Ejercicios de éxodo del imperio financiero: entrevista a Christian Marazzi

por Tinta Limón Ediciones

En Capital y lenguaje, y con más énfasis en tus escritos recientes, hacés referencia al fin del “modelo renano-alemán”. La multiplicación indefinida de los contratos laborales, y el hecho que cada quien pueda hipotéticamente entrar en relación contractual con otro, alimenta un proceso de individualización del nexo social y económico (afirmación del individualismo patrimonial), y provoca una crisis de la representación política y de la soberanía estatal sobre el cuerpo de los ciudadanos. Por otro lado, esta misma multiplicación de las relaciones contractuales llevaría al propio concepto de democracia a sus “consecuencias históricas y teóricas”, tendiendo a una idea de “democracia absoluta”. ¿Cómo ves la tensión entre uno y otro efecto? ¿Qué tipo de gubernamentalidad se estaría planteando?
En los últimos treinta años se ha venido afianzando un modelo de capitalismo financiero en cuyo interior son cada vez más centrales la descontractualización y la individualización de las relaciones de trabajo. Ha decaído una forma de conflicto mediable a través de las instituciones de la representación clásica del movimiento obrero, por lo cual los sindicatos han perdido buena parte de su capacidad de incidir, mientras se asiste, seguramente en Europa y en Alemania en particular, a una forma de relación entre capital y trabajo caracterizada por la flexibilidad, la precariedad y con importantes flujos migratorios. Desde este punto de vista me parece que, aunque subsisten diferencias en los varios capitalismos, estas características del posfordismo se han afirmado en cierta medida en cada lugar al interior de un contexto geopolítico donde las variantes tienen muchos que ver con los mercados financieros, las relaciones monetarias y el rol de las diversas monedas nacionales o continentales. Es al interior de esta geoeconomía, de esta geopolítica y de estas geofinanzas donde se juega la posibilidad de hipotetizar y construir movimientos de resistencias y antagonismos que hoy tienen mucha dificultad de pasar del nivel regional y local al supranacional.
En tu teoría de la financierización insistís en la importancia de no reducir el carácter de lo financiero a lo meramente parasitario. Por el contrario, teorizás la financierización como la otra cara del biocapitalismo, la ampliación de los procesos de extracción del valor hacia la esfera de la reproducción y distribución. La financierización sería, pues, consecuencia y respuesta gubernamental a la externalización de los procesos de producción, de puesta en valor de la multitud y de sus formas de vida. ¿Podemos traducir esta doble cara del capitalismo contemporáneo diciendo que hoy la hegemonía se daría en el campo de la economía del conocimiento, mientras que lo financiero constituiría la forma del dominio político?
Existe una cierta convergencia, en la izquierda pero no solamente, en interpretar el proceso de financierización que hace pie en la segunda mitad de los años setenta como una respuesta capitalista a la crisis del modelo fordista, a la caída tendencial de la tasa de ganancia industrial. La crisis del fordismo habría así creado las condiciones de la financierización, que ha llevado a compensar la reducción y precarización del salario con la creación de una renta mediante el endeudamiento privado, tanto de las empresas como de los ciudadanos. En cierto sentido, el proceso de financierización ha hecho en el plano de las relaciones privadas lo que el Estado hacía a través del deficit spending, es decir, la creación de una demanda agregada por medio de endeudamiento.

Si bien esta es la narración que se ha afianzado para interpretar cómo llegamos a la crisis actual, yo sostengo que, si bien es verdad que estas son las condiciones en las que la financierización se ha dado en los últimos veinticinco años, es también verdad que al mismo tiempo se ha producido una fuerte transformación del capitalismo, en el sentido de su expansión en las esferas de la reproducción y de la circulación de las mercancías. Los nuevos sistemas de producción típicamente posfordistas, y ampliamiente descritos recorriendo las categorías del just in time, open sourcing, etc., han desarrollado en realidad sistemas de captación del valor producido al exterior de los procesos directamente productivos. Un valor social producido por nuestra misma vida, por nuestro acción dialógica, por nuestras relaciones de cooperación. La insistencia sobre el giro lingüístico de la economía radica precisamente en demostrar cómo a fin de cuentas la financierización –que seguramente ha conocido y continúa conociendo excesos de creación de deuda, de moneda, etc.– es sostenida por una modificación de los procesos de producción de valor y por lo tanto no es solo creación de renta parasitaria.

La creación de renta se asemeja más a la creación de una ganancia. Si hablamos del devenir renta de la ganancia es precisamente porque la ganancia es extorsionada, realizándose por fuera de la esfera directamente productiva, en la que las primeras teorías feministas entendían como reproducción de la fuerza de trabajo. Es como si el capital hubiese ampliado aquella primera experiencia, por cierto teórico-política, a una multitud de sujetos que se han vuelto, por el hecho mismo de interactuar, inmediatamente productores de valor. Luego, naturalmente, con la explosión de las redes se ha producido una posterior multiplicación y esta producción generalizada de valor se transforma en ganancia a través de la financierización, a través del estímulo de la deuda. La deuda crea una forma de salario que dirige al trabajo en la esfera de la circulación, y lo dirige a través de todas las típicas características de la deuda. Lo dirige a distancia, a través de dispositivos brillantemente revelados por Maurizio Lazzarato, dispositivos de disciplina, de regulación y de autolimitación de las propias vidas.

Es por esto que soy muy escéptico con lo que respecta a la financierización como un proceso de tipo parasitario. En primer lugar, la misma contraposición entre ganancias industriales decrecientes y ganancias financieras en fuerte aumento –cuadruplicadas en los últimos veinte años– es banalmente incorrecta desde un punto de vista marxiano. Cuando en el tercer volumen de El Capital Marx analiza la caída tendencial de la tasa de ganancia no distingue entre ganancias industriales y ganancias comerciales, por lo tanto financieras. En segundo lugar, debemos asumir que la financierización ha surgido de grandes corporaciones –General Motors, General Electric, Fiat, etc.–, que han sido los actores principales de la mudanza de las inversiones de los ámbitos directamente productivos (mercancías y ocupación en establecimientos) a las ganancias en los mercados financieros y la elaboración de toda una serie de sistemas de venta, donde el sector financiero representa a veces más del 50% de las actividades. Esto nos indica que el problema no es ya solamente la producción de mercancías, sino su relalización –vale decir, de su venta– a través de mecanismos que las finanzas permiten realizar: el leasing, el crédito al consumo, etc.

No se trata por lo tanto de ver si, y en qué medida, el capitalismo financiero funciona –desde este punto de vista, son ya evidentes muchos límites–, sino de poder captar las contradicciones que se producen en su interior: la primera de todas, la serie de mecanismos de captación de un valor que se encuentra en la esfera de la circulación.
La financierización de la economía parece ser un proceso irreversible, incluso en países como Argentina cuyo gobierno de inspiración neodesarrollista ha renunciado a los mercados voluntarios de deuda. El avance de la lógica financiera se verifica a partir de la generalización de los dispositivos rentísticos, que dominan las principales dinámicas de acumulación de capital: agronegocios, minería, petróleo, negocios inmobiliarios, narcotráfico, etc. Los enormes beneficios producidos por estas actividades se vuelcan en un aumento general del consumo, operando como legitimador social eficaz, al punto que se habla entre nosotros de un verdadero “consenso de los commodities”. En este contexto, durante los últimos años ha emergido un nuevo tipo de conflictividad social que enfrenta el desafío de neutralizar la violencia colonizadora que lo financiero vierte sobre los territorios. ¿Cómo se lucha contra la renta? ¿Es posible atacar los dispositivos rentísticos sin reponer un imaginario conservador desde el punto de vista productivo?
El narcotráfico, lo digo con ironía, ha seguramente contribuido a salvar al sistema bancario de su quiebre, haciendo afluir en los grandes bancos, no solo latinoamericanos, ingentes cantidades de dinero en un momento en que había un fuerte problema de liquidez debido a la crisis. Por lo tanto, si miramos a los commodities en un sentido laxo no hay duda que la renta allí producida ha seguro funcionado como contención del riesgo de catástrofe financiera que hemos corrido a partir de 2007-2008. Más allá de la ironía, se trata de una pregunta muy compleja. En Europa, por ejemplo, hace tiempo que buscamos condensar un frente de lucha alrededor de la renta de ciudadanía. Una renta de ciudadanía que no está interpretada hoy en términos redistributivos sino, al contrario, como reconocimiento de nuestro ser productores de valor. Se trata de una reivindicación de ciudadanía, en términos de un reconocimento monetario de todo un trabajo gratuito que hasta este momento el capital ha reconocido solo en la forma de la deuda privada. Si hoy funciona que te endeudes para mantener un cierto nivel de vida que tu trabajo garantiza cada vez menos, deberíamos transformar la deuda privada en renta social, como cara positiva del estar inscriptos en determinadas relaciones sociales y políticas. Desde mi perspectiva, esto tiene un horizonte de lucha privilegiado, incluso en términos de las movilizaciones previstas para las elecciones del parlamento europeo.

El punto es, naturalmente, pasar del plano de la reivindicación a su articulación concreta con las movilizaciones locales: por ejemplo con la multiplicación de las ocupaciones de vivienda, de espacios de vida, de barrios. O en un contexto como el alemán donde, con la victoria de Merkel y la construcción del gobierno de grandes acuerdos con los socialdemócratas, al centro de la política está la cuestión del mínimo salarial, irrenunciable para el SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania): ¿cómo transformar esta negociación en un terreno de movilización desplazando el problema del salario mínimo con el de la renta de ciudadanía? Existe luego toda otra serie de experimentos de resistencia que tienen que ver con las comunidades de intercambio locales, la introducción de monedas paralelas, por ejemplo. Son todos ejercicios de éxodo del imperio financiero y monetario que se están difundiendo mucho; no sé bien cuánta vida tendrán, pero son seguramente experimentos importantes dentro de los cuales se está produciendo un saber antagonista valioso para la articulación de las luchas. No estoy diciendo nada particularmente innovador, pero estoy convencido de que están pagando también ellos el precio de la crisis. Una crisis que es pobreza, deshilachamiento de las relaciones sociales, sensación de impotencia…
El biocapitalismo financiero, ya lo dijimos, extrae cada vez más valor de la esfera de la reproducción. Una de sus estrategias más obvias en este sentido, propiamente neoliberal, es la privatización de los servicios públicos. En una de las “Diez tesis sobre la crisis financiera” que cierran el libro La gran crisis de la economía global (Madrid, Traficantes de Sueños, 2009), se afirma: “los mercados financieros canalizando de modo forzoso partes crecientes de la masa salarial sustituyen al Estado como asegurador social. Desde este punto de vista, estos representan la privatización de la esfera reproductiva de la vida. Ejercen así como biopoder”. Mirando otra vez hacia América Latina, ¿cómo plantearías la relación entre, por un lado, la financierización y su tensión a la privatización y, por otro lado, un Estado que interviene en los procesos gubernamentales con planes sociales, inversiones en la educación, y medidas orientadas al aumento del consumo?
Seguramente en Europa y en los EE. UU. la privatización es la cara más terrible, y muy concreta, de la financierización. Es con las privatizaciones que el Estado social ha tenido su más fuerte redimensionamiento, incluso de su propia misión histórica. Se ha impuesto la ley de la gestión y de la aprovación capitalista de los bienes comunes, de los servicios públicos, de todo sobre lo cual se ha construido el siglo XX, desde el crecimiento del movimiento obrero a la construcción del Welfare State. Hace años la tendencia se ha invertido y si bien la crisis ha sido cómplice de ello, la tendencia sin embargo ha comenzado antes. Sobre esto hemos sufrido una derrota enorme. Y es por esto que es justo hoy intentar razonar más allá de lo público y más allá de lo privado, porque allí no hay más salvación, un poco como en alcóholicos anónimos… ¡vas y te prescriben la derrota! Si seguimos dentro del esquema de la relación sujeto/objeto, privado/público, la derrota está garantizada. Es necesario por lo tanto un esfuerzo y pensar en términos de las instituciones de lo común, o bien intentar, a través de los bienes comunes –los espacios urbanos, la vivienda, el agua, el derecho a la palabra– reconstruir las bases de una democracia. Porque en realidad el sentido de toda esta operación ha sido de des-democratizar la sociedad así como la hemos construido en el siglo XX. Y lo hemos conseguido. Desde nuestro lado, debemos reencontrar las formas de nuestro gobierno, de nuestra autoorganización. No es por cierto fácil: implica reglas, la capacidad de vivir y organizarnos juntos, de proyectar. Sin embargo, en resumen, debemos reinventar formas de democracia a través de instituciones que aquí llamamos instituciones de lo común, donde lo común son todos los espacios de la vida de los que por el momento el capital nos ha privado, apropiándose de ellos a través de estas formas típicamente posfordistas de las cuales hablábamos antes.
Una última pregunta. Ya hablaste del endeudamiento, de cómo la financierización produce deuda y se nutre todo el tiempo de ella. Sin embargo, en Argentina y otros países de la región durante la última década se han puesto en práctica distintos mecanismos de impulso al consumo basados en la figura del subsidio. Nos referimos al crecimiento de la financiación estatal, orientado a muy diferentes objetivos: entre otros, el congelamiento de los precios de los servicios públicos, la puesta en práctica de una asignación cuasi-universal a la niñez, el aumento consistente de las jubilaciones, o el otorgamiento de becas para la investigación universitaria. ¿Cómo pensar entonces el vínculo entre deuda y subsidio? ¿Es el endeudamiento una forma de captura de excedentes producidos en las economías populares e informales, mientras que el subsidio constituye un instrumento de redistribución de ingresos? ¿O habría que pensar de otro modo esta articulación? ¿Es el “dispositivo de culpabilidad” una forma de control del exceso vital producido por el consumo, en función del retorno a una moral de los pobres?
Es una cuestión muy interesante. Conozco muy poco América Latina pero me parece, también volviendo a la pregunta anterior, que en efecto entre Europa y algunos países de América Latina –pienso en Argentina o en Brasil– existen diferencas, que allí están ahora en los espacios de construcción o de refuerzo del Welfare State. Incluso las muy fuertes movilizaciones de hace poco tiempo en Brasil han tenido en su base, me parece entender, una serie de reivindicaciones de renta social y de prestación de servicios sociales. ¡El del subsidio y la ayuda social es un terreno sobre el cual no deberíamos transitar jamás! Porque, digámoslo claro: el liberalismo está de cualquier modo menos muerto; claro que atraviesa una crisis, pero, fuera de toda ilusión, es una crisis de redefinición. Por eso el ataque a las jubilaciones, a las indemnizaciones por desocupación, a los subsidios para los pobres es lo que deberíamos esperar todos los días, y hace mucho tiempo estoy convenido de que veremos todavía explosiones de lucha en estos terrenos. Al igual que en Europa, donde si por un lado hemos sido derrotados, desde un punto de vista histórico, en la capacidad de desmercantilizar las relaciones sociales y la producción social a través del Welfare State, por el otro podemos muy bien esperar una nueva oleada de luchas en estos ámbitos, como por ejemplo en Francia, donde se está desarrollando ahora una lucha por la reivindicación de una jubilación digna.

No debemos pensar que las cosas suceden de modo lineal. Las luchas, incluso las más innovadoras, al menos en los últimos años, son luchas que han podido estallar gracias a la continuidad de las relaciones sociales dentro del esquema del Welfare State. Desde este punto de vista, pienso que una cuestión crucial que deberíamos afrontar es la de lograr darle dignidad política a la asistencia, al salario social, al mínimo vital. Una dignidad política que es también creación de momentos de comunidad. Lo común se produce en estos momentos, no existe en la naturaleza, basta pensar en el agua, que no nos ha sido otorgada por Dios, sino que es un bien común porque es producida por nuestra capacidad de organizar su acceso y su distribución. Y esto también vale para todas las otras declinaciones de lo común que son la posibilidad de acceder a la riqueza social, a la riqueza producida.

Lograr darle una dignidad política a estos momentos, la ayuda social debe ser un momento de construcción de nuestra ciudadanía política: no solo la posibilidad de garantizarnos un mínimo para calmar el hambre, sino un pasaje necesario y fundamental para construir nuestra ciudadanía y sobre todo una ciudadanía que sea digna de este nombre, es decir, autónoma de lo que son los mecanismos de privatización. Por cierto, deberemos pensar por mucho tiempo dentro de un contexto que está caracterizado por el uso capitalista de la crisis, con el objetivo –¡diabólico!– de reducirnos a tal punto a un estado de pobreza, que luego quién sabe cómo saldremos de la crisis…

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