Devenir burócrata es no decir nada de la desaparición de Facundo, no decir nada de la responsabilidad política, de que la policía esa es de tal o cual político. Es no preguntarse nada. No es solo no decir nada, es que no te interese, que ni te conmueva, a vos que te conmueve todo. Es que ni te aparezca cuando scrolleas de tan gato del algoritmo que sos. Es decir que Berni es un tipo que labura, que recorre el territorio, que tiene presencia.
Es no preguntar, no indignarse tanto, no desgarrarse a posteos, hashtag, fotos como lo hacés a veces, cuando el victimario es claramente neoliberal. Es decir no hay que hacerle el juego a la derecha. Devenir burócrata es estar pendiente de un asesinado en Calafate, ver que pasó, a quién hay que defender, a quién hay que atacar. Es hablar de periodistas, espías, medios, justicia, patrones, giladas. Es hablar de todo eso que no dice nada, que no te pasa ni cerca, que no entendés.
Es solo estar hablando de Evo ahora y no hablar de los pibes y pibas que le ponen el cuerpo a la cuarentena con esas mochilas en la espalda, cómo la quedan en cada esquina, cómo el Estado los ningunea. Es encasillar velozmente: Cheto, pobre, trabajadora, becario, compañera, traidor. Devenir burócrata es llorar las muertes según quién las mata o dónde mueren. Villa 31, Morón, Pedro Luro, Loma del Mirador, Plaza Miserere. Es entrar en la manija insaciable de buscar culpas o absolución. Es reivindicar, luchar, recordar a la víctima según quien sea el victimario.
¿No están por todos lados los esputos a la policía y sin embargo las alabanzas al político de turno en el sillón presidencial? ¿Guante blanco? ¿No son los derechos humanos en el estado, poco más que un capital político, un animal que se tropieza con su propia cola?