por Liliana Cabrera
Ayer volví a tomar el mismo camino que hace siete meses no recorría, el mismo por el que iba y venía cuando ingresaba al interior del penal o salía en transitoria, el mismo camino por el que, hace siete meses, me fui de Pre-egreso de la U31 de Ezeiza en libertad. No había vuelto a recorrerlo… hasta ayer.
Ayer fue distinto, dieron el permiso rápido para poder ingresar a las casitas donde quedaron las pocas asistentes al taller de poesía de YoNoFui. Todo el resto de compañeras fue llevado de traslado al Complejo IV de Ezeiza, para dar lugar a los genocidas que estaban en Marcos Paz.
Antes de recorrer ese camino a las casitas, ingresamos al interior del penal. Fue shockeante ver un portón en la entrada del Sector A y una reja cerrada que antes no se utilizaba. Admito que semanas atrás nos pareció raro el cambio de mobiliario que tuvo la Biblioteca de la Sección Educación (que durante años tuvo siempre la misma mesa rotosa), cambiaron el juego de mesa y sillas por otro flamante, pensé: “¡Milagro!”. Pero era muy difícil imaginar que la razón eran los nuevos “invitados”, tan difícil proyectar todo lo que sucedería después.
Parte del equipo de YoNoFui estábamos en Tandil para participar de unas Jornadas de Educación en Contextos de Encierro, invitadas por la Unicen. Fue desesperante, estresante, terrible, escuchar las voces angustiadas de las chicas cuando, llamado tras llamado, nos contaban lo que en principio era un rumor: el vaciamiento de la unidad para alojar a genocidas. Rumores, eso contestaban las autoridades y los organismos del Estado que deben ocuparse de los derechos humanos y también cada ONG, que consultamos para saber si alguien contaba con alguna información.
TODOS, porque fueron TODOS, hicieron ver la situación como inverosímil. Así estuvimos todo el tiempo conectadxs a Ezeiza como si estuviéramos allí. Al otro día se me atragantó la medialuna del desayuno, cuando llamó Blácida, una de las integrantes del taller de poesía, para avisarnos que solamente habían quedado dos personas en su pabellón. Ella y otra compañera fueron encerradas durante horas en sus celulares (celdas), mientras se llevaban a las demás. Entre lágrimas me contaba que entró personal masculino a las 7 de la mañana y, como nadie pudo preparar sus cosas, las mismas cosas que nunca llegaron al Complejo IV y tampoco a las casitas, lugar en donde terminó Blácida, luego de pasar horas sin saber adónde sería trasladada. Durante días no supimos dónde estaba Rosa, la otra chica, que luego nos contaría cómo se fundieron en un abrazo con su compañera, cuando por fin abrieron la puerta de los celulares, y encontraron el pabellón vacío, en ruinas, sin siquiera un poco de yerba o una taza en la cocina. Lo habían vaciado completamente.
Yo sabía todo esto de antemano, antes de entrar a Ezeiza, antes de caminar el trayecto a las casitas, porque había escuchado a las chicas llorando desde el Complejo IV, contando cómo fueron golpeadas y arrastradas por el pasillo por personal masculino, sin aviso, sin sus cosas, sin tener en cuenta nada.
Las autoridades le habían asegurado a Planta de Madres, luego de enterarse de que habían iniciado una huelga de hambre seca, que su sector no estaba incluido dentro del plan de desalojo, y ellas nos preguntaban a nosotrxs, si debían creerles… ¿Cómo creerles a estos tipos que se presentan ante las madres, ante un comité de convivencia, diciendo que esto no va a pasar, cuando ves en Internet que otros aseguran lo contrario, fundamentándolo con fechas y datos concretos, con nombres propios que avalan la información? ¿A dónde están las opiniones de los referentes de los derechos humanos, de las otras ONG que dan talleres en Ezeiza, toda esta gente que por mucho menos levanta la voz? ¿En qué momento las mujeres alojadas en el Sistema Penitenciario Federal dejaron de ser personas?