Leo la intervención de Catherine Millet (quién fue invitada a pronunciar la Conferencia Inaugural del Filba frente a un auditorio del Malba lleno reza el artículo), y justo antes de dejarme llevar por la ira que me provoca las operaciones argumentativas y políticas operadas en el texto (que no detendré por mucho tiempo…) me paran dos sensaciones fuertes: seguro mejor sería no responder, dejarlo pasar, hacer caso omiso, pero mi ira no encuentra ese camino de la calma, de la zen que sigue su camino. Defecto mío. Y lo más indignante es lo que hace este discurso posible en estos días en Buenos Aires, entre olas verdes y el Encuentro Nacional de Mujeres en Trelew que reúne desde ayer más de 50000 mujeres de todo el pais, que llene una sala, y se pretenda imponer como voz cantante sobre el asunto.
Ahora sí: Catherine Millet, empieza su conferencia con “la mujer no existe” amparándose en Lacan (creando con un paréntesis una seudo complicidad con el terreno argentino en el que juega hoy, pero sin tomarse un segundo para saber lo que de Lacan en particular, y del psicoanálisis en general, se hizo aquí, en términos de feminismo por ejemplo, o de sus alianzas insospechables en buena medida desde Francia con el campo político, activista o de los derechos humanos por ejemplo…) para atacar el movimiento #metoo (como ya lo hizo, y lo recuerda ese día, en una tribuna firmada por una parte de la creme de la creme del elite de actrices, escritoras, etc. a la que hubo muchas respuestas, desde aquí algo así como “su disputa no es la nuestra”, pero dentro de Francia también, como por parte de la coreógrafa Mathilde Monnier por ejemplo) criticando la idea de “sororidad” que parecería sostener las voces de la denuncia. Realiza, para esto, un deslizamiento apenas perceptible pero demoledor, de la pregunta (crucial hoy) por el sustrato en común que queda después del llamado a denunciar, y del cuestionamiento (extremadamente legítimo y que ha feliz, y a veces violentamente, atravesado todas las historias de feminismos) de una base sólida, homogénea y constante de una identidad “mujer” (Que anuncia el título seductor de la conferencia “¿existe la mujer?”) hacia una recusación de toda posibilidad de un “nosotras” colectivo en la lucha política, ¡como si la pregunta por el ser mujer resumiera todas las políticas feministas de los últimos tiempos! Argumenta: nuestras experiencias como mujeres son distintas, entonces no podemos entrar en solidaridad entre mujeres solo por serlo. Y sigue: yo me puedo sentir tan cercana con un varón que sufre que con una mujer… ¿Quién, en qué momento, dijo que cuando se habla de solidaridad homogeneizamos y jerarquizamos las experiencias desde un punto de vista de identidad del ser? ¿Y cómo ignorar que esta pregunta por la identidad mujer atraviesa desde décadas no solo los libros sino las discusiones y prácticas feministas?
Pero además, o sobre todo ¡qué manera de desembarcar desde Francia a dar lecciones de feminismo correcto! En ningún momento –de la conferencia transcripta en infobae por lo menos-hará mención (aunque sea a modo de pregunta, de interés, sin saber nada) a la situación aquí, al hecho de que acá no prendió #metoo sino #Niunamenos, #nosmueveeldeseo, #Nosotrasparamos, etc. No pido que haga una teoría de Ni una menos, por favor, sino que mencione el hecho de que habla en este lugar, y que pueda hacer una pregunta y eventualmente escuchar cómo se puja y se pelea aquí para que el llamado #nosotras emerja de un llamarse en heterogeneidad, entre mujeres y no tanto, con cuerpas distintas, disidentes, cómo el #acuerpemosnos también lo vamos aprendiendo de y con las travestis y lxs trans, que de mujeres pasamos a cuerpos gestantes, y a experiencias políticas en torno al aborto, que dinamitan la posibilidad, por suerte, de quedarnos en el círculo de la pregunta a secas por la identidad mujer. #acuerpemosnos
Catherine Millet prétende derrumbar la idea de sororidad que le parece el peligro del momento post #metoo (y acusa de ser causa de censura a su palabra, que plantea implícitamente como “libetaria” y contra moral), con un argumento del miedo: porque “hermanas” se dicen las religiosas entre sí, en particular en la Edad Media (primer fantasma de barbaridad para el espíritu renacentista y luego iluminista que amasa el fondo y las figuras del pensamiento francés en general…). Pero ¿Padre, paternidad, no es no solo una apelación entre personas adentro de la iglesia, es LA FIGURA organizadora de la religión y sin embargo sigue usándose de miles de otras maneras ¿no? Será que no podemos hablar más de padre (ahora que lo pienso, tal vez sea una buena pista para seguir, pero seguro Catherine no me sigue). Y enseguida, agita al segundo párrafo, el fantasma de quienes sí hablan hoy en día de “hermanas” y “hermanos”: ¡los musulmanes! Agita el fantasma del peligro identitario como “lamentablemente, la expresión de un comunitarismo”. A ver si sigo bien: no podemos hablar de sororidad entre mujeres porque el uso de hermandad y sororidad viene del viejo fondo medieval que supimos “superar”, y actualmente lo usan lxs musulmanxs que son el peligro “comunitarista” que pesa sobre Francia, la pura republicana de la … ¡fraternidad! Me quedo con dudas… me faltaría saber qué hace de la fraternidad con este argumento, por ejemplo…
En todo caso, visto desde acá, escuchando este discurso en Buenos Aires, es decir en los desfasajes de modos de tomar la palabra que provocan los viajes cuando no se resumen a simples trasplantes hidropónicos, ese agite del fantasma de la religión musulmana como comunitarista porque se llaman “hermanxs” suena extraño, hasta un poco ridículo. Pero sobre todo ponen a la vista las alianzas profundas, epidérmicas, entre la defensa de la “seducción a la francesa” como decía el manifiesto co-firmado con Catherine Deneuve (por “algunas amigas y yo” dice ahora, formulado en el mejor tono cheto parisino: algo así como “ay pero, y si me gusta que me seduzcan-molesten, con sus denuncias a agresiones van a impedir este modo cultural del flirteo) con la islamofobia rampante, o por lo menos el recurso casi como reflejo al fantasma de los malos musulmanes –que nos desvolverían a nuestro viejo fondo impensado impensable de lo medieval.
“Afirmo por ejemplo que no es exacto pretender que Francia por hablar del país que conozco mejor, es en su conjunto una sociedad patriarcal. La situación de las mujeres es diferente según el medio al que pertenecen; urbano, rural, laico, religioso, musulmán, etc…” Salvar la imagen de Francia, insistir una vez más en que ciertos medios son los que ponen en peligro a la sociedad francesa en su conjunto, en particular según la brecha laíca/religiosa, o… musulmán! (¿¡Qué necesidad de insistir si ya dijo religiosa, como si el islam fuera un grado más de lo religioso?! Estaría el problema de la religión, y además, aparte, peor, ¿¡el problema musulmán?! A ver, paremos un segundo, ¿y el discurso de ayer el Papá Francisco comparando el aborto voluntario a la contratación de un asesino a sueldo, no es violencia de la religión contra las mujeres? Sin hablar de los grupos híper religiosos que salen en banda a agredir homosexuales en Brasil actualmente, pero de esto seguro ni se enteró la intelectualidad francesa…) Deja implícitamente dicho que Francia no es patriarcal, podría serlo en sus zonas musulmanas… allez Catherine…! Las violaciones no conocen fronteras de color o de clase. Y los femicidios también son cotidianidad de la vida frqncesa. Hace 12 días Anne Marie Vaillat fue asesinada por su pareja a quien anunció que se quería divorciar en Oyonnax, pequeña ciudad del centro del país, a 30 kms de donde nací yo. (ah cierto! también lo “rural” es, como lo “musulmán”, lo que mancha Francia de zonas de retrocesos… ¡me había olvidado!). Lo que produce y a la vez sostiene el discurso de Catherine Millet, es una imagen de una Francia ideal del progreso, blanca, parisina, rica, educada, con su particularismo cultural de la seducción a la francesa, que tiene que resistir contra las tendencias de retroceso que identifica en la presencia musulmana, rural, o las luchas feministas que presuponen una solidaridad contra el patriarcado… Pero… las violencias hacia las mujeres ¡no son privilegios de los pobres, negros, musulmanes! Muere, por lo menos, una mujer cada tres días por femicidio en Francia. Y ¿qué figura crea la francesa que viene acá a dar lecciones de feminismo correcto y libertario, haciendo de cuenta que es un terreno virgen en este aspecto? La misma, que se encuentra reforzada por la trama de las enunciaciones y el tapete rojo desplegado: la de una Francia como fleur de lance del progreso occidental, una Francia no patriarcal, solo amenazada por sus zonas de retrocesos atávicos y… ¡su historia migrante!
Finalmente, me quedo con un aspecto que tal vez parezca menor, pero que va tomando cada vez más radicalidad a mis ojos: la intuición más y más fuerte de que lo que el momento feminista pone fuertemente en jaque, es el uso que hacemos de la palabra teórica, o intelectual. No solo se liberó la palabra de la denuncia, como bien reconoce Catherine Millet, sino que esta otra circulación de la palabra resquebraja los modos de autorización de la palabra, y de autoridad de la enunciación también teórica. Y ahí resalta en fluorescente la trama que sostiene ese discurso de Catherine Millet que tan rabiosa me puso. Esta enunciación casi liviana de los argumentos que acabo de desmontar se sostiene en una trama que hace: de la palabra venida de Francia (y miren quien habla, ¿no? Lo digo desde una posición de cercanía/lejanía, de quien vino de Francia también, y se quedó, y cuya palabra también se inserta en tramas. Sin duda se me vuelve aún más insoportable la intervención de CM por la cercanía de nuestra procedencia que hace que sus palabras y su posición me salten a la vista reconociendo una con-formación francesa del pensar), en apertura de un festival muy importante de poesía en Argentina, apoyada en un circuito aceitado de la diplomacia cultural francesa, viniendo a dar lecciones de (anti)feminismo en uno de los países donde se están inventando feminismos de un alcance político que poco se sabe, y aún menos se imagina en Francia. Pero esta trama de enunciación, neocolonial digámoslo en este 12 de octubre 2018, es a su vez una trama de autoridad de las referencias a autores como argumento de autoridad: Catherine Millet enjuicia #metoo citando a Lacan, James Joyce, DH Lawrence, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Colette… Catherine Millet pretende, con este armado de referencias a autores de autoridad, mostrar que hablaron en voz propia, de situaciones singulares, de liberación de la vida, y no para cambiar el mundo, es decir -siempre según su argumentación reduccionista de entrada- representar a todas las mujeres. Sigue confundiendo cambio político con representación identitaria unificante, contraponiéndole una… ¡escritura femenina de la vida propia! ¿No era que no existía la mujer? Sale de la contradicción con una pirueta muy poco consistente, que solo puede encontrar apoyo en aquella trama de enunciación que enunciaba más arriba: “! Y qué le vamos a hacer si ahora me contradigo y hago una concesión a una suerte de “especificidad femenina” que exige, quizá, el momento de nuestra historia!”. Lejos de mi ignorar lo fundamental de la paradoja en el pensar en muchos – y muy buenos- casos, pero esta contradicción sobre el punto clave de una argumentación (existe o no la mujer, existe o no lo femenino) que no deja en algún momento de seguir una demostración de la lógica más cartesiana, suena simplemente a inconsistencia o a no tomar por consistente la escucha del público ahí presente…
A partir de argumentos de autoridad de la literatura de lo que las mujeres dicen en sus libros, opera un análisis de un movimiento político feminista actual que reduce a #metoo (y muy lejos estoy de decir que es incuestionable, ¡todo lo contrario! Cabría preguntarnos por el aspecto individual, y punitivista de #metoo. Digo que sería muy interesante pensar en sus cercanías y -muchas- distancias en sus estrategias de lucha frente a los femicidios con Ni una menos y más ampliamente las perspectivas latinoamericanas de diferentes movimientos feministas populares, que, rápidamente, hacen una lectura colectiva, económico-financiera de la situación de violencia; que se plantean desde hace mucho ya sus maneras de no caer en un punitivismo; y que se traman en muchos casos por alianzas con movimientos trans y travestis, en particular contra los travesticidios por ejemplo). Esta reducción le funciona para explicar que la liberación de la palabra en la literatura no tiene nada que ver con un movimiento político, y que el feminismo es un peligro incluso para estas voces diferentes. Para esto, necesita una confesión que ya habíamos intuido. En el fondo, su problema es la figura misma de lo político y de la militancia: aborrece las figuras militantes. ¿por qué no haber empezado por ahí? Y directo explicar; No me interesan las luchas políticas, el feminismo no es lo mío la cuestión de las relaciones de poder no es asunto mío, ni las mujeres en tanto si, de hecho, me interesa y me gusta la literatura, y lo que cada unx encuentra ahí. Para sostener lo insostenible de su doble demostración tiene que confesar, y pedir disculpas “Disculpas por expresarme así: tengo mucha simpatía por Simone de Beauvoir; menos por la militante de figura austera y de declaraciones a menudo categóricas, que por la mujer y por los escritos que la reflejan”. Hacer esto a una exitencialista, separar los actos de su escritura y de su propia existencia… Solo hace falta haber leído algunas páginas de las Memorias para darse cuenta… En todo caso, la presuposición de una posible separación entre los dos aspectos del pensamiento de Beauvoir nos devela el fundamento de su argumentación (anti)feminista: odio a la postura militante (con la idea a priori que luchar es ponerse austera y categórica, es necesariamente homogeneizar posiciones y no dejar brecha para las dudas y los sentimientos…) y su oído sordo a todo pensamiento que podría emanar de movimientos políticos: en particular, el hecho de que es el lugar mismo de la enunciación teórica, de la referencia a la teoría como “esclarecedora”.
Estamos en un momento en el que la teoría, las lecturas, las intervenciones “intelectuales” no son la luz que alumbra el sinuoso y torpe camino de procesos vitales, políticos, artísticos inclusive, sino que tiende a funcionar como alianzas, constelaciones, con cercanías y lejanías, un libro en una mano, una olla, en una ranchada o una asamblea en la otra. Se liberó la palabra, y también se autorizan otras voces para narrar las transformaciones en curso. Se está escribiendo tiradas en los pisos, se está gritando en auditorios, se está ocupando micrófonos de ceremonia con voces propias y colectivas a la vez, se escriben fanzines, se leen en voz alta poemas de talleres de escritura, se fotocopian capítulos como se trafica drogas, se publican compilaciones colectivas, se transforma incluso la lengua de quienes hacemos “teoría”. Sí, Señora Millet, vamos a manchar los libros con lo que salpique de nuestras cocinas llevadas a cielo abierto, traficando saberes al mejor estilo… brujas del medioevo! Y no es el tan temido “retroceso” del progresismo republicano (racista) francés. No, son alianzas entre lenguas que hablan, comen y besan. Las mujeres tal vez no existimos como a priori de enunciación, pero “nosotras” en el que se escucha las pujas de un “nosotres”, vamos existiendo a través de las alianzas entre esas experiencias vitales; sí, y hacen a la política, tanto como a la literatura, cuerpos que importan y luchan para seguir viviendo como se nos den las ganas.
La leí atentamente, algunos puntos son interesantes en términos de debate pero es falaz que la nacionalidad desacredite la autoridad para tomar la voz y muchos puntos me parece confunden lo que Catherine Millet quiere cuestionar cuando cita a Lacan (y yo no soy una especialista en el tema). Lo que a mi particularmente me procupa son frases como esta » que esta otra circulación de la palabra resquebraja los modos de autorización de la palabra, y de autoridad de la enunciación también teórica» y me pregunto ¿desde cuando la enunciaciòn es una disputa? ¿como se conjuga esa lucha por la autoria con la validaciòn de la sororidad como concepto absoluto? Me parece peligroso (y aqui si, apelando al triste contexto latinoamericano amenazado por un reformulado formato fascista) desacreditar la palabra solo por academica o por no academica digo, los discursos tambien se construyen por los bordes de sus limites y anteponiendo un regionalismo que tampoco se bien cual seria porque la chica que le contesta a Catherine se reconoce como autorizada por ser francesa tambièn (o sea, refuerza la pertenencia nacional). Si Catherine Millet no hablo del Ni una menos es porque vino a debatir el termino sororidad del cual EEUU hizo su lema y nosotres lo importamos ( o no somos todas hermanas de Marixa Balli y de Calu Rivero?) Ese formato es un formato tramposo y reproduce la logica machista mediatica. Me interesa que se pueda recuperar la singularidad de la mujer en terminos micro politicos y no espectacularizantes. No me interesa ir al bailando ni las personas que van, seguramente me falta sororidad. Mis hermanas no son ellas porque reconozco una falsa mascara en esa apropiaciòn del feminismo por parte de un sistema que ademàs, necesita ese formato para instalarse como fascismo politico y que dejemos de pensar en el debate como intercambio de ideas.