Este texto me fue encargado, en abril 2020, por el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para la publicación “Porvenir: la cultura de la post pandemia”, junto a la fundación MEDIFÉ. Pero fue excluido de la publicación con el argumento: “Se sale de la consigna y se enfoca demasiado en lo político”.
La cuestión de la ética surge precisamente en los límites de nuestros esquemas de inteligibilidad, en el ámbito donde nos preguntamos qué puede significar proseguir un diálogo en el que no es posible suponer ningún terreno compartido, en el que nos encontramos, por decirlo de algún modo, en las fronteras de lo que conocemos, pero de todas maneras necesitados de recibir y ofrecer reconocimiento: a alguien que está allí para ser interpelado y cuya interpelación debe admitirse.
– Judith Butler, “Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad”.
EL FUTURO ES AHORA
Pensar en nuestro rol como artistas o trabajadorxs culturales y en la función de una política cultural metropolitana post pandémica no puede hacerse sin un diagnóstico de cómo estábamos antes de la pandemia y cómo la estamos pasando. Desconfío de la futurología. Pienso que el futuro se elabora con los posibles del presente en conjunción con los posibles del futuro anterior. El tiempo de post pandemia no habrá sido nada que no hayamos intuido y constituido en el hoy.
¿Qué tipo de ciudad estábamos habitando e imaginando? ¿Qué disposiciones de vida se estaban estructurando en el tejido metropolitano? ¿Con y contra qué normas, valores e intereses hegemónicos tuvimos que hacernos una vida para sobrevivir? ¿Qué prácticas artísticas reproducíamos y cuáles se inventaron contra-hegemónicamente? ¿Qué sufrimientos, sacrificios, coacciones, coerciones y concesiones estamos soportando y silenciando? ¿Qué prácticas de insubordinación y de dignificación de esos afectos y hábitos estamos activando? ¿Qué cuidados nos estábamos dando como sociedad, en cada comunidad de afinidad existencial?
El COVID-19 no aparece en un espacio liso. Los virus, las bacterias, invisibles a primera vista, son especies que coexisten con nosotrxs humanxs, incluso que gestamos entre nosotrxs y las superficies que intercambiamos. El (óculo)centrismo de lo humano nos impide, casi siempre, reconocer y co-existir con otras especies y fuerzas de nuestros entornos que nos afectan aunque sean y se nos presenten como más o menos elusivas. Por otro lado, un virus aparece en contextos organizados de una manera específica y estructuras sociales definidas. Este nuevo virus ha dejado más expuesta la estructura de desigualdad socio-económica que ya estábamos padeciendo. Padecemos una organización de la vida con normas y valores sociales invivibles y condiciones institucionales de una crueldad deshumanizante. Nos hemos adaptado a vivir en una vulnerabilidad social generalizada donde la cuarentena y la preservación de la vida no es igual para todxs. Nos parece más natural esa vulnerabilidad indigna que un virus como ser vivo. Sin embargo, las personas vih-positivas aprendimos cómo con-vivir con el virus. Incluso, muchxs de nosotrxs, pudimos politizar e instaurar el derecho a esta existencia contaminada.
¿Qué mutualismo social y protección poblacional institucional hemos podido activar para las personas que la epistemología urbanista higienista y visualista viene expulsando? La pandemia es el modo en que la organización de lo social decanta con la aparición de un virus. La pandemia no es el virus, si no la respuesta política y la re-configuración social de una población existente atravesada por un virus y sus desigualdades socio-económicas. Intuyo que trazando un plano crítico de esa organización estructural de crueldad y desigualdad, cargado de nuestras insurgencias colectivas, podemos comenzar a pensar en común una re-configuración de las fuerzas productivas de una cultura de lo múltiple, en el tiempo de post pandemia. Es necesario recuperar los momentos en que lxs artistas y activistas hemos sabido entrenar, en el último tiempo, prácticas de democracia real. Es decir, rica en perspectivas existenciales diferenciales y en fricción con lo establecido.
CULTURA CAMBIEMOS
Podría hacer la histología singular de mi identificación como plaga antimacrista a erradicar de las instituciones culturales públicas porteñas, condición que padezco desde que el PRO gobierna la Ciudad de Buenos Aires (2007). Padezco este estigma en cada una de mis insistencias por mi existencia artístico-política y las reivindicaciones colectivas en las que me he implicado estos últimos 13 años. Pero no pienso que sea algo personal. Propongo que consideremos esta disposición higienista contra la multiplicidad democrática, en la gestión del PRO, como una producción ideológica de (auto)control y (auto)represión. Una disposición que funciona con un protocolo de normas, valores e intereses sociales de double bind (Gregory Bateson). Vivimos comprimidxs entre el miedo a ser excluidxs y el deseo y la seducción de ser parte. La internalización coercitiva de esta forma de vida dominante modaliza una forma de ser de lxs diferentes individuos participantes de la comunidad artística, en particular, y del conjunto diverso de la esfera social, en general. “Macri es la cultura” fue la consigna implícita que hallamos, entre varios colectivos en el 2016, en la performatividad del PRO, constitutiva de su propia realidad social y cultural. La hipótesis de que la alianza Cambiemos había triunfado en la sociedad mediante un código cultural neoliberal que descodificaba y modalizaba las relaciones sociales mediante afectos, conductas, percepciones, usos del cuerpo y del espacio urbano, deseos, etc. Las gestiones del PRO, en la Ciudad de Buenos Aires, habían sido el laboratorio de esta micropolítica de una nueva subjetividad de derecha, fundada en tan sólo dos axiomas: la empresa capitalista y la policía. Mientras que la mayoría de los cuadros políticos del peronismo se resistían a pensar con las categorías de la dimensión micropolítica para “leer” los estados de ánimos de la esfera social.
En constelación con Gayatry Spivak, propongo tratar a esa disposición performativa como “producción ideológica”, actualizando esa noción en desuso para la teoría política. Y llamar provisoriamente, a esta producción situada: cultura cambiemos. Puede detectarse en varios de sus dispositivos de acción comunicativa como en hábitos de sus instituciones y en su performatividad social. Funciona mediante un protocolo de individualización subjetiva que actúa de manera contradictoria, metiendo presión entre la intimidación y lo motivacional. Por un lado, la activación de la culpabilización a sentires y posibles respuestas defensivas discordantes. La culpabilización produce una (auto)represión subjetiva. Por otro lado, la proliferación de una constante positividad motivacional que activa una (auto)poiesis individual adaptativa. Se trata de un protocolo existencial, compuesto de prescripciones sociales –valores, normas, sentimientos, intereses, actitudes- que hacen desear la adaptación de la potencia impersonal de la vida a un tipo de vida personalizada. El protocolo suscita modelos de vida neoliberales con dos axiomas vitales básicos: la vida como empresa y la vida como policía -tal como viene caracterizándolo Diego Sztulwark. Es decir, unx mismx como empresa unipersonal y policía de sí y de lxs otrxs. “Nos ponemos la gorra”, para usar una imagen que ha desplegado brillantemente el colectivo Juguetes Perdidos, cada vez que alguna alteridad altera la empresa (auto)poietica de sumisión. De ahí, se entiende la moral punitivista, securitista e higienista de la ideología de la cultura cambiemos, que produce subjetividades odiantes microfacistas.
En todas las sociedades hay régimen de normas, valores e intereses. Nuestra identidad podría entenderse como un tejido de la relación-negociación con ese régimen dominante y la interacción de los “perfiles” de las redes sociales Pero siempre hay márgenes de autonomía. Como plantea Judith Butler: “Las normas no nos deciden de una manera determinista, aunque sí proporcionan el marco y el punto de referencia para cualquier conjunto de decisiones que tomemos a continuación”. Pero el punto para mí es si contamos con las condiciones socio-económicas y los recursos materiales e intelectuales a disposición para tomar decisiones autónomas de riesgo y transformar las normas que no nos reconocen. Por ejemplo, ¿podemos poner en cuestión las normas de la cultura cambiemos para que reconozcan a lxs artistas como trabajadorxs? ¿O en cada reclamo colectivo que hagamos seguiremos recibiendo como respuesta por parte de este código cultural la estigmatización y la precarización?
El índice de democracia de una sociedad podría medirse por el margen que tenemos de crítica de las normas, valores e intereses dominantes, que no reconocen otras formas de vida emergentes, en cada presente histórico. El margen liberado e incentivado por la Cultura Cambiemos es cada vez más constreñido, controlado, cruel, discriminador y excluyente para formas de vida no hegemónicas. Redirecciona, en cambio, los recursos de sus políticas culturales a la adaptación de identidades. Esta normalización social de la cultura cambiemos ocluye los márgenes de indeterminación donde pueden expresarse la multiplicidad de perspectivas de existencia o mundos críticos del régimen vigente. Sin ese margen de crítica a las normas y valores dominantes es muy difícil el reconocimiento de existencias diferenciales y la sobrevivencia de culturas alternativas. En palabras de Butler, ampliando a Michel Foucault: “El cuestionamiento del régimen de verdad mediante el cual se establece mi propia verdad es motivado, en ocasiones, por el deseo de reconocer a otro o ser reconocido por él. La imposibilidad de hacerlo dentro de las normas de que dispongo me fuerza a adoptar una relación crítica con ellas”.
Nuestra invención de prácticas artísticas trabaja en el desplazamiento y ruptura de la normalización social cuando sus prescripciones se vuelven anacrónicas e invivibles. Pero, también, nuestro trabajo artístico y activista consiste en la instauración de nuevos sentidos relacionados con “derechos de existencia” (David Lapoujade), que implican la lucha por las condiciones de jurisprudencias de formas de vida contra-hegemónicas. En la cultura cambiemos los márgenes de indeterminación del arte y activismo críticos y creadores están bloqueados, (auto)reprimidos, sin recursos económicos y sin espacios de uso. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires es la ciudad donde se concentra la mayor riqueza del país y una de las ciudades del mundo más validadas por su producción cultural contemporánea. La cultura cambiemos no ha dejado de extraer plusvalía de esa validación internacional. Sin embargo, en sus 13 años de gobierno, no ha desarrollado una política pública de democratización que implique un mayor acceso a recursos económicos e infraestructurales, espacios culturales públicos, opciones de trabajos artísticos remunerados para la producción, la investigación, la formación y la subsistencia de lxs artistas de la Ciudad. En cambio, ha utilizado el marketing como el salario espiritual de sus instituciones. En la espiritualidad del marketing se patentiza más enfáticamente su producción ideológica. Es decir, su engaño. “Lo que llamamos ideología es precisamente la confusión de la realidad lingüística con la natural, de la referencia con el fenomenalismo”, tal como nos enseñó Paul de Man.
Por ejemplo, la mayoría de lxs artistas escénicxs porteñxs subsistimos en “economías barrocas” (Verónica Gago). Nuestras economías domésticas se componen de una heterogeneidad y dispersión de nuestro oficio que puede ser desesperante. Damos clases en talleres autogestionados; nos apoyamos en redes afectivas donde circulan intercambios monetarios y no monetarios, cada tanto percibimos paupérrimos bordereaux’s de las funciones que hacemos, realizamos servicios sexo-afectivos y terapéuticos, hacemos casting para publicidades, nos endeudamos con nuestras familias y amigxs, inventamos cualquier tipo de changas y hacemos todo lo posible para ser parte de la cultura cambiemos y recibir alguna migaja. Los planes de emergencia gubernamental para artistas, durante la cuarentena, siguen siendo condicionados por bases concursables, contraprestaciones y rendiciones de cuenta. Cuando lo que necesitamos, tal como David Casassas viene planteando la “renta básica” como “revolución democrática”: es que se dispongan recursos económicos de manera “incondicional y universal”, garantizando la “invulnerabilidad social” para todxs lxs artistas o trabajadorxs culturales de la Ciudad.
La modalización del protocolo actitudinal y afectivo de la cultura cambiemos produce un consenso cultural o, en palabras de Raymond Williams, el proceso de una “hegemonía vivida”, que niega el conflicto de la estructura de desigualdad y crueldad social y económica, así como la existencia de otras formar de ser y perspectivas de mundo. La meritocracia, la autogestión hipercompetitiva, el capacitismo, el aspiracionalismo, el emprendedurismo, el exitismo y el reconocimiento personalistas, la positividad unívoca, la productividad y el rendimiento sostenidos, el progreso económico individual, la transparencia, la salud higienista, la adaptabilidad permanente, la estandarización de los cuerpos, la alegría sin negatividad, el clasismo amnésico e introyectado de la “acumulación originaria”, conforman el universo de valorización de la cultura cambiemos. Son operadores existenciales microfascistas que han sido alquilados a ciertas técnicas de coaching ontológico, las teorías new age y las neurociencias. Se trata de prescripciones anímicas invivibles para cualquier tipo de expresión heterogénea a este protocolo de individuación. Valores, normas, sentimientos, intereses, actitudes sociales que envenenan la sensibilidad; explotan los cerebros; separan a los cuerpos de su propia potencia de actuar y de la potencia de parentesco con otros cuerpos; atentan contra toda proposición de colectivo, y contra el reconocimiento de que toda producción es común, social.
Cultura cambiemos, tiene, al mismo tiempo, la característica binarizante de cualquier código. Lo que se opone o no es compatible con la lógica de de sus elementos, es eliminado, estigmatizado, encarcelado, reprimido, patologizado. La consigna “revolución de la alegría” no fue más que la modulación semiosensitiva -el “timbreo” pastoral, entre intimidación y motivación-, de este código cultural. Pro de positividad, sin posibilidad de rezago ni de crítica a la adaptación absoluta; Alianza Cambiemos, ratificando el pacto de la desposesión subjetiva; Juntos por el Cambio, el “emprendedurismo” como “innovación creativa” y (auto)explotación autogestiva. No todo cambio es revolucionario. Un cambio puede ser concesión, coacción, declinación, neutralización, separación, desposesión, adaptación. Muchxs artistas y juventudes porteñxs no pudieron más que adaptarse y reproducir cultura cambiemos en este universo de valores y materias expresivas estandarizadas. Tanto por miedo a quedar afuera como por la motivación a pertenecer. Aunque siempre regateando los recursos económicos y las infraestructuras colonizadas que sólo se habilitaron para una élite de burócratas y crápulas, que despreció, no sin antes extraer energía creadora, a la comunidad de trabajadorxs culturales de la Ciudad. Es menester emplazarse frente a la corte cultural que administra los escasos recursos e instituciones. Aunque eso no garantiza que los recursos aparezcan. Nunca se sabe hasta donde puede llegar el terror y la humillación a los súbditos. Sobre todo cuando ni siquiera se admiten a bufones que desenmascaren al poder soberano.
Desde esta perspectiva crítica, la cultura, no es para mí, necesariamente, una actividad laboral más, ni un sector productivo especial de la sociedad, sino la industria misma de la sociedad. La cultura no es una máquina expendedora de contenidos para que consumamos. La cultura es el software de la producción social de nuestras vidas. Lxs artistas críticos somos lxs hackers. Y el software de la cultura cambiemos no se sostiene en la recesión económica post pandemia y la bronca encuarentenada. Podremos inmunizarnos del COVID-19 pero no nos vamos a inmunizar tan facilmente de la cultura cambiemos. Se podrá naturalizar, pero eso no es inmunizar, en todo caso es negar lo ya internalizado. “EL VIRUS ES EL CISTEMA”, reza un grafiti, a la vuelta de mi casa, en el barrio de Constitución.
UN DIÁLOGO DE FRONTERA
El Ministro Enrique Avogadro me llamó para escribir este ensayo sobre el después de la pandemia. Me re-identifico como antimacrista y esta invitación es para mí una interpelación ético-política shockeante. ¿Por qué me llama a mí? ¿Quién soy? ¿Debo responder a su interpelación? Y si lo hago, ¿cómo hacerlo? Si bien mi disposición performática es tensionar las normas de las instituciones donde trabajo, esta vez se trata de una invitación a un diálogo público con un agente cultural del estado. El Ministro escribe el prólogo y los textos de lxs invitadxs se publican en el dominio de sus plataformas de gobierno. El estado es mucho más que un gobierno o una institución, es una forma de captura y gestión inmemorial de todos los flujos sociales, una idea imperial de absoluto. En palabras de Eduardo Viveiros de Castro: “El punto de vista del estado no es un punto de vista cualquiera. Es él punto de vista, jamás un punto de vista. El estado es, justamente, un absoluto (…) Es la transformación, por captura, del multiverso en universo”. ¿Cómo escapar a esta captura de lo Uno? ¿Cómo conjurar esta unificación del punto de vista? ¿Cómo impedir una identificación mortificante que secuestre nuestra soberanía subjetiva? Es una cuestión que no puede evitar cierto trauma.
PLAGA ANTIMACRISTA
Mi relación con las instituciones culturales y funcionarios de gobierno, especialmente en las gestiones de la cultura cambiemos, tiene un historial conflictivo. Siempre termino difamado, estigmatizado, patologizado, eyectado como una plaga a erradicar y en precariedad económica. Aunque contenido por redes de apoyo afectivas y parentescos por afinidades extra-estatales. Me parece importante citar algunos hitos de estigma para dar cuenta de esta corporalidad de enunciación traumatizada desde la cual hablo en esta plataforma. Necesito exponer las identificaciones asignadas y los procesos de desidentificación o re-identificación en los que he podido rehacerme.
“¡¿Por qué lo eligieron a Silvio?! Siempre que está Silvio Lang, hay quilombo”, se ofuscó la Productora Artística del CTBA -Complejo Teatral de Buenos Aires- contra el Comité Curatorial de las residencias coreográficas Danza Al Borde. El proyecto fracasó por abusos y maltratos laborales de los productores internacionales. El CTBA canceló el estreno, suspendió los contratos del equipo técnico-artístico y me hizo devolver el dinero que llegué a cobrar de mi contrato, tras 8 meses de trabajo. “Si está Silvio Lang en el proyecto no presenten nada porque la Directora de Festivales no lo quiere ni ver después de lo que hizo con la Comparsa Drag en el FIBA”, le advirtió un productor de la Usina del Arte a un compañero, cuando intentábamos presentar un proyecto en esa institución. “Si vas a trabajar en la Casa, o estás con nosotros o no estás”, me intimidó el Director Artístico del CTBA por un post de Facebook, donde narraba un episodio entre la seguridad del Teatro General San Martin y la Comparsa Drag. “Vos, ocúpate de tu seguridad, que dice que este teatro es un ‘espacio privado’ y nos expulsa”, le contesté. “Hiciste una afirmación política con voluntad espectacular, no vemos tu investigación”, me culpabilizó el ex Director Artístico del Teatro Cervantes. Y les quitó a lxs performers el derecho a realizar presentaciones remuneradas y canceló la edición del libro sobre la investigación del Laboratorio de Creación II, que dirigí. “Hasta que no cambien las autoridades conservadoras del Teatro no vas a poder volver a trabajar, Silvio”, se sinceró el Director Artístico del Centro de Experimentaciones del Teatro Colón, luego que estrené la ópera El Fiord, con consignas políticas actuales y un estilo escénico disidente. “No te va atender, está enojado. ¿Por qué lo traicionaste, Silvio?”, me culpabilizó la asesora del ex Director Artístico del CTBA, cuando intentaba hablarle por la reprogramación de la obra Querido Ibsen: Soy Nora”. La “traición” era que me había implicado en el reclamo colectivo de los elencos seleccionados para participar de “Escena 70”, por condiciones de trabajo adecuadas. El funcionario enojado no reprogramó la obra. Y hasta el día de hoy, desde hace 7 años, que nunca más pude volver a dirigir en ninguna sala del CTBA.
DESPROGRAMACIÓN CULTURAL
Pienso que la esfera social y las instituciones estatales de la Ciudad necesitan iniciar un proceso de desprogramación de esta producción ideológica de double bind de la cultura cambiemos para habitar el tiempo de post pandemia. No damos más. Si bien, “el mundo que viene va a ser un mundo de economía de la información y de alimentos” (Andrés Malamud), como proyectan algunos expertos del capital socializado, creo que podemos hacer un salto de imaginación política. Por un lado, la cultura digital y la digitalización de la vida no tienen por qué ser nuestra prioridad. Podemos invocar un derecho a la desconexión de los dispositivos tecno-lingúisticos ¿Por qué adaptarnos, otra vez, tan fácilmente a los dispositivos que en nuestras prácticas artísticas de las corporalidades y políticas del contagio conjuramos? Nuestra prioridad es cómo rehacemos nuestras vidas prescindiendo del universo de valores de la cultura cambiemos. ¿Cómo queremos vivir y producir nuestras vidas juntxs en esta Ciudad? ¿Va a seguir siendo el urbanismo la epistemología de control, de la expulsión y de la violencia ciudadana a cielo abierto, las únicas modalizaciones existenciales posibles? ¿O vamos a trazar estrategias contra-hegemónicas que regeneren el espacio público? ¿Es posible trabajar en “un futuro no heteroreproductivo” (Jack Halberstam), abierto al reconocimiento de existencias diferenciales? ¿Podremos desplazarnos del centralismo de lo humano y convivir con lo no humano sin subordinarlo ni exterminarlo? ¿Aprender a co-existir con los virus, lxs muertos, lo eterno-de-cada-cual, por ejemplo? ¿Somos capaces de asumir la producción de lo común, humano y no humano? Lo común como lo que nos afecta a todxs: los alimentos, el lenguaje, los afectos, las normas, las bacterias, la tierra, etc. Necesitamos, como nos interpela Donna Haraway, “seguir con el problema” de aprender un hacer-pensar en común, que usufructúe colectivamente los valores que producimos en asociación. Apelar, en el caso de los alimentos, por ejemplo, a un “repertorio de formas de organización territorial autogestionaria y de constitución de un mercado popular que posibilite ciertos consumos en escala de masas” (Verónica Gago). No se trata de la “caridad cristiana”, ni la “solidaridad participativa”, ni del “voluntariado” de un neoliberalismo recargado. Más bien de transformar la infraestructura de las fuerzas productivas de lo humano y lo no humano, y de liberar la esfera pública de la violencia cultural de la producción ideológica hegemónica.
27 de abril – 7 de mayo 2020, Buenos Aires.