesariamente, antes que el título, como ocurre en este caso.
F: Bueno y además de todas estas aclaraciones, ¿de qué se trataEl estudiante?
Q: Como en El bonaerense, en El estudiante hay un protagonista del interior que llega a la ciudad y hace su aprendizaje en un sistema de jerarquías, lleno de códigos y secretos. En este caso no se trata de la policía sino de la política universitaria.
F: ¿Es K o anti K?
Q: Creo que la idea de la película fue esquivar una definición en ese sentido, que hubiera sido inevitable si se tomaba un sistema menos acotado que el de la militancia estudiantil. Al elegir ese terreno, el guión se permite ser abstracto en cuanto a las identidades políticas pero mantenerse en una actualidad muy estricta. Las agrupaciones que aparecen en la película responden a esa fragmentación y construcción autónoma tan particular de la Universidad de Buenos Aires. Y como lo que está en juego es una elección de autoridades académicas, todo se puede mantener dentro de cierta ambigüedad sin necesidad de darle a los personajes una relación demasiado definida con el exterior. Lo que interesa ante todo en El estudiantees construir una ficción centrada en un territorio preciso, comoNueve reinas se centraba en el mundo de los estafadores.
F: ¿Y qué pasa?
Q: Roque es un personaje rico. Si bien arranca con la desventaja de no conocer el sistema, tiene condiciones para hacer carrera en la gran ciudad. Es audaz, seductor con las mujeres y aprende muy rápido: en este caso, aprende cómo funciona el mundo en el que ha decidido ingresar porque se enamora de una militante. La descripción que se hace del universo político es la de un juego interminable de acuerdos y traiciones movido por la ambición personal y, en alguna medida, también por los ideales. Sabiamente, la película no se expide sobre el porcentaje que tiene o debería tener de cada uno de esos ingredientes. Y se apoya en el minué de las negociaciones y las lealtades, de las traiciones y las sorpresas como El padrino utiliza las de la mafia. Como las películas de Trapero, El estudiante tiene el atractivo de llevar al espectador al conocimiento de un mundo verdadero de la mano de un relato ficticio. Y lo hace impecablemente, salvo por dos detalles. Uno son los textos en off dichos por un narrador que podría haber participado en Historias extraordinarias. En algún caso, estos aportan información al relato pero en otros incurren en digresiones amaneradas, como contar que Hipólito Yrigoyen y Lisandro de La Torre se batieron a duelo, lo que perturba la forma narrativa de la película y parece simplemente un homenaje del director al productor, como para que la marca de este se reconozca. El otro problema de la película es un final que incurre en una vuelta de tuerca de más y, hacia el final, crea un suspenso tan innecesario como forzado (algo parecido ocurre con el final de Carancho). Esa es otra diferencia con el impecable desenlace de Sleeping Sickness, que reconoce que todo está dicho y jugado antes de la escena final.
F: Te veo impresionado por la ambición del proyecto pero no me queda claro si es buena o mala.
Q: Creo que es una película sólida, que describe un mundo sobre el que el cine argentino no ha dicho nada y lo poco que había dicho estaba mal. El estudiante no cae en los lugares comunes cualunquistas que concluyen en el desprecio por la política. Los militantes de Mitre tienen debilidades, toman cocaína, son bastante ignorantes, están demasiado entrenados en la liquidación sin piedad de sus rivales y son poco confiables como personas y como políticos. Pero son de carne y hueso y no parecen peores que los médicos, los periodistas y los cineastas. Acaso sean mejores, tan solo porque tienen pasión por lo que hacen.
F: ¿Pero te gustó?
Q: Sí, pero no del todo. Vos sabés que a mí me gusta el cine de autor.
F: Eso es una antigüedad. Nueve reinas, que es un cine industrial, te había encantado en su momento.
Q: Esta está un escalón por debajo. Lo que me parece, para terminar este tema, es que va a causar impacto y temo que sea criticada por razones equivocadas.
F: ¿O sea?
Q: Es la típica película a la que se le va a achacar incorrección política y portación de apellido en esta Argentina tan intolerante en la que vivimos.
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El exorcista ingenuo
por Lucas Rubinich
1.
La película El Estudiante de Santiago Mitre genera, y creo que es interesante que sea así, lecturas confusas en las que intervienen, obvia y fundamentalmente, la propia obra, un singular clima de época tal cómo este se procesa en la sociedad argentina, y también, básicamente, dos tipos ideales de lecturas: a) la deshistorizada, y b) la que en el marco de una época singular y de los desconciertos que este provoca la clasifica como obra de intervención política en dos sentidos antitéticos:
b1) como antipolítica, en tanto su visión del mundo podría ser similar a las actitudes de fines de los noventas en donde se tiraba al chico junto con el agua de la bañera, y
b2) como política productiva, casi por lo mismo, pero evaluada desde otro lugar, porque se pondría al descubierto algo así como que la política también está degradada en los ámbitos que portan banderas trascendentes.
Tomando elementos de estas miradas, las notas que siguen proponen otra perspectiva. Que sostiene que este objeto artístico es, más que ninguna otra cosa, una manera posible, tímida, intuitiva, convencionalmente epocal, de dar cuenta de un fin de época. Más concretamente, la refracción de la manera en que una franja generacional, que se relacionó en su adolescencia y primera juventud con formas cristalizadas de la herencia de radicalización sesenta-setenta. Las mismas acompañaron prácticas absolutamente adaptativas al status quo: es por eso que la película puede funcionar como un objeto que diga algo de un fin de época.
2.
La sinopsis oficial dice que el personaje principal, el estudianteRoque Espinosa, es “un joven del interior que llega a Buenos aires para cursar sus estudios universitarios. No pasa mucho tiempo hasta que se da cuenta de que no está ahí para estudiar. Sin vocación y sin rumbo se dedica a deambular por la facultad, a hacerse amigos, a conocer chicas. Una de ellas, Paula, una profesora adjunta de la facultad, es quien lo introduce en la militancia política. Roque empieza a asistir a las reuniones de su agrupación, a relacionarse con los otros miembros. Conoce a Alberto Acevedo, un viejo político retirado que se dedica a formar cuadros desde su cátedra en la Universidad. Junto a él, Roque aprende los códigos de la política y a manejarse como un dirigente estudiantil, y siente que por fin ha encontrado su vocación, que la política es su Universidad.”
A la sinopsis oficial, que dice bastante sobre la marca de época de la película, hay que agregarle que todo esto ocurre en una referencia que es además escenografía real, como es la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Y que allí se condensan simbologías, prácticas y diversos rituales que remiten a tradiciones de las izquierdas. Además la implicación en la política es la implicación en un mundo en el que contrastan banderas de las tradiciones mencionadas con un personaje despolitizado, sin vocación estudiantil, ocupado en una tarea (descubrimiento al fin de una vocación) que es la pura lucha cruda por la ocupación y mantenimiento de lugares. En el final final, un segundo antes de terminar la película, el estudianteresponde con un no a la posibilidad de integrarse definitivamente a ese mundo.
3.
En el primer tipo ideal de lectura de esta película se atiende al relato de iniciación política, en la que el personaje individualista, despolitizado, de algún modo ingenuo, se integra a unas estructuras políticas en la que los discursos trascendentes son apenas un adorno secundario. Se va delineando su recorrido en ese mundo juvenil y la tensión entre dos caminos de acceso al mundo adulto. La resolución “idealista”, de la opción por el buen camino, se produce en el momento final de la película, en el que el personaje Roque Espinosa responde con un No de vocación romántica deslucida a la oferta de integración adulta al mundo de las estructuras de pura lucha por los lugares de las que había participado hasta ese momento. Cuando se sostiene esta mirada se atiende más, aunque se hace en todos los casos, al logro de haber armado un relato de ficción mediante la utilización de un registro casi documental con escasos recursos: un singular dogma criollo en el que no hay extras y que puede incorporar situaciones de dinamismo vital producto del espacio real transformado en espacio escenográfico. Película creadora de un héroe juvenil protagonista de un relato moral que algún crítico norteamericano nombró como el Anakin Skywalker universitario, y otro al que lo reconoció también como el protagonista de una historia moral, aunque vio en ese final moralista un error dramático.
La hipótesis b), que piensa a la película como un objeto de intervención política en sus dos formas –b1) y b2)- podría condensarse, con riegos reduccionistas, en el primer caso, en grupos militantes de distintas formas de la izquierda y en sectores con vocación política alternativa que observan que la referencia realista del relato de ficción es una facultad politizada con fuerte presencia de tradiciones de izquierda. Y que, en verdad, las formas de política cruda e inmediatista preocupada por mantener y reproducir lugares de poder institucional como un fin en sí mismo, estarían ligadas, en el mundo real, a sectores tradicionales moderados en crisis. Pero esto no es así. Y no es así porque las citas al radicalismo que hacen los personajes adultos de la agrupación no bastarían para despegar a la izquierda como el sujeto principal de la descalificación: banderas, simbología, institución real, presentación de la persona de los militantes, tipo de estudiantes, remiten irremediablemente a tradiciones de izquierda.
La otra mirada surge, la b2), principalmente, de las lentes de la generación mayor que participó de un modo u otro, más o menos secundariamente, del proceso de radicalización de los setentas, y que fue parte, como constructora, reforzadora o acompañante, del discurso de crítica, principalmente a lo que se evalúa como la irracionalidad de las cúpulas dirigentes de las organizaciones guerrilleras. Pueden ser hoy abstractos liberales republicanos, o setentistas simbólicos. Portadores de una crítica al leninismo que también es una crítica al marxismo, actualizan su mirada con lo que consideran los residuos observables de esas tradiciones en los partidos de izquierda realmente existente que participan del sistema electoral y que tienen fuerza militante en el mundo universitario. Estos sectores encuentran satisfacción en hacer una lectura realista de aspectos de esta ficción, que da cuenta de un espacio en donde persisten de algún modo, con deterioros y bajo otras formas, elementos de una tradición que entienden tuvo su gloria y que en el mejor de los casos, en el presente, ellos contemplan sólo como objeto de glorificación. Y encuentran efectivamente allí retóricas que confirman ese sentido común, que refieren a hechos o a textos queridos, banalizados por seres degradados implicados en su sobrevivencia personal. Hay también en el relato de la película una militancia universitaria compatible con el diseño que hace ese sentido común de ex izquierdista de la generación mayor: patéticos, dogmáticos, agresivos que interrumpen una clase e insultan al profesor. Y para coronar el prejuicio, un personaje principal que nunca estudia y que reafirma el sentido común machista: el ignorante cultural e inteligente pragmático personaje principal tiene éxito con tontas mujeres militantes y con mayor formación académica. Los machistas de distintos géneros de esa generación mayor, pueden corroborar que la debilidad de la izquierda alcanza a las militantes mujeres, tontas seducidas por la pura iniciativa inculta.
4.
Sin embargo, más allá de estos cruces de posiciones circunstanciales, si hay algo que dice esta película y por lo cual probablemente será recordada, además de por su manejo dinámico e inteligente del registro documental para la ficción, es por expresar la manera en que una generación de hijos de militantes setentistas convencionalizados desde los ochentas para acá, salda cuentas con un pasado retórico; pone a ese pasado retórico en su lugar; decreta un fin de época. Y lo hace con una historia simple, muy a tono estéticamente con relatos claros que habilitan a que el director sea mencionado como el Aaron Sorkin criollo, refiriendo al director y productor de la serie “Al oeste de la casa Blanca”. Una historia muy a tono también con un clima cultural que da cuenta de la imposibilidad de sostener discursos trascendentes, ante la transparencia cruda del presente. Por eso ese final, que efectivamente puede ser evaluado como un error dramático, es también expresión de una época. Se le pone la tapa a una historia, sin fanfarria y sin bandera. Con la mochila anterior en el cuerpo y con apenas pocos elementos más, se iniciaría un nuevo camino: absolutamente incierto. Una chicana de espectador activo y “psicoprogre”, se permitiría hipotetizar sobre la posibilidad de que, luego de un par de meses dando vueltas, Roque Espinosa pueda volver a esa misma oficina en la que dijo no, a decir sí. Pensando que al fin y al cabo es un adulto, que contraerá matrimonio, deberá establecerse, y que eso que estuvo haciendo hasta decir no (su iniciación al fin y al cabo), es lo que mejor sabe hacer y que seguramente conociendo el paño como lo conoce, él puede mejorar algunas cosas.
El director es de una franja generacional que vio no solo la pérdida total de autonomía de la política frente al poder financiero internacional, sino que además escuchó de cerca como se la justificaba y se la requería desde espacios que portaban retóricas ligadas a ciertos momentos de la radicalización sesenta-setenta. Y además cómo esos espacios desempeñaban un papel activo en ello. El vicepresidente de la nación del presidente De La Rua, Carlos Alvarez, de una agrupación de centro izquierda, es quien llama (como en la actualidad los socialistas griegos) al tecnócrata funcionario del poder financiero internacional Domingo Cavallo para encaminar el gobierno. Seguramente, para la sensibilidad generacional a la que pertenece el director, sin dramatismos, entendiendo que “así es la vida”, estos desacomodamientos entre el dicho y los hechos, corroboran que esas retóricas son como los relatos de los abuelos sobre su paso por el servicio militar: nostalgias simpáticas sobre algo que pasó. Su persistencia con pretensiones de integrarse al presente es, sin lugar a dudas percibida como extemporánea, como puras retóricas patéticas que ocultan lo que todos saben: la política es así. Y la forma de decirlo con más fuerza es ambientar la historia en los lugares en los que la persistencia es más densa simbólicamente: donde se agrupan las banderas, los íconos y los rituales de referencias a esos momentos de grandes cambios trascendentes que irremediablemente ya no están.
Quizás no es con el mundo de las izquierdas realmente existentes en el presente, contra las que este objeto artístico se pelea, no es tampoco contra la militancia real de la facultad de sociales. No lo es, directamente al menos, porque quizás la pelea más fuerte es contra esos elementos presentes en la centroizquierda que también generaron, desde el gobierno, los acontecimientos de 2001. Porque allí es verdaderamente donde se observa el mayor desacomodamiento. Es el símbolo nacional de la incongruencia como puede ser en Europa la experiencia de los partidos socialdemócratas. Es, entonces, una película con fuertes gestos antipolíticos, pero a modo de exorcismo ingenuo y tranquilo, porque en ella se aglutinan para ser rechazadas -como expresión de un olfato de época no politizado- todas las formas de la política real portadoras de alguna retórica alternativa, con sus trechos entre dichos y hechos, de la que la sensibilidad de una franja generacional desea escaparse. En verdad, sin saber hacia adónde, pronunciando un “no” que no es heroico, es apenas un tímido “no”, que podrá construir herramientas de sustento en el camino o, en todo caso, de no existir colectivos sociales politizados en ese camino, transformarse en un “sí” tranquilo que acomode la biografía personal al mundo dado.
(La versión impresa de esta nota se puede leer en la revista El Panfleto que se consigue en las dos sedes de FSOC)