El fútbol, como la pintura del Renacimiento, la música barroca o las estatuillas de las misiones jesuíticas, sigue manteniendo una ilusión de arte autónomo a pesar de los poderes que lo ciñen. Las grandes fuerzas económicas y las dinastías empresariales que lo han convertido en un soporte comunicacional y publicitario saben que permanece (y desean que permanezca) el misterio de su trazo esbelto y de su contrapunto burlón. ¿Pero el homo ludens del fútbol no tendrá sus deidades del derroche anuladas por la lógica económica?
El fútbol es el cuerpo del malabarista buscando la perfección de su dúctil bravata. En el alma recóndita de la gambeta se refugia el atávico culto popular al ridículo que hiere al adversario. Porque el fútbol es el más socarrón y dilapidador de los deportes. Por eso, muchos se preguntan si su disciplinamiento por el ágora de capitalismo de las imágenes, por los dioses oportunistas del exitismo y por el lenguaje de los mercaderes no matará el carácter dispendioso de su don. Es un don hecho de la ironía del cuerpo y del dulce rencor del amague.
La “pisada de Riquelme”, enigma y ofrenda ritual del fútbol, puede ser revelación y encubrimiento. Los multitudinarios festejos boquenses, que se recortan sobre las indigencias de un país ensombrecido, pueden ser la sarcástica sustitución que produce el fútbol de los verídicos sufrimientos sociales.
Pero en el primer caso, se puede decir que el fútbol tiene su propio oficio de juglaría. El juglar del fútbol ya sabe que debe mantener sus fintas entre su empaque refinado y su precio de mercado. El candor de Riquelme está troquelado sobre la saga artística y plebeya de Maradona, pero recuerda mitos de callada timidez interiorana. Esa inocencia no nos deja olvidar que “no se saluda con Macri”. Imperturbables diferencias económicas con el hombre que algunos piensan que puede presidir un país. La modestia del héroe recorta astutamente su gracia sobre poderes encumbrados, entre traficantes y capitalistas del arabesco futbolero. De algún modo, Maradona, estridente y caído, exitoso y golpeado, ilimitado en su necedad y lúcido en su penuria, es la mezcla delirante que todo jugador admira y a la vez quiere evitar.
Y en el segundo caso: ¿puede un triunfo de Boca frente al Real Madrid resarcir de la pérdida de YPF o volverles la dignidad a los pueblos desmantelados del interior abandonados por la nueva petrolera española? ¿Ver el rostro digno y serenamente apenado de Figo conjura el padecimiento de los desocupados de Cutral-Có? El fútbol puede demostrar el poder del ángel de las tempestades, que aparece sobre nuestras ciudades destempladas con horario matutino y en día laboral, cambiando las tardes extenuadas del domingo por una irreal cancha de Tokio. Pero nunca deja de atravesar la historia con sus pasiones ilusas, y nunca deja de parecerse a la máscara que anuncia la muerte de la ilusión.
Página/12, 2002.