De-castración // Lila Feldman y Mercedes Cicalese

Nos proponemos llevar a la materialidad de la escritura ese trabajo que implica desarmar y repensar el concepto de Castración. Sabemos que no se trata apenas de revisar un concepto sino de movilizar todo el edificio, ya que es parte de los cimientos con los que construimos el ejercicio de nuestra práctica profesional, nuestra lectura y aprendizaje de la teoría psicoanalítica.

No estamos lejos de Freud, que insistió en remarcar el carácter provisorio de sus descubrimientos y afirmaciones. Lo que distingue a su escritura es el esfuerzo por transmitir lo que va pensando, al ritmo de sus descubrimientos, construcciones y obstáculos.

Si la revisión del psicoanálisis a partir de las teorías feministas nos sigue pareciendo revolucionaria, y marginal, es porque aquello a lo que se opone está vivito y coleando, reluciente de hegemonía

Las palabras, nuestro lenguaje, no han sido nunca inocuas, y es tiempo de volver a revisar los fundamentos y principios (sabemos que en cada historia, y en la Historia, no hay un único principio sino varios…), en lugar de repetir. Honrar la revuelta freudiana es no dejar de ser, es seguir siendo capaces de revueltas. Seguiremos escribiendo contra los discursos conservadores, para que el psicoanálisis no se vuelva discurso conservador (no imaginamos para el psicoanálisis peor futuro que ese).

Si la revisión del psicoanálisis a partir de las teorías feministas nos sigue pareciendo revolucionaria, y marginal, es porque aquello a lo que se opone está vivito y coleando, reluciente de hegemonía, aún naturalizando como verdades irrefutables aspectos ya obsoletos y controversiales de nuestras viejas teorías.

¿Qué hacemos lxs psicoanalistas con la realidad?

Empecemos por Juan Carlos Volnovich, pionero del psicoanálisis en la Argentina. Él empieza su relectura de los Tres Ensayos para una teoría sexual invitando a diferenciar en la obra freudiana lo aún luminoso de lo obsoleto. Se plantea, nos plantea: ¿cuánto de revelación y cuánto de encubrimiento supuso el atrevimiento de “descubrir” la sexualidad infantil? Él se refiere al silenciamiento del abuso sexual a partir de la renuncia a la “Teoría de la seducción”. A partir del psicoanálisis, ser humano y ser sexuado pasan a ser una única y misma cosa. Si el siglo XX nació conmovido por el escándalo de la sexualidad infantil, sexualidad no subsumida a genitalidad, hoy podríamos reescribir: no subsumida al binarismo de la diferencia sexual, no constreñida entre los posibles que se traman para cada unx de nosotrxs, en particular para mujeres y disidencias, entre el complejo de castración y la envidia del pene, a nuestro placer sí castrado o empobrecido por el mandato que la normalidad nos exigía al plantear el pasaje necesario del clítoris a la vagina, receptora por supuesto del placer del hombre, como prueba de nuestra lograda evolución.

Podemos decir que hemos pasado del empuje a la “buena” o “sana” feminidad a los trabajos feministas, que vienen desde décadas atrás pero que permanecieron para muchxs silenciados, y que hoy se despliegan en otro empuje, el de la ola feminista que motoriza nuevas posibilidades. Dicho empuje arrastra diferentes puntos de nuestras teorías. Y ahora nos preguntamos cómo hemos logrado permanecer tantos años incólumes, disociadas de nuestras propias realidades eróticas, sosteniendo aquellos pilares, cómo hemos desmentido nuestra realidad erótica y sexual en privilegio de la teoría. ¿Cómo ha sido posible que el término “castración”, ligado a nuestra genitalidad, heredero de una teoría sexual infantil, impotentizante de nuestro placer en tanto patologizó una zona erógena central, se erija en operación clave y estructurante del psiquismo humano? Y más aún, ¿por qué seguimos repitiendo el término “Castración”, enmascarando la verdad de su palabra, como si utilizarla casi como un eufemismo para designar otras cosas la tornara menos violenta? Si consideramos que hay conceptos obsoletos, entonces dejemos de utilizarlos, de reproducirlos y suponer que podemos lavarlos de su marca patriarcal constitutiva.

Esa particular y cierta castración sí que ha generado estragos en tantísimos divanes y consultorios psicoanalíticos. La envidia del pene ha sido otro de los modos en los que se conformó nuestro destino y nuestro camino hacia la renuncia de la zona erógena “infantil”. Tal vez a lo que tenemos que renunciar es a algunos conceptos. En particular si la teoría ha operado como instancia represora. Una teoría que estableció como equivalentes para las mujeres la aceptación de la castración y la aceptación de la realidad.

La castración fue lo que permitió hacer de la falta un articulador en la constitución subjetiva, en tanto eje de la diferencia sexual ordenadora de identificaciones y elecciones de objeto; y en tanto eje de nuestro orden simbólico que se organiza en torno a ella. Cuerpo y lenguaje necesitaron de la castración, de la “barra de la castración” para organizarse en torno a la falta estructurante del psiquismo. La castración y su eficacia mítica por cierto ha sido enorme. La hemos necesitado, defendido, sostenido, tanto que no sabemos si podemos pensar psicoanalíticamente prescindiendo de ella. La incompletud constitutiva de la experiencia sexual, el Otro en tanto barrado, y la incompletud del lenguaje, se ordenaron en torno a ese concepto, hicieron del encuentro con la diferencia sexual el encuentro indiscutible con la falta, origen de la falta, ocasión para suponer estructurante un lugar psíquico que en verdad nos fue asignado muchos siglos antes, porque siempre nuestra anatomía y nuestro lugar social fueron leídos así. Deficitarios, subalternos, inferiores, carentes.

Entonces, ¿qué hemos hecho y qué hacemos lxs psicoanalistas con la realidad? ¿Dentro de cuáles márgenes nos movemos para no cruzar algunas líneas, algunas fronteras, para seguir nombrándonos y reconociéndonos psicoanalistas? Hablando de lo que hacemos lxs psicoanalistas con la realidad, en particular con la realidad de lo ya escrito y pensado bastantes años atrás, lxs invitamos a leer a Ana María Fernández, en su libro Psicoanálisis. De los lapsus fundacionales a los feminismos del siglo XXI. En particular, los capítulos “La fobia al placer femenino”, escrito en 1979, y “La diferencia sexual en psicoanálisis. ¿Teoría o ilusión?”, escrito en 1982. La autora empieza detallando las mutilaciones que sufren aún hoy en algunas regiones de este mundo las niñas y mujeres en sus órganos genitales. Centralmente en el clítoris. Y luego pasa a preguntarse: ¿cuáles son las mutilaciones que sufre la mujer occidental? ¿Cuáles son los equivalentes a esa fobia al placer femenino en la cultura occidental? ¿A partir de qué mecanismos se logra la mutilación de la sexualidad en un físico no mutilado? Esos mitos con los que el psicoanálisis se fundó y pudo existir, liberando y al mismo tiempo mutilando y oscureciendo, tienen que ser, a esta altura, removidos. Y lo cierto es que siguen vigentes. Seguimos hablando, escribiendo, refiriéndonos a la castración como concepto organizador de los conocimientos fundamentales de nuestra teoría. Pensarlos como estructurales los ha esencializado y des-historizado. El campo psicoanalítico sigue marcado por nociones precientíficas y míticas. Por teorías sexuales infantiles. Siguen operando, no únicamente en nuestro campo, cuando se supone que hemos sido y queremos seguir siendo vanguardia en la historia del pensamiento.

Nuestra anatomía tomó como medida de todas las cosas el concepto castración, desmintiendo la realidad de nuestra zona erógena clave, con el norte masculino que marcó posibles e imposibles, nos condenó a fálicas o envidiosas

Las mujeres y personas con vulva hemos aceptado desmentir nuestras propias realidades eróticas en nombre del libro fundante que estableció para nosotras el derrotero de la normalidad como camino, ese camino que hizo del clítoris sede del placer vergonzante e infantil a superar y a encarrilar en la vagina como el órgano a alcanzar definitivamente, y con ella el orgasmo vaginal, mito ya superado, y no superado aún, porque sigue causando efectos. Nuestra anatomía tomó como medida de todas las cosas el concepto castración, desmintiendo la realidad de nuestra zona erógena clave, con el norte masculino que marcó posibles e imposibles, nos condenó a fálicas o envidiosas y a transitar nuestras equivalencias fálicas hacia, en el mejor de los casos, el horizonte cis-hetero-familiarista, hacia el deseo de hijo. Por supuesto que por allí también llegaremos al estrago materno, a menos que el nombre del padre sea el significante que nos salve y rescate, y que salve a la cría humana de nuestra “boca de cocodrilo». Es decir, los márgenes para nuestros deseos no han sido nada fáciles. Nos han constreñido a la culpa y al mandato. Eso fue y es parte de las teorías que estudiamos, aprendimos y repetimos, y fue parte por supuesto de nuestra historia en los divanes.

Si asegurar a la falta como punto necesario sobre el que sostener el edificio conceptual con el que nos manejamos, fijó la falta a nuestros cuerpos y a nuestros deseos, deformando o alterando la inscripción psíquica de nuestra anatomía, culpabilizando y patologizando nuestro placer; si la diferencia sexual prefiguró destinos y se erigió en indiscutible, porque ese descubrimiento es el inicio para el sujeto humano que aspire a estar barrado y existir neuróticamente en este mundo… Tal vez ya es tiempo de desterrar ciertos conceptos. No son inocuos, no están caducos.

Por supuesto no vamos a hacer responsable al psicoanálisis de los componentes patriarcales que gobiernan nuestra cultura, pero el psicoanálisis aspiró a ser vanguardia. Nació como vanguardia. Necesita romper aún contra sí mismo y pensar contra sí mismo, y si es necesario de nuevo, todo de nuevo. Si el psicoanálisis representó un giro copernicano, debemos decir que está incompleto. Desde ya, el patriarcado no empieza con Freud. Pensemos en Sor Juana Inés de la Cruz a partir de la lectura agudísima de Josefina Ludmer en su texto llamado Tretas del débil, en el que articula saber, poder y decir como trabajo para las mujeres, un trabajo para salir del silencio y del lugar subalterno, establecido por un régimen que hizo de la diferencia de los sexos una ley trascendente. Sor Juana supo valerse de humor, de la ironía y a veces de una aparente debilidad, como estrategia de supervivencia, de resistencia y arma de inteligencia. ¿Saben cómo se llaman esos géneros literarios supuestamente menores, como las cartas, los diarios y las autobiografías? Se llaman géneros de la realidad y suelen ser degradados. Son géneros de resistencia y de subversión del silencio. Hace siglos las mujeres y disidencias venimos transitando esa pregunta: ¿qué hacer con la realidad? ¿Cómo incluimos nuestras realidades en la historia oficial? Nos lleva a pensar hoy en la escritura de Aurora Venturini. O en Elena Ferrante, en sus ensayos, en los que escribe sobre la escritura que necesita desbordar el canon de la voz extraña que la habita en tanto masculina.

Las desigualaciones que la cultura patriarcal porta en su ADN se hallan inscriptas, insertas, marcadas en nuestras subjetividades. También en nuestras teorías. Y el concepto castración ha sido y sigue siendo parte de ello.

Leer a Freud hoy

Vamos a tomar tres de sus textos: “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos”; “Una muestra de trabajo psicoanalítico”; y “El presidente Thomas W. Wilson. Un estudio psicológico”, para realizar una lectura crítica.

Estas escrituras encuentran a Freud investigando sobre el proceso y las modalidades de génesis de las neurosis. Señala como central en esa génesis la naturaleza pulsional y el largo periodo de dependencia infantil en el que merece especial interés una situación común a todos los niños, que es derivada de la crianza prolongada y la convivencia con los progenitores: el complejo de Edipo. Freud nos advierte que cada vez que se le presenta algo nuevo, duda si va a disponer del tiempo necesario para poder corroborar lo que descubre. De modo tal que nos anticipa que aquello que va a desarrollar está sujeto a futuras investigaciones y “requiere de prueba antes de que pueda discernirse su valor o disvalor”.

Para Freud el complejo de Edipo en el niño aparece más inteligible porque mantiene el primer objeto investido libidinalmente: la zona genital como zona privilegiada de placer y rectora en la organización genital. Su sepultamiento se produce por angustia de castración y el interés narcisista por los genitales. Aquí Freud dice: “aun en el varoncito, el complejo de Edipo es de sentido doble, activo y pasivo, en armonía con la actitud bisexual. También él quiere sustituir a la madre como objeto de amor del padre; a esto lo designamos como actitud femenina”. La posición pasiva llamada por Freud femenina, del niño hacia el padre, tiene como esbozo de explicación una identificación tierna con el padre que pertenece a la prehistoria del complejo de Edipo. Y nos recuerda que, respecto a dicha prehistoria, falta mucho aún por aclarar. Como vamos viendo parte del planteo es de carácter conjetural, en ningún momento Freud le da un estatuto acabado de explicación exhaustiva y completa.

Cuando aborda el complejo de Edipo en la niña se le agrega otro problema: ¿cómo hace la niña para resignar el primer objeto y sustituirlo por el padre? El complejo de Edipo es pensado como una formación secundaria, con una larga prehistoria, en la cual la niñita realizaría ese movimiento de cambio. Tanto para el niño como para la niña, piensa que la zona genital (pene/clítoris) es descubierta en algún momento como zona de placer y no le adjudica contenido psíquico a los primeros quehaceres con ella. Aquí es donde aparece una diferencia fundamental en la fase fálica para la niña. “Ella nota el pene de un hermano o compañerito de juegos, pene bien visible y de notable tamaño, y al punto lo discierne como el correspondiente, superior, de su propio órgano, pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene”.

Nos preguntamos: ¿por qué razón la niña consideraría el pene como un órgano superior si su órgano le dispensa placer? Freud expone dos modos de reacción diferente frente a la ausencia de pene: el niño primero desmiente y, luego de escuchar alguna amenaza, la misma se le vuelve significativa y da lugar a dos reacciones que según se conjuguen determinarán su relación con la mujer: esas reacciones son “el horror frente a la criatura mutilada” o “el menosprecio triunfalista”. “Nada de eso ocurre en la niña pequeña. En el acto se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo”. Es curioso: pensamos que si esto fuese así, la niña recurriría, como el niño, a la desmentida. Tal vez no desmienta porque no lo percibe así, o tal vez la de Freud sea una mirada que no puede ver/pensar la diferencia en su positividad. A partir de este momento la envidia del pene tiene la formulación de un postulado y todas las derivas del desarrollo volverán a este punto como explicación y punto de partida. La envidia del pene no es conjetural. No toma carácter conjetural sino verdad de postulado. Así como la premisa universal del pene es, precisamente, una premisa infantil; la premisa del falo como organizadora de todo el edificio conceptual psicoanalítico también adquiere función de premisa. Incuestionable. Universal. Estructural.

Pensamos que el falo es no sólo un concepto sino un punto de vista desde donde se piensa. Desde la conceptualización lacaniana el falo es nudo, unidad de medida, y se aclara que si bien en lo real a la mujer no le falta nada, su posición sí está definida por la “castración simbólica”. Se accedería a la feminidad a partir del descubrimiento de la castración materna, efecto de la metáfora paterna. Diana Rabinovich lo explica así: “el carácter pacificador del falo, que brinda una común medida, que permite laudar, decidir, juzgar, definir qué es razonable y qué no, qué es correcto o no, etcétera. Funciona, por lo tanto, con ese carácter pacificador propio de lo simbólico”. Es desde el falo desde donde se erigieron luego otros conceptos o desarrollos: el significante del nombre del padre o la metáfora paterna. Ana María Fernández escribe: “como plantea Emilce Dio Bleichmar, (Lacan) reintroduce el destino, ahora no a través de una anatomía, sino a través del lenguaje, en un naturalismo no biológico sino simbólico”.

La horda primordial, la masa, el ejército: esos fueron, por otro lado, los colectivos de subjetivación que distribuyeron y administraron roles o estereotipos de lo que la feminidad y la masculinidad ―y lo materno y lo paterno― permiten. El problema consiste en suponer que dichos colectivos son universales, a-históricos, a-temporales. La lógica fálica con su lenguaje patriarcal es responsable del sistema de nominaciones que hizo del psicoanálisis parte de su régimen, y no ruptura.

Volvamos a Freud y al complejo de Edipo. Si hay algo parecido a una desmentida por parte de la niña, parece ser el complejo de masculinidad. En una espera de recibir alguna vez un pene que la iguale al varón, la niña/mujer puede persistir hasta épocas tardías, alejándose de la feminidad, tendiendo a comportarse como un varón. Pero esta no es la única consecuencia psíquica según Freud. El complejo de masculinidad sería algo así como una formación reactiva. Otras consecuencias psíquicas serían el sentimiento de inferioridad, entendiendo la falta de pene como castigo personal. Empieza a compartir el menosprecio del varón por el “sexo mutilado” y, al menos en este juicio, se mantiene en paridad con el varón.

Esta propuesta parece ser una trampa narcisista para resarcirse de la inferioridad de sus genitales. Tiene que reconocerse inferior para igualarse al varón. En esa búsqueda de igualdad se desiguala. “La admisión de la herida narcisista deja como cicatriz un sentimiento de inferioridad en la mujer”. Pensamos que la teoría psicoanalítica, en este sentido, psicologiza las razones de una desigualación que, por cierto, no responde a motivos singulares, personales ni propios del género, sino a los motivos socio-culturales, históricos que hicieron y hacen del género un modo de existir subalterno. Es decir, se transforma una explicación de orden social y cultural en una explicación relativa a motivos psicológicos estructurales, que están en la base de la constitución general y “normal” de aquellos caminos que recorre una niña para llegar a ser mujer. La niña-mujer se hace cargo de su inevitable inferioridad por razones psíquicas, y de los destinos que ella tendrá por efecto de sustitución y equivalencia simbólica, de formación reactiva, de elección homosexual por resolución fallida. Por supuesto aquí nos referimos a las mujeres cis, que son en esa época las únicas que cuentan.

Por otro lado, como efecto de la envidia del pene, perviven los celos como rasgo de carácter. Freud señala que, si bien los celos no son exclusivos de ningún sexo, en las mujeres reciben un refuerzo desde la fuente de la envidia del pene. La tercera consecuencia es el desasimiento del objeto madre, que es responsabilizada por la falta de pene.

Es interesante, en este texto, cómo Freud intenta explicar el abandono de la masturbación en la niña. Dice que la mujer soporta peor la masturbación que el varón y nuevamente recurre a la envidia del pene para explicarlo. Pero veamos cómo plantea las excepciones ―aunque las vuelva a desoír retomando el postulado de la envidia del pene. “Por cierto, la experiencia mostraría incontables excepciones a esta tesis, si se la quisiera instituir como regla. Es que las reacciones de los individuos de ambos sexos son mezclas de rasgos femeninos y masculinos. No obstante, sigue pareciendo que la naturaleza de la mujer está más alejada de la masturbación (¿o será que la misma es socialmente, en las mujeres, menos aceptada y más condenada?), y para resolver el problema supuesto se podría aducir esta ponderación de las cosas: al menos la masturbación en el clítoris sería una práctica masculina, y el despliegue de la feminidad tendría como condición la remoción de la sexualidad clitorídea”.

Parece que la feminidad no es otra cosa que el abandono del placer de la zona erógena facilitada (clítoris) hacia un ¿placer? sexual femenino direccionado a la reproducción. Se trata de una teoría que produce la “educación” sentimental y corporal de nuestro placer con argumentos teóricos hoy insostenibles

La envidia del pene es el motivo de la renuncia a la masturbación y el placer genital queda ligado a la masculinidad. La feminidad conlleva la renuncia al placer genital, al menos aquel de la zona facilitada. ¿Qué consecuencias tiene para el psiquismo la renuncia al placer facilitado? ¿Y para el narcisismo la identificación con lo devaluado? “De esta manera, el conocimiento de la diferencia anatómica entre los sexos esfuerza a la niña pequeña a apartarse de la masculinidad y el onanismo masculino, y a encaminarse por nuevas vías que llevan a la feminidad”. La obtención de placer por estimulación de la zona deviene masculinidad. Y parece ser que la feminidad no es otra cosa que el abandono del placer de la zona erógena facilitada (clítoris) hacia un ¿placer? sexual femenino direccionado a la reproducción. Se trata de una teoría que produce la “educación” sentimental y corporal de nuestro placer con argumentos teóricos hoy insostenibles.

Hasta aquí, la prehistoria del complejo de Edipo en la niña. El deslizamiento de la libido a la ecuación simbólica pene = hijo la coloca en una nueva posición. Si la ligazón con el padre es altamente conflictiva y se resigna puede regresar al complejo de masculinidad y fijarse en una identificación-padre. “El complejo de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido: inhibidores y limitadores de la masculinidad y promotores de la feminidad. La diferencia entre varón y mujer en cuanto a esta pieza del desarrollo sexual es una comprensible consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación psíquica enlazada con ella, corresponde el distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración”. La castración promueve la feminidad, sostiene Freud. En todo caso, promueve la asunción de una feminidad muy funcional a la lógica del sistema patriarcal.

Esta manera de pensar la castración como modo de entrada en el complejo de Edipo para la niña tendrá otras consecuencias. La resolución del complejo parece no poder ser el sepultamiento y tiene como destino reprimirse o “sus efectos penetran mucho en la vida anímica que es normal para la mujer”. En esta operación se sostiene y se funda como conclusión para las mujeres la conformación de un superyó que queda más ligado a sus orígenes afectivos, menos implacable y menos impersonal, ignorando bastante el alcance superyoico, culpógeno que tiene para las mujeres en general esa conformación interiorizada, productora y reproductora de sumisión, de desmentida de algunas realidades, tanto en el ejercicio de su propia sexualidad como en sus tramas vinculares. Lo pasivo como femenino y lo activo como masculino plantean un problema en tanto se suele producir un desplazamiento constituyendo lo pasivo como rasgo de la feminidad y lo activo de la masculinidad. Cuando en ambos textos Freud vuelve sobre la disposición bisexual de todos los humanos, reuniendo ambos caracteres masculinos y femeninos, dice: “la masculinidad y la feminidad puras siguen siendo construcciones teóricas de contenido incierto”.

En el libro que escribe Freud en co-autoría con Bullitt, va a plantear que frente a los primeros objetos amorosos tanto el niño como la niña establecen unas relaciones de carácter pasivo. Esto es diferente de lo que había venido planteando. Aquí la primera posición es de naturaleza pasiva para ambos. Y cuando se refiere al complejo de Edipo dice: “la libido del niño carga cinco acumuladores: el narcisismo, la pasividad hacia el padre, la pasividad hacia la madre, la actividad hacia el padre, la actividad hacia la madre, y comienza a descargarse por medio de estos deseos. Un conflicto entre estas diferentes corrientes de la libido produce el complejo de Edipo en el niño pequeño”. Una de las formas de escape del conflicto entre las diferentes corrientes libidinales es la identificación con el objeto, que entonces deviene en el Ideal del Yo y la instalación de la instancia Superyo. Lo interesante de este fragmento es cómo expone con claridad que el niño pequeño puede tener actitudes pasivas hacia el padre y la madre y actitudes activas hacia ambos, rompiendo con la idea de la posición masculina hacia la madre y pasiva hacia el padre. Se plantea el tema en términos posicionales. Lo importante pasa a ser cómo se ubica el niño/niña frente a las mociones amorosas.

Pensar lo pasivo y lo activo como posiciones en la trama edípica en relación a los objetos de amor, desligándolo de lo femenino o lo masculino y de la diferencia sexual anatómica, puede ser una puerta para pensar de un modo no binario las existencias y sexualidades.

El planteo del complejo de Edipo para Freud es mucho más que “un cuentito” que ha sido superado por la formulación Lacaniana de un “Edipo estructura». Con el planteo de un Edipo estructura desaparece el momento del Edipo complejo y el objeto parcial como tal, en tanto los objetos parciales van a estar articulados a la posición del Falo. En Freud esto es diferente. Nos interesa seguir pensando el complejo de Edipo como estructurante, con estas críticas que hemos ido señalando. El Edipo complejo es un momento estructural en cuanto a la forma en que se van a rearticular los enlaces primarios con los objetos. Es el momento en que los deseos se dirigen hacia los objetos primarios reconocidos como totales y exteriores y la primera vez que se unen mociones eróticas y amorosas con esos objetos. Silvia Bleichmar lo dice de este modo: “lo interesante del complejo de Edipo es que articula, bajo un deseo amoroso, los modos del erotismo parcial. Y que esta forma tome modalidades genitales está dado ―podríamos pensar― no por una tendencia innata del niño a constituirse en el complejo sino porque es la forma con la cual, en la cultura, se define el ensamblaje al semejante”.

El complejo de Edipo y su vigencia

Nos propusimos diferenciar los elementos invariantes presentes en el complejo de Edipo de aquellos elementos que constituyen una forma particular, histórica, de la constitución de la subjetividad. Consideramos como elementos invariantes el estado de prematuración, la necesidad de la crianza prolongada; y la relación de asimetría entre el adulto y el niño marcada por la presencia del inconsciente y la sexualidad del adulto.

Entendemos como vigente, desde la lectura de lo trabajado por Silvia Bleichmar, la prohibición que toda cultura ejerce respecto de la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto; el carácter fundante de la prohibición como lugar generador del fantasma infantil y de los enigmas e identificaciones que constituyen una historia singular; el complejo de Edipo pensado como el eje ordenador del amor al semejante.

De-castración

De-castración: desmontar ese término de nuestro aparato conceptual y bajar al santo falo de su pedestal como organizador de todo pensamiento posible y garante de una pretendida “pureza” del psicoanálisis. Desmontar la falta sostenida en la idea de la diferencia sexual en tanto conflicto prínceps para el psiquismo y reaseguro de la existencia de un género desigualado y de un esquema binario. Nos oponemos a ese psicoanálisis que cree que leer es practicar la ecolalia.

De nuestras realidades, no solo de nuestras fantasías, somos responsables. En eso estamos: viendo qué lugar le damos lxs psicoanalistas a la realidad y a los conceptos. Si soportan la puesta en relación de unos y otros. En los libros, en los consultorios y en la vida.

Sueños 1

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Bibliografía

Bleichmar, Silvia: Paradojas de la sexualidad masculina. Paidós. (Buenos Aires,2007).


Bleichmar, Silvia: Las Teorías Sexuales en Psicoanálisis. Qué permanece de ellas en la práctica actual. Paidós. (Buenos Aires, 2014).


Fernández, Ana María: Psicoanálisis. De los lapsus fundacionales a los feminismos del siglo XXI. Paidós. (Buenos Aires, 2021).


Freud, Sigmund: Más allá del principio de placer. Amorrortu Editores. (Buenos Aires, 1991).


Freud, Sigmund: Esquema del psicoanálisis. Amorrortu Editores. (Buenos Aires, 1991).


Freud, Sigmund: Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos. Amorrortu Editores. (Buenos Aires, 1984).


Freud, Sigmund y Bullitt William: El Presidente Thomas Woodrow Wilson. Un estudio psicológico. Acme Agalma Editorial. (Buenos Aires 1997).


Rabinovich, Diana: Lectura de La significación del falo. Editorial Manantial. (Buenos Aires, 1995).


Tajer, Débora: Psicoanálisis para todxs. Por una clínica pospatriarcal, posheteronormativa y poscolonial. Editorial Topía. (Buenos Aires, 2020).


Volnovich, Juan Carlos: “Para releer a Freud: cien años de los Tres Ensayos para una teoría sexual”. Revista Topía. (Buenos Aires, 2005).

Fuente: El rumor de las multitudes/ El Salto Diario

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