Dolor de existir, deseo de vivir. // Roque Farrán

A raíz de una serie de intervenciones coyunturales en torno a presentaciones de libros publicados el año pasado (Nodaléctica y El uso de los saberes), que fueron una puesta a prueba de conceptos y métodos filosóficos en espacios políticos y militantes, como también en virtud de un curso de formación que di en un espacio de militancia (titulado “filosofía práctica para militantes”), por invitación de una pequeña editorial estoy escribiendo un nuevo libro. Imaginaba en principio que el mismo podía estar dirigido exclusivamente a militantes, pero me di cuenta que en realidad uso el término “militantes” en un sentido mucho más abarcativo y a la vez singular que el habitual; me refiero en verdad a sujetos habitados por el deseo de orientarse e incidir materialmente en la realidad en que viven, más bien: “practicantes”. Practicantes de la política, sí, pero también del arte, del psicoanálisis, de la teoría, de la vida misma. He comenzado a recibir devoluciones de algunos efectos formativos y transformadores de aquellas lecturas, así que la alegría intelectual (“beatitud”, decía Spinoza) es mi principal motivo para hacerlo (correlato afectivo del deseo). Además, claro, todo ello se agudiza e intensifica en un momento de tanto peligro como el que estamos viviendo; un momento que, como ya he escrito antes, nos arroja a un estado de inseguridad generalizada que atraviesa todos los niveles de la formación social. Por eso, creo que resulta crucial ligar lo singular a lo colectivo (“lo personal es político”, como dicen las feministas), implicarse y formarse de nuevo en cada acto: encontrar puntos efectivos y afectivos de enlace, cualquiera sea el nivel de la práctica en que se ejerza.

El estado de la situación no hace más que agudizar cuestiones urgentes que vienen de antes: dolores y ausencias que la coyuntura actual presentifica. Quizás porque, como diría Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Cuestiones afectivas que no pasan por la lógica espuria de la deuda eterna, sino por la implicación material en acto que desea incidir en lo real de algún modo. La subjetividad y los sueños son parte de ese material que “oprime el cerebro de los vivos”, el psicoanálisis nos ha permitido reparar en ello, y por tal motivo voy a contar algo que me sucede a menudo (escribir en este caso es distinto de analizar, aunque ambas prácticas participan del cuidado de sí). Cada vez que sueño con mi hermano, lloro, lo sé porque lo recuerdo al despertar, no puedo representarme el hueco de su muerte y ahí mismo vienen toda una serie de historias inverosímiles, complicadas y dolorosas: que se fue a vivir a una isla remota, que en realidad está de viaje, o que vive a la vuelta de casa pero con una nueva personalidad, etc. Sé que la muerte es bien real y, por eso mismo, imposible. Me conecto en sueños con esa otra realidad, a veces más real que ésta, pero cuando vuelvo a despertar es siempre lo mismo, la pregunta urgente que me interpela y busco trasladar al resto: ¿Cómo diablos vencer la idiotez cotidiana que nos inocula el neoliberalismo y que no ha dejado de triunfar, no solo sobre los vivos, sino sobre nuestros muertos? Esa trampa mortal de hacernos sentir culpables de un sistema esquizoide, canalla y perverso. Alguna vez juré encontrar la salida a esto y es lo que en el fondo motiva todas mis insistencias de lecturas y escrituras. Cada tanto, me llegan noticias de que alguien en algún lugar del mundo ha hecho algo con ellas y eso basta para darme el ánimo necesario para continuar en la lucha. El motivo principal es el deseo de vivir o conatus.

Hay pues motivos afectivos y políticos bien concretos por los que escribo, los he mencionado, pero también hay una lógica rigurosa que orienta el deseo de escritura. El anudamiento de esos factores dispares hace al pensamiento materialista en el cual me inscribo. Es sabido que casi todo relato, escrito, texto o historia suelen presentar la estructura tripartita típica de introducción-nudo-desenlace. Sin embargo, la mayoría de mis escritos (sea cual sea su extensión y complejidad) suelen hacer un nudo de la estructura misma; así, se encuentra más bien un nudo generalizado: nudo-introductorio, nudo-nudo, nudo-desenlace. Nudo de nudos. Un nudo bien hecho sigue la lógica de la implicación simultánea en varias direcciones y dimensiones, con anticipaciones, cortes, empalmes y precipitaciones, y no el simple avance lineal cronológico. Eso quizás sea lo que desoriente un poco al principio y reoriente luego según el deseo de cada quien por abrazar lo real en juego. Es que un relato que se ajusta a lo real imposible y encuentra en virtud de ello su punto de incidencia no identificatorio, ha de tramarse siguiendo el mismo orden y conexión  [ordo et conexio]. Escritura de la coyuntura, crítica ideológica, ontología y ética, se encuentran allí implicadas. Lacan sive Spinoza.

En esta coyuntura puntual nos llegan reflejos del ser mismo de las cosas; las multiplicidades disolutas proliferan. Siento que todo se está deshilvanando, que el Todo mismo se está deshilvanando, y está muy bien que así sea, porque el Todo estaba muy mal, y quizás sea la única forma de hacer las cosas de otra manera, de empezar de nuevo, de tramar mejor las palabras, los cuerpos y las cosas. Pero no va a ser fácil, ni bello ni bueno, lo verdadero. Y, por supuesto, nada garantiza tampoco que suceda. Mi pregunta, la cual lanzo y relanzo una y otra vez de distintas formas, inquietud interrogante e interpelante (ethos filosófico por antonomasia), es qué hacer en cada caso, en cada nivel, en cada práctica; porque hay algo en efecto que orienta, en función de una verdad que no es ideal ni modélica; y eso que orienta es, como dije antes, el deseo. Si no hay deseo, mejor dejemos que se desintegre todo definitivamente, porque ahí, sí, el resultado será seguro. Es que la (in)seguridad es un problema que afecta radicalmente al deseo; pues lo reduce a demanda de orden. No quiero ser alarmista ni pesimista en cuanto a esto, pero no creo que haya que retroceder ante la inseguridad particular de los que demandan mano dura y represión, al contrario, pienso que hay que asumir la inseguridad en todos sus aspectos y darle batalla, excediendo la demanda mortífera hacia el deseo de vivir: asumir el coraje de la verdad interrumpiendo todos los círculos de poder donde éste se reproduce impunemente, y avanzando hacia un trenzado riguroso que sostenga el orden social que se va descomponiendo por múltiples complicidades y cobardías morales. Un proceso de reconstitución nacional, en serio y en serie, será necesario.

Son muy elocuentes en ese sentido las imágenes que circularon gracias al Ministerio de Producción, pues reflejan claramente la ideología dominante y sus inversiones subalternas; me recuerda el ejemplo de los Bororos que daba Levi-Strauss: los grupos dominantes dibujaban su aldea de manera concéntrica y armoniosa, los dominados en cambio dos partes separadas por una línea infranqueable. Ahora somos quizás más esquemáticos, en nuestro igualitarismo democrático: quién soporta a quién, es decir, quién va arriba y quién abajo (rubios o morochos). Un poco en broma y otro poco en serio, propondría una imagen alternativa para dar soporte a la imaginación, ya que nos estamos desarmando como sociedad y no sabemos muy bien cómo va a acabar la cosa (lo que es seguro que no bien): un proyecto de refundación constitucional tendría que orientarse más bien por el trenzado borromeo lacaniano, para salir de estos impases de quién va arriba de quién y cómo se teje la cosa, o sea: el sujeto material en cuestión; llamar a un gran acuerdo nacional, como se dice, tendría que trabajar con el trenzado solidario (quizás el movimiento feminista oriente al respecto).

 

  1. Unidad, Orden y Deseo contra el neoliberalismo. Un ejercicio de imaginación materialista.

 

Lo he dicho y lo he escrito desde el primer momento: Macri es un no-presidente, un no-sujeto, la inoperancia misma en acción. Su discurso no resiste ningún análisis y no es para subestimarlo de ningún modo: ha cumplido los mandatos y designios de una buena parte de la población en una época que se precipita hacia su ineluctable final. La negatividad más necia, apenas disfrazada de boba alegría y positividad, ha llegado a su (in)feliz término. Por eso, necesitamos más que nunca una teoría materialista del sujeto que pueda responder por lo real en juego en cada práctica, instancia y nivel de la formación social en que vivimos; una teoría materialista del sujeto que oriente decididamente las prácticas económicas, políticas y jurídicas; una teoría materialista que nos permita hacernos cargo de cada punto de incidencia en lo real. Necesitamos poner en acto lo que ya sabemos demasiado bien, porque esto no es posverdad ni posthumanismo, es una maquinaria de guerra que reproduce la mentira y promueve la autodestrucción sin límites.

Somos muchos los que venimos anunciando, con mayor o menor grado de urgencia y templanza, que estamos al borde de una disolución sin precedentes. En definitiva, de eso se trataba el cambio tan anunciado y prometido: un aniquilamiento de la Argentina tal como la conocíamos, con su diversidad de tradiciones y legados históricos, con sus contradicciones y singularidades. Con nuestros aciertos y desaciertos. En este contexto, resulta necesario que nos replanteemos cuestiones basales; el fatal desenlace neoliberal no nos ha dejado alternativa.

En primer lugar, necesitamos pensar en el plano político-jurídico la Unidad, plantearla desde la heterogeneidad y la diversidad irreductibles que nos constituyen, contra cualquier orden totalitario y homogeneizador; para ello es clave la alternancia en el poder de las fuerzas políticas junto a la división de poderes de los estamentos del Estado; pero, a su vez, es necesario trasladar la alternancia a los poderes en acto (no sólo ejercerla cada 4 años) para que ninguno de ellos se imponga sobre los otros en el tránsito (como vemos hoy con la arbitrariedad del poder judicial); asimismo, la división de poderes ha de trasladarse también a la alternancia misma de quienes gobiernan, para que su modo de decidir tampoco se absolutice ni unilateralice (más que un dialoguismo imposible o las “mesas chicas” siempre demasiado estrechas de miras, una verdadera práctica de la transversalidad en función de la indeterminación objetiva que afecta los saberes efectivos). División y alternancia, entonces, hacen al sujeto del deseo político que puede gobernar justa, soberana y democráticamente.

En segundo lugar, en cuanto al plano económico-social, se hace necesario reinstaurar el Orden y la previsibilidad para que la vida en común sea posible y deseable, para que no haya aumentos desmedidos de precios, especulaciones y corrupciones varias ejercidas desde aquellos sectores más encumbrados de la sociedad que mantienen de rehén a la mayoría de la población. Violencia, corrupción e inseguridad generalizadas van de la mano y se retroalimentan mutuamente (lo que Lacan llamaría un “nudo propio”). El Estado tiene que intervenir allí mostrando un ordenamiento riguroso: el trenzado solidario entre todos los niveles y prácticas económicas, políticas e ideológicas que hacen a la sociedad en su conjunto articulado. Si un sector, una clase, una parte de la formación social no se sostienen, pues nos caemos todos. La solidaridad bien entendida no tiene que ver con la caridad sectorial, sino con un principio de enlace estructural que afecta al conjunto (lo que Lacan pensó a través del “nudo impropio” o enlace borromeo).

En tercer lugar, lo que orienta y da sentido a todo este proceso de reconstitución nacional no puede ser el progreso, que por supuesto no existe (lo se gana por un lado se pierde por otro, decía Lacan), ni el voluntarismo ni las buenas intenciones de un humanismo que siempre terminan en el desastre; lo que orienta, digo, tiene que ser decididamente el Deseo. La diferencia ha de ser esencialmente ética. Solo las subjetividades deseantes y no sacrificiales o expertas, en todos los niveles y prácticas, podrán sacarnos del fondo del pozo –no sólo monetario e internacional– en que hemos caído. Aunque es cierto, por otra parte, que no hay deseo de orden que se –y nos– sostenga; eso sería más bien una demanda dirigida a un Otro omnipotente (en nuestra historia reciente fueron los militares, luego los CEOs, y próximamente serán… ¿los marines?); pero sí hay un orden del deseo que es inexorable, porque el deseo –como la ley– es riguroso: sigue al pie de la letra la falta o inconsistencia del Otro. Asimismo, sé que la ideología progresista que nos reúne no suele entender esta clase de rigor, artístico y marcial más que obsesivo y escrupuloso; pero ante todo: lógico y ontológico (más que cientificista). Y sin embargo, va a ser más necesario que nunca entenderlo y practicarlo (el orden del deseo), sea donde sea que cada quien se autorice de sí y de algunos otros para hacerlo, porque el descalabro generalizado que se viene y las demandas pulsionales de rigor que le seguirán van a ser de terror.

Por último, para concluir, propongo un ejercicio de imaginación materialista que puede orientar las prácticas, cuáles sean. 

 

Haz como si eso que haces, no importa su valor o magnitud, fuese a cambiar el mundo en verdad; o mejor: haz que eso que haces cotidianamente esté con un pie en este mundo y con otro en el nuevo mundo que imaginas deseable. Entonces, se producirá una torsión entre el lugar desde donde operas y extraes los materiales, y ese otro lugar que deseas. Un cambio de terreno, la apertura de una nueva problemática. Si se logra producir esta torsión singular, se reconcilian las figuras de la crítica, la utopía y la subversión en el mismo acto. Si ese modo de proceder se contagia, se multiplica y potencia, otro mundo advendrá efectivamente. Más que discutir y refutar autores, tenemos que aprender a usarlos para encontrar nuestro lugar en el mundo y forzarlo hacia otra cosa. Ese es el ejercicio básico de un pensamiento materialista, sea su práctica política, teórica, ética, estética o ideológica.

 

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