El escritor de mundo versus el intelectual // Luchino Sivori

“¡Maldición, estamos rodeados! Así es imposible leer, hay que saber demasiadas cosas, hay que amueblar la mente de bidets teóricos, hay que ser experto en demasiadas chorradas“.

Juan Marsé.

 

Tendríamos que volver a empezar

aprender de nuevo el abecé”.

Ana María Moix.

Leo un comentario negativo sobre escribir desde la literatura. Con ella, para ella. Leo luego, en otro lugar, que en contraposición se enaltece y valora más la escritura “desde y con el mundo”, es decir, a través de él y su experiencia. A la segunda la denominan genuina, real, afectiva. A la otra, por el contrario, se la acusa de ser pretenciosa, algo gélida, intelectual. 

Me pregunto si este antagonismo no es algo forzado, un tanto exagerado. ¿La meta-escritura acaso no persiste entre los sentimientos cuando estos nos dicen qué escribir? 

El lenguaje de los sentidos, de las emociones, es quizás otra jerga particular, con su glosario específico, con su propio vocabulario. Los términos “afectos”, “cuerpo”, conviven demasiado a menudo con las sinestesias de la fraseología íntima, con la metáfora y la metonimia poéticas, con las imágenes intensas de lo presuntamente concreto. 

La situación y la escena por sobre la difuminación de lo abstracto “mental”, la descripción en lugar de la narración. 

 

¿Qué busca este metalenguaje de la no-ficción pequeña burguesa, del no-ensayo del Realismo del siglo XIX, del no-texto expositivo de la filosofía occidental? 

¿En busca de qué persiste en declararse autónoma, real, genuina, y sobre todo, efectista?

 

Paradójicamente, si miramos en la Historia de la escritura vemos que esta dualidad tomó lugar en un tipo de texto muy particular: los escritos y la liturgia religiosa. Los manuscritos judeo cristianos supieron precisamente fusionar ambas sensibilidades, la “del mundo” con la textual, zigzagueando entre el cuerpo y la mente, y viceversa. Vemos que utilizaban términos vinculados al sentir con el fin de persuadirnos, imágenes de escenas concretas que metafóricamente transmitían valores específicos… la Ontología del Ser, mediante retratos y fábulas cotidianas: la alegoría.

La escisión o alejamiento de esa escritura (y su forma de lectura simbólica, no literal) se fue perdiendo con la Modernidad, llegando a su punto más álgido a finales del siglo XX, cuando la Postmodernidad copó el Mercado de la cultura y la literatura de la literatura se hizo troncal.

Como reacción, surge esta contraposición contemporánea mencionada al principio. El escritor “del mundo” frente aquel de los inter-textos. Una suerte de revival de aquello que los antiguos ya habían sabido codificar, aunque con fines y medios diferentes.

Una nueva literatura reactiva se apodera, pues, de nuestras lecturas, y vuelve a ocupar espacios dentro de un lenguaje contemporáneo que ya no se sostiene por sí solo. Un intento de desmarcarse (por necesidad, por urgencia, por hastío) del abecedario metalingüístico de la literatura comparada, por momentos algo demasiada ensimismada. Y lo hace volviendo a lo conocido, es decir, a los primeros textos, que curiosamente regresan queriéndose olvidar a sí mismos, siendo mientras dejan de ser.





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