Anarquía Coronada

De la serie: La guerra por el consumo: «Experimentación, subsistencia y creación»

por Diego Valeriano



No tiene la menor duda de que a la persona que más quiere es a Ludmila, su sobrinita. A ella le compra todo lo que puede y si alguna vez piensa en una casa, es para que Ludmila la disfrute. Quiere/imagina una piecita para ella sola, llena de Barbies,  peluches y un equipo de música. Cuando Caro quedó embarazada la envidió secretamente. Ya a sus trece sabía que jamás le pasaría a ella. ¿Una Ludmila le traería algo de paz?

El papá de Ludmi es un pibe que trabaja de remisero cuando puede y también cuando puede hace de padre, o eso dice él hábilmente cada vez que parte de la familia le pide que se haga cargo de su hija, o que por lo menos le pase plata; algo, unos pesos para los pañales. A Mara íntimamente no le importa que el pibe aporte, cree que lo mejor sería criarse sin ese gil: está segura de que ellas la puedan educar y cuidar mejor. Si se le puede sacar plata mejor, siempre que eso no implique que vaya a su casa a pasar días con él o, peor aún, con su mamá que es re conventillera y arma siempre bondis mal.
Ahora Ludmi tiene casi un año y quieren programar un gran cumpleaños. Mara en algún momento soñó con un gran cumpleaños de quince, pero en este momento le parece una chiquilinada. Sabe que lo que la haría muy feliz es organizar el cumpleaños más grande y lindo para Ludmila. Hace un mes que con Caro se la pasan armando cada cosa que van a hacer para la fiestita y sacando cuentas de cuánto les va a costar todo.
Pocas veces sale tan temprano de su casa: es domingo y casi no durmió porque se quedó con otras pibas del barrio charlando y escuchando música toda la noche. Después del bondi, se toma el tren y tras una hora y media de viaje llega a Chacarita, donde la espera Ramón. Caminan por Corrientes para el lado del centro, hablan de la historia de Ramón, de porque es gendarme, de cómo extraña a su hija y que cree que en tres o cuatro semanas va a poder ir a verla. Doblan dos o tres veces, entran en calles como laberintos. Llegan a una casa vieja y destruida, los dos se miran sabiendo que llegaron. Ramón golpea la puerta, antes de que alguien las atienda le explica que el no puede entrar, que no se preocupe por nada, que va a ser bien tratada y que después pasa a buscarla. Una señora de unos 60 años pero que aparenta un millón, la hace pasar indicándole que espere sentada en una silla de madera, a los diez minutos vuelve y le pregunta si sabe para qué vino. Mara sabe para qué vino, no es tan boluda, y también sabe por qué Ramón le dijo a ella y no a otra piba. Sabe bien qué tiene y cómo usarlo. La lleva hasta una habitación y le pide que espere, hay una cama y no mucho más; el primer tipo que pasa es horrible y huele más horrible aun, pero le gusta la cara que pone al verla. Pasaron cuatro tipos en poco tiempo aunque se le hizo eterno, no la trataron mal pero tampoco bien, la señora entra y le dice que puede descansar un par de horas que vaya para el fondo que están las demás chicas. El fondo es un cuartito oscuro donde hay tres camas ocupadas y dos colchones en el piso.
En estos tres días estuvo con dieciséis hombres; ya se vuelve para su casa y tiene que arreglar los números con Haydee. Se sientan en la  habitación oficina y le da mucha menos plata de la que Ramón le había dicho: “te cobro alquiler de la habitación y comida, además fueron catorce tipos, no dieciséis”. No le queda otra que aceptar. Ramón la espera afuera, cuando le da su parte nota que es bastante menor de lo que esperaba pero no se queja, le pregunta si no quiere ir a tomar un café con leche, pero ella prefiere volver a su casa. Ramón la acompaña hasta la estación, pero se despide antes que venga el tren desde retiro. Tiene que ir a Campo de Mayo y si no se apura va a llegar tarde.
En el tren de vuelta Mara hace cálculos y cree que puede hacer mejor las cosas. Este acontecimiento muestra lo que su vida tiene de intolerable, pero también siente que le aparecen nuevas opciones (de experimentación, de subsistencia, de creación). Entender que se está en guerra abre posibilidades nuevas y reacomoda los deseos. Sus «posibles» le generan contradicciones que no le interesa resolver. Le duele todo el cuerpo, solo quiere llegar a su casa, estar con Ludmila y, si tiene suerte, dormir un poco.

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