El deseo redimido: una ética de la escucha // Florencia Abadi

Desde Marx en adelante, todo diagnóstico del capitalismo lleva en su seno la pretensión de un pronóstico. Pero el núcleo del mordaz diagnóstico de Constanza Michelson reside precisamente en que ese gesto de la tradición crítica se transforma en enemigo: se trata aquí, precisamente, de aceptar la radical indeterminación de la prognosis como el más genuino legado del psicoanálisis freudiano. El deseo inconsciente es indeterminado: no hay leyes del deseo ni tampoco de la historia, el sujeto es el error de cálculo, lo roto, la opacidad. “Al escribir esto aún hay demasiado humo, simulacros políticos, lacrimógenas, balas y fascinación con el fuego para ver lo que viene”. Análisis enfáticamente fechado y situado (2019, Chile), se trata justamente de soportar lo contingente, lo arbitrario, lo abierto, contra toda demanda del “yo capitalista” de clausurar un sentido y tener razón.

El capitalismo del yo es una renegación del carácter dividido del sujeto, y con ello del deseo como nombre de esa fractura. Por eso el erotismo peligra y el suicidio acecha. Michelson corre el velo: no es cierto que creamos en el inconsciente; el psicoanálisis puede haber llegado a la televisión, pero lejos estamos de haber escuchado su advertencia. Se trata del deseo como lo impropio del sujeto, lo que no dice yo. La voluntad de deconstrucción, a modo de “creacionismo laico” que hace declaraciones, “soy de izquierda”, “soy feminista”, etc., esconde una “ansiedad cartesiana” mortífera: las ironías aquí no cesan, y son más que una cuestión de forma, porque así como nos dice que el yo representa lo literal, el carácter alusivo del humor es condición del erotismo. El rechazo del deseo presenta hoy dos caras: rechazo de lo contingente y rechazo de la contradicción. “No tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso”, dice el futbolista chileno Carlos Caszely, y su fallido permite respirar en la guerra del debate vacío y loco de la razón deserotizada.

La política es en este libro otro nombre para el deseo, el que revela su carácter colectivo, los modos en que este se teje en un mundo compartido: amor y revolución se anudan. La revuelta es el modo en que, sugiere, la lógica femenina del acontecimiento se hace lugar en las luchas sociales del siglo XXI; impredecible, el estallido social puede ser una suerte de pasaje al acto, pero sabemos que solo los cadáveres están exentos del acting. Es la ansiedad del yo capitalista la que demanda con insistencia que el feminismo “concrete sus peticiones, que clausure de una vez lo que se abrió sin límite”. Se exigen leyes y códigos claros, se quiere saber qué hacer en cada caso, no se tolera la indeterminación. En este contexto, Michelson deslinda conceptos clave, como por ejemplo patriarcado y machismo: sin figura paterna, lo que cae hoy es el lugar de la protección pero no el de la potencia. “No todo el machismo está incluido en el patriarcado”: las violencias pospatriarcales poseen rasgos aún más aterradores que las patriarcales, exhiben la violencia hacia la mujer que la norma del patriarcado exigía ocultar, y hacen de esta algo más crudo y obsceno. De ahí la situación en que se hallan “las niñas que cuelgan del patriarcado” en contextos de fragilidad radical. La prostitución y sus dilemas actuales son bajo esta lupa objeto de un análisis agudo, que indica que puta es una acusación que no exime a ninguna –“todas somos, de algún modo, putas impagas en el capitalismo” –, pero además una figura de la que no tiene padre. Así, politizar el malestar puede ser, nos dice, cambiar puta por resentida. Porque no hay liberación sexual de la mano de un neoliberalismo que no toca el poder y las clases, sino más bien culos gratis. Lejos de la girl power que sigue la lógica fálica, la emancipación viene acá de una concepción de lo femenino como lógica no binaria respecto de lo masculino.

Vivir la contradicción y hacerlo con conflicto es el camino que abre este libro para la política, el feminismo y el sujeto. Solo desde la incoherencia emerge la singularidad que se opone al espejismo individualista. Esa singularidad no puede ser acogida por ninguna teoría ni terapia que no posea en su centro la escucha, expresión de la apertura a lo diferente, a cambiar de opinión, a dejar de ser yo. El psicoanálisis deviene entonces una ética de la escucha, un aviso de incendio que no funcionó pero que aún reclama redención. Desde ahí se escribe este elogio del rodeo y del desvío que va directamente a las heridas de nuestro tiempo. Un ejercicio de parresía que asume los registros más poéticos y los más plebeyos, los más filosóficos y los periodísticos y autobiográficos, para mirar de frente la ambigüedad que el presente no tolera. Lejos de una nueva necrológica que vendría a anunciar, esta vez, la “muerte del deseo”, Michelson ofrece un análisis lúcido y atrapante hasta lo adictivo que permite percibir entre las cenizas lo que aún arde.

 

* Reseña de El capitalismo del yo. Ciudades sin deseo, de Constanza Michelson, Editorial Paidós.

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