por Víctor Perico
Siete u ochos canales transmiten en vivo. Periodistas y encuestadores opinan y operan; saltan de búnker en búnker, todos hechos de música y cotillón. En el momento cúlmine de la jornada, los discursos exaltan triunfos o asumen derrotas. Sobran ambiciones y escasean oradores consistentes.
Fuera del espectro de visibilidad, no resulta difícil imagina la cantidad de champú descorchado por un sector importante del poder político, empresarial, mediático (y varios etcéteras más) festejando, en esta batalla estratégica, una victoria contundente. Porque sorpresas, lo que se dice sorpresas, no hubo. Pero la derrota del kirchnerismo en las provincias más importantes, en particular en la provincia de Buenos Aires (donde perdió por más de 12 puntos) fue contundente. Tan contundente que logra reabrir un juego que parecía clausurado por aquel –no menos contundentes, pero absurdamente lejano– 54%.
La cuestión central es que, con los vaivenes que los caracterizaron, desde 2003 el kirchnerismo venía controlando muy bien el escenario político. Pero ese control, al menos desde las PASO, parece resquebrajado. Y el kirchnerismo, que en circunstancias similares salió airoso, quedó sorprendido e inmóvil, falto de reflejos, incluso de energía, para reaccionar.
Faltan análisis lúcidos y sobran argumentos exculpatorios. En función de sus deseos presidenciables, Massa y Macri (incluso Binner) arman un relato para persuadir a un otro, para proyectase nacionalmente. El kirchnerismo –única fuerza de alcance realmente nacional– se arma un relato para sí mismos, para autoconvencerse de que nada muy trascendente está pasando, de que siguen siendo la primera mayoría y de que el problema no es que hay políticas a revisar sino que la argentina se derechizó.
Y en ese espacio liberado del control, abierto, crecen –es verdad, mayormente «por derecha»— nuevos figuras con deseos y posibilidades de proyección nacional. Los obvios Macri y Massa, que ayer rompieron su brumosa alianza y se lanzaron en carrera tras el mismo objetivo. La inserción en el peronismo y la posibilidad de aglutinar los que saltan con garrocha desde el kirchnerismo (algo que viene haciendo desde hace seis meses en el Conurbano) sitúa en un buen lugar al hombre del Tigre. Pero también Macri tiene lo suyo, sobre todo porque hace ya varios años que viene intentando proyectar su fuerza a nivel nacional, porque cuenta con una estructura partidaria consolidada y con recursos y apoyos mediáticos contundentes.
Scioli quedó lastimado: la derrota en la provincia de Buenos Aires fue mayor a la esperada y se perdió en lugares donde, es evidente, los barones del conurbano, como quien diría, le sacaron el culo a la jeringa. Pero su alta capacidad de reciclaje, el escaso desgaste de su figura por no haber competido directamente y el haberse transformado en uno de las pocas alternativas oficialistas con posibilidades reales de competir por la presidencia de la nación lo vuelve alguien a atender.
En esa lista podrían sumarse Cobos –que luego de su patético paso por la vicepresidencia ensaya un en proceso de recuperación– y Binner, que si no fuera tan gris y no tuviera su provincia estallada por la violencia narco y la corrupción policiaco-judicial, tendría un margen bastante amplio para acumular. Es esa centro izquierda republicana, socialista-radical, que tiene un variopinto conjunto de “referentes” que van de Solanas y Carrió hasta Donda y Alfonsín o Stolbizer (al margen, los que le puteaban a Pino la alianza-engendro que armó con Carrió –y con UNEN en general– debieran reconocer a esta altura que si el objetivo central era plantar un pino en el senado, eso está logrado.
Ya como elemento decorativo (incluso en su significativo crecimiento) la izquierda troskista, que hace dos años atrás pedía un milagro para no dejar de existir y hoy fabulan ser la alternativa obrera que, de Salta a la Patagonia, recorre fantasmagóricamente la Argentina.
Con todo, sería insensato creer que la fuerza que durante una década gobernó el país no sin eficacia e inteligencia (junto con altísimos niveles de improvisación) deje que su década ganada se disperse hasta desaparecer sin dar pelea, sin al menos intentar cobrar lo que le corresponde. Del modo que reaccione dependerá lo que viene. El cierre conservador y la concentración vertical del mando y la decisión no parecen dar buenos resultados. Quizá sea el momento de conjurar el autismo, de salirse del micromundo sonso y autocomplaciente y, como otras ocasiones, doblar la apuesta. ¿Será capaz el kirchnerismo de refundarse a partir de asumir un conjunto de problemáticas no olvidadas por sus políticas sino producto de las mismas, de su modelo de desarrollo? ¿Tendrá la capacidad de ser sensible ante nuevos conflictos y derechos sociales que van emergiendo en los distintos territorios a lo largo y ancho del país? ¿Logrará volver a interpelar a las fuerzas más vitales de la sociedad o serguirá descansando sobre su coro de adherentes?
Paradójicamente, la llave de la política de los próximos años parece seguir en los bolsillo oficialistas. Pero será necesario dejar de empujar puertas que ya están abiertas y asumir con inteligencia y coraje, antes de que sea demasiado tarde, cuáles son los nuevos desafíos a asumir.