Desconsideraciones // Cynthia Eva Szewach

                                                    “Ninguna otra voz ha sido testigo más veraz de las tinieblas”

                                                                                  Steiner sobre Kafka                           

El artista del hambre es, ante todo, una experiencia de lectura.  El espectáculo que se ofrece con el ayunador, estaba según se relata, entrando en decadencia en su tiempo. El ayunador, un personaje sin nombre, sin historia, un hombre solitario que lamenta necesitar de las visitas como razón de su existencia, pero no solamente. No podemos entender la estofa enigmática de su decisión de ayunar.  No puede evitarlo dice al final. No se trata de libertad sino de inevitabilidad. En “El Informe para una academia”, el personaje renuncia a su simiedad y se encuentra en cautiverio, aunque tampoco busca la libertad, ni la fuga, sino una salida, aún bajo la forma del engaño.   La salida no es la puerta siempre abierta como acentúa Cacciari que encuentra en Kafka, y la llave no están quizá en el transcurso del vivir, sino en el desierto continuo de los tiempos, para lo cual una vida no alcanza. En lo intermedio las huellas incluso en la errancia detenida.  En su simiedad abandonada, el personaje con gestos humanos aprende dice, desconsideradamente. Pareciera obtener otra posibilidad de sobrevivir que el artista del hambre. Al mismo tiempo notamos la  humorada a la Academia de La Ciencia. ¿Qué quiere decir que nos plantea una salida? ¿Hacia dónde? En ninguno de los dos parece tratarse de un acto sacrificial, sino de una renuncia que acentúa un deseo sin origen.

Un artista del hambre ¿hace del hambre un hecho artístico? No dice que tiene hambre, pero si, que lo soporta por una cuestión de honor. Es el ayuno tenaz. No es un suicidio.  ¿Cuál es el ideal que sostiene el honor de su activa acción? Si no se trata de Ideal, en tanto honor,  se trata de dignidad.  La dignidad atañe al deseo.

Es un cuerpo en la Feria para ser mostrado, fotografiado en su estado raquítico ¿nos recuerda ahora, entonces anticipa a las imágenes que veremos en la posguerra de los cuerpos amontonados o sobrevivientes?  Aun así, parece que se emancipa del comer.  ¿Una huelga al sentido común? ¿Una esclavitud remasterizada en una época? ¿Una imperiosa demanda de reconocimiento “de deseo de un hambre de otra cosa”? como dice Ginette Rimbault acerca de Simone de Weil. Aquí es el amor de practicar su oficio hasta el fin. Escritura sin comida dice Kafka.  La escritura como asalto a las fronteras dice Bloom. Puede ser una labor como conjuro. ¿Debe rendirse el poeta? Se pregunta Steiner.

El ayunante quiere ir más allá de los cuarenta días establecidos. Le interesan mucho más los guardianes que lo vigilan desconfiados y no los que distraídos  lo olvidan. Porque además podía demostrar algo: que no se trataba de un esfuerzo, sino que su trabajo lo constituía en único, excepcional, alguien. Pero, es un ayunamiento interrumpido.  No resultaba a la vista muy soportable esa delgadez para el público, no es sencillo de mirar. Reducido a un cuerpo reducido. No plantea tampoco al ayuno como salvación. Quizá muestra sin el velo de la negación a lo que estarán nadificados inexorablemente nuestros cuerpos

¿Porque se requiere una jaula si no deseaba ir a ningún otro lado que estar ahí? Hay algo impactante, la generación de una crueldad más que de compasión. Las señoritas que lo retiran no soportan un hedor, o algunas que lo miran destilan una crueldad, no hay piedad.

El pasaje al circo, tema que a Kafka le interesa en sus variaciones inaprehensibles, a veces como decadencia, pero otras como en la novela “El desaparecido” como Paraíso.: Hay allí trabajo para todxs.

Al pasar al circo en la caída de su atractivo quedó a la intemperie su dependencia fastidiosa con un público, una soledad puesta en cuestión, dejando que se lo acerque a la jaula de los animales, más atractivos, más bellos, más fuertes, soportando incluso ser mirado de reojo por familias y sus niñxs. El público ocupa lugares enigmáticos.   Puede producir al lector como en ciertas películas, el hecho de que nos quedamos entrampados en desear que algo concluya, aunque sea en un fatídico final. Que la cosa termine de la manera que sea.

El artista del trapecio sin embargo plantea una valiosa soledad en su oficio. Lo interrumpen los viajes de ciudad en ciudad para realizar sus espectáculos. Quiere dos trapecios y no uno. ¿Como se puede vivir con una sola barra en las manos? Se pregunta con angustia. En este caso hay consuelo inmediato a sus sollozos, le compran otro trapecio, pero con una intranquilidad del empresario: se dio cuenta que querer otra cosa podía ser para el artista algo interminable. En el cuento “La galería” un espectador llora, vislumbra hacia el final que algo lo aflige, porque la caballista del circo en su ronda no es una joven tísica latigada por el empresario para ir a salvarla, sino una joven bella que quiere cada vez más aplausos montada en su corcel en equilibrio feliz.

Volviendo a El artista del hambre, sus palabras solo aparecen en su agonía. Como si la materialidad del cuerpo desvaneciéndose fuese en una corriente contraria ala materialidad de la palabra. Allí se extrae fuerza de decir, escribir.  En los límites del lenguaje que nos habita deshabitándonos. Es la escritura de la disolución del escribiente.

 ¿Por qué el ayunador susurra moribundo un pedido de perdón al empresario? ¿Qué se trata de perdonar a un incomprendido? Nada del comer nunca le ha gustado confiesa. Continua con una convicción ya no orgullosa hasta morir y quedar confundido entre la paja de la jaula.  Rápidamente es sustituido por un animal, una joven pantera, que la alegría de vivir brotaba de sus fauces y estremecía a sus espectadores.

 

Cynthia Eva Szewach

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