“pretendemos recuperar uno de los más plenos y significativos de los derechos humanos perdidos: la posibilidad de comprender y transformar el mundo en que nos ha correspondido vivir.”
Julieta Kirkwood
I
El año 2007, la filósofa feminista Alejandra Castillo constataba el silencio que reinaba en torno a la figura y a la obra de Julieta Kirkwood:
“a más de veinte años de la muerte de Julieta Kirkwood el diálogo con su pensamiento apenas si ha comenzado. Las causas que demoran este encuentro son múltiples, pero existe cierto acuerdo en señalar que están asociadas a lo que se ha dado en llamar un “silencio feminista”. Silencio feminista en tiempos de transición, que nos habla en su mudez de una desazón, de un malestar en la democracia” [1]
Efectivamente, la presencia en el campo intelectual y en los espacios de militancia de quien fuera una de las teóricas y activistas más relevantes del feminismo de los años ochenta en Chile era, hasta hace poco, escasa. Castillo relaciona acertadamente este silencio respecto de Kirkwood con un proceso mayor: el silencio feminista que se impone en la transición como la contracara del protagonismo del movimiento feminista en las luchas contra la dictadura y del carácter restringido –consensual, diría la misma autora- de la democracia posdictatorial[2]. La obra de Kirkwood, gestada al calor de las movilizaciones sociales del primer lustro de los años ochenta, no tenía lugar en tiempos en que el pacto transicional se mantenía imperturbable; su lectura se restringía en ese entonces a quienes de manera solitaria encontraban en ella un estímulo para resistir y pensar, contra la fuerza de los hechos, otra democracia posible.
Once años después, algo ha cambiado. El regreso del feminismo es un hecho insoslayable, tanto en la sociedad chilena como en distintas latitudes del globo. Muestras de ello han sido la reciente conmemoración del 8 de marzo, que movilizó a millones de mujeres a lo largo del mundo, las masivas convocatorias contra la violencia machista que se han presenciado estos años, pero también que el feminismo tome lugar los medios de comunicación, e incluso que personalidades del mundo de la cultura se declaren feministas. Si bien estos hechos deben ser apreciados con diversa ponderación en tanto responden a lógicas e intereses diversos y a que en muchos casos muestran la captura neoliberal del feminismo, de todos modos son indicadores de que el silencio feminista va quedando atrás, al igual que el silencio que reinaba en torno a la obra de Julieta Kirkwood. La reedición prácticamente simultánea de Feminariospor el colectivo Communes[3]en Chile y por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso)[4], así como también la organización de foros, charlas o conversatorios para abordar dimensiones de su pensamiento, parecen mostrar que ha llegado el reencuentro con su obra tras largo años de espera.
II
El tránsito desde el silencio a la recuperación de Julieta Kirkwood, ciertamente, pone sobre la mesa la cuestión de los posibles usos y lecturas no solo de su producción escrita y de su legado teórico, sino, sobre todo, de su figura y de su nombre, en tanto autoridad para legitimar públicamente posiciones bajo el rótulo del feminismo[5]. La bancada parlamentaria que invoca su nombre, es un buen ejemplo de este tipo de apropiación.
Sin embargo, la discusión respecto de si es o no adecuado apelar a Julieta Kirkwood para instalar dicha bancada y su agenda legislativa, no debiera eximirnos de enfrentar otros desafíos teóricos y políticos que se abren con la enunciación feminista por parte de algunas diputadas. Por ejemplo, el de la posibilidad de desplegar allí una política feministacapaz de articular a la oposición y de orientarla en una dirección de ampliación de derechos, asumiendo las tensiones que históricamente ha generado la entrada de feministas en el espacio institucional y la enorme capacidad de procesar las demandas del feminismo en códigos neoliberales que la propia institucionalidad ha mostrado durante décadas. Si bien debatir estos temas es entrar en un terreno pedregoso, es claro que son problemas que no pueden ser evadidos. En ese sentido, nos parece pertinente relevar la reflexión de feministas contemporáneas, como la diputada Camila Rojas[6]o la historiadora Luna Follegati, que hacen frente a estas cuestiones. Tomando las palabras de esta última, es momento de que nos preguntemos abiertamente “¿Qué es hacer política desde el feminismo? ¿Cómo sería esta política feminista? ¿Cómo se enfrenta nuevamente la pregunta por la democracia y la institucionalidad? […]¿Es posible construir feminismo desde los espacios conquistados en el parlamento?” y “¿cómo debiese ser esa forma de construcción?”[7].
Las respuestas, por cierto, no están dadas, pero si el objetivo es perfilar un feminismo capaz de enfrentar políticamente la hegemonía neoliberal mediante el despliegue de un ideario y un proyecto alternativo, tiene sentido volver a Julieta Kirkwood. Su visión sobre el lugar del feminismo en un horizonte de transformación social global adquiere particular relevancia para pensar estos problemas:
“El feminismo -decía Kirkwood en esta dirección- rechaza la posibilidad de realizar pequeños ajustes de horarios y de roles al orden actual, pues eso no sería otra cosa que la inserción en un ámbito-mundo ya definido por la masculinidad (el otro término en la relación de opresión). La incorporación de las mujeres al mundo será para el movimiento feminista un proceso transformador del mundo. Se trata, entonces, de un mundo que está por hacersey que no se construye sin destruir el antiguo[8]”.
Esta visión del feminismo como una transformación del mundo nos impulsa a avanzar hacia una tarea de primer orden en el campo de las batallas político-ideológicas: la confrontación del feminismo liberal que ha orientado las agendas y políticas de género en los últimos casi treinta años. Allí, la disputa debe apuntar, por un lado, a mostrar cómo el feminismo hegemónico -en tanto renuncia a un análisis materialista y asume el principio abstracto de la igualdad formal de todos los ciudadanos- oculta las desigualdades sociales y sexuales contribuyendo con ello a su reproducción[9]. Y por otro lado, a advertir que las políticas de igualdad de oportunidades, de transferencias focalizadas de recursos a poblaciones femeninas vulnerables, de subvención a las labores de cuidado o de tratamiento punitivista de la violencia machista -solo por mencionar algunos ejemplos típicos de la agenda liberal- son incapaces de atacar estructuralmente las desigualdades sociales y la opresión de género.
El feminismo crítico en general y el feminismo socialista en particular han desarrollado elaboraciones sustantivas en esta dirección. Sin embargo, que dichas críticas logren traspasar el terreno intelectual y provocar efectivamente una crisis en la hegemonía y legitimidad del feminismo liberal -tanto a nivel político como de sentidos comunes- es una tarea todavía pendiente y sumamente compleja, sobre todo si consideramos el grado de consenso que las agendas de género concitan en el campo de los progresismos y en sectores que se reconocen en la vereda de la izquierda.
El feminismo de Julieta Kirkwood, situado en un horizonte socialista de transformación social global, se torna ineludible para este empeño. En ese sentido, la invocación de su nombre por parte de un sector de parlamentarias que se reivindican feministas nos ofrece una posibilidad para tensionar y disputar qué entendemos por feminismo,pero también para pensar cómo podemos, desde el feminismo, producir tácticas de enfrentamiento político que vayan generando crisis en el pacto neoliberal y que, a su vez, vuelvan improcesable el feminismo en esos términos. Ese derrotero -elaborar política feministaa partir del legado teórico y político de Julieta Kirkwood- parece ser una buena forma de usar su nombre sin sacrificar su radicalidad.
III
La emergencia contemporánea del feminismo dentro de la cual se produce este regreso a la figura y obra de Julieta Kirkwood, ocurre en un escenario político y social de resquebrajamiento del pacto transicional y del consenso neoliberal: donde estallan conflictos sociales que impugnan el carácter subsidiario del Estado y la mercantilización extrema de la vida. Es en este ciclo de luchas -cuyo inicio más o menos puede situarse en el año 2006 con la llamada “revolución pingüina”- que el feminismo retoma protagonismo en Chile, al punto de que se ha tornado una necesidad política para todas aquellas organizaciones que se plantean avanzar hacia una superación del neoliberalismo[10].
En el contexto de extrema mercantilización de los derechos sociales y de la vida en general que se observa en Chile, un punto central que se juega en estas luchas es la posibilidad de recuperar soberanía sobre nuestras vidas, hoy completamente determinadas por el mercado hasta en sus dimensiones más cruciales. Recuperar esa soberanía, no es sino reimaginar y realizar un nuevo pacto social, una nueva forma de democracia[11]. En este entendido, ahora que pareciera abrirse una posibilidad de interrumpir el pacto neoliberal y la democracia elitaria y tecnocratizada de la transición, la obra de Julieta Kirkwood, recorrida de punta a cabo por la preocupación por la democracia, adquiere renovada actualidad y vigencia política.
Tal preocupación de Kirkwood se enmarcaba en un contexto preciso: el Chile del ascenso y la derrota del proyecto socialista de la Unidad Popular y el gobierno de Salvador Allende, de la dictadura y la desarticulación de los partidos políticos de izquierda y del denso tejido social que se había formado en más de un siglo de acumulación de luchas en el campo popular. Pero también de la resistencia contra la dictadura de comienzos de los ochenta que se expresó en protestas tan masivas que no faltaron quienes tuvieron la esperanza de que la recuperación democrática fuese resultado de un proceso de movilización popular[12].
Precisamente, en medio de las Jornadas Nacionales de Protesta, desarrolladas entre 1983 y 1986, Kirkwood realiza sus principales elaboraciones; sus textos están, por lo mismo, atravesados por ese tono de urgencia de quien escribe al calor de la lucha. El lema de su autoría -“Democracia Ahora”- transmite de manera ejemplar dicho carácter de su escritura. Sin embargo, esta urgencia no le restó agudeza ni capacidad de entender las posibilidades que se abrían y las que podían cerrarse, junto con el carácter determinante de esos años para la democracia que vendría. En 1983, cuando empezaban las primeras movilizaciones, escribía lo siguiente:
“Las feministas […] saben que el momento es político. De movilización callejera, de protestas y cacerolas; de sentadas con lienzos y de vuelta a andar con la consigna de la “democracia ahora”. Pero también saben que es tiempo de planes, de programas, de plazos y de tiempos, de propuestas y de cifras; de prácticas de Unidad formuladas en acuerdos no excluyentes; de acciones concretas en el aquí y el ahora […] El momento es delicado porque en él se está resolviendo el futuro, y este dependerá -absolutamente- de cómo, con qué inclusividad y desde dónde será planteada la alternativa democrática. Por ello quiero abrir de nuevo la primera página del reparto” [13]
Kirkwood logra ver la tensión entre dos lógicas diferentes, pero no todavía inconciliables: la movilización callejera, la protesta popular, y esas “prácticas de unidad”, esos “acuerdos no excluyentes” que ya se estaban fraguando. Tiene claro que la forma en que se realizara la recuperación democrática determinaría el carácter ampliado y popular o restringido y elitario de la democracia por venir. “El momento es delicado -advierte- porque en él se está resolviendo el futuro”. Y ese futuro, agrega, “dependerá -absolutamente- de cómo, con qué inclusividad y desde dónde será planteada la alternativa democrática”. Su preocupación, lo sabemos después de casi treinta años de pacto transicional, era acertada.
Paradójicamente, Julieta Kirkwood muere en abril de 1985 pocos meses antes de un hito que será central en esta historia: la firma del Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia por sectores que iban desde cierta derecha “republicana”, pasando por la DC, hasta sectores socialistas. Ese momento consagra la salida pactada de la dictadura, conservando la Constitución del 80 y el modelo de Estado que se había instaurado. Este acuerdo se firma incluso antes de que las movilizaciones populares empezaran a decaer a partir de 1986, lo que indica, con bastante claridad, que el proyecto político de una democracia elitaria no fue una necesidad histórica inevitable ante una sociedad desmovilizada, sino más bien un proyecto político que, precisamente, buscaba prefigurar la sociedad futura y desmovilizarla desde su origen. Se sella ahí lo que será la restringida democracia chilena no solo en términos de representación y de participación, sino sobre todo en términos de exclusión de los intereses de las mayorías sociales del pacto político-empresarial que iría a determinar el carácter del Estado hasta el día de hoy.
Kirkwood vio con preocupación este posible desenlace. Le inquietaba que la democracia se clausurara, que los sectores populares quedaran fuera, no solamente en términos de “exclusión material”, sino que, y sobre todo, en el sentido de que se les impidiera ejercer el derecho a construir una sociedad diferente a la impuesta. Con esa conciencia declara: “quiero abrir de nuevo la primera página del reparto”, como si quisiera ella misma repartir los papeles de la democracia futura, designar sus protagonistas y evitar la clausura elitaria que se asomaba como posibilidad.
La pregunta por el lugar de los sectores populares en el proceso político formaba parte del universo de problemas que ocuparon a Julieta Kirkwood hacia finales de los años setenta y que orientaron un conjunto de investigaciones colectivas en torno al concepto de “proyecto popular alternativo” desarrolladas al alero de Flacso[14]. El núcleo del planteamiento que estas investigaciones proponían era la existencia en América Latina de una larga historia de luchas de los sectores populares contra la dominación en las que se hallaba un proyecto social alternativo al de los sectores dominantes. Es importante tener este elemento presente, pues es al interior de esa matriz, cuya centralidad está puesta en la capacidad de los sectores populares de levantar proyectos sociales, que Kirkwood lee la movilización contra la dictadura como la posibilidad de realización de un proyecto alternativo y de allí su especial preocupación por el protagonismo o no de los sectores populares en el proceso de recuperación democrática. En esta dirección, junto a su equipo de Flacso, señalaba lo siguiente:
“la recuperación de la democracia, en lo que a los sectores populares se refiere, no puede ser concebida sólo como una alternativa en que se contemplen “mejores condiciones de existencia” para estos grupos, sino que además debe aceptarse que estos juegan un papel activo y protagónico en su realización… que su participación se entienda a partir de su propia capacidad de definir proyectos y perspectivas y no como simples “receptores” de la historia de los otros grupos y clases[15]”.
No se trataba solo de recuperar la democracia en términos formales, sino de pensar la democracia como parte del proceso de constitución de los sectores populares en un actor capaz de conducir la realización de un proyecto social que fuera expresión de sus intereses. De esta manera, aparece en el pensamiento de Julieta Kirkwood la cuestión del sujeto social necesario para la articulación de un proyecto político alternativo, cuestión que se debe explorar con mayor detención a futuro.
IV
Las preocupaciones de Julieta Kirkwood retornan para interpelar el presente. Hoy que se han activado luchas en contra de la mercantilización de la vida, que se impugna el consenso neoliberal que campeó durante décadas, que se abre a fin de cuentas la posibilidad de reinventar la democracia y que el feminismo se instala como desafío, como herramienta de lucha y como horizonte de una sociedad transformada[16], aparecen rápidamente los mismos peligros que a ella le preocupaban. El fantasma de la clausura elitaria de la democracia, el problema, poco asumido, de la necesidad de constituir un sujeto popular que sostenga un proceso de transformación social, la tentación de procesar el feminismo en agendas de género y de relegarlo a una lucha parcial de sectores específicos, aparecen también en este nuevo ciclo político.
Para alertarnos de tales peligros, interrogarnos y plantearnos un horizonte emancipatorio, nos espera, desafiante y siempre actual, la obra de Julieta Kirkwood.
Pierina Ferretti – Fundación NODO XXI
[1]Alejandra Castillo, Julieta Kirkwood. Políticas del nombre propio, Santiago: Palinodia, 2007, p. 15.
[2]Entre los análisis críticos del feminismo en la transición, véase Nelly Richard, “La problemática del feminismo en los años de la transición en Chile”. En Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización 2, Buenos Aires: Clacso, 2001; Alejandra Castillo, Disensos feministas, Santiago: Palinodia, 2016; “¿Feminismo neoliberal? (Parte I)http://www.eldesconcierto.cl/2015/12/22/feminismo-neoliberal-parte-i/y “¿Feminismo neoliberal? (Parte II) http://www.eldesconcierto.cl/2016/01/06/feminismo-neoliberal-parte-ii/; Luna Follegati, “Democracia y feminismo. Reflexiones desde la izquierda” http://www.redseca.cl/democracia-y-feminismo-en-chile-reflexiones-desde-la-izquierda/y “El feminismo se ha vuelto una necesidad. Movimiento estudiantil y organización feminista (2000-2016)” en Juventud y espacio público en las Américas, La Habana: Casa de las Américas, 2016.
[3]Julieta Kirkwood, Feminarios, Viña del Mar: Communes, 2017. Edición prologada por Alejandra Castillo.
[4]Julieta Kirkwood, Feminarios, Buenos Aires, Clacso, 2017.
[5]Es interesante pensar el uso del nombre teniendo presente el análisis que hace Alejandra Castillo de la frase de la propia Kirkwood: “El feminismo soy yo”. Véase Julieta Kirkwood. Políticas del nombre propio, ed. cit.
[6]Camila Rojas, “La bancada F del Frente Amplio. ¿Es suficiente ser mujer?” https://antigonafeminista.wordpress.com/y “¿Para qué ser una (diputada) feminista?” http://www.theclinic.cl/2018/03/08/columna-camila-rojas-una-diputada-feminista/
[7]Luna Follegati, “El feminismo y la agencia política parlamentaria” http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2018/01/06/el-feminismo-y-la-agencia-politica-parlamentaria/
[8]Julieta Kirkwood, Ser política en Chile. Las feministas y los partidos. Santiago: LOM, 2010, p. 56.
[9]En el sentido de la clásica crítica de Marx al liberalismo en “La cuestión judía”.
[10]Luna Follegati ha insistido en que la emergencia contemporánea del feminismo en Chile responde a una necesidad surgida desde los procesos de politización producidos en los últimos años. Ver: “El feminismo se ha vuelto una necesidad. Movimiento estudiantil y organización feminista (2000-2016)” ed. cit.
[11]Carlos Ruiz Encina ha desarrollado la cuestión de la dicotomía mercado/democracia y la relación entre luchas por los derechos sociales y ampliación democrática. Ver De nuevo la sociedad, Samtiago: LOM, 2015) y “Socialismo y libertad. Notas para repensar la izquierda” en Chile actual: crisis y debate desde las izquierdas. Faride Zerán (ed.), Santiago: LOM, 2017, pp. 133-162.
[12]Grínor Rojo realiza un agudo análisis de la relación entre marco histórico y reflexión kirkwoodeana, además de ofrecer claves para valorar la actualidad política de su legado. Ver: “1986. El futuro es de Julieta Kirkwood” en Clásicos latinoamericanos. Para una relectura del canon. Santiago: LOM, 2011, Vol. 2, pp. 315-370.
[13]Julieta Kirkwood,Tejiendo rebeldías, SAntiago: CEM, La Morada, 1987, pp. 117-118.
[14]Un conjunto de documentos de trabajo producidos colectivamente por Julieta Kirkwood, Enzo Faletto, Rodrigo Baño, Leopoldo Benavides, Ángel Flisfisch, entre otros, al alero de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), se concentra en el estudio de lo que llamaban “proyecto popular alternativo”. Por ejemplo: “Antecedentes y consideraciones sobre el proyecto popular alternativo” (Baño, Benavides, Kirkwood, Santiago: Flacso, 1980); “Dominación urbana y proyecto alternativo en América latina” (Baño, Benavides, Kirkwood, Santiago: Flacso, 1981) y “El proyecto popular alternativo en la historia reciente de América Latina” (Baño, Benavides, Flisfisch y Kirkwood, Santiago: Flacso, 1982).
[15]Baño, Benavides, Faletto, Flisfisch, Morales y Kirkwood, “Movimientos populares y democracia en América Latina”, Santiago: Flacso, 1978 s/p.
[16]Por razones de espacio no nos es posible detenernos en recientes y estimulantes reflexiones que están desarrollándose en el feminismo local respecto a la necesidad de articular un movimiento feminista capaz de hacerse transversal a todas las luchas sociales, que evite circunscribirse a temas o problemas específicos, que piense la transformación social en términos globales y que se haga cargo de repensar la relación entre feminismo y democracia y entre feminismo e izquierdas. En esta línea han avanzado elaboraciones como las de Daniela López y Sofía Brito en “Qué feminismo para la emancipación: breves lecturas del Chile actual para el avance de la huelga de mujeres https://antigonafeminista.wordpress.com/que-feminismo-para-la-emancipacion-breves-lecturas-del-chile-actual-para-el-avance-de-la-huelga-de-mujeres/ y las de Luna Follegati en “Democracia y feminismo en Chile. Reflexiones desde la izquierda” http://www.redseca.cl/democracia-y-feminismo-en-chile-reflexiones-desde-la-izquierda/. También se mueven en la misma dirección la reciente declaración de la Coordinadora 8M, “Hacia una agenda común de movilización contra la precarización de la vida”https://www.facebook.com/notes/coordinaci%C3%B3n-8-de-marzo/hacia-una-agenda-com%C3%BAn-de-movilizaci%C3%B3n-contra-la-precarizaci%C3%B3n-de-la-vida/2293614130865358/ y la convocatoria realizada por la Fundación Nodo XXI a intelectuales, dirigentas sociales y militantes políticas a conformar un espacio de diálogo y debate que permita pensar desde el feminismo los desafíos del Chile actual http://www.nodoxxi.cl/se-realiza-la-primera-version-del-encuentro-dialogos-feministas-de-la-fundacion-nodo-xxi/
FUENTE: http://www.redseca.cl/