Como enseñó Michel Foucault hace ya más de cuatro décadas, la expresión «capital humano» -propuesta por Milei para organizar un super ministerio- surge del neoliberalismo norteamericano (Escuela de Chicago), como estrategia para extender al dominio laboral las técnica del cálculo económico. Ahí donde Marx había demostrado que el salario solo reconoce del trabajo los elementos abstractos de la fuerza y el tiempo, haciendo de él una mercancía que oculta (y expropia) el valor que produce, los neoliberales norteamericanos introducen una “mutación epistemológica”, sustituyendo el análisis del proceso productivo por “decisiones sustituibles” referidas al “modo de asignación de recursos escasos a fines que son antagónicos”. La economía se convierte con estos neoliberales en una «ciencia de los comportamientos humanos», y la noción de «capital humano» hace surgir un nuevo punto de vista, que es el de la persona que trabaja como un estratega de sí mismo, capaz de (y obligado a) valorizarse a sí mismo. Una vez que la persona que trabaja se vive a sí mismo como un capital capaz de una renta futura (y ya no como un asalariado cuyos ingresos dependen de fenómenos colectivos) se torna factible extremar la novedad epistemológica neoliberal hasta hacerla la base de un enorme calculo económico para el conjunto de la sociedad. Pero para que esto funcione, la premisa del capital humano debe quedar firmemente establecida. Esa premisa consiste en una operación de ensamblaje por la cual el capital queda por siempre adosado cuerpo mismo de quien trabaja: a la vida humana. Al punto de hacer de los fenómenos genéticos y hereditarios uno de los factores o fuentes de rendimiento económico. Al adoptar la noción de capital humano como base de una política poblacional, el neoliberalismo reencuentra tópicos biopolíticos del nacional-socialismo. Puesto que la propuesta gubernamental de un incremento del capital humano ya no se distingue de un proyecto de mejoramiento incluso biológico de la vida (íntimamente ligado a la reactivación del discurso de las razas). Teniendo en cuenta lo dicho, podemos preguntarnos si efectivamente pueden estos antiguos razonamientos académicos ponerse en juego casi cinco décadas después en un país en el que la precariedad laboral y los déficit de prestaciones públicas han provocado una crisis política sin precedentes, si estas antiguas racionalizaciones académicas gozan de suficiente potencia política para provocar un cambio en la gestión de lo social y si la dura realidad material a la que está sometida una parte creciente de la población se dejará interpelar con nociones como éstas, que suponen una penetración simbólica tanto como una inyección de recursos financieros que, precisamente, escasean. Es cierto que la precariedad y la informalización dejan el terreno yermo para esta clase de tentativas. Pero no lo es menos que en un contexto de alta inflación, a los que se agregarían despidos y recesión y con una población que no carece de aptitudes para el conflicto social, este lenguaje del «capital humano» puede funcionar como mera retórica cosmética o bien esconder una magnitud aun indeterminada de autoritarismo y violencia.
Bienvenidos al segundo mandato del ing. Macri.
Se ha comprobado en diferentes países de Latinoamérica, que el modelo neoliberal que pretende adoptar Milei en Argentina ha producido efectos muy negativos sobre la población, como lo es el aumento de la pobreza, el desempleo, la acumulación de la riqueza en unas pocas manos. En este modelo económico la intervención del estado es nula en detrimento de la población; además de que contribuye a la destrucción del medio ambiente, de acuerdo a estos razonamientos se augura un futuro poco prometedor para la Argentina.