De tanto hablar del pueblo judío, el siglo se convirtió en palestino // Salvador Schavelzon

Un flujo molecular escapaba, minúsculo al principio, luego aumentando sin dejar de ser inasignable… Sin embargo, lo contrario también es cierto: las fugas y los movimientos moleculares no serían nada si no pasaran por las organizaciones molares y no reubicaran sus segmentos, sus distribuciones binarias de sexos, clases y partidos.

 

Deleuze y Guattari[2].

En noviembre de 2025, la Franja de Gaza sigue siendo testigo de la muerte diaria de muchos palestinos, a pesar del alto el fuego impuesto tardíamente a Israel por Trump. Netanyahu persiste en su estrategia de evitar el juicio político por corrupción, lo que le ha llevado a intensificar la ofensiva destructiva y, posiblemente, a no reaccionar deliberadamente al ataque de Hamás. Paralelamente, se expande la ocupación de colonias en Cisjordania, aprobadas en el parlamento de israel con el argumento explícito de evitar la formación de un Estado palestino[3]. La guerra, por lo tanto, continúa, y la oposición en Israel sigue siendo tímida.

 

A continuación, intentaremos interpretar los movimientos (cosmo)políticos relacionados con el judaísmo que se hacen posibles o visibles en la situación actual. Comentar el libro «Contra el etnocentrismo judío. Cartografía de un colapso ético” (Tinta Limón 2025)[4] de Bentzi Laor y Peter Pál Pelbart, puede ayudar a encontrar palabras para describir un cambio de signo en la posición que ocupa hoy el pueblo judío, en la diáspora y en Oriente Medio. Se trata de pensar en un postjudaísmo que sea cosmopolítico, es decir, abierto al cosmos y a la tierra, pero no a una tierra prometida que sea tierra de los palestinos. Dialogamos así con la teoría crítica postestructuralista de la antropología brasilera, para concluir con una lectura sobre un judaísmo diaspórico en ruptura con el estado, como existe de hecho en algunas trayectorias postjudías  en América Latina.

 

La sensación predominante es que la población israelí y los aliados globales del sionismo no han comprendido el uso mediático de los rehenes, instrumentalizados para silenciar la oposición al genocidio en curso, planeado como una nueva fase de las políticas coloniales. O, peor aún, la falta de oposición a la idea de la expulsión forzosa de los palestinos como única alternativa, por seguridad o derecho divino, como continuación de décadas de subalternización. Sin embargo, esta postura solo alimentará más conflictos, creando un ambiente insoportable en la sociedad israelí y desmantelando, de una vez por todas, cualquier mito sobre el carácter progresista de Israel y de cualquier posibilidad de solución para judíos y palestinos a partir de la guerra y el Estado.

 

La destrucción de Gaza y los ataques contra civiles en Palestina y otros países árabes dan continuidad a una política de apartheid y ocupación de regiones no autorizadas por el plan de partición de la ONU de 1947[5] y ampliada en 1967. Tal conducta es ilegal, por lo tanto, en base al mismo derecho que legitimó la creación del Estado de Israel, además de violar las convenciones de Ginebra sobre derecho humanitario en conflictos armados. Sin embargo, más que un derecho estatal siempre parcial y manipulable, este avance se basa en el programa de la extrema derecha que gobierna Israel y busca reconstruir la Gran Judea bíblica. No se trata solo del proceso tradicional de una burguesía nacional que construye un Estado, sino de un «pueblo elegido» que impone un mandato divino. Es este plano de discusión el que nos lleva también a pensar en una cosmopolítica como respuesta desde abajo a una élite religiosa con poder político que dirige una limpieza étnica por afuera de un contexto claramente arraigado en la modernidad. La respuesta cosmopolítica, inspirada en Stengers, Viveiros de Castro y otros, busca ir más allá de la razón moderna, de la ciencia moderna de Estado y mercado, del progreso como imaginario… se trata de escapar de un poder y un modelo de sociedad en decadencia.

 

Más allá del fanatismo y el mandato divino de los partidos religiosos que dirigen la guerra, la gravedad de la situación reside en el acompañamiento silencioso, velado y resignado de la mayoría de la población israelí, así como de los judíos latinoamericanos y los partidarios liberales de todo el mundo, generalmente alineados con las diversas derechas, no solo las extremas. Cuando el mandato divino se combina con la victimización y la estigmatización del vecino, poniendo a todo el pueblo palestino como una amenaza por el simple hecho de ser palestino, cualquier razonamiento se convierte en sinónimo de aprobación religiosa o política del sionismo, y el sionismo deja de ser un simple nacionalismo,  transformándose en una fuerza estatal en defensa del apartheid, la limpieza étnica y el genocidio.

 

El judío postjudío

 

El sentido de judío que surge del genocidio de Gaza acaba con el judío del Holocausto que construyó el Estado de Israel, al igual que el judío del Holocausto modificó al judío de la diáspora y del antisemitismo de los siglos anteriores. El nuevo judío está en disputa y en construcción, y hoy aparece confirmándose más en el lugar del supremacismo y la etnocracia de la guerra, la venta de tecnología militar y policial, el capitalismo y la amistad con la extrema derecha libertaria o fascista, que en otras construcciones, positivas y negativas, que han acompañado los últimos siglos de la historia de Occidente. El libro de Peter Pál Pelbart y Bentzi Laor es una descripción de este panorama, y también una respuesta al mismo.

 

El libro fue escrito rápidamente, a cuatro manos, durante los primeros meses de la intervención militar israelí en Gaza, con segunda edición en portugués con dos capítulos nuevos, que coincide con la traducción al castellano de Tinta Limón. Además de tratar de comprender la tragedia, el libro defiende un camino posible para el judaísmo. Este camino es una apuesta por la posibilidad de un «después», que en realidad remite a un «antes», del judaísmo diaspórico, de un pueblo sin Estado, pero transformado por un siglo de pensamiento y práctica política de quienes se reconocen de alguna manera, afirmativa u opositora, con esta tradición, y también de las muchas formas en que ese vínculo se rompió y sigue rompiéndose, más allá de la identidad y la tradición.

 

El prefijo «post» establece una relación ambigua con lo que modifica. Sugiere superación, pero no deja de marcar una cierta relación de continuidad. Es una relación «crítica», de oposición dentro de un mismo código, evidenciada por la propia mención del término supuestamente superado. Si el objetivo fuera la oposición radical, podríamos decir que, en lugar de postjudaísmo, habría que inventar otro término, como en la ruptura identitaria que de hecho ocurrió con aquellos que en el último siglo se alejaron de la colectividad judía por matrimonio, opción de vida o abandono militante de esa fe en busca de otros caminos revolucionarios, o de diversos secularismos en el contexto del capitalismo y la modernidad.

 

A diferencia del judaísmo de Estado, como mito supremacista que solo se entiende en un territorio sin importar quién lo ocupaba anteriormente, el postjudío de Laor y Pál Pelbart se entiende en la proliferación. Si entendemos las fuerzas de captura y territorialización que Deleuze, Foucault y Guattari asociaron al Estado y al poder centralizado, entendemos cómo esta proliferación de diferencias se opone a cualquier estructura estatal, a cualquier colonialismo y también a la identidad como lugar esencialista, fijo o inmutable. El postjudío no se define por el nacimiento ni por la herencia (cultural o de cualquier tipo) y es una transformación autodeclarada: el yo que se abre al otro, al más allá, a la antropofagia, a la negación de la negación, y la respuesta de quien sale, se va, huye o se dispersa en lugar de expulsar o imponerse evangelizando y destruyendo lo que existía antes de su llegada.

 

En tiempos de genocidio, la bifurcación entre dos judaísmos parece no dejar espacio para términos medios: abandonar el Estado como modo de existencia, así como el colonialismo obligado por la incapacidad de convivencia entre israelíes y palestinos; o bien el camino que condujo a la guerra con el acercamiento del sionismo a la extrema derecha mundial, el proyecto de Estado teocrático y la política de genocidio que se ha estado preparando de forma menos explícita en los últimos 30 años. ¿Existe la posibilidad de un sionismo en el capitalismo liberal moderado de inspiración democrática y no fascista? La guerra actual en Gaza demuestra que esto ya no es posible. ¿Alguien cree que Israel aceptará cualquier acuerdo no supremacista y colonial? La extrema derecha, como en el fascismo histórico europeo, se gana rápidamente la conciencia de la burguesía asustada, como decía Brecht.

 

En octubre de 2024 presencié una una conversación entre Patrice Maniglier y Eduardo Viveiros de Castro sobre otro «post», estructuralista, con una presentación del segundo del libro A Vida Enigmática dos Signos (Cultura e Barbárie, 2023), de Maniglier[6] . Por casualidad, me senté en el público al lado de Peter Pál Pelbart, a quien le comenté que me había gustado su libro. Él respondió: «Qué bien, a nadie le gustó». Recordé un comentario que circuló en la mesa de un bar después de la primera presentación del libro de Bentzi y Peter en São Paulo, en abril de 2024, cuando alguien comentó que los amigos judíos de Peter estaban descontentos. El ambiente se había puesto difícil, de hecho, en el judaísmo latinoamericano en los meses posteriores al 7 de octubre. En el contexto de la comunidad judía actual, aparentemente, las vicisitudes atribuidas a la modernidad, como casarse con un Goi o no creer en Dios, se han convertido en algo mucho mejor aceptado que la falta de apoyo a la defensa del sionismo y del Estado.

 

Lo que interpreto a continuación es una lectura sobre cómo la presentación de Viveiros de Castro sobre la obra de Maniglier y las contribuciones de estos dos autores en relación con el estructuralismo pueden ayudar a situar la transformación actual de la tradición judía. Sobre la nueva lectura que Maniglier y el propio Eduardo Viveiros están haciendo sobre el estructuralismo, este último utilizó la imagen nietzscheana de quien recoge una flecha del suelo y la lanza más lejos. Viveiros narró el clima intelectual de principios del siglo XXI cuando los dos autores en cuestión se conocieron. El trabajo del primero sobre Saussure pasaría relativamente desapercibido, explica Viveiros, por un momento que podría describirse como el ocaso del estructuralismo, cuando el cognitivismo, Pierce y la filosofía analítica vivían días de gloria. 

 

Pero en la etnología amerindia y en la relectura del curso general de Saussure ya bullía una renovación «posestructuralista» que los caminos del giro ontológico en antropología y la lectura ontológica del signo mostrarían como posibilidad.  Es Deleuze quien interviene aquí en esta conversación común entre un posestructuralismo que abandona el universalismo para convertirse en inmanentista, por un camino que se vuelve posible tras la lectura levistraussiana de los mitos indígenas que, como comenta Viveiros y otros, reinventan la antropología cuando esta permitió que esos mitos se narraran a sí mismos. También Gaza se deja pensar por el estructuralismo superado y descolonizado, en la respuesta crítica del momento en que las víctimas de la persecución nazi fundan el Estado que transforma al árabe en «judío», al judío en «nazi» y a un pueblo de artistas y revolucionarios —como observa Enzo Traverso en El fin de la modernidad judía— en figuras de Estado como Henri Kissinger y Benjamin Netanyahu. 

 

Es el estructuralismo de las diferencias infinitesimales, los desequilibrios y la dimensión diacrónica que un primer estructuralismo parecía rechazar —en las sociedades «frías»— lo que aparece aquí actualizado, como en la imagen de Saussure citada por Maniglier y retomada por Viveiros de Castro, en la que la lengua francesa no aparece como lengua otra descendiente del latín, sino como una de las muchas versiones actuales del latín, tal y como la hablan los franceses. No es el Estado, sino el acto de hablar lo que transformó el latín en italiano, español o francés, como en el complejo mitológico amerindio mapeado por Lévi Strauss y releído también por Viveiros de Castro, destacando todas las ambigüedades, reversibilidades y formas transversales que rechazan un camino de la naturaleza a la cultura en sentido único. Es este el estructuralismo que surge cuando los amerindios terminan tomando la palabra.

 

En un doble giro en el que aparece la experiencia de Lévi-Strauss con los pueblos indígenas sudamericanos, en un viaje de regreso a los trópicos tras la experiencia europea del nazismo, es cuando la estructura encuentra el espíritu, la historia, las cosas, en alianzas mitopragmáticas en las que, como dicen los pueblos andinos, el futuro no está delante, sino detrás. Tras una ruptura de los dualismos, en el estallido de la multiplicidad, un nuevo estructuralismo —el del devenir indígena— va más allá del sujeto kantiano y permite imaginar voces judías disidentes que sin duda explican la sensibilidad que se perfila detrás de gigantescas formas arquitectónicas modernas construidas por autores como Levi-Strauss, Freud y Marx.

 

Aquí es donde el estructuralismo, el marxismo, el judaísmo, el psicoanálisis y la antropología se encuentran con el pensamiento salvaje, alejado del Estado y del desarrollo de las fuerzas productivas, pero también transformado por la revolución iniciada por trabajadores y estudiantes en Europa y otros lugares a finales de los años sesenta. Deleuze y Guattari ofrecen una evaluación posestructuralista de esta época en sus libros sobre el capitalismo y la esquizofrenia, que, según Michel Foucault[7], nos permite ver a Marx y Freud “iluminados por la misma incandescencia”. En el prefacio que Foucault escribió para la edición norteamericana de El Anti-Edipo, se refiere a la revolución molecular de esos años como una de “júbilo y enigma”; mientras que califica la derrota estadounidense en Vietnam como el “primer gran golpe asestado contra los poderes establecidos”. Este momento de renovación de los lenguajes teóricos, con la recuperación de autores como Reich y el surrealismo, dice Foucault, está en el núcleo generativo que encontramos en estos autores y también en la propuesta de Laor y Pál Pelbart.

 

No se trata de pensar el judaísmo desde una perspectiva deleuziana, di de encontrar a Deleuze, Guattai y Viveiros de Castro en el pensamiento judío o de los indios amazónicos[8], sino de comprender movimientos, tendencias y desterritorializaciones relacionados que nos permiten comprender formas de funcionamiento y devenires que ponen en evidencia formas de funcionamiento no modernas, no adecuadas a los consensos de una historia estacionada, reverberaciones y dissidências que a través de los siglos se revisitan. Para Foucault, esta lectura que revisa todo el pensamiento contemporaneo a la luz de la revuelta del 68, “nos incita a ir más lejos”.

 

De eso se trata el postjudaísmo, incluyendo el de quienes nunca fueron judíos, recuperando el sentido de contraste y nomadismo que Deleuze y Guattari toman de la investigación de Pierre Clastres sobre el pueblo guayaki (Aché), para transformarlo en un recurso que ayuda a pensar la presencia del estado y su conjura en todo tiempo y lugar. También con una afinidad antiestatal, Bentzi y Pál Pelbart aportan la imagen cabalística del Tsimtsum, traducida como contracción o retracción, mediante la cual Dios, en una interpretación del siglo XVI, se retira del poder para permitir la vida, limitando así su propio poder (pp. 219-220  ed. brasileña).

 

En el comentario sobre el recorrido del posestructuralismo tras su ocaso y su retomada, Viveiros de Castro encuentra un estructuralismo que abandona un lugar «solar» y «cabralino» para encontrar sombra, de los espectros fantasmales que en las primeras lecturas de Saussure quedaban depurados. Al final de la conferencia, el problema se plantearía como la relación que hay que pensar entre el devenir deleuziano-guattariano, la transformación levistraussiana de los mitos y la metamorfosis de Kafka, con otro judaísmo en cuestión que nos interesa aquí, el postjudaísmo que proponen Laor y Pál Pelbart como punto de apoyo inestable para pensar la judaicidad y el etnocentrismo que dominan la política que llevó a los bombardeos de Gaza, y la necesidad de actuar dejando atrás lo que entendemos y debemos aceptar que se ha convertido el significante judío.[9]

 

¿Es suficiente añadir el prefijo y proponer un cambio de vector para librarse de la transformación conservadora del judaísmo contemporáneo? Deborah Danowski opina que no, en un comentario al libro de Laor y Pál Pelbart. Solo cabe un devenir palestino, como término minoritario de la situación y forma del devenir-otro del judío[10]. Es difícil encontrar un lugar seguro para quienes tienen algún vínculo con este pueblo que hoy bombardea.

 

Por alguna razón, no es posible formular un «post» nazismo, ya que no es posible separar el nazismo (o el neonazismo) del supremacismo y la posición favorable al exterminio de judíos, homosexuales, comunistas… Quizás la comparación adecuada sea con la cristiandad, donde de hecho solo algunos apoyaron el holocausto en Alemania, afiliándose a los nazis, de la misma manera que el sionismo es el movimiento político donde hoy vemos aparecer con facilidad el deseo de muerte de los árabes. Pero tampoco tenemos «postcristianos», sino pentecostales, católicos carismáticos, ateos, en distintas transformaciones de cómo «hablan actualmente» los cristianos, o que de ser tan judíos en el Imperio Romano, se metamorfosearon en cristianos, y hablando en latín.

 

La cuestión aquí en relación con el sionismo y la masacre en Palestina es que no es necesario estar a favor del exterminio, basta con defender un Estado ubicado donde se encontraba y se encuentra otro pueblo, para respaldar políticas que no pueden respaldarse con dignidad. Tampoco podemos pensar hoy en un postpalestino, porque se trata de defender la existencia de la Palestina anterior, cuestionada por el sionismo, y no una Riviera francesa u ocupación administrada por cualquier poder externo, como busca la propuesta de Donald Trump.

 

El postjudaísmo tiene sentido en la medida en que no parece en absoluto suficiente oponerse únicamente a la extrema derecha que gobierna Israel, manteniéndose «críticamente» en el contexto del sionismo. Esta necesidad de oposición parece incluso ir más allá del judaísmo, como expresó la antropóloga Rita Segato, al reflexionar que la modalidad pública de este genocidio lleva a la necesidad de no querer seguir siendo humano ni pertenecer más a esta especie[11]. La importancia de este punto posthumanista no tiene que ver con desentenderse de las responsabilidades de la especie, ni con el descuido de la deshumanización que se produce con los palestinos en Gaza, como algunos han interpretado. Dejar de ser humano y judío tiene más que ver con la necesidad de entender lo que ocurre en Palestina, como un problema que no es solo responsabilidad de la derecha israelí en el gobierno.

 

El postjudío, podemos entender, es un posthumano porque Netanyahu está en todas partes y todos los Estados son sionistas. Así se abre el tiempo de algo nuevo más allá de la crítica de los abusos de un gobierno o de la crítica del sionismo, y es el judaísmo el que debe reaccionar aprovechando las tendencias críticas que siempre ha tenido y expresado. Lo mismo podría decirse de cualquier proyecto de Estado-nación, estructura política vinculada a la burguesía nacional o grupo religioso que busque imponer una soberanía territorial y económica de forma estatal-imperial. Para aprovechar la imagen lingüística, se trata de imaginar una lengua que se mueve sin un ejército detrás, debiendo ser otra cosa como sistema análogo a los mitos indígenas en transformaciones desterritorializadoras, sin sentido único ni centro político civilizador.

 

 

Sionismo, apartheid y capitalismo

 

El discurso político asociado en el mundo al judaísmo hoy en día es el de Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas desde 2022 y líder del Partido Sionista Religioso, que promete expandir los asentamientos en Cisjordania para «enterrar la idea de un Estado palestino», o Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad, que pide la pena de muerte para los presos palestinos —aprobada también recientemente por el Parlamento—, defiende la tortura y provoca en territorio sagrado para los musulmanes para exaltar a sus bases fascistas. Representan a los sectores supremacistas anti árabes que defienden la anexión de Gaza y la continuación de la guerra.

 

Sería un error personalizar en estos líderes sionistas, en Trump o en Netanyahu, cuando detrás se siente una turba fanática que, por ejemplo, invade cuarteles militares para linchar y  presos palestinos, celebra el genocidio y pide más sangre árabe, con total impunidad de las autoridades policiales y judiciales israelíes. Tampoco basta con culpar a los fanáticos radicales. Detrás del extremismo se esconde hoy un consenso en la sociedad israelí y en el sionismo con la segregación racial y étnica patrocinada desde hace décadas por el Estado. Es correcto decir, como señalan algunos sionistas, que así se formaron muchos Estados y que todo nacionalismo, de izquierda o de derecha, de cualquier lugar, tiende a derivar y ha derivado muchas veces en procesos similares. De hecho, es importante oponerse al Estado y a cualquier nacionalismo o etnocentrismo que defienda la expulsión de comunidades locales o migrantes, como ocurre hoy en día en muchos lugares. No en vano es tan fácil encontrar resonancias del trato a los palestinos en cualquier lugar.

 

La circunstancia que nos lleva a tener que pensar en un postjudaísmo tiene que ver con los motivos que llevan a asociar el sionismo con las posiciones de la extrema derecha, sin que esto sea una acusación frívola, antisemita o arbitraria, sino bien fundamentada para cualquier observador del avance de Israel sobre territorio palestino. Es cierto que siempre ha habido sectores del judaísmo, del Estado israelí y del sionismo que han buscado otra cosa. Este espacio se ha reducido para quienes aún defienden el Estado de Israel y se identifican con la política de mantener la ocupación del territorio palestino, y más aún para quienes justifican la acción militar posterior al 7 de octubre, como parece ser el caso de quienes mantuvieron una postura activa a favor del regreso de los rehenes y no del fin del genocidio, la ocupación y la política de las últimas décadas. 

 

Las posiciones aterradoras de la extrema derecha, por ejemplo, en los pogromos contra palestinos y en las protestas por la liberación de soldados que fueron filmados violando a un palestino[12], de hecho no tienen consenso y cuentan con la oposición de ciudadanos israelíes que no simpatizan con los palestinos, pero no quieren que sean tratados como animales o asesinados en masa. Sin embargo no hubo oposición masiva en las calles ni en las instituciones contra el genocidio, entendido como una consecuencia necesaria tras el ataque de Hamás.

 

Como decimos, un postjudaísmo vuelve a una forma anterior de involucrarse en la lucha revolucionaria y la elaboración de caminos socialistas en Europa. Muchos judíos se involucraron antes del Holocausto en la lucha de clases contra los nacionalismos autoritarios que los excluían junto con otras minorías. Los caminos que buscan Bentzi y Peter ayudan a  historicizar el sionismo, mostrar cómo en Europa había otras posibilidades, como luchar por la revolución en el lugar donde se estaba, política que era mayoritaria entre los judíos antes de la segunda guerra mundial y se expresó en el BUND, de los trabajadores judíos del Imperio ruso y Europa del Este, respondiendo a los pogromos e inventando la lucha por el socialismo sin crear un nacionalismo estatal análogo al que los expulsaba[13] .

 

El movimiento de la izquierda socialista y revolucionaria contó con muchos cuadros que encontraron su nacionalidad en la lucha internacionalista de los trabajadores y defendieron esa asimilación. Muchos otros mantuvieron una identificación étnica, o eran judíos no judíos, como Isaac Deutscher y muchos bolcheviques, a quienes podemos ver llevando formas y estructuras incorporadas en prácticas y pensamientos propios de esa tradición a otros modos enunciativos. Es la afinidad que Michael Lowy detecta entre el mesianismo judío y la idea de revolución.

 

La superación del judaísmo religioso y sionista se llevó a cabo, al igual que otras religiones, en el gran movimiento de modernización del siglo XX, por parte de nuevas generaciones que renegaron o se alejaron de los ritos, creencias e identidades de sus antepasados, así como de sus formas de vida. La presencia difusa en estados nacionales donde eran tratados y se sentían ajenos llevó a muchos judíos a alejarse de sus raíces religiosas y adoptar un postjudaísmo práctico y secular. Muchos se involucraron en lo que podemos entender como un primer posjtudaísmo, del movimiento revolucionario socialista, aunque en muchos lugares esto coincidió también con formas estatales y nacionalistas, o de socialismo en un solo país, y la liberación nacional que fundó estados, a veces con nomenclatura o influencia de partidos de izquierda.

 

La propuesta de Peter y Bentzi no sigue exactamente este camino, de un judaísmo de izquierda que se diluyó en el movimiento revolucionario del Bund, los bolcheviques, y luchas del movimiento obrero por el mundo. Hoy vemos que un judaísmo de la diáspora, puede articularse con otro proceso, entre la transformación y la metamorfosis, que coincide con la  crisis de la modernidad, sus relatos teleológicos y universalistas. De hecho, algunos giros de nuestro tiempo hacen más difícil apoyar la idea de la asimilación, abandonando la lengua y las tradiciones defendidas por Lenin y otros judíos comunistas para los judíos europeos de habla yiddish. Aquí vemos espacio para pensar un postjudaísmo desde una óptica cosmopolítica.

 

Retomando toda una tradición de luchas y pensamiento por la emancipación humana, es importante comprender por dónde pasa la oposición al sionismo hoy en día, más allá de la mera mención del genocidio actual y la limpieza étnica iniciada como proyecto de Estado en 1948. Más allá de las posiciones bélicas que adopta la izquierda mundial y que a menudo se traducen en árabes contra judíos, disputa de civilizaciones o identidades, podemos entender la crítica política de la lógica de explotación y el funcionamiento del apartheid colonial israelí, que es un conflicto territorial, diferente al que puede darse con el reflorecimiento del antisemitismo en otros lugares. Es la historia de una sociedad fundada con mitos religiosos, pero también de justicia e igualdad para los refugiados judíos que sobrevivieron al exterminio nazi. La consolidación del Estado sobre tierras palestinas se convirtió en una sociedad que imponía un dominio económico y político sobre los árabes, tanto dentro de Israel como en los territorios palestinos. El neoliberalismo llegaría más tarde con la lógica de la privatización y la financiarización de la vida, incluso en los kibutz y en la gestión del trabajo de los palestinos como población subalternizada y explotada de acuerdo con las demandas capitalistas.

 

Pál Pelbart y Laozi relatan la transformación de la posición histórica en un capítulo titulado «Metamorfosis con el advenimiento del Estado». Recordemos la importancia de comprender las transformaciones de los mitos, que el propio Lévi Strauss encontró en el mundo occidental en las ideologías políticas, y la relación posible entre los conceptos de transformación y metamorfosis que apuntó Viveiros de Castro al pasar en la presentación del libro de Maniglier[14]. Desde la aceptación de la partición de la ONU en 1947 hasta la posterior ocupación con la negación de la existencia del pueblo palestino, el sionismo también mostró un cambio, como dicen Pelbart y Laor: «En contraste con las prácticas del sionismo a principios del siglo XX, que buscaban crear un «nuevo judío» capaz de ser dueño de su trabajo y no explotar a la población nativa, los colonos de hoy emplean a la población palestina de los territorios ocupados como mano de obra barata para la construcción de sus casas en los asentamientos. Además, monopolizan la explotación de los recursos naturales (como la apropiación de los pozos artesianos), recreando el modelo clásico del colonialismo europeo del siglo XX» (:155).

 

Hay toda una discusión que Bruno Huberman resume sobre la lectura del marxismo clásico sobre el colonialismo, donde los trabajadores debían trabajar y no podían ser eliminados, a formas en las que la población «sobrante» se convierte en un obstáculo en ciertos territorios y pasa a ser eliminada o expulsada. Es en esta dirección donde se observa el cambio de estrategia de las últimas décadas en Israel, combinando el aumento de la explotación palestina por las demandas del capital tras la pandemia, con el confinamiento en Gaza a partir de 2005, y la estrategia de eliminación de la población, con bombas y la consecuente emigración en masa inducida, ligada a  la expropiación territorial acelerada tras el 7 de octubre.

 

No se trata de abandonar una perspectiva anticapitalista de análisis de clases, sino de comprender cómo esta se ve superpuesta por una lógica de muerte que se impone con el neoliberalismo más allá de los intereses inmediatos del capital de la clase dominante representada por el Estado. Se trata de una lógica de supremacismo racista, expresada por la extrema derecha, pero que se convierte en política de Estado de todos los israelíes con un gran silencio y falta de oposición como condición de existencia. El intento de anexionar Gaza sin eliminar a la población local, de hecho, resultó difícil y oneroso, por el desequilibrio que crearía entre judíos y árabes y por los costos de proteger a una minoría judía, y el Estado optó por una nueva táctica basada en el principio de dominación territorial de una población que existe a pesar de los objetivos del establecimiento del Estado. Huberman señala, por tanto, esta nueva fase de exterminio como lógica política, explicando el genocidio por una combinación de factores que no se reduce tampoco a cuestiones meramente religiosas.[15]

 

Entre el control de las infraestructuras, del trabajo y la lógica de la civilización contra la barbarie, que se traduce en ocupar tierras, restringir la circulación, arrestar, estigmatizar y matar a las minorías, a los pobres o a los miembros de movimientos sociales en lucha, tenemos un amplio repertorio de políticas estatales, derivadas de las decisiones y la estrategia del movimiento sionista. El genocidio que, tras el 7 de octubre, se aceleró y se generalizó, incluida la destrucción material de Gaza, sigue un genocidio presente en decisiones militares y administrativas, como la reducción gradual del comercio y la ayuda exterior enviada a la población palestina, la reducción y la interrupción de la contratación de palestinos en Israel, sustituyéndolos por mano de obra temporal del sudeste asiático.

 

Más allá de la teocracia judía, observamos un poder capitalista establecido en el funcionamiento de la sociedad. Textos como el de Mark Zeitoun[16] muestran la construcción estatal de Israel en la administración asimétrica de los recursos hídricos, poniendo de manifiesto un dominio colonial disfrazado de cooperación y desarrollo que es familiar para cualquier región del tercer mundo, en un control del agua que, en lugar de compartirla o permitir un uso compartido, divide y la vuelve escasa. Así, el Estado organizó la agricultura y el control del trabajo de manera que separara aún más a los dos pueblos, perjudicando a los palestinos e imponiendo el poder y la fuerza sobre la geografía, en los casos en que los lechos de ríos podrían favorecer a palestinos. No es de extrañar la declaración de Yoav Gallant, ministro de Defensa de Israel, ordenando un cerco completo de Gaza sin permitir la entrada de alimentos y agua, al inicio de la respuesta desproporcionada al 7 de octubre, en continuidad con décadas en las que ya imperaba esta lógica.

 

Más allá de la religión y la Biblia, vemos, de hecho, dinámicas que vinculan el colonialismo de Israel con las necesidades de mano de obra barata que, sin embargo, fue siendo sustituida con vistas a la expulsión de la población, como se acaba de señalar. El texto «Dialéctica del sionismo» de Maurício Tragtemberg, publicado en 1982 y reeditado en el contexto de esta guerra en el sitio web de N-1[17] , también reflexiona sobre la posición transformada del significante «judío» y muestra el lugar de los palestinos como «judíos» y las tendencias del sionismo hacia el exterminio, evidenciadas en esa época en las masacres de Sabra y Shatila, en el Líbano.

 

Primero la subalternización, luego la expulsión o la muerte. Tragtenberg muestra también la lógica capitalista de los kibutz, antes de la privatización neoliberal más actual; y las relaciones de producción en el territorio, a menudo dejadas de lado desde perspectivas judías idealistas, o que no incorporan la cuestión de la explotación de clase. El autor da cuenta de la creación de sindicatos solo para judíos; argucias legales para la expropiación de tierras cultivables; y la creación de ciudadanos de segunda clase, que incluso son utilizados como mano de obra a precios irrisorios en las propias tierras confiscadas, similar a la refeudalización vivida en el mundo andino sudamericano y otros lugares, rompiendo la lógica comunitaria como política del Estado. Tragtenberg muestra cómo la categoría de «refugiados» resulta funcional al sistema de explotación, y el uso del argumento de la defensa para garantizar el expansionismo.

 

Parte de la recuperación de las trayectorias de los judíos comunistas en Europa del Este y en el movimiento revolucionario puede pasar por comprender las dinámicas de clase que, sin embargo, hoy en día necesitan otros elementos. El capitalismo sigue siendo un factor importante en el análisis de las dinámicas, pero debemos entenderlo a partir de lógicas no económicas y muy distintas del control del trabajo en las fábricas. En un contexto de genocidio subvencionado por Estados Unidos y de un neoliberalismo que también muestra en todas partes sus dimensiones de control necropolítico de la población, los cálculos de las burguesías nacionales y la idea de un colonialismo que tiene como objetivo la creación de un mercado o la resolución del excedente de población no absorbido por el trabajo, se convierten solo en parte de la situación y de la explicación de lo que ocurre.

 

La destrucción de Gaza iniciada en 2023 pone de manifiesto un conflicto que estuvo a punto de convertirse en una guerra regional y que puede conducir a una guerra nuclear; implica la gestión de los recursos naturales, pero también la administración de un quantum civilizatorio que parece estar en juego, desde el punto de vista de Israel y sus aliados, involucrando en el conflicto entre israelíes y palestinos al mundo entero, y a infinitas situaciones locales de «israelíes» y «palestinos», como proprietários y propies, elites ilustradas y salvajes o pueblo llano sin cultura. Esta dimensión puede estar relacionada con la repercusión sin precedentes en la opinión pública mundial, que demuestra el lugar arquetípico que las élites reproducen en muchos lugares, en esta época, acompañada de una mezcla alienante entre la capacidad de normalizar el horror y de generarlo con el uso de mecanismos democráticos y republicanos, ante todos y con la aparente aprobación de la población.

 

Hay décadas de preparación y desarrollo del genocidio de Gaza, pero también tenemos la impresión de una cierta manipulación nueva de Israel por parte de otros poderes a partir de la extrema dependencia del poder militar y financiero de Estados Unidos, que está llevando al país a la quiebra, endeudado y con la «imagen de marca» del país destrozada. La política anti palestina del sionismo confluye con un escenario de seguridad del bien contra el mal manipulado por la derecha internacional como modelo de acción, relacionado también con la movilización de discursos religiosos que muestran persistencia en las historias destacadas en los medios de comunicación y la cultura occidentales. En este sentido, se entiende el trato de terroristas o expulsados a los indígenas mapuche, los habitantes de las favelas de Río de Janeiro o los migrantes en Estados Unidos. Como declaró Trump, la destrucción de Gaza podría convertirse en un modelo urbano para ser probado y exportado a otros lugares de Oriente Medio. También se explica la fuerza sin precedentes de las protestas en países cristianos como España e Italia, además de las posiciones obtusas de la posizquierda alemana.

 

 

El fin de Israel y la propuesta cosmopolítica

 

En las transformaciones que conducen al postjudaísmo podemos mencionar el análisis de Ilan Pappé, para quien la intervención en Gaza representa el colapso del proyecto sionista, o incluso el fin de Israel[18]. La fuerza de un pueblo no se mide por la cantidad de edificios en pie en sus ciudades, podemos decir, a partir del análisis del historiador de origen israelí responsable de explicar las primeras décadas de la ocupación, y que en las intervenciones durante el reciente genocidio ya visualizaba el fracaso de la fuerza colonialista que  estaba llevando a cabo la destrucción.

 

Pappé demuestra el fin de un proyecto político que, a pesar del apoyo de las potencias a la intervención en Gaza, no puede ocultar el hecho de una ruptura con la corriente política liberal dominante en Occidente, que no apoyaría ciegamente el proyecto teocrático cada vez más avanzado en las instituciones y en el gobierno. Es posible que aquí veamos un límite externo al colonialismo y a la táctica de eliminación y expulsión, reforzando la lógica de la gestión que incorpora, en lugar de sustituir, a una población étnica. El fracaso del sionismo también se vislumbra en el fortalecimiento de la causa palestina con nuevos aliados en el mundo, incluidos muchos judíos y especialmente los más jóvenes. El Estado de Israel se endeuda y se aísla, al no haber logrado desarmar a Hamás ni garantizar ningún tipo de paz futura. Las reacciones vendrán de una juventud marcada por la guerra de ambos bandos, que tras cientos de miles de muertos y exiliados se queda en el territorio para limpiar los escombros y velar a los muertos. 

 

El lugar de paria de Israel, ahora no por antisemitismo, sino por la indignación que provoca la ejecución de una limpieza étnica, genocidio y apartheid, es lo que abre el momento de bifurcación entre los dos posibles judaísmos que Laor y Pál Pelbart piensan en el libro que aquí comentamos. Por un lado, tenemos las peores tendencias que acercan el sionismo al fascismo y lo alejan de la democracia, dicen los autores. El juego simbólico sitúa al antisemitismo como lugar de protección, asociando el antisionismo con el antisemitismo como pieza de justificación. Israel también se identifica en este juego con la sociedad burguesa, el capitalismo y la dependencia del Estado (idolatrado), en una identidad venerada como superior, justificando el colonialismo frente al pueblo palestino, entendido como pobre y sin condiciones para el progreso y la razón.

 

La apuesta de los autores es por la posibilidad de otro judaísmo, no sionista, que por tanto lleva a pensar en el judaísmo anterior a la propuesta de Herzl, o de cuando el sionismo convivía en minoría con otras apuestas, como la de la revolución. Frente al judaísmo abrazado por las derechas del mundo, los autores apuestan por la diáspora y el nomadismo sin Estado, a diferencia de la propuesta de un Estado plurinacional, binacional o secular para árabes y judíos, defendida por Ilan Pappé, entre otros, junto con políticas públicas o afirmativas de descolonización. En la segunda edición del libro en portugués, además, el término «etnocracia» se sustituye por «etnocentrismo», lo que muestra la intención de situar el problema en un contexto más amplio que el Estado sionista.

 

El libro de Peter Pál Pelbart y Bentzi Laor no busca una solución política, en el sentido institucional o de acuerdo en las Naciones Unidas, sino pensar a partir de una experiencia judía que no tiene su centro en Jerusalén, ni busca la fundación de ningún Estado, sino más bien el esfuerzo por salir de ellos, como postura existencial. Los autores se acercan así a una solución cosmopolítica, si entendemos el sentido que la antropología contemporánea da a este término introducido en la discusión por Isabelle Stengers, para buscar una política y una ciencia pluriversal que sirvan de antídoto a la política fundamentalista y fanática, pero también republicana y neoliberal.

 

Una política sin centro, abierta al cosmos, que también toma nota de los límites y la necesaria descentración de la posición del ser humano, puede leerse como un paso adelante tras la demostración del fracaso de la propuesta sionista de resolver la cuestión judía creando un Estado, impidiendo la creación de otro y negando la posibilidad de convivencia con los árabes en un tercero propuesto y posiblemente ya enterrado. El catálogo de la editorial N-1, coordinado por Peter Pál Pelbart, ha contribuido en este sentido con publicaciones como la de Anna Tsing y su propuesta de asamblea polifónica de los bosques de hongos, además de Eduardo Viveiros de Castro, que presenta un resumen de esta discusión en la entrada Cosmopolítica, recientemente publicada también por n-1 (Involuntários da Pátria. Ensaios de Antropologia II, São Paulo, 2025).

 

En este manifiesto y balance, la cosmopolítica se relaciona con la perspectiva indígena, entendida como «inflexión anticolonial y anticapitalista» que indica una relación de inmanencia entre ciertos pueblos y la Tierra, extendida para abarcar todos los colectivos y mundos cuya existencia ha sido arruinada o está amenazada por el tecnocapitalismo, escribe Viveiros de Castro. En esta definición, la noción de «indígena» trasciende las connotaciones de «grupo étnico», siendo más bien una condición cosmopolítica que constituye una exterioridad relativa al mundo capitalista, como una extra modernidad contemporánea al capitalismo, que no es premodernidad y que probablemente le sucederá, dice el autor (:186, 2025). En diálogo con el postestructuralismo, encontramos este lugar como el locus de un postjudaísmo, tal y como lo proponen Pál Pelbart y Laor. 

 

Peter Pál Pelbart y Bentzi Laor destacan en varios momentos la importancia de un judaísmo abierto a los indígenas y a las poblaciones afrodescendientes, pero también a las comunidades reales o virtuales a partir de conectores distintos al origen, el pueblo, la raza o la etnia. Los autores citan a Franz Fanon, para quien «la negritud no es un destino, sino un lugar de paso» (:204, traducción nuesdtra). En un diálogo con la antropología de Viveiros de Castro, Pal Pelbart y Laor se refieren a la necesaria «reforma agraria del pensamiento», y una «multiplicación del mundo», en referencia al mundo donde quepan muchos mundos en la lucha contra la hidra capitalista, de inspiración zapatista, también referencia para la cosmopolítica definida por Viveiros de Castro en un pasaje del pensmiento amerindio amazónico para otras luchas de la Tierra, como la del pueblo palestino.[19]

 

La traducción directa de la cosmopolítica indígena que Viveiros de Castro y otros autores como Marisol de la Cadena destacan no podría identificarse hoy con los judíos que viven las consecuencias de más de cien años de proyecto sionista, precisamente alejados —al menos en la versión dominante y visible a nivel mundial— del lugar que supieron ocupar en la intelectualidad, el teatro y la revolución. Viveiros de Castro se refiere a la coincidencia de la emergencia de los colectivos indígenas en la escena política mundial con los desplazamientos de poblaciones no blancas del Sur al Norte, causados por la demanda de mano de obra barata y las crisis sistémicas del Antropo-Capitaloceno (199:2025).

 

La crisis se manifiesta, para Viveiros, como una crisis de la idea moderna del hombre blanco, como obsolescencia, en la modulación progresiva de un proletariado mundial en un planetariado mundial, como devenir indígena actual o virtual de los pueblos humanos en su acoplamiento inmanente con las potencias terrestres, dice Viveiros de Castro, o bien con el desacoplamiento forzado por la expoliación territorial y la devastación ecológica del capitalismo. Es el capitaloceno el que pone a la especie en contradicción con la Tierra y, por lo tanto, en peligro de extinción. En la formulación de Viveiros, salir del capitalismo es recuperar la Tierra por la tierra: parcela por parcela, lugar por lugar, zona por zona. Recuperarla, es decir, redescubrirla. Una recuperación que asuma la causa de la tierra y el sentido del pueblo usurpados por los imaginarios políticos de los fascismos y los etnonacionalistas (:201).  

 

¿Cómo permanecer ajeno a otras catástrofes?, preguntan Bentzi y Peter (:193), y a la importancia de no aferrarse a una catástrofe mayor, la propia. Gran parte de lo que se construyó en décadas en torno al ser judío se desmonta en la crítica de ese sujeto europeo que el israelí venía representando en Oriente Medio, incluso en una subalternidad con respecto a los judíos sefardíes, etíopes o asiáticos. El post o trans judío también se relaciona con el giro posthumano que cuestiona el antropocentrismo. Isaac Deutscher explicaba su relación con el judaísmo como una negación de la religión y el nacionalismo judíos que, sin embargo, dejaba un lugar para la solidaridad incondicional con los perseguidos y exterminados: «Siento el pulso de la historia judía», decía, según lo citan Laor y Pál Pelbart.

 

El posjudaísmo de los socialistas internacionalistas y revolucionarios era no sionista en su propuesta de una sociedad sin clases. La continuidad con el judaísmo era un ejercicio de solidaridad con los oprimidos, incluso entre aquellos que creían que Israel podía ser esa sociedad del futuro. Ese lugar ya no es posible, ahora que los judíos ya no son exterminados, sino que están en el lugar de exterminar. La cosmopolítica es para Viveiros de Castro una llamada de atención que también vale para la izquierda moderna «fósil», en los dos sentidos de la palabra, y sobre formas limitadas de entender un mundo a partir de una idea de sociedad centrada en el trabajo, con las respectivas visiones sobre la cultura y la naturaleza que se van quedando atrás. Un debate sobre el materialismo y la sociedad paralelo a los puntos que discute hoy el postestructuralismo mencionado anteriormente nos muestra dimensiones importantes para pensar la transformación de un mundo más allá del Estado y el capital.

 

Otra referencia mencionada por Pál Pelbart y Laor puede llevarnos a alguna parte, más por el camino de la metamorfosis y el devenir que por la transformación revolucionaria de los grandes relatos. Se trata de la novela de Imre Kertész, escritor judío húngaro que describe su propia deportación a Auschwitz a los 14 años. Los autores citan «cómo tuvo que descifrar continuamente las reglas del campo, los códigos, las jerarquías, las relaciones de poder, las expectativas, los cambios mínimos, un complejo aprendizaje de los signos» (:196, traducción nuestra). El lugar de Kertész «no era criticar o rebelarse, sino adaptarse, encontrar las razones de lo que ocurría, incluso justificar la necesidad de todo ello, en un esfuerzo por preservar la capacidad mental para navegar por allí» (:196). La cita concluye mencionando que, tras la liberación, el niño se encuentra con un adulto muy interesado en lo que tiene que contar y, a cada pregunta que le hace, el niño responde con la expresión «naturalmente» (:196).

 

Gaza, pero también Israel, aparecen hoy como un gran campo de concentración de una sociedad y una subjetividad en ruinas. Al igual que tras la experiencia de los campos nazis, pero también la colonización indígena de las Américas, la esclavitud y siglos de capitalismo en las fábricas y plantaciones, será otro complejo aprendizaje de signos antiguos y nuevos, sin estado y también rompiendo con la religión, a ambos lados del muro, veremos las nuevas lenguas que aparecen solo por seguir hablando las que ya sabemos hablar. En el devenir de la intifada y la revuelta de los jóvenes contra la guerra, un después de todo tal vez permita escapar de la linealidad de la historia estatal. Hay quien dice que el hebreo es un dialecto árabe, construido en lengua nacional a la fuerza del Estado y las políticas coloniales, lo contrario -por tanto- de una lengua que se deja fluir en derivas de metamorfosis que la van llevando a otros lugares[20] . Esperamos también una posibilidad cosmopolítica posible en este encuentro postnacional en Palestina, entre árabes y judíos tradicionales que hablan lenguas diferentes pero con acentos parecidos.

 

postjudaísmo latinoamericano

 

El psicoanálisis también encuentra su post, después de Freud y Lacan, yendo como Deleuze y Guattari en El anti-Edipo más allá del familiarismo burgués y del triángulo edípico. Marx sin producción, el judaísmo sin tierra prometida, así como el estructuralismo encontró su reverso sin dejar de ser estructuralismo con los mitos amerindios y la lógica sensible implícita en ellos. En América Latina tenemos una experiencia material de la sociedad posible a partir del devenir refugiado y migrante de psicoanalistas y marxistas judíos, así como de trabajadores y artesanos, del Bund y también sionistas. Es aquí donde un postmarxismo se vuelve postcolonial y ecologista, en el encuentro con el territorio indígena, al igual que las lenguas europeas se mezclan con acentos africanos o indígenas americanos en un menjunje infinitesimal alejado del Estado.

 

Marie «Mimi» Langer fue una psicoanalista judía, marxista y precursora del feminismo que huyó de Europa tras ser denunciada como judía por un paciente austriaco, iniciando un exilio o diáspora que la llevaría al Río de la Plata tras curar heridos en la guerra civil española, para vivir nuevos exilios en la época de las dictaduras latinoamericanas que la harían refugiarse en México y llegar hasta Managua en tiempos de revolución sandinista. En uno de sus textos[21], esta autora analiza los mitos que circulaban sobre Eva Perón, destacando especialmente uno que actualiza un antiguo motivo activado por el miedo de la burguesía argentina con la llegada del peronismo. Entre las versiones que Marie Langer recopila entre las señoras del barrio Norte, y que reproducimos aquí en versión libre, se relataba la historia de una pareja que había salido a cenar dejando a su bebé con la empleada doméstica. Cuando regresaron, la niñera peronista había cocinado al bebé en el horno y lo había servido en la mesa, antes de dimitir.

 

Langer relaciona el mito con otros como Hansel y Gretel o Tántalo y Pelope, en los que los hijos son cocinados y comidos, y el castigo es el hambre y la sed eternas. Hay información en Internet sobre las noticias falsas muy difundidas después del 7 de octubre de 2023 sobre un bebé asado por Hamás en el microondas. El miedo a los palestinos recuperó un antiguo mito que circula en situaciones de desigualdad de clases, sentimientos como el resentimiento y el deseo de venganza, en diferentes momentos históricos y lugares.

 

La apuesta por la revolución y la izquierda llevó a Marie Langer a un nuevo exilio en 1974, cuando en Argentina el regreso de Perón mostró a un líder conservador, opuesto a la izquierda revolucionaria, incluso peronista, y a muchos jóvenes judíos. Un postperonismo se enfrentaría al viejo líder en esa época cuando, tras su largo exilio, la juventud peronista radicalizada constatada que quien causaba temor a la burguesía en los años 40 se rodearía de personajes conservadores que poco después de su muerte iniciarían la represión y el terrorismo de estado. «Como los nazis, como en Vietnam», cantaban las Madres de Plaza de Mayo en busca de justicia para los desaparecidos, y buscando caminos políticos mientras buscaban sus hijos, y paridas por ellos, más que por sus padres, como Hebe de Bonafini explicaba en sus discursos de la plaza.

 

Marie Langer se había alejado del psicoanálisis en Europa, tras una experiencia negativa con la Asociación Psicoanalítica dirigida por el propio Freud, que aceptó la prohibición de las autoridades austriacas de que los analistas hicieran política, lo que llevó a una amonestación contra Langer, que era militante. Abandonó el país y el psicoanálisis con la idea de que «mientras, no podemos estar mirándonos el ombligo»[22]. Volvería a ejercer en Argentina, con importantes contribuciones sobre la maternidad, la sexualidad y la terapia colectiva, tras encontrar una forma de hacer psicoanálisis en América Latina, vinculando la teoría de Freud con el feminismo y el marxismo, en el marco -sin duda- de un post judaísmo.

 

En América Latina podemos ver justamente un postjudaísmo práctico, de la inmanencia y el devenir donde la convivencia y la mezcla interétnica es posible en ciudades como São Paulo, Santiago, Ciudad de México, Buenos Aires u otras donde hubo una gran inmigración judía y árabe considerabçe. También vemos la reproducción de separaciones, con colectividades bien integradas en las élites blancas locales que discriminan a los bolivianos, los nordestinos y otros migrantes más recientes, en una asimilación y evolución económica en el marco del capitalismo que no ha sido igual para otras comunidades, y que también está íntimamente ligada a las visiones sobre el desarrollo y la disciplina para el trabajo. Décadas después de la llegada como refugiados, no es de extrañar una inserción mayoritaria y acrítica de las colectividades judías con las derechas locales.

 

Concluimos con la opinión de un filósofo y judío argentino, León Rozitchner, que bien podría acercarse al postjudaísmo de Peter Pál Pelbart y Bentzi Laor. En algunas entrevistas y textos de intervención[23] de una convulsa Argentina neoliberal de los años 2000, el autor denunciaba la posición de las entidades sionistas oficiales, que acababan de pedir perdón a la Iglesia católica en un contexto en el que el futuro papa y otras autoridades eclesiásticas censuraron la exposición de una obra del artista plástico Léon Ferrari, considerada blasfema por vincular la figura de Jesús con la guerra. Rozitchner se solidarizaba con el artista que denunciaba a la Iglesia católica como antisemita, además de colonialista, dogmática, violenta y autoritaria, por su papel en el apoyo al nazismo y las dictaduras latinoamericanas.

 

Rozitchner critica un judaísmo del poder, y también el aferrarse a alegorías y migajas del pasado, con ritos y ceremonias, mientras se adoptan el modo de vida y los valores capitalistas cristianos. Sobre el conflicto en Oriente Medio, recuerda que quienes llevaron a los judíos al exterminio no fueron los árabes, sino el occidente cristiano, con el que ahora el Estado de Israel está aliado. La alianza debe ser con los palestinos, dice Rozitchner, o con los pueblos indígenas que también sufrieron el genocidio católico en la conquista de América, y con los pueblos a los que llevó la diáspora, como los latinoamericanos, y no con las dictaduras proestadounidenses de América Central —a las que Israel vendió armas— o con las extremas derechas que hoy, constaría León, apoyan el genocidio en Gaza e importan sus sistemas de seguridad, guetificación y racismo contra los pobres.

 

Adoptar el lenguaje del terrorismo contra los árabes, observa Rozitchner, debería llevar a reconocer la violencia colonial y terrorista del propio Estado de Israel, en lugar de permitir la convivencia. «Los judíos no están para eso», dice, en un postjudaísmo que tiene más que ver con la lucha anticapitalista de los judíos del Bund, o de los jóvenes de ascendencia judía que hoy en Estados Unidos rompen con el sionismo y protestan contra la guerra en las universidades. En un judaísmo de acciones concretas y directas, vemos a estos jóvenes haciendo un contra-lobby judío, al igual que el radical bloc de jóvenes israelíes que se enfrentan físicamente a los colonos fanáticos en Cisjordania para evitar el avance de «48», como ellos llaman a Israel,  considerando al Estado como ilegítimo; o con el fenómeno actual de israelíes que renuncian a esa nacionalidad, al contrario que todos los que la adquirieron como tierra prometida o salvación económica en las últimas décadas.

 

Este posjudío de Bentzi y Peter es también el devenir palestino de quien aprende yiddish en lugar de hebreo, o lenguas indígenas en América y el propio árabe, como el director judío de No Other Land, lengua prohibida y desconocida para el 99 % de los judíos israelíes, que la aprenden solo con fines militares. El descubrimiento de este universo cercano y hoy prohibido, además de destruido tras ser explotado, es un mundo nuevo por descubrir, como lo fue América en los intersticios de la colonización, o la revolución proletaria de la utopía socialista en Europa.

 

* Salvador Schavelzon es Profesor e investigador en la Universidade Federal de Sâo Paulo (Unifesp -Osasco) y PROLAM – USP.

[2] 1933 Micropolítica y segmentaridad, p. 221, En: Mil mesetas, Ed. PreTextos, Valencia 2000.

[3] https://www.dw.com/es/israel-aprueba-19-nuevos-asentamientos-en-cisjordania/a-75257827

[4] El libro salió publicado inicialmente en portugués, en 2024, con el título El judío postjudío. Judaicidad y etnocracia, por la editora n-1 de São Paulo. Las citas de páginas que incluimos en este texto se refieren a la edición brasilera del libro.

[5] Según Arlene Clemesha, basándose en Pappé, los países de la ONU que firmaron la resolución que dio lugar al Estado de Israel eran conscientes de los movimientos de población que se producirían como consecuencia de la decisión y que los sionistas no ocultaban, pero optaron por no incluir en la resolución elementos que impidieran la limpieza étnica (texto Pensar la Palestina después de Gaza: una breve historia de la Nakba, revista Margem Esqueda n.º 43, 2024).

[6] Comentario de Viveiros de Castro sobre el libro La vida enigmática de los signos, de Patrice Maniglier, junto al autor. La conversación formó parte del Coloquio Internacional: La vida enigmática del signo – historia y actualidad del estructuralismo entre la literatura, el psicoanálisis y la antropología, organizado por la PUC de São Paulo y la USP.

[7] “O anti-Édipo: uma introdução à vida não fascista” é o prólogo à edição norte-americana de O anti-Édipo, capitalismo e esquizofrenia, publicado em 1977.

[8] Peter Pál Pelbart viene conversando con Viveiros de Castro sobre la equivocación acusatoria de los “indios deleuzianos”, en el trabajo de este autor. Al respecto  conversan Peter Pal Pelbart y Eduardo Viveiros de Castro en la presentación de libro Os Involuntários da Pátria del último en São Paulo. En ese intercambio, Viveiros de Castro define la tarea del antropólogo en relación a la filosofía y al pensamiento indígena, en el que son estos últimos los que hacen conceptos, mientras los antropólogos estarían limitados a hacer “contra conceptos”, como el de contra estado de Pierre Clastres (1h30 e seguintes).

[9] En el libro de Laor y Pál Pelbart, Kafka aparece como quien leyó con mayor agudeza los vestigios del fin del mundo moderno (:99). En el lugar donde el dualismo, en la figura del padre, la ausencia de Dios (en la lectura de Scholem y de Deleuze y Guattari), él abre paso a la multiplicidad: «¿Sería esa ausencia, al fin y al cabo, sinónimo de una liberación jubilosa, de una destrucción creadora nietzscheana? En este sentido, es como si el fin de una trascendencia permitiera finalmente a la luminosidad del mundo expresarse a partir de sí misma, en su multiplicidad, emergiendo de la sombra divina universal que antes la oscurecía» (:220). Es en el rechazo de Kafka (y de Spinoza) a la esperanza donde entendemos la espera mesiánica judía como una vida en la que nada se conquista definitivamente ni se concluye irrevocablemente (:99).

[10] El judío imposible, texto de Deborah Danowski: https://n-1edicoes.org/terra-arrasada/o-judeu-impossivel-deborah-danowski/

[11] Entrevista con Rita Segato en la televisión mexicana

[12] El podcast Do Lado Esquerdo do Muro (Desde el lado izquierdo del muro, que es literalmente desde el punto de vista de dentro de jerusalem) comenta estos episodios cotidianos y las reacciones en la política interna israelí: pogromos y terrorismo judío en Cisjordania, escándalos en Israel por los abusos y excesos de la extrema derecha, falta de respeto a las instituciones del Estado, juegos políticos de la extrema derecha en el Parlamento (por ejemplo, episodios n.º 207, n.º 290, n.º 310 y n.º 326). João Miragaya y Marcos Gorinstein hablan desde un punto de vista en el que parece que todavía es posible ser judío y creer en el sionismo y la democracia en Israel, aunque ese lugar esté severamente desafiado por fuerzas conservadoras.

[13] El BUND, o Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia, fue fundado en 1897; en 1921, la sección rusa se disolvió y se incorporó al partido comunista ruso. Véase el libro Revolutionary Yiddishland: A History of Jewish Radicalism, de Alain Brossat y Sylvia Klingberg (verso, 2016), Molly Crabapple Here Where We Live is Our Country: The story of the Jewish Labor Bund (de próxima publicación en 2026). También de Antonio Mota Filho La  relación entre Rosa Luxemburgo y la Unión General Obrera Judía de Lituania, Polonia y Rusia (1897-1903) Revista Marx y el Marxismo – Revista del NIEP-Marx v. 12 n. 22 (2024)

 

[14] Sobre esto también ver Diego Stzulwark sobre la transformación en kafka, en El Temblor de las Ideas. Buscar una idea donde no la hay. Ed. Ariel. 

[15] Huberman, Bruno «Gaza, genocidio colonial y capitalismo» Revista Margem Esquerda, n.º 43, 2024. Huberman discute el colonialismo por colonización (settler colonialism) de Patrick Wolfe y muestra el cambio de estrategia de «muerte lenta» con control infraestructural a la lógica de eliminación de la población «sobrante». El cambio táctico muestra la centralidad de la muerte en el neoliberalismo y también la importancia de la resistencia palestina como motivadora.

[16] Mark Zeitoun POWER AND WATER IN THE MIDDLE EAST The Hidden Politics of the Palestinian-Israeli Water Conflict. Nueva York, I.B.Tauris, 2018.

[17] https://n-1edicoes.org/terra-arrasada/dialetica-do-sionismo-mauricio-tragtenberg-1982/

[18] El último libro de Pappé, Israel on the Brink, que incluye el texto «El colapso del sionismo», se publicó en Italia con el título La Fine di Israele (El fin de Israel). En Brasil, el texto se incluyó en la revista Margem Esquerda (n.º 43, 2024), y explicó la idea del fin de Israel en entrevistas y conferencias.

[19] Véase la página 205 del libro de Bentzi y Peter; y la entrada sobre cosmopolítica incluida en Os Involuntários da pátria, de Viveiros de Castro. Ver también el debate de presentación de este libro en el Paço das Artes de São Paulo, octubre de 2025: https://www.youtube.com/watch?v=Em-4WrbBuu4

[20] Roland Barthes observaba que la diferencia entre dialecto y lengua es que la segunda tiene detrás un ejército.

[21] Mimí Langer «El niño asado y otros mitos sobre Eva Perón». En: Fantasías eternas a la luz del Psicoanálisis. Nova, Buenos Aires, 1957

[22] Vídeo Marie Langer, marxismo y psicoanálisis – David Pavón-Cuéllar En este vídeo, el ponente destaca la diferencia con otros psicoanalistas exiliados en Estados Unidos, alejados de la política y en contacto con movimientos y procesos al margen del capitalismo, lo que marca otro tipo de trayectoria. Hizo importantes contribuciones al introducir el marxismo y el feminismo en el psicoanálisis, por ejemplo, desarrollando la terapia grupal.

[23] León Rozitchner Ser Judío y otros ensayos afines. Buenos Aires, Ed. Lozada, 2011.

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