Lobo Suelto! no acompaña la hipócrita catarsis social en torno a la corrupción. No llama a los jueces para que “laven” el sistema político, ni le interesan los desesperados abrazadores de valijas repletas de divisas, a los que sólo se repudia cuando el espectáculo mediático los sorprende in fraganti, como si no fueran desde siempre parte del establishment, pobres hombres que exhiben la tristeza de un medio y de una época.
Lobo no se solaza junto con los panzallena que esperan que tanta perplejidad e indignación de por terminado todo diferendo político, creyendo poder imponer bajo la idea de un “mani pulite” que aquello que no es libertad de empresa sólo puede ser mundo criminal, como si hubiese un crimen más sistemático que el empresarial. Como si el estado fuese tan otra cosa.
Lobo no está dispuesto a participar del luto y del lamento por el kirchnerismo perdido, porque lo que no se critica en tiempo y forma, cuando es posible aún orientar el rumbo de las cosas, se convierte luego en retórica podrida.
El silencio en medio de esta penosa catarsis, esta consagración de la mentira colectiva, no supone una apuesta a la mudez. Se renuncia a la palabra sólo porque se busca aún el grito que –contenido, como todo lo auténtico- aun no llega. Grito, es decir, conversión del espanto en alivio. Frente al sistema de lo banal.
El sueño de Lobo es sencillo: un pueblo que no pierde el coraje de gritar.