por Débora Ávila y Marta Malo
«La situación es muy dura y de alguna manera habrá que echar a los corruptos y cleptócratas del poder”, escribía Ada Colau en su carta de despedida como portavoz de la PAH. Ese mismo mes, Podemos verificaría, con sus cinco escaños, la viabilidad de una manera de hacerlo a la que otras voces ya venían apuntando: la batalla electoral. Y así, en los últimos meses, muchas energías han confluido en torno a este frente. Sintiéndonos parte de este impulso, no dejamos de sentir una inquietud.
La inquietud tiene que ver con la idea de gobierno que subyace a estas apuestas electorales. En ellas, poder, ganar, tiene que ver con ‘ocupar’ un lugar y ese lugar se identifica con las llamadas instituciones de gobierno. Pero, tal y como demuestra la experiencia de los diferentes gobiernos progresistas latinoamericanos, desde ahí no se puede ‘tanto’ como imaginamos.
Si queremos ganar, si queremos poder –no tanto ocupar un lugar, sino ‘poder hacer’–,creemos que es crucial pensar el gobierno no sólo como espacio institucional de toma de decisiones, sino sobre todo como actividad. Esa actividad de conducción, de definición del marco, que hace que nos culpemos por no llegar a pagar la hipoteca, que nuestro esfuerzo no sea suficiente para lograr lo bastante para vivir, que el miedo al otro campe a sus anchas y soñemos con una casa con jardín privado para sólo rozarnos con gente ‘afín’ o que sean los expertos los que definan los problemas y sus soluciones… Desde esta perspectiva, y en contra de esa idea tan interiorizada –y neoliberal– de que la libertad y la democracia pasan fundamentalmente por elegir y decidir, la batalla por el gobierno o, más bien, entre maneras de gobernar(se) no se juega sólo en las instancias de toma de decisiones, entre un número de opciones ya cocinadas. No. Se juega en múltiples frentes.
Se juega, primero, en todos aquellos discursos e imágenes que producen las verdades desde las que definimos nuestro mundo, que marcan la frontera de lo pensable y lo impensable. Se juega también en los dispositivos, prácticas y normas que organizan la vida en común, ya sean los mecanismos de evaluación que marcan las metas profesionales, el modo de gestión de una empresa, las prácticas de cuidado de la salud, la manera de habitar una plaza o los contenidos curriculares que un profesor imparte. Se juega, por último, en la intimidad de nuestros cuerpos: en los comportamientos, las maneras de vincularse o separarse del resto, los deseos de cada uno. Y por eso, cualquier territorio o ámbito donde se estén desplegando, de forma concreta y multiplicable, sentidos, maneras de organizarse y formas de vida más igualitarias, menos depredadoras y más incluyentes nos ayuda a ganar, a poder, mucho más.
Decir esto, descentrar –que no negar– el papel de las llamadas instituciones de gobierno nada tiene que ver con un “no atreverse” a “asaltar los cielos”. Sin duda, la situación es muy dura. Sin duda, necesitamos un dique que contenga la ofensiva neoliberal. Las iniciativas electorales, si triunfan, bien pueden ser este dique. Pero no podemos, no debemos, depositar todas las esperanzas ahí, ni pretender que ese dique se convierta en cemento que todo lo abarca. Porque hay cosas que desde las instituciones de gobierno, lugar de representación, de los consensos mayoritarios y las componendas, no se pueden, no se ganan. Porque la política emancipatoria no sucede desde los políticos profesionales, sino a ras de suelo, de igual a igual, sin que por eso tenga nada de pequeña. Porque la lógica de las instituciones de gobierno y la lógica de lo social en movimiento no es la misma, ni siquiera cuando quien ocupa cargos de gobierno se ha criado en los movimientos. Porque para atravesar el techo de cristal con el que a menudo nos topamos y construir las bases de una buena vida hay más caminos que el electoral. Caminos que transitamos ya y otros que debemos atrevernos a realizar: pequeñas realidades, palpables, habitadas, que construyan una voz autónoma con la que dialogar con lo institucional y exigir el “mandar obedeciendo” pero desde la diferencia radical.
Éste no es, en modo alguno, un texto ‘contra’ ninguna de las iniciativas electorales. Es un texto contra la subordinación a ello de todo lo demás. Por lo demás, no podemos sino estar a favor: a favor de Podemos, de Guanyem Barcelona, de Ganemos Madrid.