El accidente nuclear que nunca cesa

por Jun Fujita Hirose
(en revista Crisis Nº 6, septiembre de 2011)


Nada ha vuelto a ser igual desde que en marzo el tsunami japonés derivó en un desastre nuclear. Pero no sólo las ondas radiactivas atraviesan el Pacífico; también surgen pensadores nipones que advierten, contra los intentos tranquilizadores de gobiernos y empresas, que las soluciones definitivas ya no existen. Hemos pasado de las sociedades-resolución a las sociedades-problema.

Cuando está lo suficientemente pura, el agua puede mantenerse en fase líquida aunque la sometamos a un frío mayor que el de su punto de fusión o congelamiento. Se llama “metaestabilidad” al estado de una materia o un sistema que no pasan a nueva fase, incluso si ya ha sido atravesado el punto de transición.

Pero el agua que conserva la consistencia líquida a temperaturas inferiores a los 0°C, se congela bruscamente cuando recibe una mínima intervención externa, tal como la vibración o el polvo. El efecto es comparable con el fenómeno de avalancha: la nieve sedimentada e inmóvil en la superficie de un declive, se hunde de un tirón ante cualquier estímulo exterior, por débil que resulte.

Las cosas se componen de dos realidades distintas: una realidad “actual” que funciona por oposiciones como reposo y movimiento, estabilidad e inestabilidad; y una realidad “virtual” que se refiere a las potencias y al universo de lo posible. El agua cuya consistencia sigue siendo líquida a temperaturas inferiores a su punto de fusión, o la nieve que se posa inmóvil sobre un declive, poseen además de su realidad actual y visible (líquida o inmóvil), una dimensión virtual invisible (donde circula una energía potencial sobresaturada). Todo esto quiere decir que el agua en sobrefusión o la nieve en aparente inmovilidad contienen en sí mismo un “problema” la sobresaturación, de su energía potencial, que se resuelve de un golpe cuando el sistema se contacta con un cuerpo externo.

El terremoto o el tsunami son fenómenos que podríamos calificar de “resolución de problemas” En ambos casos la tensión interna provocada por la energía potencial en estado de sobresaturación a nivel de su realidad virtual, se resuelve en una transición de fase realizada en el plano de la realidad actual. El terremoto se produce resolviendo el problema planteado entre varias rocas, mientras que el tsunami resuelve el problema planteado por una ola plegada y en ascenso.

Se podría decir que el accidente en la central nuclear de Fukushima I es también un fenómeno de “resolución de problema”: la central nuclear tiene un problema, que se resuelve a través del accidente. Pero esta manera de hablar oculta la diferencia fundamental que hay entre el accidente que “está ocurriendo” y el terremoto o el tsunami que ya “han ocurrido” El accidente de la central nuclear debe compararse con el agua en sobrefusión y no con su congelamiento; con la nieve sedimentada y no con su avalancha.

La incidencia de los reactores de Fukushima I se caracteriza efectivamente por su doble realidad. De un lado, transcurre una dimensión actual al alcance de nuestros ojos, cuya inestabilidad inicial está siendo estabilizada de manera gradual según aseguran las autoridades gubernamentales y los medios de comunicación. Por otra parte, fuera del campo de nuestra visión, tiene lugar una realidad virtual, de la que poco se habla.

Desde el comienzo del accidente, allá por el 11 de marzo de 2011, el gobierno japonés y la compañía eléctrica Tepco (Tokyo Electric Power Company) han sido sometidos a duras críticas por parte de los gobiernos extranjeros y los medios de comunicación, debido a “la torpeza en la difusión de informaciones” Pero si se han comportado muy “torpemente” en lo que hace a la información sobre la actualidad del accidente, en cuanto a la realidad virtual del mismo nadie posee “información” ya que se trata de un “ser” puramente potencial que no se puede inducir a partir de un recorte determinado en el “devenir” actual.

A diferencia de los casos de terremoto o de tsunami, el accidente de la central nuclear no “ha ocurrido” como desenlace de una tensión metaestable, sino que “está ocurriendo” como continuidad de esa metaestabilidad. Aunque sea cierto que el desequilibrio inicial está siendo progresivamente estabilizado, lo esencial del accidente radica en el hecho de que la sobresaturación potencial persiste con independencia de aquella supuesta estabilización. La clave está en el exceso permanente del ser problemático, este último siempre activo a nivel de la realidad virtual, mientras se producen sin parar todo tipo de efectos visibles y medibles a nivel de la realidad actual. En una palabra: el accidente “está ocurriendo” como un deslizamiento continuo de metaestablidad en metaestabilidad, sin que la estabilización se consagre de manera definitiva.

Las únicas medidas que pueden tomarse ante la central nuclear accidentada consisten en “controlar” tal desarrollo autónomo del problema. De hecho, las ini- ciativas que el gobierno japonés y la Tepco siguen desarrollando (regadíos masivos sobre los reactores) y las que deberían tomar en lo sucesivo (sarcófagos al estilo Chernobil), no están orientadas a resolver el problema sino más bien a controlarlo. El problema jamás se agotará y quedará siempre activo, productivo.

La pregunta sería, ¿no es el “control” lo característico de la producción nuclear de energía eléctrica? Mientras la generación hidráulica y la combustión térmica proceden por “resolución” (hacer caer el agua estancada desde lo alto, consumir los combustibles fósiles), la producción nuclear opera “controlando” (mediante una desaceleración de la reacción de fisión nuclear en cadena). Los procedimientos de regadío y sarcófago con los que se intenta combatir al accidente poseen una perfecta continuidad con los que se emplean habitualmente en la producción nuclear de electricidad, ya que son de la misma naturaleza “controladora”.

Se puede decir que el problema está siempre pendiente, no sólo a propósito del accidente y de la producción habitual, sino también a propósito de los combustibles nucleares utilizados y del cúmulo de desechos radiactivos resultantes del proceso. En la generación hidráulica y térmica se intenta agotar toda la energía potencial contenida en el agua estancada en altura o en los combustibles fósiles, para obtener la máxima cantidad de electricidad posible. En la producción nuclear, por el contrario, nunca se convierte en energía eléctrica la totalidad de la energía potencial que contienen los combustibles nucleares. Estos materiales quedarán siempre ricos de energía potencial aún después de su uso en la producción de electricidad. Las operaciones de post producción en torno a los combustibles nucleares utilizados y a los desechos radiactivos, tales como almacenamiento, tratamiento o vertido final, son un intento por controlar la tensión metaestable que se conserva en ellos, sin pretensión alguna de estabilizarlos de manera definitiva. Los desechos radiactivos se definen por su propiedad de seguir siendo siempre problemáticos.

El proceso nuclear no tiene comienzo (inestable) ni fin (estable), porque se mue- ve siempre de metaestabilidad en metaestabilidad. En ese continuo permanente no hay nada que permita distinguir entre el accidente y la normalidad (producción de electricidad, tratamiento de desechos radiactivos, etcétera). Y precisamente por eso el accidente es siempre “previsible” o “previsto” porque está contenido como , parte de la normalidad cotidiana. Que el accidente “está ocurriendo” quiere decir que está siempre-ya ocurriendo, sin que pueda determinarse un comienzo y un fin.

Suele argumentarse que la diferencia fundamental entre la producción nuclear de energía y la bomba atómica, es que la primera constituye un uso “controlado” de la segunda. Incluso en el sitio de internet de la Tepco puede hallarse una explicación semejante. Pero se trata de un sofisma y nada más. Si la bomba atómica se distingue de las otras armas de destrucción masiva es porque su explosión no resuelve de manera instantánea y definitiva la sobresaturación problemática de su energía potencial, como sucede en el caso de las segundas. Por muy terrible que resulte el desastre producido al momento de la explosión, no deja de ser un mero efecto secundario desde el punto de vista de la naturaleza de la bomba atómica. Las consecuencias en los cuerpos y cerebros de las personas que padecieron las bombas arrojadas en 1945 no se asemejan a la experiencia de un punto final (.), tal como lo representa la imagen del hongo difundida por el gobierno estadounidense de entonces, sino más bien a una serie de puntos suspensivos (…), que expresan el exceso persistente de un problema que seguirá siempre pendiente. El llamado uso “pacífico” o “civil” de la energía nuclear está en una pura continuidad con su uso “bélico” o “militar” en la medida en que , ambos constituyen bombas temporales paradójicas, cuyo “tiempo” es controlado minuto a minuto para que esté siempre a punto de llegar. Según las víctimas irradiadas por las bombas atómicas (hibakusha), el “pika” (resplandor) no “ha llegado aún” porque “ya está llegando” perpetuamente.

El accidente en la central nuclear Fukushima I, ubicada en la región nordeste del Japón, nos recuerda que vivimos un estado de metaestabilidad permanente, por lo menos desde que la política de uso civil de la energía nuclear se generalizó en los países “avanzados” a mediados de los años , cincuenta. Estamos dejando atrás aquellas sociedades que se caracterizaban por resolver los problemas, tomando a cada uno como un estado de excepción, y que se desenvolvían según el ritmo impuesto por una serie sucesiva de comienzos y finales. Hoy, lo problemático como exceso que sigue siempre pendiente, se ha convertido en nuestra normalidad cotidiana, y de lo que se trata es de controlar su desarrollo autónomo, surfeando de metaestablidad en metaestabilidad.

Transitamos el pasaje de aquellas sociedades que resolvían los problemas, a las sociedades que los controlan. De las sociedades de resolución, a las sociedades problema. Este espacio-tiempo determinado por el accidente de Fukushima I, prueba cabalmente hasta qué punto nuestro cotidiano se encuentra definitivamente atravesado por una condición problemática más o menos generalizada.

Los habitantes de Tokio no creen en las palabras del gobierno japonés, que insiste en difundir la idea de que en la capital no hay peligro de contaminación radiactiva. La gente sabe perfectamente que lo recomendable sería refugiarse lo más pronto posible en alguna región sureña. Pero las condiciones económicas impiden que la mayoría pueda trasladarse. Cada quien vive así su double bindproblemático, sin poder resolverlo de una buena vez.

El viraje hacia la energía nuclear en los años cincuenta debe inscribirse en un cambio epistemológico más vasto. Pongamos un ejemplo. La “guerra contra el terrorismo” que según el gobierno , norteamericano “no tiene punto final” aún cuando Osama Ben Laden haya sido aniquilado, es contemporánea a la producción nuclear de electricidad y al accidente en Fukushima, porque comparten el mismo principio de gobernabilidad, basado en el control del problema y no en su resolución definitiva. El objeto de la “guerra contra el terrorismo” no es extirpar o solucionar el problema llamado “terrorismo” sino más bien controlarlo, manteniéndolo siempre en su irresolubilidad excedente.

Recordemos ahora el argumento de Gilles Deleuze, para quien asistimos al pa-saje de las “sociedades de disciplina” a las “sociedades de control”. El filósofo francés . escribe: “no cabe comparar para decidir cuál de los dos regímenes es más duro o más tolerable, ya que tanto las liberaciones como las sumisiones deben ser afrontadas en cada uno de ellos a su modo” (en “Post-scriptum sobre las sociedades de control” Conversaciones, Pre-textos, 1995,p. 279). O sea, que en las sociedades de disciplina no sólo la dominación y el gobierno procuraban resolver los problemas, sino que también las luchas de liberación se concebían como vías auténticas de resolución de problemas. En este sentido, la más ejemplar imagen de una experiencia de resolución de problemas es la revolución. Esta última implica la construcción colectiva de una solución común. ¿Cómo sería la liberación en un contexto donde lo que prima es el control de los problemas? ¿Cómo liberar las potencias colectivas si lo que compartimos es un problema cuyo carácter irresoluble permanecerá siempre excedente?

Desde que se inició el accidente de Fukushima I, mucha gente, mucho más que antes, está viviendo su cotidiano como estado de problema. Un grupo de activistas japoneses, el llamado Comité de traducción La insurrección que viene, escribe: “la catástrofe repentina fisura la cotidianidad en el trabajo, la política, el arte, el estado, el capital” Si pudiéramos designar como un . pequeño “levantamiento” a la capacidad de asumir tal fisura en la propia vida cotidiana, deberíamos decir entonces que la sociedad japonesa desde el mes de marzo ha entrado en un período de levantamiento generalizado.

Desde el 10 de abril se multiplican las manifestaciones antinucleares por todo Japón. Y son masivas. Se trata de algo histórico en este país, que no conocía movilizaciones tan grandes desde finales de los años sesenta. Si en el cortejo de cada marcha uno puede percibir no sólo expresiones de alegría sino también muestras de cansancio, es porque la manifestación no se encamina hacia una solución ni pretende arribar a la estabilidad, sino que vive en estado de problema. Mientras la revolución produce una ola de alegría cuando ya “ha ocurrido” el levantamiento la genera en el momento en que “está ocurriendo”.

La revolución es un camino hacia la satis- facción, el levantamiento es en sí mismo un proceso de júbilo. En una sociedad de resolución del problema la cuestión del cansancio es pasada por alto en nombre de la promesa de una liberación venidera, mientras que en la sociedad de control el cansancio pasa a primer plano como condición necesaria para que persista la alegría de la liberación en curso. En una palabra: la revolución no cansa, el levanta- miento sí. En la fase de un levantamiento vuelto cotidiano que estamos viviendo hoy en Japón, no sólo el cansancio físico- mental se acumula sin pausa, sino también la radiación nuclear, lo que vuelve cada vez más profunda la “fisura” problemática que se abre en nuestros cuerpos y cerebros.

Deleuze identificaba este tipo de movimientos con la “serpiente” para distinguirlos del “viejo topo” que se asomaba a , los segmentos lineales, a unos primeros después a otros, cada uno determinando un comienzo y un fin bien definidos. “El hombre de la disciplina, escribe el filósofo, era un productor discontinuo de energía, pero el hombre del control es más bien ondulatorio, permanece en órbita, suspendido sobre una onda continua” (p. 282). A diferencia del viejo topo, la serpiente no conoce tales interrupciones, ni experimenta los segmentos como distintos. Para ella todo se encuentra en perfecta continuidad, como una sola línea infinita. La serpiente no hace diferencia entre vida cotidiana y manifestaciones. Acumula el cansancio sin recluirse en descansos subterráneos y trepa siempre a la superficie, bañada por la radiación que emana de la central nuclear accidentada. Una línea infinita de cansancio y radiación, pero también línea de alegría serpentaria, línea de liberación. Devenir-serpiente no es otra cosa que vivir esta fisura, vivir este problema, como exceso de potencia.

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