El empobrecimiento es enriquecimiento de quienes gobiernan // Agustín J. Valle

Están los que votan. Están los que ocupan cargos de gobierno. Y están los sujetos sociales que gobiernan, no es tan difícil reconocerlos: son los que festejan porque sucede lo que ellos quieren. Felices hoy en medio del dolor general. Algunos gobiernan desde acá, otros desde Punta, otros de Nueva York, etc.

 

Y pensar que los dueños de la tierra le hicieron un tractorazo al gobierno pasado antes de que asumiera… Ahora están ensalivados gozando de antemano la represión.

 

Modelo agroexportador (industricida) y con las elites del primer mundo llevándose bien barato todo lo mejor de esta tierra; muchos pobres muy pobres y pocos ricos muy ricos: qué viejo resulta lo nuevo. Hay mucha novedad por pensar y entender, sí: en los modos y las lógicas subjetivas que acompañan esta intensificación regresiva de la degradación y la entrega que, vamos, ya venían rigiendo.

 

Una tragedia: Los deseos igualitaristas y democratizantes quedaron en una posición conservadora, hecha de miedo (tanto miedo que de besar sapos pasamos a tragarlos, como escuché a María Cisneros); y las pasiones más adherentes al orden establecido -el del capital-, quedaron con actitud de izquierda, formalmente rebeldes. «Que cambien cosas para que nada cambie». Milei encarna esa paradójica rebeldía de la obediencia: desacatado contra poderes menores y medios, idolatra en cambio, genuflexo, al poder mayor: lo opuesto a un anarquista, como me observó Joaquín Alfieri.

Y su odio a los zurdos, odio de bulldog castrado, de león sumiso que a las elites les surgió tras el fracaso de su gato, es el típico odio del «culo domado a bastonazos» cuya adoración por el poder tiene como fondo la propia humillación de la obediencia, hacia los que osan cuestionar el lugar de poder naturalizado del poder mayor. Los que no hacen caso tocan la íntima llaga de su obediencia nuclear.

 

Pero algo nos enseña este gato matón: Es mejor tener odio que solo depresión.

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