Anarquía Coronada

Día de la madre. Un pacto eterno // Diego Valeriano

Ella nunca entiende por qué la mamá le da tanto lugar en la casa a esos novios nuevos. No tiene claro en lo más mínimo por qué cada gil que conoce se hace dueño de las cosas, del aire, de la tarjeta, del Netflix. Cada pancho que conoce en el Face, en las jodas o en las marchas de los piqueteros, al toque termina viviendo con ellas y el mundo de la mamá se arma en torno a él. Todo cambia de un día para el otro. Los ruidos, los tiempos, el orden de las cosas. La cara de Sandra se ilumina de manera rara. Se sienten ocupadas, desplazadas, despojadas de lo nada que tienen. Ella siempre está detrás de cada chabón nuevo. Detrás para conjurar cualquier molestia, cualquier peligro de fuga, para que no se fijen tanto en Milli que está creciendo. Miente, es cariñosa, generosa, puta, alegre, abnegada a tal punto que parece que se olvida de sus dos hijas. Ellos, mientras Sandra lo permite, se adueñan de la casa, de las cosas, de los olores. Se adueñan de casi todo con esa mirada de chabón que es lo que más odian, más temen, más esquivan. Milli desearía que su vieja se comportase con ellas como lo hace con los chabones. Lo desea como una señal, una prueba, como algo que sirva de recordatorio. Desearía también que no caiga siempre en la misma, que sea más pilla, que no se olvide como termina haciéndolo siempre. Milli no espera nada bueno de cada novio nuevo. Nada bueno puede pasar, porque nunca nada bueno pasó. Milli sabe que cuando están las tres solas son otra cosa. Cuando se crean esos espacios entre chabón y chabón, ellas son una unidad de subsistencia, un manojo de alegría, un puño, un segundeo amoroso, un grupo de wasap en el que nadie entra, un cuarto de Grido tiradas en la cama, un montón de selfies, un estado de ánimo en el que ellas creen que son poderosas. Le gustaría hacer un pacto eterno con Sandra para que todo siga así para siempre, que así es la mejor manera, la más cuidadosa, la más segura. Que sea para siempre o por lo menos hasta que ellas sigan su camino, hasta que María crezca y no las necesite, o hasta que Sandra aprenda a ser más ella y menos los chabones. Que así, las tres juntas, las tres unidas, es mejor que ir a la escuela, mejor que aprender lo que dicen que se debe aprender, mejor que ir a la parroquia, mejor que marchar para estar en la lista de altas, mejor que querer a quienes no quieren. Un pacto eterno de ellas tres donde no exista el abandono, ni los tipos, ni el olvido. Ese olvido que le agarra a veces a Sandra cuando mete a un tipo en el rancho. 

 

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