Tal vez debido a aquello que David Lapoujade, siguiendo la huella de Deleuze y sobre todo de Beckett, definió de la manera más coloquial y lapidaria posible: se trata de un cuerpo qui n´en peut plus, que no aguanta más. Somos como personajes de Beckett, para quienes ya es difícil andar en bicicleta, luego, caminar, luego, simplemente arrastrase, y por último, tan siquiera permanecer sentado […] Incluso en las situaciones más elementales, que exigen cada vez menos esfuerzo, el cuerpo no aguanta más. Todo ocurre como si no pudiese actuar más, no pudiese responder más, el cuerpo es aquel que no aguanta más”
Pero, pregunta el autor, ¿qué es lo que el cuerpo no aguanta más? No aguanta todo aquello que lo coacciona, por fuera y por dentro. La coacción exterior del cuerpo, desde tiempos inmemoriales, fue descripta por Nietzsche en páginas admirables de La Genealogía de la moral, es el “civilizatorio” adiestramiento progresivo del animalhombre, a hierro y fuego, que resultó en la forma-hombre que conocemos. En el camino de Nietzsche, Foucault describió el modelado del cuerpo moderno, su docilización por medio de las tecnologías disciplinarias, que desde la revolución industrial optimizaron las fuerzas del hombre; y tenemos algunos ecos de esto en Kafka también. Pues bien, lo que el cuerpo no aguanta más son precisamente el adiestramiento y la disciplina. Junto a esto, tampoco aguanta más el sistema de martirio y narcosis que el cristianismo primero, y la medicina luego, elaboraron para lidiar con el dolor, uno en la secuencia y tras el rastro del otro: culpabilización y patologización del sufrimiento, insensibilización y negación del cuerpo.
Frente a esto, sería necesario retomar el cuerpo en aquello que le es más propio: su dolor en el encuentro con la exterioridad, su condición de cuerpo afectado por las fuerzas del mundo. Como lo señala Barbara Stiegler en un notable estudio sobre Nietzsche, para éste todo sujeto vivo es primeramente un sujeto afectado, un cuerpo que sufre sus afecciones, sus encuentros, la alteridad que lo alcanza, la multitud de estímulos y excitaciones, que cabe a él seleccionar, evitar, escoger, acoger…
Para continuar siendo afectado, más y mejor, el sujeto afectado necesita estar atento a las excitaciones que lo afectan, y filtrarlas, rechazando aquellas que lo amenazan demasiado. La aptitud de un ser vivo para permanecer abierto a las afecciones y a la alteridad, a lo extranjero, depende también de su capacidad para evitar la violencia que lo destruiría de un solo golpe. En esta línea, insiste también Deleuze: un cuerpo no cesa de ser sometido a los encuentros, con la luz, el oxígeno, los alimentos, los sonidos y las palabras cortantes; un cuerpo es primeramente encuentro con otros cuerpos. Pero, ¿cómo podría un cuerpo protegerse de las heridas grandes y acoger así las heridas más sutiles, o como dice Nietzsche en Ecce Homo, hacer uso de la “autodefensa” para mantener las “manos abiertas”? ¿Cómo hace para tener la fuerza de estar a la altura de su debilidad, en vez de permanecer en la debilidad de cultivar sólo la fuerza? Así define Lapoujade esta paradoja: “¿Cómo estar a la altura del protoplasma o del embrión, estar a la altura de su debilidad, en vez de pasar de largo frente a él por causa del propio endurecimiento voluntarista…?” es de esta impotencia que extrae ahora una potencia superior, liberada de la forma, del acto, del agente, incluso de la “postura”…
filosofía de la deserción
Nihilismo, locura y comunidad
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