Desde Japón: El Ciudadano

por Silvio Di Stéfano
En el centro geográfico de Tokyo se encuentra un enorme jardín, pero la mayor parte del mismo no es accesible al público. Le pertenece al emperador. Hoy día, el honorable Akihito, su majestad Imperial.
Bueno, supongo que no le pertenece todo ese territorio, precisamente, pero sólo él puede acceder. Son sus jardines.
La constitución japonesa lo define como “Símbolo del estado y la unidad de la gente”, lo que parece de una madurez política excepcional. Precisamente, los emperadores y reyes son símbolos, y su utilidad depende fundamentalmente de cuán dispuesta esté una sociedad a darles el valor que demandan.
En rigor el dinero también es un símbolo y las tarjetas de crédito una abstracción aún mayor, por lo que criticar a una sociedad de acuerdo a sus símbolos es algo que no creo que tenga mucho sentido hacer. No hay sociedad que no dependa de ellos, son convenciones que funcionan mientras les creamos y son puestas en crisis ni bien se deja de hacerlo.
¿Será necesario mantener a costa de impuestos a estas personas símbolo que viven, literalmente, como reyes y emperadores? Unos cuantos millones de personas piensan que sí, y puede que tengan razón. Nuestra especie es arbitraria, la única forma de comprobar la efectividad de estos sistemas es la empírica y hay varios estados a los que parece funcionarles correctamente, bien por ellos.

Pero al caminar por los alrededores del jardín que son accesibles al público general trato de imaginar cómo será la vida del emperador. ¿Qué cosas habrá visto?
Seguramente muchos aeropuertos, embajadas, casas lujosas, alguna que otra ópera desde un palco. Me pregunto si él también tiene un smartphone. Acá todo el mundo tiene smartphone. ¿Quién tendrá el número? ¿Para qué? ¿Tiene amigos el emperador?
Me pregunto, ahora que estuve en Tokyo veinte días, quién conocerá mejor Tokyo, si él o yo. ¿Se vestirá de tanto en tanto con ropa de Zara y anteojos negros para camuflarse entre la multitud, para disfrutar de la vida cultural, de los grandes museos que ofrece su imperio? No, no creo. Quizás su vida sea demasiado exclusiva, aislada, incluso. Tal vez el sistema lo excluya a él, ¿eso también es poder?
Puede que en las últimas varias décadas no haya visto mucho más de Tokyo que su enorme jardín, algún paisaje urbano desde una ventana negra, restaurants puntuales que son cerrados para su uso exclusivo. ¿Y será él quien decide cuál es el mejor restaurant para ir? ¿Leerá las reseñas de Trip Advisor? No, no creo. Dudo que la persona más poderosa de Japón pueda tomar este tipo de decisiones.
Me pregunto si desde el auto, siendo transportado por las calles de Tokyo con sus escoltas, habrá cambiado una mirada con alguno de sus ciudadanos, tal vez alguien en moto o en bicicleta. Me pregunto si el emperador puede cambiar miradas.
Todo esto sería tabú para un japonés, pienso. Mientras tanto continúo mi paseo con el andar libre de quien no tiene poder alguno.


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