1. El triunfo macrista no expresa, para nosotros, sólo una derrota electoral. Es el índice de un fracaso político cultivado en el juego real de las fuerzas, en un proceso de mucho más tiempo. Una derrota en los afectos, en los símbolos, en la economía de las vidas.
2. A partir de diciembre de 2001, y en simultáneo con la irrupción de nuevas experiencias de organización “desde abajo” (asambleas barriales, fábricas recuperadas, cooperativas solidarias, etc.) de una enorme potencia y jovialidad, se gesta un deseo de normalización, de restauración, cuyo modo de inscribir la crisis en los cuerpos es experimentado como “el infierno a donde no volver”. Esta emergencia de mundos en tensión, cuya ambivalencia constitutiva supo estar impregnada de un sentido común contestatario, pudo convivir y en muchos puntos coincidir con una canalización institucional estatalista. Las narrativas nacional-populares, encontraron allí el cuerpo. Y a su vez esos cuerpos encontraron en esas narrativas estatalistas un modelo de eficacia.
3. El consumismo neoliberal no se agota en su dimensión física, sino que incluye la satisfacción de sentirse habitados por simbolizaciones varias. Sea correr detrás del último Iphone, o colocarse un pin de Rodolfo Walsh. Es el frenesí candoroso de la nervadura del cuerpo, que se enciende y se entrega, obturando la reflexión. Ya no pensamos el por qué de las cosas. Sólo consumimos y gozamos, eludiendo la angustia.
4. El movimiento del capital, luego del agotamiento político y económico del consenso de Washington, refuncionalizó, para conjurar sus crisis, viejos vestigios de aquello que el neoliberalismo había deshecho: antiguas ideologías de lucha, ahora cristalizadas como mercancías sentimentales-ideológicas, movilizaron los cuerpos al mismo tiempo que obturaron sus capacidades históricas. Y se inhibió, en consecuencia, la posibilidad de advertir los propios límites.
5. Nuestras militancias contuvieron la paradoja de luchar contra una sociedad neoliberal-consumista, pero repitiendo en sus mismas matrices la estructura del consumo. La urgencia del militante, es el reverso del inmediatismo del sujeto neoliberal. La reflexión es siempre diletante, siempre hay que salir a la calle. La paciente construcción de una experiencia política propia, el esfuerzo creativo de movilizar una fuerza cualitativamente diferente, siempre fue desdeñada, clausurada, en aras de una urgencia.
6. La pulsión anti teórica de la subjetividad neo liberal que opera a la base de nues-tras individualidades militantes afirma «No hay tiempo para pensar, ahora hay que resistir», «No hay tiempo para la crítica, eso atenta contra la unidad». Frases así ya empiezan a escucharse y son la contracara de aquellas que sostenían, años atrás, cosas como: «No hay tiempo para la reflexión, hay que avanzar, hay que construir, gestionar». Ergo, nunca hubo tiempo para pensar. Y así nos fue
7. El carrerismo militante en la orga, en el Estado, en el Partido es otra forma de legitimidad meritocratica de época, supone de por sí el mantra neoliberal: “sé tu propia empresa”, revestido de épica. De allí que los permanentes “reunionismos” puedan ser leídos como una forma de comunitarismo militante que refuerza la cohesión interna, al precio de solapar el proceso real y fragmentado de la acumulación política de “meritos” individuales.
8. Radicalizar una crítica significa abrirse paso en el propio cuerpo. Y a veces, simplemente, no hay ganas. Se pacta. “Hasta aquí llegué”, se dice. Costo-beneficio: Beneficio inmediato, por un costo mayor, en cómodas cuotas para las generaciones próximas. El kirchnerismo, en cuanto estructura de época, también implicó esta transacción. Inclusive para aquellas izquierdas partidarias opositoras. “Néstor” nos ponía en un brete. Nos obligaba a una versatilidad, a una actualización teórica, a radicalizar una crítica contra los propios dogmas; que quizás, simplemente esgrimiendo una coherencia socialista sostenida sólo en el plano de “los principios”, era posible soslayar.
9. Activamos y pensamos en función de una potencia que fue tan imaginaria como real, pero potencia al fin. Pero ahora, curiosamente, como por un pase de magia, estamos sumidos en la impotencia. Dejamos nuestras “orgas”, vamos a marchas como turistas y volvemos a casa a indignarnos y postear en contra del macrismo. Parece como si ya no tuviéramos un consumo que nos salve, una bandera que flamear, una herencia con la cual gozar. Ya no tenemos un Líder del cual ser soldados. Y por eso ahora se nos patentiza la trampa que nos habíamos tendido a nosotros mismos. La trampa de una supuesta afectividad ideológica resistente se muestra como lo que siempre fue: el espectro de una derrota anunciada.
10. Hay una fibra última de la subjetividad de época en donde la victoria macrista, lejos de asumirse como un fracaso ejemplar transversal a todo el campo popular, es vivida como una confirmación de las propias presunciones y un regocijo triunfal para el blindaje narcisista de nuestra subjetividad. La militancia como consumo de mercancías sentimentales-ideológicas patentiza nos condena a una repetición de goce: volver una y otra vez a tener razón, aunque que nos derroten. El fracaso no nos abre, porque es vivido en exterioridad. No nos ponemos en cuestión. Vivimos como si no estuviésemos implicados en este fracaso. Pese a la evidente derrota, parece que hubiéramos ganado. Y sí, es cierto: la victoria del macrismo es la victoria de nuestro ego militante.
11. Por allí se escucha decir: “ajá….vieron kirchneristas”. Para las izquierdas que no logramos elaborar la incapacidad de gestar una alternativa de poder en el 2001 “Néstor” fue el espejo insoportable. “Cooptacion”, “Robo de banderas”. Un perfume fétido de novio despechado y resentido recorrían nuestras consignas, gestos y discursos. Me robaron la escena de lucha. Me robaron la mina. Por eso el triunfo macrista tiene algo de revancha inconfesa: vieron kirchneristas.
12. Pero también, por allí se escucha decir: “ajá… vieron troskos”. El significante “trosko” tuvo una deriva macarta insidiosa. Chivo expiatorio fácil de aquello inasimilable por el progresismo nacional-popular. El fondo de mierdas y odios que se remueve al pronunciar la palabrita mágica “Trosko” cumple con la sentencia del converso: matar lo que fuimos. El triunfo macrista espejan las viejas certidumbres, fraguadas, en el combate retorico contra los incrédulos. Por eso en algún punto, el macrismo vino bien: ya todos tienen claro que estábamos mejor antes del 10 de diciembre 2015.
13. Una época signada por la figura humana “Néstor”, como el soporte de una multiplicidad de representaciones inconscientes, pactos y transacciones cruzadas, permitió que por efracción se anudaran nuestras subjetividades políticas como plenas, seguras, robustas, convencidas. Kirchner nos agarró cansados. Kirchner se volvió “Néstor” porque totemizó nuestra fuga: la sinergia libidinal, la descompresión de las energías rebeldes. Y mejor nos quedamos en casa (o en el partido, o en la orga). En el confort de nuestras convicciones previas: progres, marxianas, perucas.
14. Muy tempranamente, para nuestros padres setentistas Néstor Kirchner empezó a ser “Néstor”, a secas: “el compañero que llego al poder”. En esa transacción se refractó una imagen forzada de un capitalismo que ya no existe: volvió “la política”, el “Estado” y Perón. Por algún extraño pase de magia, este dejo de tener un semblante de viejo facho, y paso a ser El General, un viejo querible. A través de Néstor, perdonamos al Padre muerto, y exigimos su perdón. Y desde allí volvimos. Con el Estado transfigurado en “compañero”, con “la política” (liberal) cómo única y absoluta herramienta de transformación, y con la imagen de Perón proyectada hacia un infinito mítico, instanciado en un guiño cómplice de amor y salvación.
15. Las genuinas convicciones de Néstor eran restos sintientes: transacciones generacionales sedimentadas que posibilitaban la duplicidad: “el compañero que llego al poder” y el Padre disciplinador. El deseo de normalización vía consumo mezclado con las memorias contestarias dosmiluneras, se coagularon en una misma sentimentalidad ideológica desde la cual se invistió la figura de Néstor. Sentimentalidad social que fluía, apelmazada, en la intimidad de sus genuinas convicciones personales, porque las mismas también representaban una transacción generacional con el terror. La salida del infierno del 2001 conecta con la salida de la dictadura: la posibilidad de arriesgar una transformación radical vivida como un imposible, que alerta un límite mortífero. Eso se solidifico en un principio de realidad que se moldea como único horizonte posible: una argentina en serio, una argentina normal, un país más justo. Un capitalismo nacional e inclusivo.
16. De allí que la ambigüedad de Néstor, su irreverencia y su disciplinamiento, sean la cifra subjetiva que se extiende en la intimidad colectiva de un drama histórico. Un desgarro que no se suelda, y que su muerte física clausuró. “El problema es que murió Néstor”. Y es verdad…
17. El amor a Néstor no fue otra cosa que el amor al Capital. Y fue hermoso. Llorar su muerte fue una forma extrema de tramitar la edipizacion de la política. “Néstor con Perón, el Pueblo con Cristina”. Fue la sentencia de clausura. Porque en lugar de asumir al proceso político iniciado en 2003 como lo que era: una instancia en disputa, abierta, conflictiva, negociada, se lo subsumió como un capítulo más de la historia mayor del peronismo. Se repuso la leyenda de un peronismo soñado, una fuga hacia un útero imaginario cálido que nos ahorraba la angustia de asumir nuestro lugar real en ese proceso.
18. La precaria normalidad kirchnereana nos precarizó, nos normalizó: nos casamos, militamos, pagando el monotributo. Nos compramos el auto, pagamos netflix, gastamos, gastamos y gastamos. Y lo vamos a defender, hoy más que nunca, con uñas y dientes.
19. ¿Vamos a volver?