Separar Iglesia y Estado, cultura y religión, es un trabajo pendiente para la política y la cultura de este tiempo.
El feminismo es el nombre de la experiencia-revuelta hoy.
Separar, hoy, Iglesia de Estado es una operación que permitiría desarticular la función pastoral (que lo neoliberal reproduce y amplifica), en la regulación y acceso a recursos públicos, así como en la posibilidad de constituirnos en sujetos, todes, de Derechos. Es extraer del campo de la política buena parte del ordenamiento pastoral que regula en función de culpas y pecados, y divide en puros e impuros, prometiendo cielo o infierno según los grados de sumisión.
La revuelta tal vez permita, en eso estamos, que podamos revisar los fundamentos mismos del Estado. No solamente sus promesas.
Será realmente, verdaderamente, la objeción de conciencia, el pacto posible para mantener a los dinosaurios cercados? O -como todo «pacto social» que no se atreva a discutir y refundar los cimientos mismos de un sistema desigualante, apenas la promesa de mantener a la fiera a raya, porque en verdad nunca entraron en extinción? Siguen vivos.
Desde esa aparente extinción aún nos amenazan.
Será ley el aborto legal, seguro y gratuito. Y será, seguirá siendo militancia y batalla abierta, hacer de esa ley palabra viva, Derecho y conquista.
Separar Iglesia y Estado, el camino profundizado por el debate del Aborto, y por tantos otros que lo precedieron, para que la muerte y su poderosa maquinaria desigualante, entre finalmente en extinción.
Aquí estamos discutiendo el aborto. Pero más aún, una vez más, la diferencia entre potencia y poder.
Parafraseando a Freud, que el porvenir de una ilusión se reescriba en el porvenir de la política.
Posfacio con deudas // Ricardo Zelarayán (1973)
No sé cómo empezar esto pero empiezo nomás. Hoy estaba almorzando en