Desde afuera

por Sandra Silvia Balossi
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Escuela secundaria de gestión estatal del conurbano bonaerense. Juan es el más chico de varios hermanos. Los profesores rumorean que la familia es parte de una banda que roba. Juan los enfrenta y  acusa de ser caretas, sale de la clase va al patio, entra a otras aulas. Algunos docentes han presentado quejas sobre este accionar. En charla con el equipo[1], Juan manifestó deseos de ser programador informático, pero dice: –no puedo decir eso donde vivo, allá nadie estudia. Me viven bardeando porque vengo a la escuela. A mí me gusta venir, no quiero dejar. En una ocasión se peleó con la secretaria, ella le dijo delincuente, él le dijo paraguaya. Ella se dio vuelta y lo enfrentó diciéndole: “no te tengo miedo”, él se enojó y dio un puñetazo a la pared. Se lastimó los nudillos y la sangre manchó la pared. Más tarde un alumno encerraría en un círculo azul a la mancha de sangre. Directivos e inspectores determinaron que el alumno siguiera concurriendo a la escuela pero desde afuera. Que no entre. Que los docentes prepararan material para que haga en su casa y todos los días los traiga completos. La secretaria siguió adentro, Juan quedó afuera. Él era violento, ella nerviosa. Llegaba a media mañana, se colgaba de la reja y comenzaba a aplaudir hasta que alguien lo escuchaba, los chicos lo iban a ver a la puerta. El equipo empezó a salir de la escuela  a su encuentro, entonces se conversaba en la esquina sobre diferentes cosas, se tomaba mate con galletitas, él trajo a sus amigos que no estudiaban. Algunos compañeros que no llegaban al horario de entrada se sumaban en la esquina. El alumno que marcó  la sangre de la pared dijo: “lo hice para que todos vean que aquí alguien salió lastimado”.

Los encuentros se dieron en forma espontánea, como también lo eran las charlas. ¡Por fin nadie planificada qué hacer! Surgía lo que surgía. Y surgió… aquello que el grupo guardaba como un tesoro, que tenía en la garganta ahogado como un grito que pocos escucharon. Comenzaron un día comentando que un amigo había muerto en un asalto. Ningún adulto preguntó por qué. Ellos siguieron contando que el Cris quería comprarse zapatillas y que no tenía plata, que sólo había entrado a la casa a llevarse un enano de cemento para vender, y que el paraguayo, el grupo conocía quién era, lo había bajado. Y el silencio reinó. El cementerio estaba detrás de la escuela. Empezamos a preguntar cómo era Cristian. Qué cosas hacía, qué le gustaba, qué recordaban de él. Con ánimos empezaron a recrear diferentes escenas dentro y fuera de la escuela. Los invitamos a que escribieran si lo deseaban aquello que recordaban de él y que lo lleven al cementerio y lo dejen ahí. Uno de ellos dijo “Cristian ya no puede leerlo”. Les contestamos que lo importante a veces es decir, las palabras hacen el resto. Comentaron también la indiferencia de la escuela, no se suspendieron las clases, nadie habló de él. Reflexionamos sobre la importancia de hacerlo al menos en esa esquina. Ya en la escuela, preguntamos a un profesor de matemáticas sobre el alumno, ya que los chicos habían dicho que era él uno de los que había prohibido hablar de Cristian. El profesor contestó que era un chorrito que mataron en el barrio. No lo enunció como alumno. En dirección pregunté el nombre y apellido del alumno. Era el mismo nombre que aparecía en la notebook que usaba en la escuela; cuando me la dieron me habían dicho: “Toma ésta, éste alumno no va a venir más”.

Hablando de computadoras pero volviendo a Juan, el director consideró que su mala conducta ameritaba el bloqueo de la netbook. Después de eso, una mañana fría de mármol, el director irrumpió en el espacio que el EOE ocupa en la escuela, queriendo hablar pero sin lograr emitir sonido. Sus nervios provocaban un cuadro de desesperación ante lo que parecía una urgencia inminente. Al igual que los bomberos, el EOE acudió en su pedido. En el medio del patio estaba él. Un señor imponente, pero no imponente sólo desde su tamaño corporal sino también desde su presencia. Con 4º de temperatura, él estaba en remera que enunciaba su admiración por un cuadro de fútbol de banda, bermudas, zapatillas y un gorro en la cabeza que dejaba escapar una cabellera prominente y enrulada. Detrás de él, se asomaba tímidamente la cara de Juan. El padre se presentó como borracho del tablón. Una integrante del EOE preguntó: “¿Usted está en los entrenamientos?” A lo que el padre de Juan respondió: “Sí, siempre estamos con los muchachos”. La integrante continuó su interrogatorio: “¿Y lo ve a Ramón Díaz? El señor contestó: “Sí, todos los días”.Juan sonrió y preguntó: “¿Te gusta Ramón Díaz?”. La integrante le dijo: “Shhh”. Juan empezó a cantar: “Le gusta, le gusta”. El padre preguntó: “¿Quién es esta señora, nene?”.  Juan respondió: “Es con la que hablo y me da la tarea”. “Ahhh señora, mucho gusto, yo estoy enojado, voy a reventar la escuela, pero con ustedes no es la cuestión”. La integrante lo quedó mirando. El señor sacó un boleto de su bolsillo, y le dijo: “Anote su celular aquí que se lo doy a Ramón para que la llame”. La integrante anotó su número de celular. El padre sonreía y estaba más tranquilo. La integrante feliz. Ramón nunca llamó.

El EOE desconocía el bloqueo de la netbook. Todos en tour por la escuela buscamos al director y una vez hallado, nos dirigimos a la dirección. La secretaria no estaba allí, aunque es su único lugar de trabajo, ya que desde hace dos años, no se le estaba permitido  caminar libremente por la escuela, ni atender a alumnos y familias por sus malos modos.

Al comienzo de la charla, se entabló una discusión entre ambos, que luego llegó a pequeños acuerdos, uno fue el desbloqueo de la netbook, acción esta que presenció el padre. La otra fue el pedido por parte de la familia sobre la presencia del alumno en la escuela. El director comentó que ese tema estaba en revisión. Cuando todo volvió a la calma, la familia se retiró del lugar, la secretaria salió detrás de un mueble y sin mediar palabra, se puso a trabajar.

A fin de año, después de diversos acuerdos intrainstitucionales, el 90 % de los profesores, desaprobó a Juan por considerar que sin presencia en la escuela, los alumnos no aprenden. Este dilema, la contradicción constante entre exclusión /inclusión, binarismo que esconde más allá del concepto de diversidad, una serie de elementos de control, provocó que Juan  permaneciera por fuera una vez más.

El EOE, en charla con la familia, consideró su asistencia a otra escuela donde Juan pudiera transitar sin el estigma que ya tenía sellado en la piel, dentro de esta institución. Así, sin pasado conocido, Juan empezó en una nueva escuela. A pesar de las burlas que tenía por partes de algunas personas, su familia apoyaba el deseo del alumno de concurrir a la escuela.


[1] Equipo de Orientación Escolar constituido por una Orientadora Social, una Orientadora de Aprendizajes y una Orientadora Educacional.

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