¿De dónde viene la palabra? // Julián Doberti

Para saber lo que sucede con la transferencia, hay que saber lo que ocurre en el análisis. Para saber lo que ocurre en el análisis, hay que saber de dónde viene la palabra.

Lacan

I

Las palabras viajan, se duelen, atraviesan la piel, humedecen la mirada, irritan la sensibilidad, deliran y alivian delirios, se desgarran en la angustia, martirizan ciertos insomnios, acontecen inesperadas en el amor, nos siguen nombrando más allá de la muerte (la muerte, también, es una palabra). 

En el epígrafe Lacan no se pregunta de qué están hechas las palabras, ni cómo se combinan, ni qué significan, ni cuál es su origen o su final: nos invita a interrogar de dónde vienen, quizás para poder alojarlas como se aloja a quien convoca nuestra hospitalidad.

En la hospitalidad, precisó María Moreno, se trata menos de acoger que de dejar continuar, construir un espacio para que el movimiento sea posible.

II

Recuerdo un diálogo clínico con una mujer que me contaba un sueño reciente: era una niña que estaba con su madre en la playa. Se metían juntas en el mar y la madre la sostenía mientras ella flotaba y sentía el suave contacto del agua en el cuerpo. En un momento, los brazos de la madre dejaban de mantenerla a flote y parecían hundirla.

Cuando Lacan insiste en separar el significante del significado no hace lingüística, enseña a escuchar. Los brazos de una madre pueden significar protección y, también, peligro. 

¿De dónde vienen las palabras que cuentan un sueño?

Hay palabras que vienen del temor, del odio, del tedio, de un dolor que ya no se puede callar, de una madre muerta hace años que sigue intentando ahogar a una hija que no deja de soñarla. 

III

Cuando Lacan señala que el deseo es impronunciable no lo ubica más allá de las palabras. El deseo está -no es- entre las palabras, cuando alguien puede escucharlo. No hay deseo sin una escucha que permita leerlo. Todavía cuesta pensar que la lectura no está en relación al ver sino al escuchar. Como dice Peter Orner: “leer, creo, es una forma de escuchar”.

IV

Ricardo Piglia escribió en Los diarios de Emilio Renzi: “cuánto más dura y despótica es la situación política, más se habla de cualquier cosa, como si repitiéramos la frase de Joyce: ‘ya que no podemos cambiar la realidad, cambiemos de conversación’.” 

No es lo mismo hablar de cualquier cosa que hablar de otra cosa. Ocurre que cambiar de conversación no es tan sencillo. Cuando la realidad resulta insoportable, lo insoportable también se apodera del lenguaje. Quizás la posibilidad de cambiar de conversación indique un margen de libertad imprescindible para que la vida sea vivible. ¿Con qué palabras hablar de otra cosa? El psicoanálisis no es ajeno a esa pregunta.

V

Alguna vez le preguntaron a Jean Allouch qué era para él la salud mental. “Poder pasar a otra cosa”, respondió. Octave Mannoni tituló uno de sus textos más bellos “La otra escena”. 

Las palabras vienen de otras escenas, de otros tiempos, de otros cuerpos y siempre hablan de otra cosa. Pasar a otra cosa no es curarse, ni adaptarse a los ideales de moda, ni alcanzar la salvación. A veces es darse la posibilidad de un silencio que suspenda el ruido del mundo. 

Como cantaba Federico Moura: 

 

vuelve el deseo y la ansiedad

de este cuerpo 

mi boca quiere pronunciar 

el silencio.

En la canción las palabras avanzan por una autopista junto al mar. Hay un cuerpo, una boca, un silencio que quiere ser pronunciado. En ese querer insistimos, aunque sigamos sin saber de dónde viene la palabra.

 

Imagen: Lluvias, de Victor Hugo Zayas

 

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