Los hechos ocurridos el jueves arrojan los siguientes resultados: magnicidio fallido y comunicación exitosa. Se abren nuevas preguntas. Una guerra declarada por una derecha que hay que volver a examinar en detalle y un desafío para quienes, no conformes con el actual devenir de la democracia pero sin salirse de ella, deben elaborar nuevas estrategias a la altura del conflicto, a partir de la movilización popular.
Por Diego Sztulwark*
(para La Tecl@ Eñe)
Apretó el gatillo, 35 años, argentino-brasileño. Nazi: ¿es esto “la derecha”?
El jueves por la noche vimos mil veces las mismas imágenes: Cristina a distancia de fusilamiento de un arma corta cargada. Conmovidos por una tragedia que milagrosamente no se produjo, fuimos ayer a la Plaza de Mayo. Movidos por la memoria, como si fuera un 24 de marzo. En el camino pensamos: el discurso de la derecha “pasó al acto”. No fue solo un intento de homicidio, sino también una “escena” consumada: el magnicidio fallido fue un mensaje completamente realizado. Esa es la paradoja del jueves: ahí donde el acto asesino se frustró, triunfó el acto de comunicación. Fue así, viendo mil veces la misma escena, que comprendimos lo que las performances hechas previamente -pequeñas movilizaciones ultrareccionarias, disparates verbales de opositores, actos jurídicos arbitrarios o las editoriales más encendidas de los medios- no nos permitían terminar de asumir: la clase de enfrentamiento que se nos plantea.
Lo primero que nos comunica esa escena, este paso al acto, es que aun si fue hecho por un solo individuo, no se trata de ningún modo de una acción privada. No precisamos conocer entretelones para percibir con claridad que el acto en cuestión realiza -no sabemos si de un modo totalmente individual o no- discursos muy instalados, que tienen su origen en antiguos conflictos en la historia de las luchas sociales, y en el funcionamiento de poderes agrarios, patronales, bancarios y comunicacionales muy actuales.
A lo que hay que agregar el detalle de “argentino-brasileño” que emplean los medios para hablar del joven que gatilló el arma y que añade una dimensión regional, en la que anida el bolsonarismo político, que tan bien confluye con la caracterización ideológica de “nazi” atribuida al agresor. El paso al acto pertenece, entonces, por entero al mundo público y se corresponde con el campo de significaciones -campo de prácticas, de cuerpos, de clases sociales, de un bloque de clases, de personas que toman decisiones- políticas muy precisas. Hablamos de este campo como “la derecha”. En las marchas se les dice “che gorila”. Pero el hecho, hasta donde sabemos, corrió por cuenta de Fernando Andrés Sabag Montiel, de quien aún sabemos muy poco. Pero al que no dejamos de prestar atención, porque suponemos que en él podríamos encontrar las claves de un funcionamiento -el que va del discurso al acto asesino- que precisamos entender (porque, aparentemente, se trata de un funcionamiento nuevo en nuestra vida política: el del sicariato, o el del nazi delirante, o el hombre frustrado-capturado por pasiones aniquiladoras, etc?). Una primer pregunta que se nos plantea es ¿cómo vamos delimitando con alguna precisión el funcionamiento actual de ese universo llamado de derecha, en sus matices y dinámicas, para discernir en ella un tipo de comportamiento que no se limita, como muchos dijeron ayer, a romper el “pacto democrático” de no introducción del uso de las armas en el campo político?
Indudablemente, se ha cruzado un límite inadmisible, todos lo sabemos. Pero ese límite no es sólo el de la defensa de la democracia, de la exclusión de las armas y el del Nunca más. No sólo porque las armas se han usado estos años en conflictos políticos, ni porque no sea cierto que no haya violencia política en la Argentina (y no hablemos de lo que se llama violencia social) Ni siquiera porque de haberse producido el magnicidio, se hubiera abierto un abismo quizás más próximo a la proto-guerra civil que al golpe viejo de estado. Si se pasó un límite, este no tiene que ver con una amenaza claramente exterior a la democracia, que podría ser exorcizada por la vía de un cierre unánime de la dirigencia política y social. Se trata más bien de una crisis misma de ese campo democrático, puesto que es él el que ha quedado desafiado a dar respuestas a fenómenos que se originan en su propio fracaso. En la medida en que la democracia de la que hablamos y en la que vivimos desde 1983 no se ha delimitado con nitidez de la violencia económica y geopolítica que la atraviesa, está obligada a considerar sus conflictos y contradicciones como sus propios problemas. Sólo que esos problemas originan acciones que no se conducen necesariamente -como entendimos a la perfección el jueves- de acuerdo a las reglas del campo de la representación electoral y el juego parlamentario.
Quizás podamos entonces hacernos una segunda pregunta: ¿cómo nos toca reaccionar desde el campo “democrático” mismo a este desafío específico que proviene de su propia constitución? La movilización de ayer, fuerte e inmediata respuesta, nos permite avanzar colectivamente en la reflexión. ¿Cómo vamos a hacer frente a un poder asesino, esbozado con claridad el jueves, un poder que se apropia el campo de la extra-legalidad, desafiando desde ahí al campo democrático mismo? ¿De dónde extrae el campo democrático, tan comprometido con esos focos neofacsistas, los recursos indispensables para desactivar este tipo de agresiones? Resulta imposible avanzar en esta reflexión sin cuestionar la democracia como el estrecho espacio de representación parlamentaria. Sin una fuerte movilización en todos los planos la democracia deviene pura impotencia. Por lo que la pregunta merece ser planteada de otra manera: ¿cómo crear una capacidad de acción que, desde una lógica de masas -eso que somos cuando hacemos lo que hicimos ayer, y aun sabiendo que lo ayer todavía no alcanza- sea capaz de apuntar a desactivar esos focos de neofascismo que se desarrollan en las articulaciones de la economía y del aparato de medios informáticos, comunicacionales y rentísticos de nuestra democracia?
El problema es el del enfrentamiento y, por tanto, incluye al de la violencia. Pero no al de la violencia en general -abstracción que no logra pensar nada-, sino al de violencia asesina que casi mata a Cristina. Y hay que decir también algo obvio sobre Cristina, porque por más que sea ella, como sabemos, una figura central de un presente en crisis, protagonista de una serie de dilemas de muy difícil resolución, que involucra la entera política del actual gobierno; y por más que desde que se declaró perseguida por el poder judicial se venga presentando como líder del peronismo, ha sido votada, apoyada y defendida más de una vez y de muchas maneras por cientos de miles de personas del diverso mundo de las izquierdas que, sin alinearse con ella en sus prácticas e ideas, han asumido -de diversos modos y en distintas ocasiones- zonas de enemistad compartida.
Es desde estas zonas muchas veces compartidas, que es posible procesar -desde sectores del peronismo, colectivos autónomos o del mundo de las izquierdas- el problema de la irrupción de un acto de violencia fascista que nos incluye aunque no lo queramos. Y si digo “fascista” no es solo para emplear una palabra de funcionamiento fácil (que usamos con el riesgo de deshistorizarla), ni porque los medios atribuyan esa ideología al sujeto que apretó el gatillo, sino por el contenido mismo del acto, que no se deja calcar sobre la historia de otros atentados individuales que hemos conocido a comienzos del siglo pasado a manos de anarquistas.
Un Sabag Montiel carece por completo de la estatura libertaria de un Simón Radowitzky, cuya violencia individual contra el jefe policial Falcón, se apoyaba en su responsabilidad en la salvaje represión obrera del 1 de mayo de 1909. Por tentador que pueda ser repudiar “toda” violencia, cualquiera sea y por principio absoluto, es preciso reflexionar sobre el contenido de “este” tipo de violencia concreta y específica que irrumpió tan explícitamente esta semana. Se trata de un tipo de violencia que actúa en alianza imaginaria -aún no sabemos si esa alianza es además con grupos reales- con las formaciones de poder más antipopulares, aquellas que segregan sus fantasías de aniquilación del otrx no como parte de una situación de opresión históricamente determinable, sino como pulsión que brota espontáneamente de su propia forma de existencia. Un tipo de afirmación de sí que requiere la destrucción del otro. Si se confirma lo que vamos sabiendo, iremos descubriendo que “locura” y “método” no se excluyen para nada en este caso. Delirio personal y campo social, pulsión individual y contenido racional alucinado se fusionan en uno, en un acto que nos habla de la naturaleza del enfrentamiento que debemos elaborar por medios y lógicas muy diferentes a las suyas. Puesto que encarnar y desarrollar esa diferencia a fondo sería también el modo de arribar a una forma propia y antagónica de justicia respecto de aquella que proclama el acto de asesinar. A la violencia que aterroriza, que difunde pavor y recluye, comenzamos a enfrentarla ayer en una formidable movilización. Ese ritual colectivo es el que nos permite elaborar en una primera instancia el miedo e invertir su dirección. No se trata solo de discursos de “odio” a los que podemos oponer los del “amor”. Ni sólo de la defensa de las políticas del presente, como ratificación que sólo nos condena a una mayor impotencia ante una ofensiva creciente. Sino de desactivar una articulación política específica y de hacerlo a partir de una serie de actos de fuerza ante una maquinaria fascista que, si bien sufre visibles influencias globales, ha tenido en nuestro país tiene una evolución propia. Es evidente que una serie de acciones que apunten a desactivar los focos de violencia fascista proliferantes supone una transformación de las políticas en curso en todos los planos, ya que estas últimas no han dejado de afirmar en fuertes alianzas con esos mismos focos de donde proviene la agresión. Ayer era imposible estar en otro lugar que en la Plaza común. Hoy nos toca quizás, desde esa presencia colectiva, asumir el enfrentamiento en cuestión en cada rincón, en cada conciencia, en cada partícula del lenguaje. Nos cambiaron las preguntas, nos toca cambiar a tiempo las repuestas.
Buenos Aires, 3 de septiembre de 2022.
*Investigador y escritor. Estudió Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Es docente y coordina grupos de estudio sobre filosofía y política.