El capital filmado por Alexander Kluge (Tx + Video)

por Alan Pauls



Como el encuentro de Beckett y Buster Keaton en un hotel de Manhattan, que naufraga en un puñado de incómodos bolsones de silencio a la luz de un televisor y un partido de béisbol, el famoso tête-à-tête entre Eisenstein y Joyce en París en 1929 es un gran hito de la historia de las decepciones del siglo XX. De entrada todo promete: los dos genios se respetan, se admiran, se temen. Eisenstein lleva bajo la manga un proyecto demencial: filmar el Ulises. Joyce no sólo se lo aprueba: le confiesa que la idea ya se le había ocurrido, y que para llevarla a cabo sólo podía pensar en dos directores. Eisenstein era uno (el otro era su alter ego alemán, Walter Ruttmann, director de Berlín, sinfonía de una gran ciudad).

Muy pronto, sin embargo, las promesas no alcanzan o son redundantes. Hay admiración mutua, el lujo de dos megalomanías midiéndose en vivo y pocas palabras. Lo que se instala es la sensación, la evidencia de que entre Eisenstein y Joyce ya estaba todo dicho antes de que se vieran las caras. Todo estaba dicho, o por decir, en la relación de atracción mutua de sus obras y sus prácticas, lo que volvía el rendez-vous ocioso o frívolo. Esa es la hipótesis que desliza como al pasar el escritor Dietmar Dath en el último ensayo audiovisual de Alexander Kluge, Noticias de la Antigüedad ideológica. Marx-Eisenstein-El capital. El cine y la literatura, dice Dath, tenían mucho más que decirse que los propios Eisenstein y Joyce. Sobre todo, acota Kluge, teniendo en cuenta que entre el Ulises y Octubre –la película que Eisenstein acababa de terminar cuando se encuentra con Joyce en París– están nada menos que El capital de Marx y el Viernes Negro de 1929, emblema de la crisis más radical que haya conocido el sistema capitalista en toda su historia. Porque filmar el Ulises es sólo la idea oficial con que Eisenstein viaja a París. La idea clandestina –la única que lo desafía luego de la epopeya de Octubre– es filmar El capital de Marx. El encuentro con Joyce le servirá para descubrir que son la misma idea.

A lo largo de los 570 minutos de Noticias…, un experimento único, a la altura de las Historia(s) del cine de Godard, Kluge refrenda la hipótesis de Dath y se aboca a frotar esas dos piedras mágicas —la literatura de Joyce, el cine de Eisenstein— con el ensimismamiento de un chamán y la saña de perro de presa de un agitador. No es que los chismes biográficos lo dejen frío. A Kluge, como al diablo —lo prueba la edición de Carla Imbrogno de las 120 historias del cine de Kluge que aterriza en Buenos Aires junto con Noticias…, álbum de fábulas, testimonios y fait divers que no celebran la épica de la infancia del cine sin ensombrecerla con su alter ego siniestro: la guerra—, le interesan sobre todo los detalles: la ceguera de Joyce, que Eisenstein conciba su versión del Ulises en los diez minutos que dura un viaje en tranvía, las anfetaminas con que se atraganta mientras monta Octubre, que terminan enfermándolo. Pero el trance en el que goza de verdad, como sólo ciertos alemanes saben hacerlo —sin pudor, sin límites, movilizándolo y apostándolo todo— es esa combustión fenomenal que produce la fricción de dos materiales “sueltos”, liberados de sus autores y arrojados a esas inmensas cámaras de ecos que son la Historia, la Política, el Arte, que se los disputarán, los desmembrarán, les harán decir todo lo que nunca dijeron, lo contrario de lo que dijeron, todo lo que aún tienen para decir.

Más que retomar el proyecto de Eisenstein, lo que Kluge retoma en Noticias… es el axioma de que para “llevar” El capital al cine es preciso pasar por el Ulises (antes aun que por la doctrina del marxismo). Es como si la novela de Joyce incluyera de algún modo el programa narrativo, el método formal, el arsenal de procedimientos que el texto de Marx reclamara para reaparecer, fantasma insistente, en el más allá de las imágenes y los sonidos. Eisenstein lo ve con toda claridad cuando da con la premisa de su “adaptación”: filmar El capital como si fuera el Ulises. Una historia que transcurre en un solo día, el monólogo interior de la mujer de un obrero, un film que proceda no por sucesión ni por causalidad sino por encadenamiento de asociaciones libres. Kluge, más “ensayista”, descarta esa Molly Bloom de overol y también la ley de las unidades de tiempo y lugar. Como hace Joyce con Homero y La odisea, no narra El capital, no lo encarna ni lo dramatiza, no lo traduce —como lo hizo a menudo el realismo socialista— a la figuración de la épica. Se limita a declinarlo. Lo indexa en una serie de nociones clave (“mercancía”, “fetichismo”, “alienación”, “revolución”, “ideología”) que somete al examen de intelectuales como Peter Sloterdijk, Joseph Vogl, Oskar Negt, Boris Groys y Hans Magnus Enzensberger, verdadero top five de la heterodoxia de izquierda contemporánea; lo enfrenta con sus zonas de sombra, sus pliegues excéntricos, sus potencias poéticas; lo articula con sus fuentes, sus contemporáneos, su posteridad (en el campo de la teoría económica y política y la filosofía pero también en el arte, las costumbres, la vida cotidiana); lo “monta” en un pie de igualdad con los ecos que le devuelven el teatro o la ópera actuales; lo “lee” en el sentido más literal, inscribiendo pasajes enteros del texto en la pantalla con tipografías dadaístas, y en el mismo sentido lo “interpreta”, poniéndolo en boca de actores que lo recitan como si fuera una pieza teatral, vestidos como mujiks o como agentes de la Stasi.

Largos diálogos filosóficos, citas, reenactments, conversaciones telefónicas, conciertos, pequeñas películas animadas, collages, fotomontajes, dramatizaciones, lecturas en voz alta: la diversidad más desenfrenada de medios, formas, artificios y recursos de puesta en escena se moviliza en Noticias… alrededor de El capital, un texto que suena oscuro como una fórmula alquímica y brutal como un panfleto (pero nunca sagrado), punto de partida de una deriva capaz de tocar las costas más extremas, esos confines de la experiencia revolucionaria donde dormitan los parias de la tradición marxista (Karl Korsch, maître à penser de Brecht; Rosa Luxemburgo), donde hacen flamear sus banderas Nicolai Fedorov y los biocosmistas (que reclamaban la abolición de la propiedad privada del tiempo —es decir: la inmortalidad— y proponían resucitar a los muertos) y donde Bogdanov, interlocutor privilegiado de Lenin, sugería fundar bancos de intercambio de sangre para mestizar generaciones de revolucionarios.


Eso es lo que Noticias… retoma del modelo del Ulises: esa especie de inclusividad ávida, generosa, hasta un poco psicótica (en la medida en que se abstiene de imponer jerarquías sobre aquello que incluye). La voluntad no tanto de hablar, de decir, de afirmar algo “propio” sobre El capital de Marx (una ínfula que Kluge sólo se permite de a dos, cuando intercambia ideas con alguno de sus interlocutores), como de retirarse, hacer lugar, producir espacio y tiempo para que se hagan oír las voces de los otros. Más que un director, Kluge asume el papel de un anfitrión, alguien que organiza un espacio, da cartas y distribuye el juego y espera con paciencia que las fuerzas que ha movilizado se rocen y den frutos. Verdadero arte del montaje, ese principio de hospitalidad está menos preocupado por producir textos que contextos —más que una película, de hecho, Noticias… es una plataforma de encuentro, un espacio donde se dan cita películas, textos, obras, pensamientos de otros, de Luigi Nono a Tom Tykwer, y en ese sentido está más cerca del concepto de “programa” que de la obra cinematográfica individual— y atraviesa como un hilo de oro el gran linaje estético-político que el film de Kluge nunca deja de invocar: Eisenstein, desde luego, y los productivistas soviéticos, pero también Walter Benjamin y su Libro de los pasajes, Bertolt Brecht (que en 1945 versifica en la métrica de Homero el Manifiesto del partido comunista) o Jean-Luc Godard. Todos marxistas, naturalmente. Pero marxistas chingados, mucho menos acuciados por la urgencia de entender a Marx, o de creer en él, que por hacerlo funcionar, inscribirlo en el mundo, confrontarlo con sus puntos ciegos, llevarlo hasta sus límites, sacarlo de quicio. Tratado así —es la bella espina que nos dejan clavada Kluge y sus Noticias de la Antigüedad ideológica— Marx y el marxismo dejan de ser joyas vintage y se convierten en lo que Foucault deseó alguna vez que fuera una teoría: una caja de herramientas poderosa, precisa, lírica.


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