Ayer todo fue una gran metáfora de algo que se escapaba de nuestras manos. La lluvia, el frío y el viento. Había que habitar el tiempo en la calle, mientras en el Senado se votaba por sí o por no, a nuestra Ley de aborto, legal, seguro y gratuito. Las pantallas de los bares que funcionaron de refugio, devolvían la imagen muda de quienes tienen en su poder darnos permiso para abortar. La oscuridad de la noche alimentó aún más la escena épica y significó el paso de este tiempo lento y difícil de poblar. Ya desde la tarde corría entre nosotras una verdad: estábamos perdiendo. Usamos gritos de guerra, cantos, humor, abrazos, bizcochuelos, vino, porro, paraguas, bolsas de nylon, glitter, capas y capas de abrigos, para mantenernos calientes y palear la tristeza de lo que se sentía como una derrota inevitable. Algo que se sentía como otra vez un montón de hombres, que nada saben de nosotras, decidiendo nuestro destino. Bajo la lluvia y el viento, bunkers de plástico, madera y cartón, terminaban de desmoronarse, se lavaban las pintadas de la calle, se mojaba la leña para el fuego, como si algo mayor a nuestras fuerzas y nuestras ganas insistiera en borrar nuestra palabra, nuestro dibujo, nuestro color verde, que pide la presencia del Estado y con ella su permiso y acompañamiento en este proceso enorme, largo y doloroso, en el que miles de nosotras inscribimos nuestro tiempo y nuestro cuerpo: el proceso de abortar.
En los discursos de los senadores, las palabras, mayor desnudez de la existencia humana, dejaron en evidencia sus intenciones: nos quieren mujeres heterosexuales y madres, funcionales a un sistema capitalista y patriarcal. Un senador, en su argumentación para su “no”, dijo que nunca esta ley podría iluminar algo tan oscuro como el aborto, entonces ¿Para qué? Somos lo que está a oscuras, lo imposible de iluminar. Lo inmoral, lo negro y lo pobre. Esta era una ley para las pobres. Lo somos y por eso nos dijeron que no, no nos dan el visto bueno, no nos aceptan. Somos un gasto para la salud pública y una verguenza para las familias. Por asesinas nos prefieren hundidas en la clandestinidad, en la noche sin esterilizar, infectadas de soledad y negación. No merecemos ser reconocidas, ni cuidadas, ni nombradas. No merecemos vivir con amor ni ser lloradas si morimos.
Sin embargo, quiero dar aviso que nosotras las aborteras somos todas y cada una de nosotras madres. Hemos demostrado en este tiempo, que todas nosotras somos las mejores madres. Maternamos una ley, maternamos la amistad, maternamos el calor, maternamos las ideas frescas, el deseo y el pensamiento. Maternamos alimentarnos con polenta y guisos de lentejas, abrigarnos en la noche, celebrar nuestros logros. Maternamos el cuerpo desconocido, lo extraño, lo que históricamente fue señalado con el dedo como lo imposible de iluminar. Maternamos la libertad sexual, el cuidado, el amor, lo comunitario, lo colectivo, lo cooperativo, lo sororo, lo animal, lo divertido, lo negro, lo pobre, lo gordo, lo lesbiano, lo trans, lo que no tiene manera de ser nombrado. El encuentro, la siesta, el campo, el fútbol, la ciudad, los viajes. Nos hemos maternado a nosotras mismas ante el odio y el rechazo por ser estas aborteras que somos. El odio de la sociedad, de la escuela, de los hospitales, de las iglesias y de nuestras familias que, por defender sus estructuras, nos castigaron y entregaron a los lugares oscuros imposibles de iluminar. Ahí en secreto nos maternamos y aprendimos a vivir sin que nadie nos de permiso. Pero ahora es un tiempo distinto. Estamos habitando el tiempo, poblando el tiempo, derrumbando el tiempo. Obligando a que nos vean: felices, libres, amadas, sueltas, musicales, alimentadas. Este tiempo es nuestro. Es el tiempo de abortar lo que no queremos maternar y no necesitamos permiso para eso. Abortamos al patriarcado, a la heteronorma, al capitalismo y al machismo. Abortamos nuestros lugares reservados en la cocina, a nuestros hijes no deseados, a nuestros padres golpeadores, a nuestras madres depresivas, a nuestros abusadores, a nuestros cuerpos obligados a verse flacos, blancos, ricos, femeninos. Abortamos lo impuesto. Al lugar oscuro que reservaron para nosotras y nos mantuvo como enemigas y desconocidas. Esta Ley que gestamos y maternamos ayer bajo la lluvia, el frío y el sentimiento de derrota ya trajo luz. Y no existe manera de oscurecer lo que ya fue iluminado. Esta ley que es nuestra, va a salir, sino fue hoy será mañana. Su fruto ya está entre nosotras y lo estamos disfrutando.
Mariela Gouiric // Emergentes