El contagio de un contra-terror // Raymi Guggiari

Sobre Entrenar La Fiesta en el Conti, en el Festival Futuros

Fuente: ORGIE
El sábado 29/9 se realizó la décima edición de Entrenar La Fiesta, de ORGIE, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (en el Espacio Memoria y Derechos Humanos Ex ESMA), en el marco del Festival Futuros. No era la primera vez que ORGIE hacía una actividad en esa sala (habíamos hecho funciones de Diarios del Odio, inaugurando el Ciclo de Teatro y Política en agosto de 2017) y ciertamente no era la primera vez que hacíamos Entrenar La Fiesta, pero en esta ocasión se juntaron algunas circunstancias que me llevaron a pensar algunas cosas que quisiera compartir. Una cuestión no menor a los fines de mi reflexión fueron las condiciones de mi expectación: debido a un esguince de rodilla no me fue posible participar de la experiencia física de moverme con la masa de cuerpos. Mi lugar fue el del espectador. Se ha dicho mucho sobre el espectador (Grotowski, Rancière, etc.), y muchas ideas al respecto me pasaban por la cabeza cuando me (re)descubría en ese rol. Aprecié fundamentalmente el aspecto paradojal de estar y no estar: una fuerza de atracción y una de separación convivían en una intersección que se hacía por momentos tan gozosa como insoportable (¿cómo no querer estar yo ahí también con ellxs?). No era yo el único espectador. Por primera vez, y esta es sí, la primera característica novedosa de esta experiencia ELF en particular, fue la presencia de un “público”: gente que miraba sin bailar, pero también, a su modo, gozando de ver. No es poca cosa el goce de ver y ELF es también una performance, un hecho escénico (¿por qué no?, ¿o tal vez ésta más que otras veces?). La cantidad de gente fue la segunda particularidad, mucho mayor que en las anteriores ediciones. Gente nueva, que no había venido antes, que incluso venía sin saber a qué venía, que estaba haciendo otra cosa en el Conti, “escuchó música y entró”, como de hecho, confesó incrédulo de sí, unx participante en la charla final. La cantidad de gente hacía difícil distinguir el origen de las radiaciones. En un momento, un compañero nuestro, que coordina el entrenamiento de la primera parte de ELF, dando instrucciones desde la masa con un micrófono inalámbrico, se pierde en el conjunto, lo pierdo de vista y no lo distingo. Cuando lo reencuentro con la mirada descubro que ahí había estado hace unos segundos, pero no lo había notado. Al rato se pierde otra vez. Nunca había pasado porque nunca somos tantos. Ahora ocurre esto, que es muy curioso. Algunos no lo conocen, pienso. Algunos creen que la voz tal vez viene de arriba, desde la cabina o vaya a saber dónde. Nadie, más que unos pocos, que van cambiando, saben dónde está, en cada momento. No se sabe de dónde viene la voz y su origen es irrelevante. Sólo importan sus efectos, su contagio. Antes de seguir, digamos algo sobre lo que es ELF. Algo simple: ¿qué propone ELF? Se vio con mucha claridad desde afuera, con más claridad incluso de lo que suelo verlo desde adentro. Por una parte, un procedimiento (o una lógica procedimental desde la que se disparan muchos procedimientos): mutar la fiesta, sus modos de estar, alterarlos, desarreglarlos, estropearlos como los ludditas, desnormalizarlos, eso queremos. Por otra parte: un efecto (instantáneo más no por eso menos trabajado, político, colectivo): el contagio. Imposible no sentirlo. Yo, que no podía entrar debido a mi rodilla, me sentía como el sediento que frente al manantial no puede acercarse. Adictivo. Contagio subcutáneo, subcortical, límbico, afectivo, sensible, con algo de incomprensible y de incomprensiblemente poderoso. Finalmente: un acto, un riesgo, una performance: hablemos. Hablemos de lo que acaba de pasar (y a su vez: hablemos de todo lo otro, hablemos ahora eso que generalmente callamos, hablemos de todo lo cesó de pasar). ELF termina con una charla final, que considero el punto nodal de la experiencia, donde reside el grueso de su politicidad: y ahora, hagámonos cargo, y ahora, hablemos, y ahora el lenguaje: pero no “y ahora regresemos a esa individualidad tal como estaba”, sino: “ahora que hable este cuerpo enfiestado, embrigado, a ver qué dice”. Que se hable como cantando, como si no importara el saber, que baile la palabra ahora, es decir, que se despliegue el pensamiento. Un intento por liberar la palabra de ese “yo” que siempre sabe qué decir. Un ejercicio de pensamiento-poético, pero nada fácil: no es más sencillo que hacer cincuenta abdominales. Es entrenamiento. Y en la palabra brotan las tensiones, incomodidades, incluso las que no se saben nombrar. Se manifiestan las fuerzas de afuera, como si las hubiéramos dejado entrar: aquellas con las que aún no terminamos de lidiar, que nos oprimen, y sujetan en lugares en los que no queremos estar. Esos lugares a los que bien nos gustaría llevar la fiesta, pero a veces no podemos, no podemos del todo, no sabemos cómo. Ejercitamos un pensamiento creativo sobre estrategias posibles para enfiestar el mundo. No importa lo que digamos, importa el acto de enunciación, importa escuchar, hacernos cargo de que el otro no es sólo ese pedazo de materia preindividual que alimentaba hasta hace un rato la gran y preciosa masa de cuerpos que yo también era; sino que ahora es un sujeto individuado, separado de mí, que no sé lo que está diciendo: pero que puedo odiar o puedo hermanarme con él; que puedo no soportar o puedo empatizar con su dolor, incluso con su incapacidad de nombrar su dolor (¿o es que acaso creo yo que soy tan capaz de nombrar el mío?).
 
Esta vez fue en el Conti. ¿Qué tendrá que ver esto con el Conti? ¿De dónde viene mi sensación de que esto es pertinente, necesario, acá? Me propuse como juego definir, a partir de lo que veía, ese terror del cual este museo de la memoria quiere defendernos. Ese terror del que necesitamos memoria. ¿Y si ese terror no es solamente el terror del asesinato y el genocidio organizado? ¿Y si ese terror hoy lo llevo también conmigo en otras formas? ¿Por qué ORGIE hace esto? ¿Por qué decimos que ELF es político? También hay un terror que nos acompaña pero que ahora cargamos plácidamente. Las huellas del terror físico de destrucción que las dictaduras de Latinoamérica imprimieron en la memoria y afectividad colectivas es también en parte una de las causas de ese hecho histórico que es el neoliberalismo de las almas, el individualismo mercantil 2.0. y sus productos. No son dos hechos aislados, separados: Entrenar La Fiesta / Un museo de la memoria. Hay una operación de montaje. ORGIE hace ELF en el Conti y me parece ver un ritual de exorcismo transhistórico. ¿Qué pasa con el terror con el que garchamos o tenemos amigos, o ideas?, ¿el terror con el que amamos y nos dejamos -o no- amar? No digamos del terror de perder el trabajo, que es conocido, palpable y del que se dice mucho, ¿qué pasa con el terror con el que hacemos eso que incluso decimos disfrutar? Ese terror, ¿creemos que no tiene nada que ver con todos los demás terrores sembrados en la memoria de la historia de los pueblos, de nuestra historia? Imposible. Entrenar La Fiesta sólo propone una cosa muy sencilla: mutar la fiesta. A ver qué puede pasar si lo logramos.

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