por Silvio Di Stéfano
Descender de un avión no es, creo, el momento preferido de nadie. He escuchado a algunas personas decir que disfrutan la comida de avión, y si bien esto presenta, sin duda, un desafío al elevado arte de la empatía, puede entenderse que, de todo los fetiches, el de querer la comida de uno envuelta en aluminio puede no ser el más extraño ni mucho menos el más nocivo. Pero descender del avión, pasar por migraciones, buscar las valijas, atravesar la aduana, parece ser un acto universalmente tedioso.
En este sentido Japón no presenta sorpresa alguna…
Excepto por un detalle: Camino a migraciones, hay dos japoneses que claramente trabajan para el aeropuerto a un costado de la escalera. Su trabajo: saludar con un amable “kon-ni-chi-wa” y una generosa alabanza a cada persona que desciende del avión.
Al tomar el subte dentro del mismo aeropuerto me encuentro con lo mismo: dos chicas cuya tarea es saludar a la gente que está por subirse al subte. En el momento de escritura de estas líneas ya me crucé con varios grupos de personas (generalmente de a pares) cuya tarea es saludar a los transeúntes, tanto en lugares públicos como privados.
La sociedad japonesa parece funcionar bien en este sentido ; la ciudad está habilidosamente automatizada, pero los humanos tienen lugar en donde su humanidad es un aporte.
Es una persona quien prepara comida, sirve sake y informa en lugares públicos, pero son máquinas las que extienden pasajes, insumos básicos (notablemente refrescos) y otras tareas automatizables. El problema del ‘exceso de gente’ no parece darse aquí, y sinceramente no es un argumento con el que esté demasiado de acuerdo en ningún lado. Las soluciones que avalan la alienación no pueden ser muy sustentables.
En este sentido el saludo japonés me parece de lo más loable: es tan inútil que si no lo hace un humano no hay más solución que eliminarlo. Le da al humano una función humana, y aparentemente los japoneses lo consideran importante. Punto para ellos.