Traducido por: Hugo Savino en Entrelazos
Como esas flechas que toman cuerpo en los cuadros de Klee, la crítica del ritmo es traversera. Atraviesa las Letras. Solitaria pero comunicativa. Homero cuenta que los dioses se reían. Hay una risa de la teoría que resuena a través del juego del lenguaje. La risa del ritmo. Ciclistas burlones, burladores burlados. Tengan cuidado no sea que se les enrede el pie en la métrica. Social. Se encontrarán en la línea de partida. Hay que empezar todo de nuevo.
El ritmo es el poema del sujeto, de cada sujeto, en la medida en que es su desconocido. Escribir solo es escribir si modifica nuestro lenguaje. Pero puede suceder de otra manera. También tiene sus intermitencias. Cada vez un oficio nuevo. Un olvido para un saber. Cada uno su cosa. No es una propiedad. No se es propietario de esa cosa.
El ritmo le da su gusto al tiempo, hace del lenguaje una materia del tiempo. Por él una vida se convierte en una frase y su fraseo juntos.
No más irracional que usted y que yo. Sin embargo irreductible al signo. La irracionalización del ritmo por medio signo es a la vez una parte del signo y su separación del sentido, su rechazo por medio de la razón. Solidario de las otras irracionalizaciones.
El desafío social y político de la teoría del lenguaje está relacionado absolutamente con el estatuto del ritmo. Con su historicidad radical. Que es su infinito. El infinito de la significancia. Que ninguna empresa totalizadora puede entender, o encerrar.
Si el sujeto participa de este infinito, él es su propio ritmo. Entonces el ritmo tal vez no es otra cosa que la lucha contra lo sagrado y su divinización, que son la alienación principal, hasta la aniquilación, del sujeto.
Es el ateísmo del ritmo. En y por el lenguaje como historicidad radical y ética del sujeto. Dado que el sujeto no es más que uno de los nombres y de los efectos del ritmo. Su pasar. De esta manera el ritmo aparece, extrañamente, como el enemigo y el rival de lo religioso. Más precisamente, del lazo que se presupone entre la ética y lo religioso. Y de la heterogeneidad entre la ciencia, la ética y la estética.
La literatura y el arte – pero las artes del lenguaje más que todas las otras, porque ellas son y porque hacen el lenguaje –, cualquiera sea el vínculo que tengan con los mundos de lo religioso, y hasta con el arte religioso, son, por el ritmo, radicalmente ateas. Irreductibles ritmos. Son sujeto, en la medida de eso que las hace arte. Es algo de un orden muy diferente al de la relación con lo divino o la santidad.
Son ritmo, sujeto, contra su propia historia, que tiende a hacer de ella misma algo religioso. A participar de lo sagrado hasta en la materia lenguaje, y lengua. Entonces solamente las lenguas de la santidad se convierten en lenguas sagradas. La idolatría en el lenguaje. Apunta a ciertas mayúsculas.
Las tradiciones, literarias, culturales, y las ideas sobre el genio de las lenguas, desempeñan este papel de sacralizadores. Se puede tener que escribir tanto contra su lengua como en ella. Contra su «belleza».
La solidaridad única entre ritmo y sujeto hace al mismo tiempo la parábola de la modernidad en eso que ella tiene de imperceptible en el presente. Y, por qué no, en el presente de lo retroactivo. Porque este ateísmo específico es invisible, inaudible en los otros lugares de lo social que hacen resonar signo, que están plagados de sus paradigmas que conjugan lo religioso que les es propio.
El ritmo no separa ni tampoco yuxtapone la estética y la ética en beneficio de la estética. La solidaridad, la continuidad entre lenguaje, lengua y literatura, lenguaje e historia, no apunta al contrario más que a reconocer la continuidad de los sujetos, su radical historicidad, su sociabilidad, por el ritmo como invención de conjunto.
En suma, el ritmo es una semántica y una ética de la historicidad: una poética de la sociedad por medio de una poética del lenguaje. Ambas necesarias a un pensamiento de lo político. Que no sabe nada de la poética, y no quiere saberlo.