El Diego por la culata // Agustín Valle

Un grande Adorni: hombre entregado al show. No le importa exhibir al desnudo su reactividad pura, reactivo contra algo que por naturaleza es previo; reaccionario contra algo que, se ve, se le metió en algún momento adentro. No le importa que nadie lo quiera. Se entrega por completo al espectáculo, se inmola por el show. El circo es cruel, claro. Pero dado lo cruel, podemos al menos saborear el circo. Una buena chupada de circo; la llamada derechización como refrito del orden: el mismo orden -el orden del capital-, pero excacerbado. Purificado. Con el Presidente como la voz misma del capital. El vocero presidencial es la voz del cinismo, y el Presidente es el vocero del capital. Cuerpo-medium de la racionalidad pura del capital: su deseo univalente, su furia, su desprecio a los cuerpos que le estorban, sus cálculos y leyes déspotas; su obviedad, su artificiosidad. Si el capital hablara, hablaría como él.

Pero el capital, para organizar una sociedad en que reproducirse, necesita adaptarse, negociar, aceptar algunas condiciones; de allí su sistema político. El capitalismo, como sistema social, supo organizar y contener la tensión entre capital y trabajo vivo. Milei quiere disolverla, en el mando puro del capital. Un idealista. Él está a la derecha del capitalismo, es decir, más a la derecha que que capitalismo en cuanto sistema de reproducción social (así como Cristina, decían sus soldados, estaba a la izquierda de la sociedad…). Un tipo específico de delirio: delirio por purismo de la razón dominante. Como un purista de la Gravedad querría que todo esté aplastado contra el piso. Porque ya vivimos regidos por la Ley del Valor, la razón de ganancia privada, del Negocio: pero para Milei, tiene que ser la única regulación de todo intercambio social, de toda producción humana. Individuos e intereses privados, punto. El capital como regulador único: verdadero nombre del Ministerio de desregulación. No se desregula, se entrega todo a las reglas del capital. El capital, ficción primordial de la sociedad, pasó de mineral brillante a volátiles papelitos de colores, hasta puros numeritos en pantalla, tiqui tiqui.

Lejos de ser una cosa monetaria nomás, el capital es el principal operador político de nuestra sociedad. Organiza masivamente las relaciones de mando, la distribución de derechos y recursos. Qué puede y qué le toca a cada quién, quién manda y puede maltratar a quién, y un extenso etcétera, que, por supuesto, incluye también a los bienes naturales (la montaña, el mar, la herida tierra). Su regimen es un delirio: produce personas con más recursos que países enteros, produce gente con derecho a servirse del trabajo de miles y miles de otros… Pero este delirio naturaliza tanto sus dispositivos (así como su obra mayor, la abismal desigualdad), que llega a concebir prescindible al trabajo vivo, en la fantasía de que la plata haga plata. Poner la plata a laburar. El capital aumentándose sin más, límpidamente: la ficción del capital sin fricción con lo real.

Sintomáticamente, la voz del capital manda a laburar vidas díscolas como forma punitoria, y el capital mismo dice ser el que trabaja, el que produce. Ese delirio financiero pretende una inflación permanente de la vida: que se infle la guita, que se infle el éxito, que se infle…Instala un estado de medición permanente del valor (cómo están mis apuestas, cómo están las vistas de mi video…). Regimen de ansiedad, euforia maníaca y depresión (que propicia, por cierto, otro tipo de pala). La hiper-inflación delirante -del capital, del viralizarse aspiracional, etc- es contracara del terror a la desexistencia.

A lo que desmiente el absolutismo, a lo que actúa con reglas distintas, lo odian. A las existencias que muestran otros motivos. Y ni hablar si motivan a otres… Lo que no es efecto y útil al Negocio, lo que no se pliega al Negocio como sentido único (ascetismo del capital), es hereje, contrario a la verdad: solo es realmente verdadero de toda verdad lo legitimado por el capital. Lo demás existe, pero con un grado de existencia de segunda clase, es menos real. Como si lo que no tuviera sentido capitalista existiera por la ilusión o ficción de quienes lo sostienen, tolerado por la condescendencia del orden real, que en realidad, si las clavijas se aprietan, es la única verdad…

Así se logran las inversiones espectaculares donde “lo de antes era una ficción, no era real, vivíamos demasiado bien, de regalo”, o “le hicieron creer al empleado que podía viajar en avión”: en cambio, los miles de millones de dólares, y la profusión de lujos obscenos que solo existen porque existe semejante concentración de riqueza, eso sí es real… La existencia que se afirma no sometida, debe ser borrada de la faz de la tierra. Como Diego Armando Maradona, su orgullo, su desobediencia, su encare. Su instinto de pelear contra los más fuertes. Diego de esta tierra, mayor ícono de la cultura popular argentina, mostró hoy ser nombre proscripto para los voceros del orden real capitalista. Lo odian como a nadie; es la mejor sustancia reactiva: siempre hace saltar a la derecha. Lo odian porque existe sin capital. Era un nadie y es el más amado, el más valorado. ¿Quién va a llorar a un Adorni, a un Milei, a un Macri, cuando mueran?

Pero no es nada obvio en qué consiste “ser zurdo”. Está visto que pueden enarbolarse discursos de filiación izquierdista mientras se sostienen prácticas de derecha, como la competencia con los semejantes, la aspiración al mando, el vínculo instrumental o utilitario con los demás, el ninguneo a quienes no detentan poder, etc. Está la citada idea deleuziana según la cual ser de izquierda es “desear el acontecimiento”. Pero una dosis de actitud izquierdista se encauzó en la reaccionaria opción electoral, un ya fue, que termine de romperse todo, un deseo destituyente, aunque mediatizado. Los mileinials querían acontecimiento, aunque sea contenido dentro de las relgas regentes -un acontecimiento con fondo obediente-. Quizá ser zurdo sea desafiar a los más poderosos, a los más ricos. Situar en la riqueza, en su regimen de concentración, la causa de la pobreza. Quizá ser zurdo sea sostener prácticas y sentidos disidentes a la obviedad del Negocio. En cualquier caso, con tanto agite contra los zurdos, ¿no les podrá salir en algún momento el tiro por la culata? De tanto poner sobre la mesa el significante -así como el “heroísmo” de los magnates-, ¿no pueden reabrir discusiones sobre la legitimidad de la renta infinita, y dejar términos disponibles como elementos flotantes, zurdos, con potencial afirmativo cuando cambie la marea?

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