Rodolfo Walsh en Cuba. Agencia Prensa Latina, milicia, ron y criptografía, de Enrique Arrosagaray (Ed. Cien flores, 2013) investiga los años en los que el periodista argentino trabajó en la Agencia Prensa Latina, entre los años 1959 y 1961. Con 16 entrevistas realizadas en La Habana y 9 en Buenos Aires, el libro recoge los recuerdos de quienes estuvieron cerca del autor ¿de Quien mató a Rosendo?, antes, durante y de regreso de su estadía en La Habana.
Un cable de Prensa Latina fechado el 22 de octubre del 59 registra el momento en que un grupo de delegados norteamericanos que asistía a una convención de Agentes de Turismo en la capital caribeña se asoma a
las ventanas del hotel Habana Hilton para ver caer lo que parecían ser papelitos sobre las calles más concurridas del barrio La Habana Vieja. En realidad, se trataba de balas calibre 33 y granadas de fragmentación lanzadas con siniestra precisión desde un avión de guerra B-25 de fabricación norteamericana. Era el primer ataque a La Habana en varias semanas, y su resultado se cuantificaba en dos muertos (uno de ellos terriblemente destrozado), cincuenta heridos graves y un número indefinido de lesionados. Así se vivían los primeros meses de la revolución. El cable fue escrito por Walsh, que no era cubano, ni combatiente, ni marxista -escribe Arrosagaray-, ni tenía aún decenas o cientos de amigxs de amigxs muertos a los que vengar. Era, sí, un escritor de cuentos y artículos y autor de Operación masacre (que según sus palabras, le habían hecho comprender hasta qué punto existía un “amenazante mundo exterior”). Su formación política era de raíz conservadora, su actitud antiimperialista. Entre sus destinos truncados, estaba el deseo realizado por su hermano Carlos de ser oficial de la marina. A ese hombre lo arrasó una revolución.
Cronología: el 8 de enero de 1959 Fidel Castro entra en La Habana. Al día siguiente, arriban a la isla los periodistas Carlos María Gutiérrez (uruguayo) y Jorge Masetti (argentino), convocados por el Ché Guevara, obsesionado por el problema de la información. Los días 21 y 22 de ese mismo mes, se realiza la “Operación Verdad”, que reúne a cientos de periodistas de todo el mundo para proporcionar información veraz sobre la joven Revolución. El 16 de abril se funda la Agencia Prensa Latina. Creada por iniciativa del Ché, y dirigida periodística y políticamente por Jorge Masseti, su propósito principal es reunir y difundir información verdadera sobre la Revolución Cubana, en guerra comunicativa con las grandes empresas de información imperialistas. En mayo de ese año Rodolfo Walsh sale de Bs-As con su compañera de entonces Estela Poupée Blanchard rumbo a Río de Janeiro para dejar constituida la oficina de Prensa Latina de Brasil. Luego de un viaje de ida y vuelta a la isla para ver a Masetti, Walsh se instala en La Habana con Poupée en la isla en julio del 59 y se incorpora al trabajo diario de la agencia. Nunca fue un hombre de la redacción, porque Masetti lo nombró de entrada jefe de una sección llamada Departamento de Servicios Especiales, dedicada a la producción de materiales periodísticos más desarrollados, acompañados de imágenes fotográficas.
El proyecto de crear una agencia de noticias propia se remonta a los años de la guerra revolucionaria. Cuando Masetti volvió a Buenos Aires, luego de haber realizado una entrevista radial a los rebeldes cubanos desde la Sierra Maestra. A más tardar en octubre del 58 Masetti cuenta entre periodistas amigos -y amigos de Walsh- que el Ché estaba dispuesto a apoyar una agencia latinoamericana de noticias. En junio del 59 se funda la agencia en Buenos Aires.
En el recuerdo del periodista argentino Rogelio García Lupo, que colaboró por aquellos años en la oficina de Prensa Latina de La Habana, los alineamientos políticos de aquellos años distan de ser obvios para el lector de hoy. La prensa del Partido Comunista Argentino, por ejemplo, desconfiaba de Fidel Castro, mientras que el diario La Prensa y el almirante Rojas simpatizaban con él, a partir de la información favorable que les llegaba desde una fuente de la Marina de Guerra argentina que estaba en el terreno. Se trataba del embajador argentino en La Habana, contraalmirante Raúl Lynch, primero hermano del padre del Ché, que por supuesto mantenía informada a la familia Guevara.
El primer equipo de Prensa Latina estuvo formado por periodistas cubanos, latinoamericanos -entre ellos el escritor colombiano Gabriel García Márquez- y un grupo de argentinos en el que además de Masetti, Walsh y García Lupo, se encontraban Antonio Módica, jefe de fotografía y Carlos Aguirre, jefe de redacción. La consigna que Masetti hizo célebre aquellos meses fue “tenemos que ser objetivos pero no imparciales”. Lo que suponía unir periodismo y combate político. Según el periodista cubano de aquel staff, Joaquin Oramas, Walsh desarrolló allí tareas de inteligencia. Más concretamente, creó un sistema de claves secretas para ser usado por la milicia que Masetti organizó en la agencia con la idea de poder “sacar Prensa Latina desde cualquier lugar del país”. De hecho, Walsh desarrolló en Cuba el ofició de criptólogo, que unos años más tarde emplearía en su militancia en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y en Montoneros.
Vale la pena transcribir “Rodolfo Walsh, el escritor que se adelanto a la CIA”, el relato que García Márquez publicó en la revista Alternativa de Bogotá, Colombia, en agosto de 1977, sobre la insólita hazaña del autor de Operación masacre en Prensa Latina. Walsh llegó a descubrir con varios meses de anticipación que “los Estados Unidos estaban entrenando exiliados cubanos en Guatemala para invadir a Cuba por Playa Girón en abril de 1961”. A cargo del Servicio Especiales de Prensa Latina, en la oficina central de La Habana, trabajaba en una sala especial de teletipos para captar y luego analizar en juntas de recreación el material informativo de las agencias rivales. “Una noChé, por un accidente mecánico, Masetti se encontró en su oficina con un rollo de teletipo que no tenía noticias, sino un mensaje largo en clave muy intrincado. Era en realidad un despacho del tráfico comercial de la Tropical Cable de Guatemala”. Walsh fue el encargado de decodificar el jeroglífico. “Se empeñó en descifrar el mensaje con la ayuda de unos manuales de criptografía recreativa que se compró en una librería de lance de La Habana. Lo consiguió al cabo de muchas noChés insomnes, sin haberlo hecho nunca y sin ningún entrenamiento en la materia, y lo que encontró dentro no sólo fue una noticia sensacional para un periodista militante, sino también una información providencial para el gobierno revolucionario de Cuba”.
Dirigido a Washington por el jefe de la CIA en Guatemala, el cable “era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco en Cuba por cuenta del gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, el lugar en donde empezaban a prepararse los recluías; la hacienda de Retalhuleu, un antiguo cafetal al norte de Guatemala”. Esos descifrados tempranos ayudaron a la revolución cubana a derrotar la invasión de Playa Girón, entre cuyos combatientes tuvo alguna participación el dirigente del peronismo revolucionario John William Cooke, con quien, de acuerdo a las investigaciones de Arrosagaray, Walsh no parece haber mantenido vínculo alguno en la isla.
Pero no todo fue entusiasmo para el grupo de periodistas argentinos. Según el testimonio de García Lupo, “Masetti era difícil” y enfrentaba dificultades en la Agencia. Sabía que se incubaba algo en contra suyo. Había un intenso “tráfico de gente del partido de la Argentina que iba a hablar mal de Masetti a Cuba”, y Guevara, naturalmente, lo mantenía al tanto. Los testimonios concuerdan en que no era raro ver a Guevara por las madrugadas en Prensa Latina, charlando con Masetti y en ocasiones también con Walsh. Visto desde hoy impacta la juventud y los destinos biográficos de estos tres hombres. Cuando Prensa Latina lanza su primer cable Masetti tenía 30 años, Guevara 31, Walsh 32
Si Masetti y Walsh confiaban uno en el otro, Walsh se irritaba -según cuenta Poupée – cuando debía resignar alguna noticia en nombre de las ideas rectoras del jefe, Masetti. Sobre aquella proverbial incapacidad para la obediencia, Poupée la considera la principal causa de desentendimiento con los cubanos, en particular con los comunistas que, en sus palabras, “se pasaron la vida obedeciendo”, cosa inadmisible para “un libertario, señorito, inteligente y con muchas ínfulas como tenía Rodolfo”. Para Poupée, Walsh pudo aceptar bien la vida militar porque le gustaba, pero no soportaba la disciplina partidaria impuesta sobre su actividad periodística.
Estos desentendimientos se agudizaron cuando Walsh envió parte de sus descubrimientos desencriptados, para su publicación en la revista Ché (el artículo fue nota de tapa en el número 9, del 9 de marzo de 1961, casi un mes antes de la invasión). La revista estaba dirigida por Pablo Giusani y financiada por Torcuato Di Tella, aunque tenía influencia del Partido Comunista a través de Héctor Agosti, Isidoro Gilbert y Juan Carlos Portantiero. Walsh había escrito el artículo en febrero de 1961 y lo había enviado al consejo de redacción de la revista integrado por varixs amigxs íntimxs, como Susana Pirí Lugones. Y si bien el material desencriptado estaba ya en conocimiento de las autoridades de la isla, según Julia Constela, también integrante del consejo de redacción de Ché, Walsh “no consideró las consecuencias políticas de publicarlas y las mandó” ni el consejo supo moderar su excesivo entusiasmo al publicarlo.
Para comprender la salida de Walsh y la del propio Masetti de la Agencia es preciso recordar la historia de la llamada “mirofracción”, intento de un sector de los viejos comunistas cubanos (PSP), liderados por Aníbal Escalante, de tomar el control del proceso político cubano para asegurar un alineamiento decidido con la política de la URSS. El conflicto, denunciado luego por Fidel Castro como “proceso al sectarismo”, adquirió particular intensidad en Prensa Latina, donde se sucedieron una serie de acciones conspirativas para desplazar a Masetti, cuestionado precisamente -según Oramas, era solo una excusa- por la constitución de las milicias. García Lupo recuerda que los comunistas habían decidido quedarse con Prensa Latina con el objetivo de debilitar el poder del Ché, un marxista heterodoxo y no alineable, sospechado por una parte de los rusos de maoísta, en pleno conflicto chino-soviético.
Arrosagaray destaca el hecho que Masetti, Walsh y García Lupo no fueron nunca del partido comunista y sí eran críticos de la URSS, no eran cubanos sino argentinos, y venían de posiciones nacionalistas con un pasado más bien próximo al conservadurismo. Con esas credenciales, más su alineamiento con Guevara, líder del ala izquierda del Movimiento 26 de julio al que se pretendía golpear, resultaron fagocitados por el conflicto político entre las corrientes políticas que terminarían integrando luego del años 65 el Partido Comunista Cubano.
Walsh y Masetti dejan Prensa Latina las mismas semanas y por las mismas razones. Dos décadas más tarde García Márquez le contó a Horacio Verbitsky (Revista Humor N 158 de septiembre 85) que cuando quiso averiguar por sus viejos trabajos y los de Walsh en la Agencia, se enteró que esos archivos habían sido destruidos. Tras la crisis, la ola soviética convirtió a Prensa Latina en una agencia de propagandas. Masetti, muy próximo al Ché, permaneció en la isla, donde se graduó como oficial de las Fuerzas Armadas Cubanas.
Walsh regresa a Buenos Aires unas semanas después de la invasión a Playa Girón, tenia entonces treinta cuatro años y una enorme experiencia, además de una rígida veda que le negó el acceso laboral en medios periodísticos argentinos. Por lo que pasó a ganarse la vida como vendedor de antigüedades en el centro de la ciudad, y a aislarse el resto del tiempo en su casa de escritor, sobre el rio Carapachay, en el Delta, donde escribe obras de teatro y cuentos: en el 64 termina Esa mujer y en el 65 publica su libro Los oficios terrestres. Mientras tanto, el 21 de abril del 64, Masetti -al frente del diezmado Ejército Guerrillero del Pueblo- fue visto por última vez internándose en la selva salteña. En el 69, la editorial Jorge Álvarez publicó el célebre libro de Masetti, Los que luchan y los que lloran, narración de la ya citada entrevista hecha por el periodista argentino de Radio El mundo a Fidel Castro y a Ernesto Guevara en la Sierra Maestra, durante el año 58. La edición lleva como prólogo un texto de Walsh (firmado en marzo de ese mismo año): “Este reportaje es, en mi opinión, la mayor hazaña individual del periodismo argentino”, sólo superada por “una tarea más difícil”: crear la “primera agencia latinoamericana que consigue inquietar a los monopolios informativos yanquis”.