En biología la simbiosis es la relación entre seres de distintas especies en las que al menos uno obtiene un beneficio. Hay tres tipos de simbiosis, aunque uno de los más conocidos sea el parasitismo. Ya sea como halago o como afrenta, la posibilidad de beneficiarse a costa de otro que se ve perjudicado por esa relación, no nos sorprende en el marco del capitalismo. Se escuchan referencias al “estar colgade de las tetas de alguien”, ser un “chupasangre” o, lisa y llanamente, “ser un parásito de la sociedad”.
Los otros dos modos son el comensalismo, donde uno de los individuos se ve beneficiado mientras el otro pareciera no verse afectado; y el mutualismo donde ambas especies se ven beneficiadas a partir de la asociación que se da entre ellas.
Los líquenes y las micorrizas son modos del mutualismo. Líquen es la asociación entre un hongo y un alga; y la micorriza es la asociación entre las raíces de una planta, con hongos y bacterias.
La idea de que las raíces de las plantas solo sirven para fijarse a la tierra es una imagen que explica de manera simple relaciones que son complejas. Lo que se arma son asociaciones simbióticas, están juntxs para vivir. Cada una de las partes compone con el otro. Se permiten potencias. El hongo vive de la materia orgánica de la planta y la planta recibe agua, fósforo, potasio y nitrógeno. Se da una asociación que amplía el campo, facilitando la exploración y la nutrición.
El líquen es la estructura que compone un hongo con un alga o cianobacteria que da como resultado algo distinto a lo que pueden ser por separado. Una de las partes produce alimentos mediante la fotosíntesis, mientras la otra parte es responsable de la absorción de agua y proporciona refugio. Son sensibles al entorno, son indicadores de fenómenos del ambiente. Son asociaciones sensibles y potentes.
Hacer foco en las micorrizas o líquenes nos permite, por un lado, distanciarnos de la mirada extractivista del campo que solo atiende lo que se sembró (fumigando para matar todo lo otro-viviente), y por otro, dimensionar que dos seres que supuestamente «no se llevarían bien» pueden formar relaciones de mutuo desarrollo.
Asomarnos a otros campos, en este caso el de la biología, no tiene como fin buscar respuestas atávicas, como si existiera la causa o la verdad en esos microorganismos, o como si algo ya estuviera dicho allí; traemos estas imágenes para tensionar sentidos, ampliarlos, pensar otras maneras. Nos acercamos a ellas como un acto performativo.
En este mundo en ruinas creemos que estos modos de vida nos acercan dos claves potentes para abrir el campo, tirarla afuera y sembrar para que germine: pensar en que somos-en-asociación, porque es allí, como decíamos antes, donde resulta algo distinto a lo que podría suceder por separado; y también, entender la interdependencia como un modo que se distancia de la clave hegemónica de predadores y presas que simplifica y aplana la experiencia.
Dice Haraway, todes somxs líquenes.
¿Somxs unx independientemente del mundo?
La simbiosis tiene mala fama en general. Solo se la acepta como un período necesario para el desarrollo de lx cachorrx humane en el marco de un desarrollo saludable. Por fuera de esa etapa, queda asociada a la locura, a la asfixia, a lo tóxico o a lo enfermo. En este mundo capitalista, la dependencia para la vida se niega, se rechaza, es sinónimo de vulnerabilidad, fragilidad e inutilidad.
Entendemos que es propio y nodal para el capitalismo pensarnos como seres individuales en el mundo. Cada une como centro organizador, punto de partida de todo lo que puede armarse. Un autocentramiento que, como plantea Amador, supone una relación de dominio con el afuera, una presencia soberana que da la ilusión de control e independencia.
“Esto me conviene, esto quiero o no quiero”, como si se pudiera siempre definir de antemano (y en soledad) lo que va a pasar en un encuentro, lo que voy a querer con algo, si me voy a aburrir, si me voy a enganchar, etc.
¿Será que podemos tomar (como evidencia este tiempo) el inevitable tejido del que somos parte aún sin percibir esas conexiones necesariamente? Horadar esa imagen de individuo en tanto separado del mundo. ¿Es efectivamente atinado o justo creer que somos unx por fuera del mundo? ¿Estamos sensibles a las perforaciones de esas tradiciones tan estructurantes de lo humano? ¿Podremos, como plantea Sunaura Taylor, percibir con claridad que la dependencia es relativa? ¿Podremos buscar nuevos significados para palabras como “dependiente” e “independiente”?
Preciado nos dice, el cuerpo no es propiedad sino relación. Es necesario contar con la trama que sostiene las relaciones, los entrelazamientos en los que existimos, de otra forma, nos definimos individualmente y en ese mismo movimiento defino al otro como si yo no participara de “eso que es”, lo que tiene efectos en la subjetividad y las relaciones.
Las tradiciones científicas han hecho mucho en este sentido. Realizar una bifurcación en la naturaleza (dividiendo sujeto-objeto) o anular lo otro definiendo quien es el sujeto que percibe, son intentos de trascender o reducir al mínimo la multiplicidad de experiencias posibles.
En esa línea nos preguntamos, de qué otras maneras podemos pensar los modos de relación que no sean por la vía individual o por considerar a le otre como un suministro.
Como dice la Stengers, los engañados son los que han llegado a definir la experiencia sin espesor. No es que sean problemas irresolubles sino más bien, problemas mal planteados. Ella dice: “cualquier atribución de responsabilidad de una experiencia, bien sea al mundo o al sujeto, no corresponde a un error sino a una forma de decisión que decide lo indecidible, que determina lo indeterminado”. Así, muchas veces (porque LTA) descomponemos la experiencia y la pensamos en tanto entidades que interactúan y no en términos relacionales: “me siento así porque X es un mal tipo, un tóxico”, “quiero enamorarme”, “yo lo que quiero es armar un proyecto a futuro” o el reverso, la aclaración previa de “no me interesa nada serio”, “¿quién se va a fijar en mí?”, “raro… tipo grande y soltero, debe estar medio mal”, “te recomiendo no le invites a salir porque se acaba de separar”, etc. Y así vivimos, con mucha dificultad para registrar que lo que se arma es efecto de cada encuentro particular.
Es importante, entonces, contar con esto para pensar lo que sucede y dimensionar que un acontecimiento no tiene el poder de definir-se a priori o por sí mismo (independientemente). Como en las micorrizas, es en-la-asociación que surge algo nuevo que no existía por separado. Tampoco podemos saber de antemano, sin vivir la experiencia, qué aspectos intervendrán o qué se pondrá en relación con otros acontecimientos porque eso no preexiste “así” en cuanto tal.
Quizás dejar de pensar que si el chongo es cálido o tiene ganas de algo serio, necesariamente nos va a salir bien andar juntxs; dejar de pensar que sólo depende de une y de lo que se invita en una relación para que sea posible; dejar de pensar que alcanza con leer/interpretar indicadores para predecir si algo me conviene o no, etc.
Es importante tener en cuenta que un acontecimiento no tiene el poder de determinar cómo será prendido anticipadamente, pero tenemos que ser claras en el hecho de que eso suceda, es de una profunda vitalidad.
No de cualquier modo, no con cualquiera o con cualquier cosa pero, como dice la Stengers, debe serlo y debe serlo de un modo determinado.
“Sin encuentro la armonía no tiene pie”
Imposible seguir pensando en esta línea sin retomar la noción de devenir de Deleuze. Él plantea que el devenir no tiene que ver con el progreso, no es algo evolutivo. “Un devenir no es ni uno ni dos, ni relación de los dos, sino entre-dos, frontera o línea de fuga, de caída, perpendicular a las dos”. Allí, en ese guión del entre-dos, tenemos un guiño para dimensionar algo de lo que venimos planteando: un devenir siempre se toma por el medio. Ni un extremo ni el otro es determinante en sí. Tampoco las determinaciones espacio-temporales son predicados o “adornos” de las experiencias. Lo que sucede, sucede allí con esa multiplicidad de dimensiones. De este modo, no tendría sentido por ejemplo, pensar que “la” pandemia así, en abstracto, interviene (o no) en una situación o en mi modo de estar/de vivir, u otro caso, que la persona con la que estoy relacionandome sea padre será un aditivo o algo crucial en la relación de pareja, o que si sigo “x” camino tendré amores o “éxito» profesional. Todas ellas son distintas dimensiones de la experiencia, no las podemos aislar y tampoco tomarlas como determinantes en sí. Unx nunca sabe cómo prenderá una experiencia o qué aspectos intervendrán en eso que sucede, hasta que sucede. Cuál será el agarre de la experiencia.
La propuesta que hacemos entonces, acompañándonos de Stengers y la lectura que hace de Whitehead, es tomar siempre como punto de partida aquello que compromete. Ella dice que todo lo que se percibe está en la naturaleza. No podemos elegir a nuestro antojo. Esto no significa que esté todo dicho, que la suerte está echada y entonces no tenemos más que dejarnos “fluir”. No se trata de adjudicar a la naturaleza lo que percibimos sino más bien, estar atentxs a aquello de lo que tenemos experiencia en la percepción. Estar atentxs a nuestra sensibilidad.
Devolver la textura y rugosidad a la experiencia. Transformarla en una experiencia de duración, siempre situada. Esto tiene sus riesgos, claro, porque no se sale indemne de una experiencia, devenimos un poco otrxs. El tema está en creer que podemos salir ilesxs o que de antemano podríamos saber el decurso de algo. Volviendo a las micorrizas decíamos que crean asociaciones potentes, allí situadamente. Unx no sabe cómo crecerá una planta, qué color tomará, como se expandirá en el terreno, podemos tener hipótesis pero lo determinante en definitiva será esa asociación, ese agarre, eso que sucede en la experiencia.
Deligny dice “no se trata de encontrar lo que ya existe, ni tampoco lo que se busca, pero sí de crear a través de ese vagar aquello que se encuentra, es una pesca que crea el pescado, por así decir. Es una pesca de red, allí donde no había nada”. Vagar entonces, estar dispuestxs al encuentro implica sobre todo, mantener el espacio vago para que algo agarre, para que algo se pueda cultivar.
¿Qué cultivar? De Micorrizas y Micro-risas
Vivimos de modos tristes porque no nos animamos a imaginar que puede ser distinto o porque creemos que para que las cosas sean distintas tiene que cambiar todo de pies a cabeza. Creemos que todo está a punto de una revolución, pero no hay un” momento en que esas fuerzas se ordenen para dar lugar a esos nuevos brotes. Las posibilidades de vivir de modos más libres y crear libertades para otres son cotidianas y se juegan en lo micro. Si no somos capaces de inventar otros modos con nuestros amigues y amores en el día a día no habrá revolución posible.
Somxs muchxs quienes nos preguntamos cotidianamente cómo vivir de maneras más libres y plurales. Algo se cataliza en estos tiempos de pandemia, y decimos en este tiempo de pandemia porque sentimos que hay fuerzas que achican el horizonte de lo que debe cuidarse, de los supuestos modos correctos de vivir, de sentir, de habitar cada cuerpo. Entonces, ¿se tratará de intentar cuidar cada une su propio mundo? Pensamos que no, pero igualmente les deseamos buen viaje a aquelles que se lanzan a esa travesía. ¿Se tratará de mantenerse cerca solamente de quienes dicen que viven parecido? Nuevamente sentimos que no por varias razones: en general esas identificaciones totales son erradas y el cálculo de los efectos de un encuentro falla.
Se nos vuelve pregnante la figura de la micorriza: esa simbiosis aumenta el volumen del suelo explorado, se da una asociación que facilita la exploración y la nutrición. Vivientes que están cerca se afectan por otrxs, y puede ocurrir que sorpresivamente ese encuentro devenga en beneficio mutuo.
Esas asociaciones no son calculadas, no se anticipan, no se planifican. Ocurren un poco por una disposición sensible a estar atentxs a lo que ocurre en los encuentros y una disponibilidad física que podemos pensar un poco azarosa. Dice Haraway: “Nadie vive en todas partes, todo el mundo vive en algún lugar. Nada está conectado a todo, todo está conectado a algo”.
¿Qué orientaría el reconocimiento de esas asociaciones? Una pista la encontramos en la risa alegre como brote vital de otros modos de estar juntxs. En esto de las micorrizas pensamos en esas asociaciones incalculadas y mínimas o locales que nos desencadenan micro risas. Micro no por pequeñas ni débiles, sino que por local, acotado. Algo sorpresivo que brota y que aumenta la sensibilidad y la potencia, la capacidad de estar lanzadxs a la exploración y de nutrir y ser nutridxs por otros modos de vida.
Deleuze nos advierte que aliarse con otrx nunca es simple porque nunca quedamos iguales. Tener la posibilidad de afirmarse en la fragilidad y devenir múltiple desde ahí, devenir otrxs en asociaciones no calculadas.
Pensar situadamente nos ayuda a salir de los binarismos, nos obliga a pensar con lo que hay. Quizás reconocer cabalmente que vivimos situadamente, asumir que no somxs ni más ni menos que líquenes, nos facilite estar atentes a esa expansión en las posibilidades de exploración y a las asociaciones no calculadas que pueden darse, hacernos reír y abrirnos a otros mundos impensados.