Hay relatos torpes que buscan forzar experiencias. Múltiples interpretaciones, la máquina de la opinión, la política, el ruido, la academia. Algunos escriben solamente para calmarse por no haber estado, otras para parecer comprometidas, muchos para apropiarse de algo vital que no nos pertenece.
Se inventan diciembres, se flashea lo se que puede, siempre se busca monetizar algo de alguna manera. Las que estuvieron, los que no pero quieren contarlo, los troskos corridos a piedrazos, los sindicalistas estatales que cuando se pica hablan de no entrar en provocaciones, las investigadoras del Conicet que de todo opinan, los gedes que sueñan con saqueos, los gatos del plan. El 2001 no pasó, nos pasó, es mentira, sigue pasando.
De la carestía y desobediencia a la abundancia y obediencia. Apps, pasta base, planes, cuotas, pastillas. Un largo proceso, un instante, la vida entera, 20 años, una astilla. Un tránsito poco sutil del estallido redentor a lo posible cercano, de CABA a Merlo, de las asambleas a tener jefa, de la calle a los contratos, de no hacer caso a no hacerle el juego a la derecha. De lo plebeyo a delegar el estado de ánimo. El estallido sigue, explota todo los días, no necesita ser contado, narrado, explicado. Nosotros cambiamos mucho, el 2001 siguen en la calle. Todo recuerdo es traición.