El 2019 es una trampa donde trabajás todos los días, donde llevás a tu hija a la escuela y donde tu mamá la sigue yendo a buscar porque vos no llegás a tiempo. Donde mirás series, donde creés que es político quejarte porque aumentó el bondi, ese que tomás para ir a trabajar. Una trampa mínima, vital y móvil que soportás con pastillas, escabio y posteos. Una que hace que por ahí no llegues a tu casa y que tengas miedo por la noche cuando sacas a pasear el perro y te cruzás a las chicas en el cementerio de Morón.
Una donde te llenás de odio a las pibas, ahora que les tenés miedo, vos que las acompañaste en sus reclamos, vos que creíste que estabas siendo picante. Una trampa donde caminás como un cangrejo, donde mandás wasaps a la madrugada y no te contestan. Una trampa que ayudás a tender cuando hablás de futuro, carreras, militancia y salidas laborales. Donde te da pavor que la gedan tanto.
Una trampa que construimos todos los días, donde se tapan los reclamos piolas con banderas. Donde vas a donde te dice la orga que vayas, donde la espontaneidad ya está perdida. Donde tarde de noche ponemos la tele para mirar a esos chamuyeros con pechera que se tiran de cabeza a las cámaras, a dirigentes que usan el pañuelo verde como coartada, a la responsable de género que ya no puede decir nada de traidora que es, y entonces dice del ajuste.
Una trampa llena de Chocobar, de ortibas que quieren sangre, de chetos, de refugiados, de doñas que festejan detrás de la reja de la casa cómo matan a otro guacho. Una trampa donde vos te indignás según quién sea el victimario, que explicás a Luciano distinto que a Santiago, que ya te olvidaste del Negrito, que en realidad tenés el 911 fácil, que ya no salís de noche.
Una trampa llena de miedo, nuestro miedo a ellos, a sus gritos, a su crueldad, a su violencia, a sus razones, a su manija. Un miedo inmenso a ellos porque van ganando.