Diego Sztulwark: En nuestra región, las élites tienen una enorme dificultad para dominar el proceso político // Agencia Paco Urondo

El investigador y escritor Diego Sztulwark habló con AGENCIA PACO URONDO sobre la situación político y social latinoamercana. «La utopía reaccionaria de un neoliberalismo sin resistencias, vencedor, ha quedado cuestionada», aseguró. 

AGENCIA PACO URONDO: A propósito de la crisis que azota a Latinoamérica (con tintes, claro, más dramáticos en algunos lugares que en otros), usted compartió una foto en la que una manifestante exige la lectura urgente de Deleuze. ¿Qué le lleva a pensar que es un momento para retomar al filósofo francés?

Diego Sztulwark: En uno de los grupos de estudio que coordino circuló una imagen aparentemente proveniente de Colombia, en la que se veía a una mujer sosteniendo un cartel escrito a mano con un texto que decía “Explicar Deleuze ahora mismo”. Más allá de la sonrisa que me provoca la imagen, porque pone a luchadores callejeros en la misma situación en la que nos encontramos lectores de Deleuze (todos pedimos las mismas explicaciones!), se impone la pregunta: ¿Cómo se había colado un apellido célebre del discurso filosófico francés en una intensa lucha callejera sudamericana? 

Lo más curioso -para mi lo más sugerente- es que fue el discurso de la derecha -lo que llamaríamos la derecha “extrema”- la que lo introdujo, cuando el ex presidente y líder del bloque reaccionario colombiano, Alvaro Uribe, emitió un tweet haciendo referencia a la “revolución molecular disipada”, una supuesta estrategia de poder basada en la insurrección sin centro, atribuida al compañero de Deleuze, Félix Guattari. De inmediato en las redes y en la prensa se nos informó que la expresión provenía de un ideólogo de la represión de la derecha chilena llamado Alexis López Tapia. El asunto, desde ya, abre al menos a dos tipos de reflexiones. La primera consiste en corregir los errores de López y Uribe, tarea asumida por un filósofo próximo a Guattari, Franco Berardi, Bifo,  preciso: «La revolución molecular no tiene absolutamente nada que ver con una táctica de combate”. Más aún: “Cuando se habla de revolución molecular, se habla, de hecho, de un proceso que no puede estar dirigido ni programado, ya que no es un efecto de la voluntad racional, sino justamente una expresión del Inconsciente, del deseo que no tiene nada que ver con las formas políticas establecidas ni con la astucia de algún marxista oculto en algún sitio en el bosque. Muy por el contrario, la revolución molecular es un borbotón del inconsciente social que puede ascender cuando la voluntad organizada de la política pierde su poder, cuando el deseo irrumpe en el dominio del orden represivo”.

 La segunda línea de reflexión pasa ya no por corregir a estos voceros de la reacción, sino más bien por leer en ellos un tipo de pensamiento del presente. El modo en que ellos leen a Guattari, a las rebeliones, tiene un valor en sí mismo. Constituye, quizás una prueba más de un tipo de “anticipación paranoica”, propia del delirio propietario o supremacista, expresión de una crisis que recorre el mundo (y que la pandemia agudiza) y a la vez una racionalización de la represión y la guerra como camino para ellos necesario. Ahí surge una segunda “explicación” de Deleuze. Me refiero a las páginas de su libro Mil mesetas en las que se refieren a un tipo de conocimiento extremo, al que llaman “presentimiento”. Es un modo de conocimiento que se activa ante posibles virtuales indeseados, un saber de la aproximación al límite. Se trata de un saber-acción. Se conjura lo que se presiente. En este sentido, quizás las derecha reaccionarias son las que con más intensidad presienten la crisis, entreven el límite y procuran la guerra para evitarlo. No es casualidad que estos discursos ultra represivos, que leen a su modo los avances de las filosofías más libertarias provengan ¡justamente de Chile y Colombia! (y resuenen tan bien con las imágenes que vemos estos días en la franja de Gaza). Son las élites de esos países las que prefiguran negativamente la actividad que quizás preparan los movimientos populares. Pero lo que para los movimientos es una construcción trabajosa y no lineal, las élites las ven como una inminente y directa. Se trata de un delirio histórico de aseguramiento y de anticipación.

 APU: En ese sentido, en algún momento usted contó que una sugerencia de Matellanes lo marcó a fuego. “No cometas la imprudencia de leer a Deleuze antes que a Spinoza”. ¿Por qué le significó tan determinante? ¿Qué hay en Spinoza que, cree, debemos atender?

D.S: Marcelo Matellanes fue un importante profesor en la carrera de ciencia política, de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Tuve la suerte de ser su alumno. Alguna vez conté que me previno de leer a Spinoza a través de Deleuze. El talento filosófico de Deleuze es tan enorme -me dijo-, la impregnación de sus interpretaciones es tan poderosa, que ya no podrás acceder al original. Y creo que es cierto. 

Muchos años después, encontré una advertencia similar, pero hecha en otro tono y sin tanto afecto por Deleuze, en un libro exquisito del poeta y admirable ensayista que fue Henri Meschonnic. En su libro Spinoza poema de pensamiento, Meschonnic insiste en el siguiente punto: Deleuze capta la inmanencia como concepto, y la explica como un profesor de filosofía, mientras en Spinoza se trata de una experiencia radical del lenguaje. La corrección que Meschonnic hace al Deleuze que lee a Spinoza es la siguiente: no alcanza con enseñar que en Ética Spinoza escribe que “no se sabe lo que un cuerpo puede”. Hace falta penetrar en Spinoza al punto de leer en Ética, que lo que no se sabe nunca es lo que puede un cuerpo “en el lenguaje”. No tomo estos comentarios como críticas a la filosofía de Deleuze, sino sólo como indicaciones importantes para la lectura. Dada la potencia del filósofo, conviene leerlo en el modo de una confrontación, una larga lucha cuerpo a cuerpo con él. 

Una batalla que consiste en dejarse impregnar por él y al mismo tiempo no sucumbir a su lenguaje. En este punto siempre recuerdo la insistencia -profundamente ética y política- de León Rozitchner en crear un lenguaje propio. No se trata exclusivamente de un saludable consejo anticolonial. Es más que eso. Es sobre todo una indicación que tiende a restituir lo subjetivo como lugar y fuente del sentido.

 APU: ¿Cuál considera que es el rol que debe ejercer el pensador o la pensadora en tiempos tan convulsos como estos? ¿De qué manera opera, en el análisis, la distancia nula con los acontecimientos? ¿Hay margen para el pensamiento ante tal urgencia?

 D.S: Como carezco de autoridad para decir nada de lo que deben hacer o creer las personas, me limito a repetir a personas que sí dijeron cosas importantes. Volviendo a la indicación de Rozitchner: al hacer de cada quien una fuente de elaboración de las verdades históricas, las personas, grupos y comunidades quedan de nuevo incluidas en la lucha de clases. Eso, lo primero. Pero lo segundo es que, por eso mismo, nada más nocivo que la creencia pseudocientífica según la cual la distancia respecto de los acontecimientos es necesariamente beneficiosa. Recuerdo haber leído en Ricardo Piglia la idea de que la experiencia es el tejido de sentido que somos capaces de crear ante un acontecimiento. Más que distancia, entonces, se trataría de buscar una intimidad. Una intimidad en lo que ocurre y el lenguaje con el que pensamos eso que ocurre. 

En la medida en que los acontecimientos exigen ser pensados, encuentro un valor para una filosofía quizás no profesional -la única que puede servirme, dado que no soy filósofo-. En otras palabras, el valor político de la filosofía viene dado por las intersecciones que puede trazar con determinadas prácticas o realidades. Esta idea del valor “interseccional” de los conceptos proviene del propio Deleuze. Y pienso que tenemos un entrenamiento muy valioso en esto de pensar en contacto con los acontecimientos. Pensar el horror de la dictadura, la violencia del neoliberalismo. Ahora toca pensar pandemia. La potencia del pensamiento se mide con realidades de enorme peso, que nos exigen cierta inmediatez, sin tregua. Si es cierto, como dice insistentemente Deleuze, que la función de la filosofía es combatir la estupidez (la ajena y propia), en la época de las redes esa función ¡se ve ultra ratificada! ¿Será cierto, que para lograrlo, basta con dedicarse a la actividad de crear conceptos? Deleuze decía al respecto algo que evidentemente tiene una importancia fenomenal: crear conceptos a la altura de los gritos, de los gritos que anuncian necesidades urgentes. La filosofía así entendida, se valida en el cruce con la vida política, con los males parecidos, con las prácticas en las que estamos metidos.

 APU: Con la inminente vuelta de Lula en Brasil pareciera que la derecha empieza a perder terreno en la arena política. ¿Cómo ve el panorama latinoamericano a futuro?

 D.S: La importancia de Brasil en la región es ostensible. Pero permitime ampliar la mirada y decir: elecciones en Perú. Colombia hoy, la calle. ¡La constituyente en Chile, estos días! Son sólo ejemplos actuales.¿Ejemplos de qué? Ante todo, de la enorme dificultad de las élites para dominar el proceso político en la región. La utopía reaccionaria de un neoliberalismo sin resistencias, vencedor, ha quedado cuestionada. Que en Brasil caiga Bolsonaro sería un maravilloso respiro. Ese sería, estimo, el sentido de una eventual victoria de Lula. Pero el dato duradero y central que arroja este momento, me parece, sigue siendo la imposibilidad -desesperante para las élites- de estabilizar y pacificar la dominación. Central, digo, porque sobre esta inestabilidad, sobre esto que los discursos del orden llaman “crisis”, maduran las premisas de posibilidades de acción colectivas diferentes. En este sentido, es imposible no sentirse feliz estos días mirando al otro lado de la cordillera.

 APU: Por otro lado, uno de los ejes de su obra constante refiere a la depresión y la ansiedad como principales armas de los sectores más recalcitrantes del sistema. ¿Entiende que si se le da un vuelco al síntoma, al malestar, surge una posibilidad de emancipación?

D.S: No sé bien qué palabras son las adecuadas para diagnosticar el delirio -supremacista, anti vacuna, “libertario”, fascistoide- de los propietarios, esta tentativa de movilización reaccionaria que algunos ensayistas actuales vinculan con una suerte de capacidad de apropiarse del prestigio, antaño de izquierda, la rebeldía. Un poco todo lo que se desprende de la película el Joker, no? A mi me parece que las movilizaciones de las derechas, que en Argentina no son masivas, aún cuando se presentan como transgresoras, van en el sentido de nítido de asegurar una posición de supremacía de clase, racista, étnica, sexista que sienten cuestionada. 

Otra cosa, en cambio, es la situación de lo que podríamos llamar nuestros malestares, provenientes de un sentimiento opuesto al de la supremacía. Como ha escrito el filósofo catalán Santiago López Petit: son malestares de quienes no cabemos en el orden social neoliberal, que triunfa incluso cuando el macrismo pierde las elecciones.  Ese malestar de no poder, no caber o no querer cuajar en los dispositivos subjetivadores de mercado, aún si no encontramos alternativas inmediatas, es el humus fundamental de -¡esperemos!- nuevas politizaciones.

APU: Deleuze propone esto del «pensamiento privado», la idea de que un maestro debería pagar para tener derecho a dar clases. Ahora bien, qué contraste con esta realidad, tan copada por discursos pedagógicos, adocenados, de una verticalidad ridícula, ¿no?

 D.S: Gilles Deleuze es un filósofo lúdico y riguroso, que no paraba de hacer distinciones y clasificaciones de todo tipo. Una de ellas, es cierto, es la que distinguía al profesor “público”, que hace un discurso sobre cómo deberían ser las cosas -es especialmente afín a la política convencional, un racionalizador al servicio del Estado. Sus ejemplos: Goethe, Kant, Hegel. A estos oponía una actividad reflexiva sustraída de toda influencia del poder soberano sobre la vida. Su ejemplo predilecto, sabemos, fue Spinoza. Pero “público” y “privado” son palabras que habría que traducir de otro modo, porque en nuestro lenguaje quieren decir otra cosa (público sería lo común, y privado sería de mercado).

Lo que me resulta apasionante de esta distinción, es la imagen de pensamiento que Deleuze ofrece.  Además de tomar partido en los grandes temas (izquierda contra derecha; materialismo contra idealismo; feminismo contra patriarcado; etc), el pensador/la pensadora trabaja sobre la base de un insconsciente filosófico a descubrir, un yacimiento de imágenes problemáticas y lingüísticas propias. Entiendo que el profesorado no estatal es el más radical en las tomas de partido, pero al mismo tiempo, el más libre en relación al inconsciente propio, y al inconsciente de su comunidad.

Esa doble posición quizás nos permita, en grados relativos, aproximarnos a un tipo de verdad diferente a la que se nos explica diariamente, no sólo desde el gobierno, que sería lo de menos. Es lo que nos decía Toni Negri en una reciente entrevista respecto de Deleuze: su “enunciación del deseo es más una invitación a la fuga, a la deserción” o incluso una afirmación del silencio, pero de un silencio capaz de “vencer a la comunicación dominante”. Pensemos -de nuevo- en Chile, hasta hace nada, fortaleza y vanguardia del neoliberalismo. El escritor Federico Galende, que vive allí hace décadas, acaba de escribir lo siguiente: “Este pueblo, en particular, sufrió mucho, sufrió enormemente, lo suiciente -diría Nietzsche- como para terminar siendo hoy un conjunto tan bello e inesperado” y agrega algo en lo que todos deberíamos pensar: lo de Chile es “un mensaje para la lucha de los palestinos pobres, hoy salvajemente apaleados, y para todas y todos lo que siguen soñando con no tener que atravesar por pedregosas articulaciones a la hora de cambiar las cosas”. Creo que estas cosas son las que se nos hacen presentes cuando intentamos explicar Deleuze ahora.

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