Década ganada, tierra yerma

por Agustín Valle y Oscar Guerra

Un fantasma recorre la mediósfera y la calle hace rato, lo soplan los pocos miembros del riñón kirchnerista y también sus muchos adláteres; es el que dice que «si ganan otros, se va todo a la mierda». Hasta ayer nomás, donde dice “otros” podía decir “Scioli”. Pero ahora el propio manco iza la bandera, reconfirmadno que el FPV no tiene sucesor mejor (con menor peso propio que Dani y por tanto más tutelable), y que Scioli, por su parte, no tiene línea mejor, o que –nuevamente más sagaz de lo aparente- lee que no hay línea mejor.

Lo que implica ese discurso no es tanto la flagrante contradicción entre lo profundo y real del «cambio» que pregonan que hubo en estos once años y la fragilidad con que ahora necesitan caracterizarlo.

El miedo como punto sensible por excelencia de la interpelación política masiva tampoco es novedad.

Al difundir el miedo de que todas las conquistas democráticas de este período se vayan con el viento de un nuevo gobierno, el kirchnerismo realiza la misma operación que cuando ubica en 2003 y no en 2001 el inicio del reputado cambio argentino, reputado cambio, sobre todo, en la moral política. Porque lo que fue novedad en términos de gobierno, la nueva etapa de gobierno post-neoliberal, seamos francos, inlcuye al neoliberalismo. El neoliberalismo es condición de posibilidad fáctica del neodesarrollismo inclusivista. La nueva etapa de consenso y de sensibilidad política, el cambio en el régimen de lo posible y sobre todo de lo enunciable, tuvo como momento decisivo al 2001: es una obviedad, pero el kirchnerismo lo corrió a 2003: de la misma manera que ahora se ubica como guardián imprescindible de los avances democráticos de la década: sobrerrepresentando su poder determinante en la vida político social argentina, y subrepresentando, a la vez, la potencia propia de los movimientos sociales (no de las organizaciones militantes: de los movimientos sociales en el básico sentido literal).

Se viene algo muy interesante y es ver y participar de la autodefensa de los espacios que la sociedad argentina, con perdón del término, conquistó en estas décadas, desde el Santiagazo del 93.

Macri, por ejemplo, ya declara estos días que las políticas de asistencia social -alegres en 2002,3, 4, chatas como horizonte de justicia después de la década- son más fuertes que él: un dato premisa para el que venga. Solidariamente, el kirchnerismo hace rato se bernizó, se papafranciscó, se milanizó.

Es decir que por arriba, hay peleas sobre la base de un consenso macristinista, consenso condicionado por exigencias adocenadas desde abajo, donde se cuecen las habas del comer, del beber, del mirar la tele y comer asados a sesenta pesos el kilo, donde cada uno lleva su vida en bandeja: algunos más expuesta a los choques, otros más aseguradita. Por abajo el poder también tiene un consenso, se ve en el cuerpo de Luciano Arruga, en Santiago del Estero, en La Plata: donde algo se resiste a una de las violencias que sostienen el negocio de la normalidad, la realidad del gobierno es la policía.

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