Descartables ya éramos // Agustín Valle

El espectáculo de crueldad en curso, donde se niega el valor de gente que labura hace años y a la vez el de los receptores de su trabajo, ¿cómo es posible? Este goce en hacer sufrir, ¿es un modo de vida afirmándose? La excitación del poder marcar estigma y apretarle a algunos botón de eliminar; el circo sádico de declarar descartable a la gente, tiene como condición de posibilidad la precariedad de las condiciones de trabajo con que se realizó la expansión de derechos y las políticas de inclusión.

Muchas de esas políticas tuvieron signo popular pero base neoliberal, apoyadas en la precarización laboral. Es legal que el Estado eche a alguien que trabaja hace veinte años -incluso con responsabilidades y labores altas, incluso con subjetividad heroica…-, sin siquiera indemnización, encubriendo la relación de dependencia. Es decir que el fanatismo del capital opera sobre una infraestructura institucional neoliberal que creció durante los gobiernos peronistas.

Crispamos al monstruo -con el signo de las políticas- y ahora en su revancha encuentra que la casa de los orquitos era de papel. Monstruo porque su deseo, la positividad de su deseo, tiene a hacer daño como necesidad primaria. La pasión anti igualitaria gobernante (ideología o sensología coincidente con el interés de las elites, claro) necesita ejercer la crueldad. No solo porque cosificar vidas alisa el terreno de la mercantilización (Segato). ¿O no es entendible que el dolor, las humillaciones y violencia sufrida por la desigualdad se traga mejor mejor volviéndolas menores relativamente a los que, esos sí, cagan fuego? Pero la eficacia de este show cruel de golosinas caníbales (aunque un caníbal es mucho más digno que un sicario sobador del poder abstracto del capital) encuentra un suelo institucional, jurídico-económico, adecuado. Decíamos que la patria es el otro y resulta que el trabajador de la inclusión era descartable. Quizá “no podía hacerse de otro modo”, lo que señalaría una falta crítica de pensamiento sobre el Estado en el discurso estatista que pretende resistir el absolutismo del capital.

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