Deleuze, Marx y la política: un libro para sujetos acorralados // Diego Sztulwark

 “Félix como yo nos hemos mantenido fieles al marxismo. No creemos en una filosofía política no centrada en torno al análisis del capitalismo y sus desarrollos.”

(Gilles Deleuze en diálogo con Toni Negri, 1990)

Ni bien registré el título me apresuré a conseguir mi ejemplar de Deleuze, Marx y la política. Imposible no sentir ansiedad por conocer semejante sistematización de lecturas. De inmediato recordé que sabía de la existencia de este libro Nicholas Thoburn, publicado originalmente en 2003. Mi amiga Alejandra Lidman, estudiosa de Deleuze, lo había leído en ingles y comentado en el blog Lobo Suelto. La sola existencia de este libro, traducido por Juan Salzano para editorial Marat, resulta motivo alegría. 

Una política menor

Las tesis principales de la presentación de Deleuze junto a Marx me parecieron bellas por lo simples y verdaderas. Habría en la política de Deleuze (en sus textos, pero también en sus colaboraciones con Guattari) una política menor, substraída a la experiencia convencional de unos sujetos autónomos y plenamente constituidos, portadores de demandas legítimas y de un lenguaje suficiente para hacerse oír. La política menor se define, en cambio, por la imposibilidad de adquirir una identidad. Ni clases ni grupos: “menor” precisamente, una estrategia de constitución, y unos medios técnicos y lingüísticos de composición. La política menor está hecha de devenires que experimentan sujetos inadecuados a sus contextos. Grupos oprimidos, subalternizados, sometidos a explotación. La política menor ­–o política del síntoma, que apunta a crear forma de vida, agrego yo– concierne a sujetos acorralados, inmersos en un campo de fuerzas que los subyuga. Son estos sujetos acorralados quienes necesitan, como el aire, crear nuevas estrategias y lenguajes. 

Thoburn localiza el encuentro de Deleuze con Marx en esta concepción de una política menor. El proletariado, a diferencia de la más sociológica clase obrera, es el sujeto acorralado por las relaciones sociales capitalistas, y su política es menor consiste en deshacerse de la identidad obrera (mayoritaria) impuesta por el capital. Deshacer la subjetividad obrera implica deshacer su realidad como parte del capital. La política menor proletaria consiste en inventar nuevas composiciones más allá de la política de las clases. Proletario, por tanto, no equivale a trabajador. La clase trabajadora es un momento interno del propio capital, mientras que proletarios –o plebeyos– designan estrategias de composición que, partiendo de la adversidad, devienen capaces de crear subjetividad en contra y más allá del capital mismo.   

Una vez establecida la fidelidad de Deleuze con Marx en torno a la no identidad del proletariado, Thoburn formaliza de la triple condición de toda política menor: 1. Sujetos que viven acorralados en la inmanencia a las relaciones de explotación y control (son parte del capital);  2. y por lo incapaces, en sus inicios de convertirse en otra cosa sin un difícil desplazamiento (hacer algo desde su condición acorralada); 3. Sólo enfrentando este difícil desplazamiento -intentando nuevas composiciones- alcanzan una nueva potencia subjetiva. En esta conceptualización, alejada de la definición de la clase trabajadora y de todo horizonte gremial restringido, el proletariado supera su condición de clase para el capital y se abre a los movimientos sociales que rechazan en las formas del trabajo la subsunción de la vida al capital. 

Alcanzando su propósito inicial, dar la clave de lectura política de un Deleuze con Marx, aparece algo así como un segundo libro, tan necesario quizás como el primero. Se trata de un libro en el corazón de otro libro. Para filiar a Deleuze con Marx Thoburn prioriza dos referencias. La primera parte del libro está escrito en torno a las -a esta altura mitológicas- páginas de un libro que Deleuze habría comenzado a escribir al final de su vida llamado La grandeza de Marx. Un “Marx virtual”. La segunda referencia de Thoburn, en cambio, detona una discusión teórica y política que lo lleva a extenderse a lo que se intuye como el objetivo implícito del libro: polemizar con Toni Negri, quien por esos años acababa de publicar junto a Michel Hardt ese gran libro que es Imperio. Las razones de la polémica son de lo más interesantes. Thoburn observa que el antecedente más importante de la articulación Deleuze con Marx, en términos de una política de rechazo al trabajo, fue realizada por la corriente –plural– del marxismo italiano obrerista y postobrerista, al tiempo que le reprocha a Negri, uno de los referentes más destacados de esa corriente, el hecho de que tanto en su lectura de Deleuze como en la elaboración de una política de la “multitud”, haya entrado en ruptura con la elaboración de una política menor. 

¿Anti Negri?

Las críticas de Thoburn pueden resumirse del siguiente modo:

  1. La política de la multitud, en tanto exaltación de singularidades autónomas, desconoce las condiciones de una deleuziana política menor (comunes a la definición del proletariado en Marx, y de la lucha obrerista italiana). Según Thoburn, Negri reivindica un potencial emancipador en la afirmación directa de la pluralidad de singularidades cooperantes productivas de unbios, subestimando la persistente inmanencia de esos sujetos con respecto a las relaciones de poder: el capital tal como organiza las relaciones de producción (Marx); en la racionalidad que prima en el sistema de las máquinas (Panzieri), o en los “milagros” del “socius” capitalista (Deleuze y Guattari).
  2. El supuesto de la política de la multitud es una nítida tendencia a la autonomía de la producción con respecto al mando del capital. Thoburn celebra el gesto de Negri de situar el pensamiento político en la producción (junto con Deleuze, Marx y la autonomía obrera), en polémica con las tesis neogramscianas de la autonomía de lo político que derivan en las de la hegemonía en el populismo de Laclau. Pero encuentra problemática la tendencia a la autonomía de la producción. Le parece que es una simple inversión de las tesis neogramscianas. En lugar de autonomía de lo político, autonomía de la producción. Y con ello una misma disolución de las condiciones de la política menor basada en la condición de adversidad de los sujetos que la crean. La autonomía en la producción nos propone unos sujetos que ya no están acorralados, sino que han logrado la emancipación como por arte de magia.
  3. Esta tendencia a percibir la cooperación como un movimiento de autonomización de la fuerza de trabajo respecto del mando del capital, le permite a Negri teorizar sobre los dispositivos de apropiación de plusvalor desde fuera de la producción. Situación que Thoburn impugna porque impide comprender las formas propiamente capitalistas que subsistirían en la cooperación social. La autonomía de la producción tiende a anular el principal recurso subjetivo del obrerismo italiano (la consigna principal que Thoburn vincula con la política menor): el rechazo al trabajo. Por más que Negri lo reivindique una y otra vez, lo real en la política de la multitud no sería el rechazo, sino la apología del trabajo (vuelve la sociológica clase obrera) en tanto que trabajo biopolítico.
  4. En definitiva, y a pesar de sus esfuerzos por leer a Deleuze, Thoburn ve en Negri una ceguera voluntaria a toda condición de adversidad; una desestimación continua del peso de los dispositivos capitalistas sobre la fuerza de trabajo. Y encuentra la prueba más consistente de esta imposibilidad deleuziana de Negri nada menos que en el diálogo que ambos filósofos sostuvieron en 1990, publicado originalmente en la revistaFuturo anteriorbajo el título “Control y devenir”. Las preguntas que por entonces Negri le dirige a Deleuze se anticipan a lo que una década más tarde serían las líneas principales de Imperio: intentan conjugar su propia lectura de Marx –Negri es autor de un libro impresionante, Marx mas allá de Marx– con la lógica de las multiplicidades, de Mil mesetas. La diferencia entre ambos, que Thoburn capta con precisión, se hace presente cuando Negri le pregunta a Deleuze por Foucault. Esta es muy relevante. Quiere saber qué piensa Deleuze sobre el potencial de recuperar la capacidad del lenguaje cuando el diagrama de poder basado en el control llega a su hegemonía. Pegunta si los devenires minoritarios pueden socavar el dominio en el ámbito de la comunicación. ¿Cree Deleuze que es posible el comunismo? La respuesta de Deleuze consiste en afirmar que hoy el poder actúa mediante el control y la comunicación, tanto en el nivel de las relaciones sociales como en el de las máquinas que las concretan, y que no es en la capacidad minoritaria de recuperar la palabra en el espacio de la comunicación que se juega el comunismo, puesto que las palabras, en la comunicación-control, están “podridas”, completamente atravesadas por el dinero. Se hace necesario, por lo tanto, “apartarse de la palabra. Crear siempre ha sido distinto que comunicar”.

 

Determinación y subjetividad

Una década y media después de su aparición en inglés, la edición argentina de Deleuze, Marx y la política coincide con la publicación en castellano de dos textos importantes de Negri:  Historia de un comunista (Traficantes de Sueños, 2018), el primer tomo de su monumental autobiografía; y Marx y Foucault (Cactus, 2018). El primero es una pormenorizada historia de esa pluralidad de grupos que fue la autonomía obrera italiana. El segundo es un ensayo teórico-político sobre la relación que hay entre determinación y subjetividad. Es decir, entre el método de estudio de la inmanencia del trabajo al capital y la capacidad de reapropiación y autonomía del trabajo vivo. 

Negri argumenta del siguiente modo: 

  1. En la época de la “subsunción real” de la sociedad en el capital –predominio de la plusvalía relativa sobre la absoluta–, cuando el conocimiento deviene fuerza productiva con tendencia dominante, el antagonismo se da sobre el inmediato plano de lo social (la vida, los modos de vida), de tal manera que ya no es posible distinguir antagonismo social, lucha de clases y ciencia política.

 

  1. Cuando la productividad del trabajo es la actividad colectiva (virtuosismo del lenguaje, de los afectos, del conocimiento, de los cuidados, de la comunicación), capaz de reapropiarse de segmentos de los medios productivos y de profundizar en concreto su deseo de autonomía dentro de la fábrica social (por medio de las luchas del trabajo metropolitano en todos los planos de la existencia), la exigencia de renovación del método se agudiza y necesita corroborarse en el plano de la organización de lo que Negri llama lo “común” (y que hace corresponder con la “biopolítica” foucaultiana).

 

  1. La importancia de la dimensión metodológica se corrobora en la práctica de la coinvestigación y en la elaboración de políticas concretas. Se trata de elaborar dispositivos concretos de politización que permitan superar la influencia de la dialéctica hegeliana, en cuanto racionalización idealista de procesos reales y solución vía mediación reaccionaria a oposiciones reales sobre la política. Esto incluye el rechazo abierto del diagnóstico de los pensadores de la Escuela de Frankfurt de una sociedad alienada, completamente reorganizada por el mando del capital.
  2. Para ello es necesario recrear de modo crítico el problema de la subsunción real mediante cateogrías que, como la distinción entre biopoder y biopolítica en Foucault, permitan reabrir la asunción de un espacio de antagonismos y crisis. En el mismo sentido, se entiende su rechazo terminante del pesimismo ontológico heideggeriano, asociado a una ética impotente y a una desactivación de la praxis, que se vuelve contra las tecnologías bloqueando toda comprensión de los procesos de reapropiación de la máquina por el trabajo. Su lectura izquierdista de Foucault, acentuando el peso de las micropolíticas (el juego cualitativo que se da en el plano de las relaciones sociales), permite investigar los mecanismos para una analítica por fuera de la representación capitalista de la praxis.

Autovalorización

La argumentación de la política en Deleuze y en Marx converge en las prácticas que la autonomía obrera llamó de “autovalorización”. La capacidad obrera de crear valor contra o más allá de los dispositivos de valorización del capital. Thoburn necesita distinguir si la autovalorización es concebida como un momento menor dentro de uno mayor (Deleuze y Marx) o como uno definitivamente autónomo (Negri/Hardt). ¿Es realmente necesaria esta delimitación? ¿No surge la noción misma de “multitud” del fracaso de la política fundada en la delimitación precisa dentro/fuera propia de la soberanía estatal que el mismo Schmitt, su defensor más enfático, declaró caducas hace décadas? ¿Es tan incompatible una política en la que los sujetos viven el antagonismo a partir de su recursos de valorización autónoma fuera del trabajo capitalista, con una en la que la autonomía se conquista mediante la exigencia de aumento salarial fundado en necesidades y deseos, hasta convertirse en aumento del salario social o renta ciudadana? ¿No es esta hipotética incompatibilidad, en todo caso, la mayor derrota de una política anticapitalista que quiera ser efectivamente una política?

No me resulta convincente la oposición que realiza Thoburn entre un polo que estaría poblado por Deleuze, Marx y la autonomía italiana ante el polo Negri. Y no porque no sean claros y sutiles sus argumentos. Quizás mi propio modo de ser fiel a Negri sea inventarme uno útil a mis propios fines. Pero lo cierto es que no veo que el problema con Negri pase por una supuesta disolución en su pensamiento del momento del poder del capital sobre la subjetividad. Veo claramente expresado en Negri el momento de la determinación. Y la veo precisamente en su esfuerzo por liberar a toda política menor de su supuesta deuda con un insoportable pesimimo ontológico. Su desmesura y “optimismo” me parecen menos una alucinación fácilmente refutable (sus compañeros Paolo Virno y Franco Berardi lo han advertido con toda claridad), y más una lección filosófica contra el derrotismo. Es cierto que no estamos para optimismos bobos. Prefiero leer a Negri con (y no contra) Deleuze y Marx. Quizás porque el efecto de tres pensamientos imposibles de adecuar entre sí necesitan un cuarto participante –el lector–, que tiene que introducir su propia estimación de lo que aquí esta en juego. Y, a mi juicio, lo que está en juego es la capacidad de acentuar el gesto propiamente político que permite leer en simultáneo la determinación (el duro peso de las relaciones sociales dominantes, su carácter subjetivador) junto a la subjetivación minoritaria/antagonista, la articulación entre síntoma (saberse acorraladxs), forma de vida (política menor/autovalorización) y lucha de clases (antagonismo). Cuando Deleuze y Guattari se refieren a una nueva tierra, pretenden un nuevo involucramiento entre luchas y pensamiento, partiendo de la adversidad y el acorralamiento, pero también atreviéndose a pensar el milagro de una existencia no deducida de la axiomática del capital: dentro, contra y mas allá. Las resistencias, las filosofías y sus atrevimientos.

 

* Gilles Deleuze: Conversaciones 1972-1990, Capítulo V, “Control y devenir”, edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.

 

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