En su discurso a la nación francesa del pasado 17 de abril, el presidente Macron se dio un trimestre para salir del atolladero en el que ha metido a su ejecutivo tras la aprobación forzada de la reforma de las pensiones. En el discurso anunció tres “campos de actuación” para el final de su mandato de cinco años: trabajo, seguridad y servicio público. Después de las pensiones le toca al trabajo y, por lo tanto, a la enseñanza, que debe adaptarse definitivamente a las necesidades del mercado (desde este punto de vista, causa impresión la reintroducción de la formación profesional para trabajos de baja cualificación); y luego a la sanidad, cuya “reforma” se podrá canjear por unas cuantas plazas suplementarias en las urgencias hospitalarias. Ni que decir tiene, todo esto se da en un marco que se declara ya explícitamente autoritario: ¡“Renovar el orden republicano”, dice Macron, porque “no hay libertad sin ley”! Por eso el presidente se comprometió solemnemente a reclutar “más de 10.000 magistrados y policías y a crear 200 nuevas brigadas de gendarmería en las zonas rurales” y, cómo no, a “reforzar el control de la inmigración ilegal”. Esto nos lleva a pensar que las razones del conflicto político generalizado en torno al aumento de la edad de jubilación han quedado plenamente confirmadas: el acto de fuerza sobre las pensiones aludía claramente a un horizonte más amplio. Dicho de otra manera, sirvió como primer tramo de apisonadora dentro de una ofensiva sistemática en materia de derechos sociales y civiles, desafiando abiertamente a los sindicatos y a su capacidad de lucha. No es de extrañar que el discurso del presidente se haya visto acompañado por el estallido inmediato de caceroladas, manifestaciones salvajes y enfrentamientos con la policía en la mayoría de las áreas metropolitanas: de París a Nantes, Lyon, Burdeos, Angers, Grenoble, Caen, Saint-Étienne, Estrasburgo. La noche francesa se enciende con mil fuegos que señalan el agotamiento de la hipótesis política neoliberal. De esta suerte, se ha abierto un abismo político que corre el riesgo de quitarle todo espacio a quienes, después de Macron, quisieran disputar el terreno a la extrema derecha en la próxima cita electoral reflotando el enésimo proyecto centrista. De ahora en adelante, entra en el orden del día la consolidación de un perfil reaccionario-autoritario, cuando no explícitamente neofascista, en el grupo dirigente de los países de la UE.
¿Pueden las luchas francesas interrumpir la espiral que vincula la crisis del neoliberalismo con la consolidación de la extrema derecha?
2. Sin embargo, se puede afirmar que el ocaso de la presidencia de Macron y de la hipótesis neoliberal no solo es político, sino que atañe también a una dimensión institucional. El envite afecta directamente a la estructura democrática del país. Como se sabe, el parlamentarismo racionalizado de la Constitución de 1958 preveía un conjunto de dispositivos de emergencia destinados a reducir la influencia de las cámaras sobre las necesidades de la gobernabilidad. Estos dispositivos se han activado en varias ocasiones y de forma cada vez más trivial en las últimas legislaturas. Sin embargo, con la presidencia de Macron, el recurso reiterado a los artículos 47.1 (que limita el tiempo del debate parlamentario); 44.1 (que permite el voto bloqueado en el Senado) y 49.3 (que permite la aprobación de un texto de ley sin el voto de la Assemblée Nationale) ha llegado a un punto de ruptura. Según Pierre Rosanvallon, se trata de “la crisis democrática más grave que ha conocido Francia tras el final del conflicto argelino”. Por un lado, la prepotencia del poder presidencial, así como la decisión del Consejo Constitucional de confirmar la aprobación de la reforma de las pensiones (a pesar de la presencia de numerosos argumentos técnicos que podrían haber llevado al Consejo a emitir otro dictamen), sientan precedentes sumamente peligrosos para futuras estructuras de gobierno. Por otro lado, podemos leerlos como vestigios de un poder tecnocrático que ciertamente se impone, pero que al mismo tiempo ya no es capaz de sacar rendimientos de los movimientos de la sociedad. Dicho de otra manera, nos parece que lo que se ha visto arrollado por la crisis es el sistema institucional de la Quinta República en su conjunto, es decir, la posibilidad de verticalizar la decisión para contrarrestar la inestabilidad estructural de la dinámica política. De ahí la ruptura, la separación entre una esfera política cada vez más autorreferencial y formas de insurrección de masas cada vez más extendidas y capilares.
3. Desde luego, Étienne Balibar tiene razón cuando observa que sería simplista afirmar que, de ahora en adelante, el poder político se mantiene sólo gracias al “hilo que lo une a la policía” y cuando nos invita a no subestimar la fuerza de una extrema derecha cada vez más aceptable para los ámbitos del gobierno. Sin embargo, no cabe duda de que, en el marco francés, el uso extremo de la policía es hoy la tapadera de la excepcionalidad-verticalización tecnocrática. De hecho, sólo la policía permite el acto de fuerza político, hasta tal punto de que cada vez más se oye hablar de democracia policial: “Una forma híbrida –declaraba Sebastien Roche a Libération– en la que el poder gobierna a través de la policía, asfixiando a los cuerpos intermedios con gases lacrimógenos”. Con esto queremos subrayar el hecho de que el uso de la fuerza y los abusos de la policía han adquirido características anómalas en comparación con otras democracias europeas. Pero, una vez más, la arrogancia de la fuerza parece responder a un sentimiento de miedo generalizado dentro del perímetro de la gobernanza, como lo demuestra la represión del movimiento ecologista en Sainte-Soline y la disolución del colectivo Les Soulèvements de la Terre: prácticamente un ataque preventivo para evitar la generalización de respuestas organizadas contra la violencia policial. No podemos afirmar si estamos ante formas insurreccionales de revuelta, una rebelión que responderá a la violencia con violencia o ante luchas que cobrarán formas pacíficas. Sin embargo, podemos decir con certeza que, a diferencia del catastrofismo generalizado que animó las discusiones de los años de la pandemia, Francia da muestras de un formidable despertar democrático. Se trata de una democracia social incipiente, que debe encontrar sus formas autónomas de organización. De esta suerte, la pregunta es la siguiente: ¿será capaz de producir este ciclo de luchas una alternativa democrática dentro del derrumbe de la Europa soberana (descrito magistralmente recientemente por Ángela Mauro)? Dicho de otra manera: ¿pueden las luchas francesas interrumpir la espiral que vincula la crisis del neoliberalismo con la consolidación de la extrema derecha?
4. Por supuesto, no cabe hacerse ilusiones sobre las relaciones de fuerza sobre el terreno (que, por lo demás, están atenazadas por los procedimientos tecnocráticos y la represión policial). Del mismo modo, es bastante probable que factores exógenos –la crisis del macronismo afecta también gravemente a Francia en el marco del desmoronamiento europeo y en lo que atañe a la posición frente a la guerra– puedan contribuir aún más al desplazamiento del marco político hacia la derecha. Sin embargo, nos parece que este nuevo ciclo de luchas está transformando el lema republicano de liberté, égalité, fraternité. Estos viejos principios aparecen transfigurados como nuevos poderes multitudinarios: libertad significa participación directa en el poder de decidir; igualdad, ya no solo fiscal o cuantitativa, es hoy igualdad en la comunidad, en la reproducción, en la organización de la vida; fraternidad es el espacio concreto de una ontología que reúne los elementos constitutivos de las luchas. De esta suerte, tenemos, por un lado, la hipótesis reaccionaria. Por otro lado, un camino que dice: ya no se trata de tomar el poder, sino de estar dentro del poder, de tener un peso y de ser protagonistas de la construcción política, para interrumpir la dimensión separada del poder de mando y dar paso a un proyecto del común sobre los grandes temas del trabajo, de la ecología, de la vida. Desde este punto de vista, la continuidad con la experiencia de los Chalecos Amarillos es manifiesta. No obstante, nos atrevemos a afirmar que la experimentación actual no es la cola de ese ciclo, sino que aprovecha su legado, renovándolo con nuevas figuras de la lucha de clases. Hasta ahora el conflicto político generalizado en Francia ha encontrado en la acción sindical un eje organizativo y en el apoyo masivo de los ciudadanos su energía. Sin embargo, el ejecutivo parece haber descartado cualquier margen de negociación. Hay que preguntarse entonces: ¿qué va a pasar ahora? Las estructuras sindicales, las instancias de movimiento, las distintas formas de representación social y política, ¿serán capaces de construir un órgano de contrapoder unitario, eficaz y constituyente, capaz de poner fin a la excepcionalidad del poder?
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Traducción de Raúl Sánchez Cedillo.
Este artículo se publicó originalmente en italiano en EuroNomade y CTXT