1.- Me cabio el apocalipsis
Me recabio siempre, casi siempre, desde el primer momento. Me cabieron sus fábulas rebuscadas y complejas, su desdén, sus ganas de más, lo que nunca me dijo, lo que me contó rogandome el más absoluto secreto, haciéndome flashear complicidad. Me cabio que mientras yo le acercaba libros y pelis, ella me respondía con series, celu y plazas. Mientras yo le explicaba, ella ya lo había hecho; mientras hablaba de cuidados, ella ya sabía lo que era un despojo. Mientras yo le charlo de libertad, ella la ejerce sin tanta bandera. Me cabio ese día que bailabamos muertos de risa, ellas de pepa, yo de papá garrón ignorante de su locura. Sus 15 hasta las tetas de apocalipsis, la piba que vino a pudrirla desde tan lejos, el cobani queriendo irse que me miraba con esos ojos de cansado y descubrir que las 4.20 es la hora mundial. Sus viajes a Puerto, su gedencia, su vitalidad, su placer por el margen, La Renga en Huracán, su vagar, su temeridad, su festejo de no cuajar, algunos enojos que recién ahora entiendo, sus lágrimas aún inexplicables y el Bajo como todo llanto.
Me cabio su posibilidad de explicarme todo, de pelear por todo, de saberla capaz de casi todo. Sus escapadas, sus ubicaciones falsas, esa fiesta por Udaondo y la primera vez que tuvo miedo posta. Me cabio tener que ir a la escuela a rescatarla, a la 1era de Morón, a escuchar a la madre, a escucharla a ella. Que me clave el visto, estar alerta, esperar que amanezca para saber que sobrevivió otra noche, a mirar para otro lado un montón de veces cuando las cosas eran más complejas de lo que había esperado. Me re cabieron sus cicatrices, sus miedos, sus planteos radicales que me dejaron careta, su politización extrema, su abandono nihilista, su inteligencia política. Me cabio como bajaba mi frasco de flores, como me tomaba por gil, como se daba cuenta de todo, como guardaba sus descubrimientos como armas para utilizar oportunamente. Me re cabieron mis explicaciones, mis consejos sobre la vida cuando ya lo habia vivido, esa caminata eterna llena de palabras que tuvimos una tarde de invierno, lo pancho que suelo ser. Y las horas muertas, ayudarla a estudiar, segundearla cuando se ratea y un café frente a la estación con el viejo de una piba que entendía aún menos que yo.
Me re cabio creer que la entrenaba para un apocalipsis, mientras ella era el apocalipsis mismo: zombie, sobreviviente, saqueo, fiesta, mutación, aulas, ranchada y vagancia. Saber que no la educaba porque ya no había nada que transmitir, ni decir, ni explicar. Que lo posible, lo palpable, lo necesario, estaba ahí, con las pibas, en los trenes, en sus deserciones, fiestas y encuentros. Educar siempre unido a una épica finalista. La paternidad garrón, la docencia y la militancia luchona siempre estuvieron atravesadas por una gesta civilizatoria, emancipatoria, transformadora, de futuro. La realidad te re cabe, las pibas si son pillas, también.
Educar para una invasión zombie no da cuenta de futuros felices, no mira hacia adelante, no proyecta metas. Es pura indefensión y nos re cabe porque ya no controlamos el destino final de las cosas. En este apocalipsis no hay proyectos, sino momentos; no hay expectativas sino cuidados y segundeos; no hay jerarquías, salvo la que generan los cuerpos bien plantados. Este es su mundo y no se trata tanto de cambiarlo, mejorarlo, de proyectar sino de redefinir las formas en que se presentan las cosas, crear nuevas palabras que digan otras cosas, construir estrategias, hacer mundo y sobrevivir cada nuevo día sin ser mordidos de manera definitiva.
Eduqué a mi hija para una invasión zombie