En sintonía con el desguace de las políticas públicas que viene llevando a cabo la gestión macrista, 60 trabajadores del Programa Conectar Igualdad del Ministerio de Educación y Deportes de la Nación fueron despedidos con el argumento de “que era más sano para ellos que los despidan a tenerlos así”. ¿Tenerlos así? Es que no cobran desde hace 3 meses y no tienen tareas desde diciembre, al igual que el resto de los programas y áreas del Ministerio.
El miércoles pasado se realizó un acto en reclamo por la reincorporación de los despedidos. Muchos trabajadores quedaron encerrados en contra de su voluntad, impedidos de participar del acto que se llevaba a cabo en la explanada externa del Palacio Sarmiento. La puerta estaba vallada por una muralla de policías federales uniformados y armados. Hubo represión y violencia policial. Un despliegue de policías vestidos de civil sacaban fotos y filmaban a los manifestantes.
Los días previos al acto, los trabajadores de Conectar Igualdad organizados en grupos y acompañados por delegados de la Junta Interna de ATE recorrieron las oficinas del Ministerio explicando las condiciones en que fueron despedidos y las tareas que realiza el Programa, que es mucho más compleja que “repartir netbooks” -tal como se intenta instalar desde el gobierno para justificar los despidos-, y que hay más de 1000 trabajadores del Programa que desarrollan sus tareas en las provincias que están en la misma situación.
Desde el momento que se vuelve necesario explicarles a tus propios compañeros que necesitas que te acompañen en la lucha para ser reincorporado, que el trabajo que haces tiene fundamentos igualitarios en el marco de una política educativa y fundamentalmente que no sos un “ñoqui”, evidentemente hay una batalla en términos culturales que se ha perdido. Y es ahí donde la cultura macrista es eficaz, porque ha logrado hegemonizar el sentido común, con un discurso que estigmatiza a todos los trabajadores del estado al tratarlos en forma indiscriminada como “ñoquis”. Y un “ñoqui” merece ser perseguido, maltratado y despedido.
Sabemos que la hegemonía se ejerce fundamentalmente en términos de legitimación, lo que supone que la dominación no es sólo económica sino simbólica y cultural, eso es lo complejo de desentrañar y revertir. Solo desde la hegemonía del sentido común que ha logrado construir la maquinaria cultural macrista se explica que en medio de las agresiones por parte de la policía los vecinos que miraban y fotografiaban a los trabajadores desde sus balcones, les gritaran: “vayan a la laburar, ñoquis”. Sólo desde esos marcos de percepción social se puede entender el comentario que un uniformado con risa socarrona le hizo a uno de los manifestantes: “anda a creerte los cuentos de Cristina” o que algunos “compañeros” que hasta el 10 de diciembre enarbolaban banderas del proyecto nacional y popular, hoy asesoren a funcionarios macristas y contribuyen a confeccionar listas para entregar a sus propios compañeros.
Entonces, detrás de la lucha por sostener los puestos de trabajo y por defender las políticas de ampliación de derechos, el desafío es más complejo, ya que se trata de resquebrajar esos resortes sensibles que conforman el sentido común, que producen cultura y constituyen una plataforma de consenso social habilitante para que la gestión macrista avance con sus medidas antipopulares, con el ajuste y el vaciamiento del estado.
Lo político en su sentido más radical es la contienda contra esa maquinara cultural, esa trama de sentidos y significaciones que tiene cierta pesadez y no cambia fácilmente, cuyos rasgos no son más que la banalidad como modos de vida, forma de relacionarnos, de hacer mundo y de vivir colectivamente el desconcierto en estos tiempos.