I
Hablar del “Santiagueñazo” del 16 de diciembre de 1993 nos remite al estallido social que en términos cronológicos se sitúa como un acontecimiento de fin de siglo. O bien, podría proponer subrayar por fuera de esa temporalidad como un hito que abre anticipadamente el nuevo siglo habilitando un paréntesis de una contra-historia al interceptar la tesis globalizada de Francis Fukuyama del año anterior (1992) que postulaba “el fin de la historia” y que aludía a las democracias liberales como único sistema de vida posible. Con el Santiagueñazo se inicia en la década del noventa en nuestro país un ciclo de protestas anti-neoliberales con acciones y formas políticas de tono insurrectas que quedaron como emblemas de la resistencia popular a partir de 1996 tras las protestas devenidas en puebladas en las localidades de Plaza Huincul y Cutral Có, en la provincia de Neuquén.
II
El imperativo de leerlo en estos tiempos es, por lo menos, una necesaria e ineludible tarea para examinar la nervadura de su potencia y poder develar así el empecinado entramado de silenciamiento que la clase política en los diferentes gobiernos ha mantenido. Si bien el Santiagueñazo ha sido producto, desde una lectura economicista y política, de reclamos en contra de la aplicación de medidas de ajuste que bien pueden visualizarse estaban condensadas en la Ley N° 5.986 denominada ley Ómnibus, sin embargo, no sería totalmente justo alojar el origen solamente en un problema tecnicista, de improlijidad de una administración de la economía y de las finanzas, ni tampoco el prueba y error del ensayo neoliberal. Sin lugar a dudas, constituye el acontecimiento de rebelión popular más significativo en nuestra provincia del período democrático inmediatamente posterior a la dictadura cívico militar y eclesial. Por lo tanto, un tipo de lectura que explore formas de crisis no económicas puede orientar la atención y el análisis a una matriz social traumática de existencia secular en la que se halla una fractura histórica. Sirva quizás como insumo para comprensión de tan encolerizado reclamo donde anidaba, además, el grito sofocado de un pueblo dolido desde las entrañas.
III
Pensar el Santiagueñazo, establece un aporte fundamental al que nos invita Fabián Sánchez para comprender un acontecimiento intenso y fugaz, de mucha densidad y también fundante en el sentido que permitió la apertura a subjetividades rebeldes como demuestran el tono de las sucesivas protestas que atravesaron los años noventa en gran parte de la geografía nacional. Claramente, el interés por aquella rebelión extraviada en el decurso de un tiempo sumido a modos de vida neoliberal como al que asistimos desde entonces, no aspira solo a recuperar en términos de (re)conocimiento el contenido desde el lugar del olvido, sino qué y sobre todo, desafía a una interpelación sujeta a este presente y abre el camino a nuevas formas de escuchas y de nuevas lecturas.
IV
Es un desafío político e intelectual abordar la carnadura de una lucha colectiva radicalizada cuya relación con el conflicto, fue fecunda, en tanto que, la subjetividad que produjo en una parte de la sociedad generó efectos –por qué no pensarlo en estos términos- que hizo florecer en el país durante los años siguientes organizaciones políticas autónomas (por fuera de las estructuras partidarias tradicionales) como los movimientos de desocupadxs los cuales tomaron centralidad en la política nacional. El efecto, se fue expandiendo y fue asumiendo diversas formas e irradiando cuantitativa y cualitativamente la construcción de proyectos colectivos y la reinvención de narrativas para las nuevas luchas políticas por venir. En gran parte del territorio nacional emergen por aquellos años, multiplicidad de formas políticas gestadas desde abajo: el ya mencionado MTD (Mov. Trabajadores Desocupados), el GAC (Grupo de Arte Callejero), H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), el MOCASE (Mov. Campesino de Santiago del Estero) si bien surgido años antes toma otra intensidad en su articulación con otros grupos. Surgen las asambleas populares, cientos de centros culturales y artísticos, fábricas y empresas recuperadas con control y administración de trabajadores, organizaciones de desocupadxs, movimiento piquetero, etc, hasta el período comprendido entre el 2001-2003 que da cuenta de la profunda crisis que arrastraba el bipartidismo (PJ y UCR) y consecuencia de ello el surgimiento del bicoalisionismo.
V
Existe también, un modo subjetivo de apuntalar la idea de que las sociedades y la democracia son mucho más producto de los consensos que de los conflictos. Por lo tanto, al sentido común que tiende a provocar la creencia de que la democracia es mantener las leyes bajo un orden neoliberal desde lo coercitivo y el amedrentamiento como garantía de la “paz social” cabe la referencia a Maquiavelo para considerar también que el conflicto o el tumulto es lo que permite que haya democracia y consolidarla como tal.
VI
Más allá de los intereses contrapuestos, por ejemplo el que se identifica claramente entre los orígenes del conflicto como es la brutal cesación en el pago de salarios durante tres meses, están las tensiones en el estado de ánimo de los sectores afectados que padecen la inquina por parte del poder que los despoja. Estas tensiones expresan también un acumulado histórico que se manifiesta, solapadamente, como lenguaje que recorre cuerpos y memoria como forma discursiva de lo político. Una insoportabilidad capaz de hacer frente a la “violencia institucional” encuentra formas y lenguajes de confrontación desde lo popular. Un salto diferencial entre lo institucional y lo popular, deja claro en relación a la violencia simbólica la posición que se establece por un lado desde una postura intelectual y por otro lado una popular no ilustrada y si cristalizada en el discurso corporal que encuentra en la praxis crítica y a veces hasta revolucionaria otras vías por donde opera una intelectualidad de otro tipo, la que compromete el cuerpo, y a lo que José Luis Grosso denomina “violentación simbólica”[1]. ¿Por qué no pensar entonces, en nuevos significados políticos por fuera de los conceptos liberales? En esto, el Santiagueñazo tiene mucho para decir. Me refiero a pensar el reverso de los formatos que explican desde lógicas del mercado, desde formatos liberales, desde la diccionarización[2] de la política, los fenómenos sociales.
VII
Hay otras formas de saber y conocer acuñadas en el pensamiento popular. Lo cual constituye otras nociones, otras representaciones, por ejemplo de poder, por ejemplo de democracia, por ejemplo de formas de participación política, por ejemplo de lenguaje político, entre otros. Esto infiere a la vez, pensar la inmanencia de los “dispositivos de silenciamiento” no solo como la intención de ocultar ciertos sucesos sino también el de evitar que estos puedan posteriormente ser pensados, analizados y resignificados para ser nuevamente puestos en valor. Es decir, no solo los “dispositivos de silenciamiento” suponen obturar la circunstancialidad del hecho político suscitado con el santiagueñazo, sino también ocluyen la memoria justamente por tratarse de formas autónomas de organización y representación popular capaz de inaugurar otros sentidos, la que genera otras subjetividades en lo afectivo-sensitivo a partir de lo cual puede asumir otra potencia la protesta.
VIII
En un intento por ensombrecer desde las orbitas de poder un hecho trascendental como el que aquí abordamos, no supone un acto ingenuo y menos aún inofensivo. Sino que opera como estrategia para desligar una historicidad de luchas, dejar sin registro en el imaginario social a la revuelta y a su vez evitar en el pensamiento popular el sentido de vulnerabilidad del poder. Disociar ciertos pliegues históricos por donde acontece la memoria de luchas y rebeldías es un mecanismo recurrente de las políticas tradicionales para desconectar experiencias populares o plebeyas y tradiciones o trayectorias de resistencia al avasallamiento de derechos, en el afán siempre del restablecimiento de un orden político estructurado de arriba hacia abajo. Podemos inscribir también en esa lógica, salvando la magnitud del contexto, la rebelión del 19 y 20 de diciembre del 2001 ocurrida en los conglomerados urbanos más importantes del país y en el que los gobiernos posteriores han visto -y ven- con una suerte de desdén el desarrollo de la organización autónoma, los modos de auténtica democracia y la soberanía popular.
IX
El lenguaje sea tal vez el último territorio de disputa, y de esto Silvia Rivera Cusicanqui[3], socióloga boliviana, dice que “hay en el colonialismo una función muy peculiar para las palabras: ellas no designan, sino que encubren”. Y desde luego la utilización de una práctica discursiva donde abundan los eufemismos accionan como dispositivos para debilitar, acallar o directamente invisibilizar luchas, protestas y por cierto, procesos liberadores. Asimismo, en varios de sus libros el escritor Marcelo Valko refiere a cómo operan los dispositivos que accionan una “pedagogías de la desmemoria” y otros casos en los que refieren a una “dialéctica disciplinadora”, dando cuenta “que el acervo recordatorio pone en escena una práctica social de asimetría que pretende domesticar a todos por igual”[4]. Todo un despliegue estratégico del poder de lo simbólico que opera, sistemáticamente, en múltiples sentidos y cuya funcionalidad pretende apuntalar el convencimiento de una “paz social” en tanto orden lógico de la vida social santiagueña. En efecto, acciona subrepticiamente para la conquista de subjetividades como así también en la invención de imaginarios devenidos en verdades. La conquista cultural, entonces, como antesala del control político.
X
La pulsión violenta como escena central durante la manifestación callejera fue sucedida por escenas similares en otras geografías, en provincias como Catamarca, la Rioja, y más tarde extendidas a otras. Queda claro que lo que se quiere evitar con el silenciamiento, es el sustento subjetivo de replicar un gesto de hartazgo social ante una representación política corrupta. Sin embargo, en la dermis del cuerpo social y pese a los pretendidos esfuerzos por ejercer mecanismos de control y dominación, aquella gesta quedaba convertida en una fuerza que para muchos ya era un mojón de la voluntad de acción colectiva capaz de superar el abatimiento ante el oprobio que concitaban las medidas antipopulares. El silenciamiento de la protesta colectiva contra el neoliberalismo, léase este no solo como representación en un partido político al que se puede confrontar electoralmente, sino que este habita en las formas no dichas de micropolíticas que articulan lo que pensamos, lo que sentimos y hasta lo que deseamos, para tal fin accionan los dispositivos de subjetivación para formatear una docilidad capaz de asimilar sin chistar la voracidad neoliberal. No hay neoliberalismo sin violencia, como tampoco hay paz sin justicia social.
Abril del 2024
[1] En conversación con José Luis Grosso en torno a la realización de un capítulo del libro La democracia. Torsión o cancelación de un sistema político. Hacia otros imaginarios, de mi autoría, dice: “violentación simbólica es el desnudamiento y enfrentamiento popular de la enquistada violencia simbólica (en cuanto tal violencia) del estado de cosas legalizado y consensuado desde el Estado-Nación y sus agentes culturales, de política pública y de ejercicio oficial del poder (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), hasta la manifiesta represión policial y militar, “violentación” que, en su cuerpo-a-cuerpo, es llevada a cabo por vías no ilustradas (por su fricción coactiva consideradas “no-democráticas” o al borde de la “confrontación democrática” o decididamente fuera del “diálogo democrático”), tales como la burla, el sarcasmo, la ridiculización, la revuelta, el fuego, la rebelión… son las “vías directas” o “acciones de hecho” del bajo pueblo.”
[2] “De hecho, el diccionario es el dispositivo que pretende capturar en un todo cerrado la multiplicidad de la lengua; trasladado a la política, este esquema indica el intento de definir, de una vez por todas, qué es la política y cuáles son sus procedimientos, de manera que todo aquello que queda fuera de la definición pasa a ser visto como antipolítica o irresponsable utopía.”. La an-arquía contra la diccionarización de la política. Andityas Soares de Moura Costa Matos.
[3] Silvia Rivera Cusicanqui. Ch’ixinakax Utxiwa. Una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores. Tinta Limón Ediciones, 2010.
[4] Pedestales y prontuarios. El arte y discriminación desde la conquista hasta nuestros días. Marcelo Valko, Ed. Peña Lillo, Ediciones Contienente, 2019.