- Cuerpos. No hay liberación ni emancipación en general, sino prácticas de libertad singulares que pueden potenciarse en cualquier punto, escala o nivel. Antes que poner el cuerpo masivamente, como se dice a menudo, hay que empezar por sacar o sustraer los cuerpos de los dispositivos neoliberales de sujeción y valorización cotidianos. Empezar a trabajar el cuerpo singular-genérico con gestos y actos materiales de constitución efectiva; prepararlo en consecuencia y entrenarlo punto por punto, parte por parte, situación por situación. Abogar por la constitución de un cuerpo real del cual se puedan trazar sus bordes con rigor, inventiva y libertad. Trazos que escapan a la lógica del valor porque se invisten y anudan libidinalmente junto a otros, lanzados a la contingencia absoluta, sin esperar nada a cambio. Cuerpos nudos en lugar de “nuda vida”, cuerpos anudados a su vez en los múltiples registros de la experiencia, entre la vida y la muerte: el deseo de desear en común.
- Espacio-tiempo. A esta altura de las circunstancias más que buscar en medio del infierno aquello que no es infierno y hacerlo durar y darle espacio, como dice Calvino, nos bastaría apenas con el espacio y el tiempo necesarios, pues donde los podamos hacer mínimamente ya es mucho, muchísimo. Sin buscar a priori nada en particular, hacernos tiempo, espacio, espacio-tiempo, donde sea y como sea: entre las palabras y las cosas, las epistemes y saberes, entre los poderes, entre las vértebras, entre la maraña de relaciones, creencias y prejuicios que nos habitan, entre los deberes y haceres cotidianos. Tiempo, pausa, musicalidad de un decir o un gesto precipitado, mirada, letra, escritura, un golpe en el vacío, un par de acordes, la distancia tomada del pensamiento o un grácil salto a ras del suelo. Sólo el espacio-tiempo creado es vida sustraída a la biopolítica infernal que nos consume a diario.
- Bardeo. Es cierto lo que dice Jorge Alemán: “Dado que uno de los modos privilegiados del poder es intimidar con cualquier tipo de imputación y calumnia, habría que ser muy serio al respecto en la propia vida cotidiana, la cual está cargada de difamaciones, críticas, insultos y descalificaciones que incluyen a los cercanos. En esas ‘habladurías’ se goza de Ello. Por lo cual se impondría trabajar en la propia ‘maledicencia’ y su oscura satisfacción. En ella subyace uno de los resortes del nuevo posfascismo que se extiende por los rincones más íntimos del lazo social”. Hay algo obscuro en el goce de las “habladurías”, las “maledicencias” y, en fin, la “mala leche” en general que está circulando mucho entre gente ideológicamente afín o cercana, que se bardea por bardearse. ¿Será un mal de época, algo alimentado por el adversario, o es la simple necedad transhistórica que caracteriza al parlêtre, cebada ahora por los nuevos medios virtuales? He tratado de plantear con Spinoza algo así como una “comunidad invisible”, para no limitarnos al sintagma “izquierda lacaniana” o “izquierda spinoziana”, pero no hay caso, el goce de la beatitud intelectual sigue siendo un imposible. Lo cual no me priva de insistir. Creo que en esta época de trolls, quiénes tenemos una suerte de inmunidad natural respecto a las opiniones idiotas, canallas e infundadas, corremos con cierta ventaja respecto a preservar la salud mental o psicopolítica. Espero podamos crear la vacuna o el antídoto que sea generalizable.
- Escritura. Es cierto también lo que dice Markus Gabriel: “El odio es la lógica de las redes sociales. Una red social es pura socialidad y un sistema social presupone disenso entre los actores. Un grupo es un conjunto de perspectivas, que puede resultar en cooperación o en odio y destrucción. Lo que falta en las redes sociales es la interacción real entre los cuerpos. Entonces es mucho más fácil producir puro disenso sin solución. Odio es disenso sin solución. Las redes sociales producen odio porque no hay manera de resolver un conflicto. No hay un sistema legal en Facebook, no hay tribunales. El odio en las redes sociales no es una contingencia.” No obstante, deseo señalar una vez más que también puede haber otro uso de las redes sociales: un uso ético-político que pase principalmente por la escritura y la lectura compartidas, no solo por las opiniones políticas y los documentos públicos puestos a circular; un uso material que trame el cuerpo sutil de la letra. Una tarea imposible, sin dudas, como gobernar, educar y psicoanalizar; todo al mismo tiempo. Pues lo real es también lo que hacemos, por más sutil e in-significante que sea su materialidad. En el espacio virtual, sobre todo, soy un materialista de la escritura absoluta: no veo más que escritores en potencia o en acto; sea cual sea el material del que se sirvan y el lugar del cual lo extraigan, siempre que se asuma con honestidad: abajo y a la izquierda, en medios sin fin, arriba de los árboles, o al fondo a la derecha.
- Cuerpos, otra vez. “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, repetimos con Spinoza, pero lo cierto es que los hemos visto aparecer flotando recientemente con espanto y también temblando involuntariamente en la escena mediática, y aunque nos muestren la terrible desigualdad del poder, en cada caso, lo cierto es que nadie sabe lo que puede un cuerpo, una vez más, menos aún cuando los dispositivos de poder han llegado a este grado de fosilización, de insensibilidad, de miseria. Recuperar la potencia de los cuerpos, lo sepamos o no, es una tarea política de primer orden.
- Fórmulas. “Dejar morir en las calles, y hacer vivir en la ilegalidad”, parece ser la fórmula terrorífica del neoliberalismo vernáculo. Nuestra respuesta tendría que ser contundente: “No dejar morir a nadie por simple descuido, y dejar de vivir por decisión propia cuando lo deseemos en verdad”. Nadie nos obliga a nada: ni a ser (o hacer) sumisos ni a ser (o hacer) canallas. Sólo mediante un cuidado extremo y un coraje decidido por la verdad, que dejen absoluta libertad para decir y decidir en cada caso, sobre la vida/la muerte, podremos librarnos de la imbecilidad canalla que nos consume a diario: esta gubernamentalidad de nuevo cuño basada como siempre en temores y esperanzas ancestrales.
- Humanismos. Comparto lo que dice Marcelo Figueras en una nota reciente de El cohete a la luna, pero no así la deriva humanista y sacrificial que proclama al final: “¿Cuán humanx sigue siendo aquel o aquella cuya vida pública tilda cada casilla de la corrección política de la época —por ejemplo, expresando sensibilidad en su muro de FB y defendiendo en las redes causas que considera loables—, pero sería incapaz de tocar la piel percudida de una persona sin suerte? Para ser humanos de verdad y no fake humans, hay que experimentar la piedad. En lugar de navegarla en piloto automático, para surfear esta existencia —la única de la que disponemos— hay que estar dispuestxs al sacrificio, o al menos al acto sacramental de resignar algo por el bien de alguien que no sea uno mismo.” ¿Qué nos distingue cómo especie? En primer lugar, hacernos semejante pregunta. Insensata para cualquier otro ente, desde ya, hasta nuevo aviso. Luego, claro, buscar respuestas definitivas que suelen estar supuestas de algún modo en la pregunta misma. A mí no me convence ninguna de ellas, aclaro. Nada nos distingue en esencia: creo que somos tanto animales, domésticos o salvajes, fascinantes o insignificantes, como también dioses, monstruos o máquinas (denominaciones o caracterizaciones, además, inventadas e imaginadas por nosotros mismos); pero sobre todo somos inconstantes, múltiples y variables, pues nada de eso lo somos unívocamente y para siempre, lo somos apenas por instantes fugaces, aunque algunos se esfuercen denodadamente en demostrarnos lo contrario. Una vida incluso es un instante que se pierde en el infinito de infinitos del tiempo y del espacio. Así que yo diría más bien: no nos creamos tanto ni tan poco, un gesto humanitario, animal o prodigioso lo tiene cualquiera; mejor devenir cualquiera, entonces, antes que catequizar a los espíritus sobre la piedad o el sacrificio necesario.
- Realismos. Desde hace un tiempo me pregunto por lo real, quizás motivado por los nuevos realismos filosóficos y por la proliferación incesante de fake news, fake persons, fake words, etc. En fin, cuestiones que siempre existieron y ahora se han agudizado, o cronificado tal vez, porque estamos en un momento de descomposición de todo: lo simbólico, el ethos, la política, los saberes, el mundo. Que lo real del mundo, el universo o lo que sea, exista independientemente de nosotros y lo seguirá haciendo cuando hayamos desaparecido de la faz de la tierra (o la tierra incluida) es algo que me resulta en extremo baladí; no hace falta que me traigan restos archifósiles para demostrármelo. Pero lo real no es tampoco una construcción mediática discursiva: lo real nos implica de un modo irreductible que atraviesa la carne, el cuerpo y las palabras apenas rozan. Figuras de lo real: la muerte, el vacío, el horror, la angustia, el acto. Ayer justo un amigo me preguntaba si cuando me dispararon tuve algún sentimiento de la muerte inminente. Y no, sólo sentí frío, mucho frío, y mucha incomodidad por la falta de aire (lo cual fue una constante durante casi toda la internación). No creo que la muerte se pueda sentir o presentir siquiera, es un contrasentido en los términos, pues no hay quién de la muerte; será una figura de la imaginación en todo caso. Quizás sólo haya palabras del borde y una sabiduría práctica que busque tramarlas de manera anticipada, fugaz o retroactivamente: silencio absoluto, corte, interrupción, cicatriz, escritura, insistencia. La resistencia o la revolución, eternamente deseadas y fracasadas por estructura, también responden a lo real en juego, por supuesto; pero debemos saber cuál es la estructura inmanente de lo real, su nudo implicatorio, antes de precipitarnos de nuevo en la nada, sin esperanza ni temor, con una lucidez que desarme y una alegría que contagie a media voz.
- Líneas. Por último, quisiera finalizar parafraseando a Yourcenar junto a Lacan: Hay tres líneas en la vida de todo ser humano o parlêtre, y nunca se proyectan como las abscisas y ordenadas de un plano cartesiano. Son tres líneas sinuosas o curvas, extendidas al infinito, constantemente próximas y divergentes, pero en el mejor de los casos bien anudadas (al modo borromeo): lo que un hombre ha creído ser (imaginario), lo que ha querido ser (simbólico) y lo que habrá sido para lo que está llegando a ser (real).
Posfacio con deudas // Ricardo Zelarayán (1973)
No sé cómo empezar esto pero empiezo nomás. Hoy estaba almorzando en