Lejos queda ya la impugnación radical del 15M al régimen del 78, Constitución incluida. La izquierda actual (primero Podemos, luego Sumar) ha cambiado de relato: propone distinguir entre Constitución y régimen del 78, disputar el sentido del texto constitucional, verificar los derechos enunciados allí (sobre la vivienda, el trabajo, etc.).
La impugnación del 15M bebía de un clima de cambio, se soñaba con reescribir la “ley de leyes” en un proceso constituyente abierto a toda la ciudadanía. Reescribir sin miedo una Constitución que fue escrita desde el miedo (“o yo o el caos”). Un ejercicio de democracia de masas, un aprendizaje colectivo de la política, una experiencia de participación genuina.
Vivimos un presente muy distinto. Así lo interpretan Gerardo Pisarello y Yolanda Díaz de Sumar (acompañados por Cristina Monge) en un acto de reflexión sobre la Constitución en su semana de aniversario. La relación de fuerzas ha cambiado, el clima de cambio se ha enfriado, el momento es “defensivo”.
Ahora se trata de reivindicar la Constitución del 78 (sin negar sus claroscuros) contra el régimen elitista y oligárquico que la ha “vaciado de contenido”
Ahora se trata de reivindicar la Constitución del 78 (sin negar sus claroscuros) contra el régimen elitista y oligárquico que la ha “vaciado de contenido”. No soñar con ninguna quimera constituyente, sino partir del propio texto, legislar para cumplir sus promesas, disputarle una interpretación garantista de la Constitución a las derechas.
Ahí donde el neoliberalismo desregula, volver a regular desde la política. Garantizar derechos, embridar los abusos de poder de grandes empresas y corporaciones, redistribuir la riqueza.
Ahí donde la derecha pretende apropiarse del texto constitucional mediante una “lectura única”, abrir la interpretación leyendo detenidamente artículo por artículo, desactivar los virus troyanos que ponen materialmente el texto al servicio de los poderosos (artículo 135, representación no proporcional).
Ahí donde el relato establecido (en extraña simbiosis con el discurso más crítico) nos quiere hacer creer que la democracia y la Constitución fueron una concesión de las élites, recordar que ambas fueron queridas por la gente, una victoria de los movimientos de base.
La política debe ser útil: cambiar realmente la vida de la gente. Sólo así podrá repararse uno de sus grandes males actuales: la desafección hacia las instituciones, los partidos, la política y la democracia. Se trata de “curar” la desconfianza entre gobernantes y gobernados, entre arriba y abajo, no “radicalizarlos” o “politizarlos” como pretendió el 15M.
Hasta aquí el relato, creo que fiel, de lo expuesto por los dirigentes de Sumar en el acto, base discursiva de una estrategia política posible para esta legislatura.
La mirada defensiva
¿Cómo negar que hoy el clima es muy distinto al de hace diez años? En la sociedad se ha congelado el impulso de cambio, la izquierda en el poder ha propuesto una salida de la crisis distinta al austericidio de 2011, ha emergido con fuerza la contestación de extrema derecha de Vox. Repetir sin matices los eslóganes del 15M (por ejemplo “PSOE y PP, la misma mierda es”) es una idea que sólo cabe en la cabeza de quienes, como Ana Iris Simón, quieren hacernos creer que los indignados hoy son los que se ponen frente a las vallas de Ferraz.
Por supuesto que hay derechos que defender. Políticas públicas que activar. Olas reaccionarias que detener dentro y fuera de las urnas. Riqueza que redistribuir. En definitiva hay “bienes pequeños”, como dice Santiago Alba Rico, que proteger. Despreciar todo eso, en nombre de una radicalidad abstracta y purísima, sólo pueden permitírselo algunos privilegiados que (como ejemplo) no tienen problemas de acceso a la sanidad pública.
El problema no es entonces proteger o conservar nada, sino hacerlo desde una “mirada defensiva”. La mirada defensiva, puramente resistencialista, es perdedora antes o después. ¿Por qué?
En primer lugar, porque se identifica con el statu quo, con lo establecido, dejando todo el espacio de impugnación a la derecha y la extrema derecha. El statu quo, lo establecido, es un sistema neoliberal que permea las instituciones y produce masivamente desigualdad, exclusión, precariedad, sufrimiento psíquico. Es comprensible el poco entusiasmo que suscita su defensa. Identificarse con el statu quo es ser percibido como parte del problema por parte de la población. La derechización del malestar social bebe de aquí.
El problema no es entonces proteger o conservar nada, sino hacerlo desde una “mirada defensiva”
El hastío y el rechazo del sistema y de la clase política son un síntoma que debe leerse, no simplemente un déficit a subsanar. La desafección no es un fenómeno que debe ser corregido o arreglado, sino primero interpretado. El malestar social, del mismo modo que nuestras averías y dolores personales, no es lo que hay que “curar”, sino lo que en primer lugar se trata de escuchar.
Porque si escuchamos de verdad, si dejamos hablar a los síntomas en lugar de hablar todo el rato nosotros, podremos advertir soluciones inesperadas, impensadas aún, en lugar de recetar las políticas o terapias de siempre. El malestar personal dice: “Debes cambiar tu vida”. El malestar social de la desafección dice: “Hay que cambiar el sistema, reinventarlo todo”. El malestar puede ser justamente la energía de transformación, si no lo neutralizamos ni dejamos que lo canalice la derecha.
En segundo lugar, la mirada defensiva pierde de vista el verdadero alcance del problema que tenemos. El neoliberalismo no sólo son políticas de desregulación que desarman el puzzle (del Estado social) que se trata de volver a montar, sino una forma de sociedad, una manera de pensar, un tipo de ser humano individualista y competitivo. La atmósfera misma que respiramos, el mundo mismo en que vivimos, la promesa misma de realización y felicidad a la que adherimos.
La izquierda defensiva se queda clavada en una posición puramente reactiva: allí donde el mercado inventa, produce y configura, ella se limita a “regular”desde el Estado
La herramienta de la política es completamente insuficiente para frenar ese mundo que se reproduce en nuestras decisiones más cotidianas (comprando en Glovo, alquilando en Airbnb, ligando en Tinder, buscando en Google, viajando en Uber). La izquierda defensiva se queda clavada en una posición puramente reactiva: allí donde el mercado inventa, produce y configura, ella se limita a “regular” (un impuestito aquí, una norma allá) desde el Estado.
Es decir, mientras que el mercado produce a diario experiencia y realidad, el mundo en que vivimos y la vida que llevamos, la izquierda dispone tan sólo del poder (vertical) de la ley y del poder (retórico) de la comunicación. Y por eso es percibida como autoritaria y moralizadora, regañona y puritana. No crea nada, sólo limita. Eso explica que la derecha haya conseguido apropiarse tan fácilmente del concepto de “libertad”: es la libertad de hacer lo que se quiera… ¡en el mundo naturalizado del mercado!
Por último, las máquinas políticas estatales y partidarias son productoras masivas de desafección. Pretenden el monopolio de la acción, de la decisión, de lo público. Nuestras instituciones están diseñadas contra la participación de la ciudadanía en los asuntos que le conciernen. No se trata simplemente de “cambiar la vida de la gente”, introduciendo de ese modo la distinción entre nosotros y la gente, los que tienen problemas y los que tienen soluciones, sino de abrir espacios para que la gente pueda cambiar su propia vida desde sus propios saberes y experiencias. Des-estatizar y des-partidizar la vida pública, volverla común. Eso es radicalizar verdaderamente la democracia. Pero los aparatos políticos hablan tanto más de participación cuanto menos la practican. Temen perder el control más que nada en el mundo, en primer lugar dentro de sus propias organizaciones. Un detalle revelador: en el mismo acto de reflexión sobre la Constitución que venimos comentando, se dejaron exactamente cinco minutos para la participación del público. Un adorno, anecdótico.
Política paradójica
Antes o después la mirada defensiva pierde. Pero se pueden defender los “bienes pequeños” sin identificarse con lo establecido, sin simplificar el relato sobre los orígenes de nuestra democracia, sin perder de vista la necesidad urgente de retomar la iniciativa, es decir, la capacidad de crear mundo.
Hay que defender la democracia contra la extrema derecha. Lo llaman democracia y no lo es. Las dos cosas son verdaderas. Todo depende de nuestra capacidad de saber hacer algo con esa paradoja. Una estrategia anfibia: defender y reinventar. Defender reinventando aquello que se defiende. Radicalizar la democracia.
Reinventar, en concreto, los mecanismos de participación directa de la ciudadanía en las políticas públicas y los asuntos que le conciernen; la propia noción de partido, más allá de sus formas carismáticas, verticales y orientadas a la comunicación; la cultura misma como atmósfera y mundo de vida, reactivando la capacidad ciudadana de creación de nuevos valores.
Reinventarlo todo, para conservar lo que merece la pena.
FUENTE CTXT